N 25

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Dossier del Departamento de Humanismo Médico y Bioética–Escuela Superior de Ciencias de Salud- UNICEN

Modernidad, Posmodernidad y Ciencia Álvaro Flores y Fiorella Mattaini

Cuerpo y medicalización: ampliando la mirada médica. Dr. Marcelo Sarlingo

“Aborto y Religión, dos perspectivas de una misma realidad” Ruiz, Victoria Anabella

Aborto, muerte y principios bioéticos Tamame Yunes, Antonella

“¿Qué hacer si el paciente decide morir?” Paulo Catanzaro

Cuerpo… Medicalización… Muerte Minich María Lorena

¿Qué hacer si un enfermo pide ayuda para morir? Occhi, Stefanía



Editora

Lic. Carolina Ferrer

Área Editorial. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Co-editores
Lic. Mariangeles Glok Galli
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Lic. Francisco Delfino
 Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Coordinación general: Área editorial

Colaboraron en esta edición: Dr Marcelo Sarlingo, Lic. Fiorella Mattaini y Lic. Álvaro Flores.

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Newsletter ISSN 1850-261X. Publicación electrónica de la Facultad de Ciencias Sociales - UNCPBA 
Av. Aristóbulo del Valle 5737 - B7400JWI Olavarría, Provincia de Buenos Aires,  Argentina

2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina


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Ruiz, Victoria Anabella.  Alumna superior de La Escuela Superior de Ciencias de La salud. UNICEN

Recibido: 30/05/2014

Aceptado: 18/07/2014

 

Resumen

El aborto es, probablemente, una de las maniobras médicas más antiguas y que ha llegado a nuestros días generando amplios debates y diversidad de opiniones.

El caso de Savita Halappanavar, una dentista india de 31 años embaraza de 17 semanas, que falleció el 28 de octubre del corriente año en el Hospital Universitario de Galway, Irlanda; debido a que los médicos se negaron a practicarle un aborto pese a que estaba muy enferma y el feto no podría sobrevivir, abrió nuevamente el debate en este país, como en el resto del mundo.

La medicina, atravesada por la legalidad y la religión, se ve afectada en su juicio ético respecto del aborto. Este caso específico aborda la cuestión del cuerpo subjetivo, el padecimiento, los derechos del paciente, el dilema que presenta esta cuestión tanto en términos legales como religiosos como éticos.

Palabras clave: Aborto; Religión; Irlanda; Ética; Subjetividad; Cuerpo; Medicina; Medicalizacion; Singular; Derechos del paciente; Padecimiento.

Abstract

The abortion is probably one of the oldest medical maneuvers and has come down to us generating considerable debate and diversity of opinion.

The case of Savita Halappanavar, an Indian dentist 31 17 weeks pregnant, who died on October 28 of this year at the University Hospital Galway, Ireland; because the doctors refused to perform an abortion even though she was very ill and the fetus could not survive, reopened the debate in this country, as in the rest of the world.

Medicine, crossed by the law and religion, is affected ethical judgment on abortion. This specific case addresses the issue of subjective body, suffering, patient rights, the dilemma presented by this issue both in legal terms as religious and ethical.

Keywords: Abortion; Religion; Ireland; Ethics; Subjectivity; Body; Medicine; medicalization; Singular; Pacients Rights; Suffering.

Desarrollo

El artículo “Muere en Irlanda una mujer a la que se negó el aborto de un feto inviable” corresponde a una noticia periodística publicada en el corriente año. Este suceso, tuvo lugar en Irlanda, más precisamente en el Hospital Universitario de Galway, ubicado al oeste del mencionado país.

En la actualidad, el 90% de la población de la República profesa la religión católica, la cual fue introducida por San Patricio, quien según narra la leyenda, evangelizó a la isla en siglo V. Pero además de esto, los irlandeses conservaron muchos de sus antiguos ritos, como peregrinaciones a lugares sagrados, festivales inspirados en antiguas celebraciones, ofrendas, etc.

La pertenencia a la religión católica se asimila a la resistencia contra la Inglaterra colonial, mientras que la adhesión a las doctrinas protestantes garantizaba la lealtad a la Corona. Desde el primer momento la República basó su legitimidad en su estrecha colaboración con la iglesia católica otorgándole un poder considerable, en lo que respecta a organización social, educación y familia.

Irlanda continúa siendo un país profundamente católico y de tradiciones religiosas muy enraizadas, lo cual se hace notorio en la historia de Savita Halappanavar, quien falleció como consecuencia de la negación de los médicos a practicarle un aborto, lo cual plantea la cuestión del poder de la religión y la Iglesia a lo largo de la historia de la humanidad y de la propia medicina.

Es sabido que en la actualidad las discrepancias entre la Iglesia y la comunidad médica siguen vigentes. Uno de los temas que todavía continúan generando amplios debates y diversidad de opiniones es el aborto. La Iglesia argumenta, y siempre ha sido así, que el aborto es un acto inconcebible, calificándolo de criminal, inmoral y homicida. Sostiene que la vida humana debe ser protegida desde sus comienzos intraútero, sin importar si se trata del producto de una violación o de una concepción no deseada.

Pese a esto, el aborto es en el mundo actual uno de los métodos más ampliamente utilizados para regular la fecundidad, informándose entre 40 y 50 millones de abortos anualmente. Cada año mueren en todo el mundo 600 000 mujeres como resultado directo de la interrupción de un embarazo, el 99 % de estas se producen en países en vía de desarrollo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) refiere que cerca de la mitad de los abortos inducidos que se realizan cada año, son inseguros, y que en Latinoamérica y el Caribe existe más de un aborto inseguro por cada tres nacidos vivos. El aborto inseguro se asocia con una considerable morbilidad materna, de hecho, una de cada 5 mujeres que han tenido un aborto inseguro padece una infección genital y alrededor del 13 % de las muertes relacionadas con la gravidez se atribuyen a complicaciones provocadas por abortos inseguros.

Reconociendo estas circunstancias, casi todos los países del mundo han aprobado leyes que permiten interrumpir un embarazo bajo ciertas condiciones. (ANEXO N° 2)

A pesar de esto, Irlanda en uno de los países de la Unión Europea con normativas más restrictiva en este asunto y aun no ha implementado leyes claras en relación a la legalidad del aborto y en que circunstancias seria posible llevarlo a cabo. Si bien, en caso de que la vida de la madre corra sustancial peligro, sí esta autorizada su realización, nunca ha sido incluido en la Constitución, lo que genera aun mas debate y abre la posibilidad de pensar que la muerte de Savita se podría haber evitado

Muchos grupos que se encuentran a favor de esta práctica profundizaron, luego de lo acontecido, sus reclamos de modificacion en las leyes nacionales irlandesas. Transcurrido cerca de un mes del hecho, fue presentado al Parlamento de ese país un protocolo para reformar la ley del aborto y lograr que se incorpore a la constitución, pero fue rechazada tras dos días de debate, debido a que el ministro de Sanidad, James Reilly, argumento que no tomará ningún tipo de decisión hasta que reciba un informe elaborado por una comisión de expertos, sobre la situación de la ley del aborto en este país. Días después, el documento fue entregado y en él se expusieron cuatro posibles vías de actuación para cumplir con los requerimientos de las autoridades judiciales irlandesas y europeas. Pese a esto, todavía no se ha logrado la legalización del aborto como en otros países pertenecientes a la Unión Europea. Las leyes vigentes permiten el aborto a pedido de la embarazada, y sin más justificación que su voluntad en un porcentaje estimado de 40% de la población mundial. A esto se le debe sumar un 21% en que el aborto es legal cuando existen razones médicas o socioeconómicas que lo justifiquen, y un 16% más en que hay razones para estimar que la continuación del embarazo constituye un riesgo para la salud de la mujer, o bien, el embarazo ha sido consecuencia de violación. Por lo tanto existe un 77% de mujeres con derecho al aborto legal. En el 23% restante es legal solo para salvar la vida de la madre, y dentro de este grupo, un porcentaje muy pequeño lo considera ilegal en toda circunstancia.

En la mayoría de los países, la edad gestacional autorizada para el aborto sin más requisito que el deseo de la embarazada es de doce semanas. Pasado este plazo, solo por razones médicas se podría llevar a cabo, cuando la continuación del embarazo pudiera afectar la salud de la mujer.

Las cifras de mortalidad a causa del aborto varían según se trate de países en desarrollo o en vías de desarrollo. La gran mayoría de las muertes por estas prácticas ocurren en regiones en desarrollo, donde el aborto aun preserva restricciones. Se estima que se producen 330 muertes por cada 100.000 abortos, una tasa de mortalidad que es cientos de veces mayor que aquella de los países desarrollados. La tasa es aún mayor en África, donde se estiman 680 muertes por cada 100.000 procedimientos.

En nuestro país, el aborto es un delito descripto en el Código Penal, aunque también establece dos excepciones a su punibilidad: si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre, y si el embarazo proviene de una violación. La Corte Suprema de Justicia autorizó el aborto en caso de violación en marzo del corriente año, permitiendo de esta manera que cualquier mujer, y no sólo aquellas con discapacidad mental, tengan el derecho a terminar con una gestación fruto de una violación sin sufrir sanciones, al igual que los médicos responsables de la interrupción del embarazo.

Si abordamos ahora esta cuestión desde una perspectiva psicológica y nos preguntamos ¿Qué manera de pensar y abordar el cuerpo presentan, tanto, quienes se encuentran a favor como los que se oponen al aborto?

En primera instancia, debemos definir el concepto de cuerpo y los tres registros que de él se desprenden: lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Desde el registro de lo Real el cuerpo puede equipararse al organismo (carne) de las ciencias medicas. Esta sería la condición de un ser viviente cuando llega al mundo, pero no es un cuerpo, ya que éste se construye en la relación con el Otro, ese otro primordial (madre). El organismo es sustrato necesario pero no suficiente para el surgimiento de lo psíquico. Antes de nacer a este organismo se lo espera con un nombre, un sexo, sueños, ideales, es decir, lo que Piera Aulagnier, llamó sombra hablada y que permite la demarcación del sitio que ocupará el infans cuando nazca y que le asegura que éste se experimente “siendo un cuerpo” a través de las experiencias sensoriales brindadas por la madre, padre y familiares. En consecuencia pierde esta condición de real y pasa a constituirse como sujeto. Al mismo tiempo, la madre que encarna al Otro primordial irá erogeneizando este organismo a partir de determinados significantes (horarios, sabores, caricias) que irán marcando el cuerpo del sujeto.

Al decir que el cuerpo es construido y nombrado por el lenguaje, lo estamos abordando desde la perspectiva Simbólica. Es un cuerpo que se prestará como superficie de inscripción a recibir la marca significante y en el que se irán privilegiando ciertas zonas erógenas y circuitos pulsionales.

Desde el registro de lo Imaginario el cuerpo es la vivencia de una imagen unitaria, que brinda unidad al organismo fragmentado con el que el sujeto nace. Ésta imagen organiza el cuerpo ubicándolo como cuerpo humano, como totalidad y al mismo tiempo singular. Esta relacionado con la construcción individual que hacemos a través de nuestra historia. El cuerpo Imagen no es estático, sino que se construye continuamente y esta influenciado por la cultura.

Quienes están a favor de la legalización del aborto sostienen que la madre es capaz de decidir sobre su propio cuerpo, que se lo podría equipar si se quiere, a la noción de “tener un cuerpo”, es decir, poder utilizarlo y hacer de él lo que la mujer desee. Si lo enfocamos en relación al gestante, estos grupos proabortistas no consideran siquiera que el feto es un ser viviente, no es cuerpo desde la dimensión de lo Real, es decir, carne, tejidos. La Iglesia y los grupos que se oponen a estas practicas, por el contrario, argumentan que la vida surge desde el momento de la concepción y que ese feto ya se puede experimentar como tal, es decir, es “ser cuerpo”, meramente biológico, pero con derecho a la vida, igual que la madre.

Si analizamos el caso particular de Savita, estamos frente a una postura puramente antiabortista, donde el cuerpo de la madre, que no se trata de un cuerpo meramente biológico, sino que esta atravesado desde lo real, lo imaginario y lo simbólico, y el de su hijo, aun no constituido como tal, ya que todavía no tuvo la posibilidad de ser codificado por su propia madre, están en igualdad de condiciones. Es por esto que el Estado de Irlanda vela por los derechos del no nacido al mismo tiempo que defiende y lucha por la vida de la madre.

Sin duda en esta historia se nos plantea un dilema ético. La moral, es decir, el conjunto de principios y reglas de pretendencia universal y exhaustivo, que dirigen el comportamiento humano y nos hacen actuar de determinada manera ante ciertas situaciones concretas, se desvanece cuando no existe respuesta a una determinada problemática, es decir, ante la llegada de un singular, por lo que pierde su carácter de universal y lo obliga a ir mas allá. En este momento, cuando el saber no basta (donde la moral no rige), es donde se abre la dimisión ética y el sujeto, en este caso el médico, debe reflexionar y tratar de abordar lo singular de la situación. Cuando hablamos de singular no nos estamos refiriendo a ser “uno” dentro del conjunto, esto no es lo que lo singulariza, sino el hecho de ser incalificable según el lenguaje de la situación. Desde esta perspectiva podemos decir que Savita es un singular, porque si bien no existe una ley constitucional que avale al médico a proceder con la interrupción del embarazo por ser un país católico y preservar la vida del no nacido, ella no era ni Irlandesa ni católica. Entonces, ¿las leyes también deberían hacerse cumplir para ella? ¿Cómo debe actuar el médico ante este singular? La llegada del singular requiere una intervención subjetiva, una nominación, sin ella no hay singularidad tal.

Por el accionar de los médicos, quienes impidieron la interrupción del embarazo a pesar de correr riesgo la propia vida de la madre, podríamos pensar que la singularidad de Savita no fue tratada como tal, y por lo tanto, no se quiso aceptar que esa ley moral ya no tenía sustento, negando la situación y agravándola aun más. Esto es lo que Lewkowicz llama “retornar negando”.

A través de esto, queda en evidencia, que tanto el modo de actuar de los profesionales de la salud en este, como en muchas otras circunstancias, están influenciados y marcadas por su propia cultura y la sociedad a la cual pertenecen.

Lo que quiero decir es, no existe en Irlanda una ley clara que avale y proteja a los médicos en caso de decidir interrumpir el embarazo, ya que se trata de un país católico y por lo tanto estas intervenciones están prohibidas. De esta manera, las leyes y las normas sociales que rigen sobre los ciudadanos, marcan su manera de actuar. Pero la dimensión social y cultural no deja por fuera a los propios pacientes; sino que estos factores junto con los psicológicos, van a definir el proceso de búsqueda de atención médica. En un primer momento se produce la autopercepción, en donde el paciente, a través de los elementos con los que cuenta, realiza una valoración de lo que está ocurriendo en su cuerpo, lo cual es aprendido a través del proceso de socialización y comparándolo con experiencias previas similares, modelos aprendidos y creencias. Luego procede a una evaluación cognitiva de la situación y la elaboración de un modelo explicativo que trate de aclarar las causas de sus síntomas y el desenlace de la enfermedad, para finalmente hacer frente a la misma y consultar para obtener ayuda. Todas las etapas por las que pasa el individuo en su experiencia de enfermar están envueltas en un marco socio cultural específico, en donde están definidas que señales o síntomas son considerados anormales y si se le otorgara o no el rol de enfermo.

Es por esto que el llegar a estar enfermo es también un proceso social que esta fuertemente influenciado por la cultura, y como en muchas situaciones pueden existir desacuerdo entre los modelos explicativos que sostienen tanto el médico como el paciente. Está documentado el contraste entre la definición de salud objetiva llevada a cabo por los profesionales y la salud subjetiva percibida por los individuos. Cuanto mayor es la oferta de salud, más gente interpreta que tiene problemas, necesidades y/o enfermedades. Mientras que en las zonas con servicios sanitarios menos desarrollados esta percepción es menor.

Enfocándonos en el suceso de esta mujer de tan solo 31 años víctima de una sepsis fulminante por complicaciones obstétricas, podríamos pensar que estas diferencias culturales también se hicieron presentes en su historia. Savita es de nacionalidad India, cuya población esta formada por una multiplicidad de razas, culturas y grupos étnicos y en donde el 83% de la población es de religión hindú y solo un 2% cristiana, lo que ya refleja las diferencias entre las culturas a las que pertenece tanto ella como los propios médicos que la asistieron el Hospital Universitario de Galway. En la India existe una de las leyes de aborto más liberales de Asia. Según la Ley de Interrupción Médica del Embarazo, promulgada en 1971 y vigente hasta hoy, el procedimiento de aborto puede ser efectuado durante las primeras 20 semanas del embarazo, pero a pesar de que estas practicas son legales en la India desde hace décadas, el número de abortos inseguros es mucho mayor que el de procedimientos legales, llegando a superar el 60% de los mismos.

Según un estudio realizado por investigadores canadienses y publicado en el diario Clarín de nuestro país (ANEXO N°3), el llamado aborto selectivo es una realidad en India, y al menos medio millón de mujeres que esperan una niña han abortado sin causa médica que lo justifique cada año, durante las últimas dos décadas. Según los autores, las causas que lleva a las mujeres a tomar esta decisión son meramente culturales, ya que no existe ninguna razón médica que lo avale.

Otro hecho social que impacta sobre la vida cotidiana de las personas es el denominado proceso de medicalización, caracterizado por la presencia e influencia de la medicina y de los diversos aspectos médicos en la vida cotidiana de las personas, expandiéndose así, la medicina moderna sobre muchos problemas que antes no estaban considerados como entidades médicas. Para esto, se emplea lenguaje y términos científicos específicos ara describirlos y de esta forma poder intervenir sobre ellos y tratarlos. Es así como, aspectos de la vida personal y social de la gente se convierte en objeto de estudio y control por parte de la corporación médica.

Así mismo, los fármacos pasaron a ocupar un lugar primordial en la vida de las personas y en la relación medico-paciente, y aparecen en la actualidad como estrategias para una mejor calidad de vida. Colabora con este fenómeno el aumento en la promoción de la industria farmacéutica en los medios de comunicación.

Los factores sociales que inciden en el proceso de medicalización consisten en la disminución del rol de la religión, una creciente fe en la ciencia, la racionalidad y el progreso, así como también el prestigio y el poder de los médicos. Entre los muchos problemas que en la actualidad se han medicalizado se encuentran los abortos y los embarazos no deseados.

Los médicos pasaron así, a ser agentes de control social, y les indican a la gente que es lo que deben hacer y que no, interviniendo no solo en los procesos de salud-enfermedad, sino también en los estilos de vida y todos aquellos sujetos que no cumplan con lo impuesto, serán etiquetados como “desviados sociales”. Así, lo que de hecho son problemas socioculturales acaban transformándose en enfermedades individuales y atendidas por los médicos.

El aborto es uno de los métodos más antiguos que existe para regular la fecundidad, pero no siempre ha estado en manos de la medicina como en nuestros días. En sus comienzos en los pueblos primitivos, era el jefe masculino de la familia quien decidía acerca del fruto de la concepción de su mujer; y en los pueblos de América precolombina la interrupción del embarazo se realizaba mediante la utilización de hierbas abortivas o medicinas alternativas. Por otra parte, en la antigua Grecia las posiciones ante la práctica del aborto eran más abiertas y se consideraba que este debía prescribirse en caso de incesto, cuando los padres fueran personas de edad avanzada o para limitar las dimensiones de la familia. En Roma, aparece por primera vez la represión ante su práctica, situación que se consolidó luego con el surgimiento del Cristianismo. La Iglesia Católica siempre tuvo posiciones muy críticas y castigó severamente la realización del aborto, considerando que era un asesinato.

En nuestros días, el aborto dejo de ser un problema social para convertirse como muchos otros, en un asunto médico, y es por esto que quienes defienden la legalización del mismo sostienen que se trata de un asunto sociocultural por lo que debería ser la mujer quien decida si desea interrumpir el embarazo o no. En muchos países donde el aborto esta prohibido por la ley, como es el caso de Irlanda, las mujeres no son capaces de decidir por si mismas y quedan sujetas a las determinaciones del personal de salud, tal como sucedió con el caso de Savita Halappanavar.

Cada día más, la definición de enfermedad va ligada a las disponibilidades tecnológicas. La tecnología constituye el conocimiento médico de diferentes maneras; por un lado, establece los signos, marcadores y resultados que definen las entidades nosológicas, también influye sobre los modelos explicativos de la enfermedad, así como en el modo en que se organizan el conocimiento médico, su taxonomía. En conjunto, el incremento de capacidades tecnológicas aumenta la sensibilidad de la identificación de patologías y reduce el umbral a partir del cual tratarlas, aumentando así la incidencia de las enfermedades. Pero este avance de las tecnologías hoy implementadas en la medicina ha llevado a su deshumanización. Es decir, se piensa que el concepto de enfermedad como una mera perturbación biológica y el sujeto que padece es aislado de sus dolencias, no se tienen en cuentan sus vivencias, hechos históricos, aspectos psicosociales, culturales, mentales y personales. Es un ser aislado, atemporal, desprovisto de afectos. Esto ha llevado a colocar a la biomedicina por encima de cualquier tipo de reflexión, olvidando sus raíces humanísticas que les dieron origen e impidiendo así, llegar a comprender la enfermedad y la situación de ese paciente que padece y que acude al médico en busca de ayuda profesional. El ser humano pasó a ser una universalidad orgánica para las ciencias biomédicas, buscando en lo orgánico lo común entre todos nosotros.

Todo esto llevo a su vez, a que se tornara innecesario el dialogo y el acercamiento personal entre médico y paciente. Las consultas son cada vez mas cortas y los conocimientos que el médico tiene de sus pacientes se limitan a los signos y síntomas, con el fin de detectar enfermedades como único objetivo.

Pero la tecnificación de la medicina también arrastró a los propios pacientes, quienes asisten a las consultas exigiendo respuestas técnicas y medicación para sus problemas, y muchos no están dispuestos a compartir intimidades fuera de la enfermedad.

Por otro lado, parece que los enfermos están cada vez menos convencidos de que deban aceptar el papel pasivo del tradicional modelo paternalista y reclaman mayor autonomía a la hora de elegir y hacer valer sus criterios. Parece claro que el nivel educativo es un factor clave en el deseo y exigencia de participar en las decisiones, por tanto, en la medida que la población tenga mayor nivel de información, irá exigiendo a los profesionales de la salud este derecho a tener mayor participación sobre las decisiones que les afectan. La extensión del acceso a la información a través de Internet puede suponer una importante amenaza a la relación médico-paciente. Esto dio origen al desplazamiento desde el paternalismo médico, hacia un modelo de responsabilidad compartida denominado Camaradería.

El paciente queda reducido así sólo a aspectos técnicos y el médico termina por ignorar la vida moral del paciente. Sólo se interpreta la enfermedad del cuerpo a través de la semiológica (Disease), es decir, lo puramente biológico, y se pierda la interpretación del malestar o sufrimiento (illnes) que se refleja a través del relato del paciente. Pero la decodificación de la enfermedad tiene también un plano cultural, por lo que la sociedad crea metáforas, es decir, estructuras lingüísticas que le dan significado a la experiencia de enfermar, condicionadas por la cultura, el conocimiento que se tenga y la época histórica, por lo que éstas se transforman o son resignificadas o abandonadas a medida que cambia la visión de una sociedad sobre el mundo.

Las metáforas nos permiten conocer de qué manera se ve la enfermedad, como se la concibe y cuales son sus implicancias éticas y morales. Existe una relación directa entre como se nombra la enfermedad y como se la vive y padece.

Es responsabilidad del médico llegar a reconocer las metáforas para humanizar en mayor medida el acto médico. Esto se logrará únicamente a través de la escucha de la persona que transita la enfermedad, para así poder aliviar el padecimiento y si es posible, llegar a la cura.

Los médicos del Hospital Universitario de Galway que asistieron a Savita durante los ocho días que ella permaneció allí en grave estado, no hicieron alusión de su malestar ni al de su marido. La pareja, rogó a los médicos que procedieran a interrumpir el embarazo al ver que su hijo ya no tenía posibilidades de salvarse y que ella corría grave riesgo, pero a pesar de esto, el personal médico hizo omisión a los pedidos de ambos. Lo que no queda claro fue la causa que llevo a éstos a actuar de esa manera, ya que las leyes en Irlanda son ambiguas y queda al criterio del médico como comportarse ante situaciones extremas como estas o si simplemente se trató de una negligencia médica por deshumanización total, donde tanto la madre como el hijo terminaron con el peor de los finales.

Reflexiones finales:

El aborto es una de las técnicas más antiguas para regular la fecundidad que se conoce y se ha documentado su práctica ya en los pueblos primitivos y las primeras civilizaciones de Grecia y Roma.  Con el transcurrir de los años y el avance científico, el aborto es una de las varias cuestiones de la vida cotidiana de las personas que se ha medicalizado, es decir, ha pasado bajo el poder del cuerpo médico, lo cual se vio favorecido por la tecnificación y los grandes desarrollos de los últimos tiempos.

Las diferencias de opiniones y los debates éticos en torno a la legalidad de estas prácticas, no son cuestiones recientes. La Iglesia, como uno de los principales centros de poder a lo largo de la historia, impuso sus ideales desde los comienzos influyendo sobre el porvenir y el desarrollo de la medicina. A pesar de que en la actualidad, ambas partes se han distanciado, en los países donde se practica la religión católica, como es el caso de Irlanda, las leyes siguen siendo más bien prohibitivas en relación al aborto.

Pero ¿qué hacer entonces?… ¿es lo correcto una legalidad total que permita la interrupción del embarazo por el simple deseo de la madre, como sucede en la India, donde se sabe que el aborto selectivo es una práctica común y libre? ¿Ó lo correcto sería su legalidad solo en caso de que la madre corra grave riesgo? ¿Se llegará finalmente a un acuerdo donde tanto opositores como proabortistas queden conformes? Hoy en día, parecería una utopía

 

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Tamame Yunes, Antonella. Alumna superior de la Escuela Superior de Ciencia de la Salud. UNICEN

Recibido: 30/05/2014

Aceptado: 18/072014

Resumen: El caso singular de un aborto impedido en Irlanda, invita a recorrer la concepción del cuerpo y de la muerte desde la medicina occidental y hegemónica y desde la religión católica, así como desde las distintas épocas históricas, en tanto estas concepciones delimitan el abordaje de dicha temática.

En la actualidad el aborto es uno de los dilemas éticos que, frente a la falta de leyes claras que regulen la práctica, requiere del pensamiento ético para resolver cada situación singular, derivando, como es el caso que dispara este trabajo, en un tratamiento injusto hacia el sujeto.

Palabras Clave: cuerpo; muerte; aborto; ley; modernidad; posmodernidad; bioética; principios, catoliscismo

Summary: The case of a singular prevented abortion in Ireland, invites you to explore the conception of the body and death from Western hegemonic medicine and from the Catholic religion, as well as from different historical periods, as these concepts define the approach Thematic said.

Today abortion is one of the ethical dilemmas facing the lack of clear laws regulating the practice requires ethical to solve each unique situation thinking, being sometimes, as is the case that triggers this work, a unfair treatment at the subject.

Keywords: body; death; abortion; law; modernity; postmodernism; bioethics; principles catoliscism

El tema que motiva este escrito es un artículo periodístico sobre una situación ocurrida en Irlanda el 28 de octubre de pasado año 2012 en el Hospital Universitario de Galway. Se trata de una dentista india de 31 años, Savita Halappanavar, embarazada de 17 semanas de un feto que, por diagnóstico médico, ya había sido considerado como inviable y sin posibilidad de sobrevivir.

La madre se presentó el sábado 20 de octubre en el hospital mencionado en estado grave de salud y embarazada de 17 semanas. Al examinarla los médicos determinaron la inviabilidad del embarazo y la inminencia de un parto espontáneo. Pero, debido a que Irlanda es un país con fuertes bases católicas y sin leyes sobre el aborto propiamente dichas, los médicos se negaron a realizarle el aborto ya que imperó la ley constitucional donde la vida del feto está en plano de igualdad con la de la madre. Los médicos decidieron esperar a que el corazón del feto dejara de latir.

Anteriormente había habido otros casos de autorización y rechazo a la realización de abortos, pero ninguno de estos casos funcionó de base para una nueva ley. Por lo tanto, los médicos se guiaron por la moral católica y las bases ya legitimadas sobre el aborto, que asientan que, para poder realizar el procedimiento, la madre debe estar en peligro de muerte. Este no era el caso de Savita ni bien ingresó al hospital, ya que ella se encontraba grave y empeorando pero, según criterio médico, todavía no se hallaba en peligro de muerte (uno de los puntos de ambigüedad en la ley irlandesa, ya que queda a criterio de los profesionales del salud), mientras que el feto se consideraba inviable pero todavía vivo.

Savita y su esposo, Praveen Halappanavar, pidieron en reiteradas ocasiones que se realizase el aborto, más aún cuando ya se sabía que el feto no iba a sobrevivir.

El martes a la noche Savita se descompensó, pero la actitud médica de rechazo al aborto continuó hasta el miércoles al mediodía, cuando el corazón del feto dejó de latir. Cuatro días después del diagnóstico de la imposibilidad de sobrevivir, se realizó el aborto del hijo, ahora sí, muerto. Pero para Savita ya era tarde y murió de septicemia el 28 de octubre del 2012.

Primera Aproximación: cuerpo y muerte

Se abordarán estas temáticas para analizar la situación de la medicina en Irlanda, (un país con fuertes bases católicas), a qué consideran cuerpo en las culturas católicas europeas, qué es para ellos la muerte y cuál fue la concepción de muerte por la cual se realizó el diagnóstico necesario para el aborto.

La palabra “muerte” tiene muchas concepciones. Enciclopédicamente, es la cesación de la vida. Para el pensamiento tradicional, es la separación del cuerpo y el alma.

En el texto de Juan Luis Ramírez Torres podemos apreciar un acercamiento a la realidad de diferentes sociedades y comunidades alrededor del globo. Cada una de ella presenta un concepto de cuerpo y concepción de muerte propios, así como relacionan estos aspectos con su religión.

En algunas comunidades, el crédito del nacimiento de un nuevo ser se otorga exclusivamente al padre o a la madre, mientras que en otras es un acto compartido. A su vez, cada parte del cuerpo representa algo en particular. Por ejemplo, muchas veces la cabeza es relacionada con el espíritu o el cuerpo como el contenedor literal de la fuerza espiritual. A su vez, la infancia es relacionada con el vigor de la juventud o la sangre con la femineidad. Incluso en algunas sociedades orientales, cada parte del cuerpo se relaciona con algo externo al mismo.

Al vivir bajo esta realidad, estas sociedades también se rigen por costumbres que involucran estas concepciones particulares del cuerpo. Por ejemplo, arrancar la cabeza a los enemigos de combate o representar el propio cuerpo como esquema del mundo, siendo la parte superior representación de las deidades y espíritus del mundo superior, y la mitad inferior, representación de los espíritus del mundo terrenal. Así también, adquieren formas particulares de vestir o tratar a sus cuerpos, con perforaciones, tatuajes, escaras, etc. y así convertirlos en cuerpos simbólicos, llenos de contenido.

Así como estas sociedades poseen una propia concepción del cuerpo, así también lo hacen de la muerte. Esta es atribuida a causas inmateriales, como la brujería, o también a una enfermedad biológica, como sucede en la medicina hegemónica actual.

En Europa, la concepción del cuerpo está fuertemente relacionada con el cristianismo y se observa que el cuerpo material se acompaña de una entidad inmaterial, el espíritu. Es esta división cuerpo/espíritu la que caracteriza al pensamiento occidental, pero no es sólo influencia del cristianismo, sino también de la cultura griega y latina. Ya desde hace mucho, la cultura Europea tiene la concepción del cuerpo o soma como estructura física mortal (el Ser) y el espíritu o alma, como contraparte inmortal (psique).

Desde el origen, el daño corporal implicaba retribuciones espirituales y, dentro de lo corporal, cada parte del cuerpo tenía una representación característica que vinculaba no sólo el cuerpo biológico con la religión y Dios, sino también con el orden social, representando un soma (un cuerpo), una psique (un yo) y una polis (un ente social). Un ejemplo de esto es el considerar a la cabeza sede del cerebro, albergue del alma y centro de funciones dirigentes.

Desde el comienzo de la Edad Media y durante su transcurso, la religión cristiana definió muchas cuestiones del orden social, entre ellas, afectó a la medicina. El cuerpo, desde hace mucho tiempo visto como un conjunto de partes que funcionan en armonía, con el ingreso del cristianismo al radar deja de ser considerado sólo eso y se comienza a interpretar como un orden anatómico paralelo a uno social y a la cosmovisión cultural de cada pueblo. Así, el cuerpo se construye como entidad simbólica.

Ahora, si tenemos esto en cuenta, y también recordamos que en el caso de Savita el feto ya iba a morir, el hecho de que el corazón siguiese latiendo o dejase de latir no sería argumento suficiente para no realizar el aborto, ya que es simplemente un tecnicismo biologicista con fachada de cristianismo. Como se dijo anteriormente, la definición de muerte para el pensamiento tradicional después de todo, es la separación del cuerpo y el alma. ¿Qué sucedió, entonces, entre esa Edad Media tan religiosa y devota y este siglo XXI en el que la religión deja de lado sus orígenes espirituales para obedecer a una medicina biologicista y occidental?

Lo que sucedió entre aquel Renacimiento del siglo XVI y la actualidad fueron dos momentos de la historia que marcaron cambios en diversos aspectos del ser humano: la modernidad y la postmodernidad.

Para el Humanismo, el Renacimiento y demás corrientes de esta época, era esencial la separación del hombre de Dios. Por esto mismo, durante la Modernidad surge el cuestionamiento de la religión como existía en ese entonces. Vale aclarar que no la anuló, sino que, por lo contrario, el mismo nuevo racionalismo generó el surgimiento de nuevos tipos religiosos. Pero para el análisis del caso sólo se referirá al catolicismo, ya que es el predominante en Irlanda.

Caracterizada por el capitalismo, el racionalismo, el individualismo, la civilización urbana y la secularización, la Modernidad fue una época de grandes avances tecnológicos y científicos, y la religión, si bien no fue olvidada o dejada de lado, fue ampliamente modificada por esto, partiendo del punto de que comenzó a ser severamente cuestionada. Se pasó de un orden religioso a uno científico positivista, donde dominaba el pensamiento científico razonado y generalizable. Entre el siglo XVI y XVIII se hicieron grandes descubrimientos en el ámbito de la medicina (como la anatomía de Vesalio o la fisiología de Harvey) que la llevaron a ser partidaria del biologicismo, del mecanicismo de la época, de la partición del cuerpo a su mínima expresión, olvidándolo como el ser holístico y simbólico que se representó anteriormente.

La postmodernidad, por otro lado, no recibe el prefijo “post” por una mera cuestión cronológica, sino que implica la finalización de un pensamiento y el comienzo de otro. Aquí, uno de los cambios que recibe la concepción de moral es que se la considera básicamente, aporética. Es decir, aquella moral que intentaba conservarse en la Modernidad mientras sus bases religiosas decaían, era inviable desde el punto de vista de lo racional (la corriente de pensamiento imperante y cada ver más establecida). En el caso del aborto, por ejemplo, la aporía consiste en el conflicto difícilmente superable o racionalizable entre el derecho a la vida de la madre y el feto.

Ahora, a este caso, habiendo dilucidado que la moral existente era cuestionable, restaría definir el concepto de muerte para terminar de entender qué surgió de un cristianismo devoto de la Edad Media, regido por fuertes bases espirituales, que se transformó por el pensamiento occidental moderno y postmoderno.

Un pensamiento que nos aproxima a la idea de cuerpo de esta época, desde la religión, es el de Benhoeffer en su obra Ética:

“El hombre es un ser corporal y lo sigue siendo por la eternidad. Existencia humana y vida física son inseparables. Por eso la corporeidad, que Dios ha querido como forma de la existencia del hombre, es un fin en sí misma. Lo que no excluye que el cuerpo esté también subordinado a un objetivo superior. Pero es importante tener presente que entre los derechos de la vida física está la de ser preservada no solo como medio, sino también como un fin en sí misma.”

Otro pensamiento, también relacionado con el concepto de cuerpo pero ahora relacionado además con la concepción de muerte, es realizado por Hans Jonas. En su obra Il diritto di morire (El derecho de morir) se ve cómo surgen los cuestionamientos acerca de alargar la vida: para qué serviría, a quién beneficiaría, etc. Por lo que, de acuerdo a esto, se origina otro pensamiento y es el de tener en cuenta que si la muerte es un momento importante para el hombre, ¿aplazarla por medio de intervenciones externas no sería una expropiación?

Se pueden ver arriba nombrados dos razonamientos completamente contrarios acerca de la muerte y el cuerpo, relacionados ambos con la concepción de la vida y su finalidad. En el primero, más ligado a la religión, el cuerpo debe ser conservado vivo ya que es la expresión de los deseos de Dios y la forma de ligar la existencia humana (el espíritu) a la realidad física. El segundo, en cambio, no se plantea al cuerpo como un fin divino sino como un medio terrenal, que debe cumplir el fin de su existencia con la llegada de la muerte, ya que aplazarla prolongando la vida sería quitarle a ese cuerpo el derecho inherente que tiene a encontrarse reflexivamente con la muerte.

¿Cuál de los dos pensamientos es correcto? ¿Aplazar la vida o dejarla encontrarse con la muerte? ¿Cuál es el que prima a la hora de definir si realizar o no un aborto (eximiendo del caso las trabas religiosas morales y aplicando sólo las referentes al derecho a la vida y la muerte)?

En este contexto llegamos a la actualidad, donde las opiniones con respecto al tema divergen. Para Ratzinger, el ex-papa Benedicto XVI, la moral está claramente en crisis, principalmente influenciada por el liberalismo occidental, cuestionable moralmente. Pero, como otros autores afirman a esta forma de pensar, esta visión de la moral se basa en la concepción de la moral moderna como una inminente catástrofe, mientras que la tradicional y enseñada por la iglesia es la que llevará a los individuos a encontrar una moral auténtica. Es una visión demasiado sesgada.

Juan Pablo II estaba en contra de la independencia del Estado, ya que deslegitimizaba la verdad que este quería imponer luego de la secularización de la iglesia. Otros críticos religiosos han dicho que cualquier Parlamento que vote a favor del aborto está al margen de la democracia, por lo tanto es ilegítimo porque la legitimidad democrática coincide solo con una legislación en sintonía con la moral de la Iglesia. Para otros teólogos católicos, sin embargo, no existe tal cosa como una moral cristiana dada por el evangelio.

El catolicismo actual, con el fin de hacerse aplicable a mayor número de personas, inculca sus enseñanzas a católicos y no católicos. Un error típico de esta cultura tradicional católica, por esto mismo, es el de confundir pecado con delito. Y en una sociedad moderna con fuertes bases religiosas católicas como lo es Irlanda, cuando pecado y delito se confunden, generan reacciones como las actuales, donde se pena con castigos modernos una práctica cuestionada por una moral centenaria que no debería confundirse con la moral aplicable necesaria (es decir, la ética) para la situación actual de la sociedad moderna que ya no se rige estrictamente por aquella moral antigua y poco reformulada.

Habiendo evaluado el progreso del concepto de cuerpo a lo largo de la historia y de diferentes culturas, podemos realizar un cierre a esta sección del trabajo.

En la actualidad, se considera entonces al ser humano como una dicotomía cuerpo-mente, donde sólo la parte física, es decir el cuerpo material, es lo que realmente existe. Así, cuando este deja de funcionar, se considera el final de esa realidad, separando el espíritu, tan intocable como imposible de evaluar, del cuerpo. Así, el espíritu no tiene posibilidad de muerte (sino si se quiere abandono del cuerpo para algunas religiones), mientras que el cuerpo ya nace con ese final. El espíritu, como dice Juan Luis Ramírez Torres en su texto Cuerpo y dolor. Semiótica de la anatomía y la enfermedad en la experiencia humana, es creado por la modernidad y la dicotomía de Descartes para luego ser negada su existencia.

Entonces, y sabiendo esta influencia de la modernidad y posmodernidad al concepto de cuerpo, hace falta redefinir qué es la muerte. ¿Cuándo el cuerpo, la “mitad” material y evaluable del ser humano, deja de funcionar? ¿Quién está legítimamente capacitado para realizar esa definición, sin por ello entrar en sesgos que ofrece cada subjetividad? Si la definición de muerte se realiza por común acuerdo de diversas partes de una comunidad, ¿hay alguien lo suficientemente capacitado para llevar ese concepto a la práctica en situaciones no tan concisas y que requieran una evaluación más minuciosa? En el caso de Savita y su hijo, ¿sólo que el corazón del feto dejase de latir indicaba el punto definitivo entre la vida y la muerte? ¿Que ya se supiese que el feto moriría no influenciaba en nada la decisión de preservar su vida hasta el límite? ¿Era necesario que el corazón dejase de latir para poder realizar la operación avalada por una religión que ya no contempla como antes la espiritualidad? La negativa que se le dio a Savita, ¿Se hizo en nombre del catolicismo, de la justicia y los derechos, de la medicina y los principios bioéticos o de una creencia particular conservada contradictoriamente?

¿Es lo material, el cuerpo físico, visible, tangible, tan relevante como para definir cuestiones tan importantes como la vida y la muerte en todo tipo de sociedad, cultura, religión y etnia? En la medicina occidental así parece ser y eso no quiere decir que esté mal, ¿pero qué sucedió con el espíritu, esa parte separada de la dimensión física que en la actualidad es ignorada?. El catolicismo, ferviente defensor de la existencia del alma, parece dejar la decisión de quién vive y quién muere a la medicina, ya que, si bien en la actualidad no niega la existencia del espíritu, aún recae en la separación de ambas realidades y en la definición de la vida y la muerte a través del cuerpo material, ya no del cuerpo simbólico que proponía en la Edad Media.

El cuerpo ya no comunica como antes. El mecanicismo que inició la modernidad afectó tanto la concepción de cuerpo que la separación y fragmentación de los órganos ya está instalada en el pensamiento de todos. Un corazón que no late, es un cuerpo muerto. Un corazón que late artificialmente, es un cuerpo vivo. Un corazón que está teniendo sus últimos latidos está tan vivo como aquel al que está matando por seguir vivo. Estos son pensamientos basados en esa lógica, y, particularmente, es arbitrario y parcial estar a favor o en contra de cualquiera de ellos.

Pero, en el caso del último, si la naturaleza, Dios, la medicina occidental, o cualquiera que sea la base del pensamiento, ya decidió que ese corazón que aún late va a dejar de hacerlo, ¿no debería el ser humano, el médico del siglo XXI en un contexto antropocéntrico, apropiarse de su propia moral y actuar en base a la ética para el singular presente, sin por eso tener que recurrir a denegar una petición en el nombre de la religión?

Como vimos, los conceptos de cuerpo y muerte indican diferentes formas de vivir y experimentar el mundo. En el caso específico analizado se puede ver cómo la concepción de muerte de la religión católica, formada como vimos anteriormente, donde no se niega la existencia del espíritu, se entremezcló con aquella de la medicina occidental, basada en la evidencia (por lo cual la existencia del espíritu se niega hasta que se demuestre lo contrario).

El concepto de cuerpo y muerte evolucionó (sin por esto querer decir que haya mejorado o empeorado, ya que estas son concepciones morales que no le corresponde a la autora establecer). Pero la moralidad religiosa que envuelve estos dos aspectos en el caso presentado parece mantenerse en la que existía en los siglos de auge del catolicismo, generando una divergencia temporal que lleva a muchos conflictos éticos como el presentado.

A su vez, hay que reconsiderar otro aspecto. En el presente trabajo no se abordará la sanción de políticas de salud pública ni de leyes, ya que exceden los límites de los temas vistos durante la cursada. Pero en el caso analizado se ve lo siguiente: la forma en la que a Savita se le aplicó la ley de un lugar siendo ella de otra región del mundo, de otra cultura y religión, y criada bajo otros principios y experiencias de la realidad. Y teniendo esto en cuenta, habría que replantearse la siguiente cuestión, ¿las definiciones de la medicina occidental y del catolicismo, por ser mayormente difundidas, deberían considerarse tan “universalizables” y moralmente aceptadas como para que los países que las ejercen no pregonen en sus legislaciones excepciones para aquellas personas que tienen otras formas de experimentar la realidad y sus cuerpos, así como definir sus muertes? ¿Es necesario, por el bien de la igualdad (igualdad, no equidad), que todos se sometan a la forma de vida y principios morales de la mayoría, o de la minoría hegemónica?

Segunda aproximación: Principios bioéticos

Para comenzar a hablar de este tema, en necesario recordar cuáles son los principios bioéticos a los que nos referimos:

ñ  Principio de autonomía. Exige respeto por la capacidad de decisión y a la voluntad de una persona en las cuestiones que se refieran a ella misma. Es el principio más moderno y se deriva de la concepción de la libertad personal del ser humano.

ñ  Principio de beneficencia. Hace referencia al trabajo del profesional de la salud, que no debe hacer daño al paciente, y asegurar al máximo los beneficios de la asistencia, disminuyendo los daños al mínimo. Este principio muchas veces se confronta con el de autonomía, ya que lo que el médico considere beneficioso puede que no sea la voluntad del paciente.

ñ  Principio de justicia. Se trata de tratar a todos con equidad y como corresponda, para disminuir las situaciones de desigualdad de cualquier tipo.

ñ  Principio de no maleficencia. Va de la mano con el principio de beneficencia con el objetivo de que los beneficios predominen ante los perjuicios. Se trata, entre otras cosas, de no realizar perjuicios intencionadamente, por lo que dentro de sus límites entra la responsabilidad moral de avanzar en el tratamiento del dolor y evitar la medicina defensiva.

Hay que aclarar que están escritos en orden alfabético y no siguen ninguna clasificación de otro tipo. Esto es necesario ya que una de los principales argumentos de la discusión siguiente y de muchas otras realizadas en otras obras es tratar de definir, en caso de que dos de los principios se contrapongan entre sí, cuál es prioritario. Y si bien se argumentará en base a eso, no se dará una opinión certera sobre prioridades en torno a los cuatro principios, por lo que se realiza esta aclaración. Simplemente se verá la importancia de los cuatro y en qué forma estuvieron o no presentes en el caso.

Ahora bien, teniendo esta breve introducción a los principios, se analizará los mismos con respecto al caso desarrollado.

Relación entre los principios

Se nota claramente que el principio de autonomía no fue respetado, ya que la voluntad de la paciente y de su esposo era abortar, como lo demostraron con las reiteradas peticiones para realizarlo. Pero por el contrario, sí lo fue el de no maleficencia para con el feto.

Por el simple hecho de abstenerse a efectuar una operación, un profesional de la salud está efectivamente obedeciendo a un principio de no maleficencia. ¿Pero termina ahí la responsabilidad que implica este principio?

Si el objetivo es “primero no dañar”, sería contraproducente abstenerse de realizar alguna maniobra o procedimiento que aliviase algún malestar o dolor, ya que este es daño también. No por el hecho de no ser generado por el mismo profesional, lo exonera a él/ella de la responsabilidad sobre el mismo. Esto también es parte de cumplir el principio de no maleficencia.

Es curioso cómo en el caso desarrollado se respetó el principio de no maleficencia con alguien que se sabía que iba a morir, pero no se respetó el de beneficencia con alguien que se podría haber salvado. Esto no quiere decir que haya que dejar de lado una vida por más que se sepa su inminente muerte, pero en el caso en que también se sabe que otra vida puede ser salvada, ¿no sería correcto tratar de hacerlo?

En realidad, esta lógica es la que fomentó la reconocida excepción presente en la ley sobre aborto de muchos países. En el marco legal de la República Argentina, en el Artículo 86 del Código Penal, el aborto sólo tiene dos supuestos no punibles que son la violación de mujer demente o idiota y el riesgo para la vida de la madre, que no pueda ser solucionado de otra manera. Pero en Irlanda, país altamente conservador, esta excepción no estaba presente para las fechas de internación de Savita, ya que el aborto para ese entonces aún era un tema pendiente y controvertido. Por lo tanto, primaba el hecho de que era un país católico y la ley lo impedía mientras el feto siguiese con vida, no por leyes propias sobre el aborto, sino por la ley que considera la vida del feto del mismo valor que la de la madre.

Se trata entonces de un caso con conflictos éticos que no se pudo resolver por leyes sobre el propio tema que trata el caso (aborto) porque el país en cuestión no las tenía. Por lo tanto, se tuvo que “resolver” por medio de otras leyes. Sabiendo que las leyes de un país son producto de una moral construida públicamente y en base a evidencias de acción, no importa si se trata de un país católico o de cualquier otra religión, debería haberlas tenido y no evadir el tema por ser controvertido. Quedará para otra discusión el resolver si estas deberían ser tan conservadoras como el propio país que las emite o no, pero tenerlas es el primer paso para luego poder modificarlas.

Siguiendo la línea de pensamiento hasta ahora trabajada, vemos cómo religión y aborto están fuertemente relacionadas con el concepto de moral, y por lo tanto, de ética.

Dentro de la idea de modernidad se deduce que, si el hombre es autónomo, la autoridad del Estado ya no se atribuye a una investidura divina como sucedía en la Edad Media, sino a la libre resolución de los sujetos; se deduce también que la ética podrá y deberá ser autónoma. Por lo tanto, los sujetos deberán decidir la propia línea de acción a seguir. Los sujetos deberán elegir.

Respetando el principio de justicia, el profesional de la salud se asegura de que el acceso a la salud sea igualitario para todos y que todos reciban el mismo trato. Pero en el caso analizado vemos un choque entre lo que es actuar guiado por el principio de beneficencia, el principio de autonomía y el de justicia.

El de beneficencia fue respetado para el feto, pero no para la madre; el de autonomía no fue tenido en cuenta. El de justicia fue aplicado (teniendo en cuenta que se guiaron según las normas locales para tratar a la paciente) y Savita tuvo acceso a la atención y el mismo trato que los demás pacientes. Pero este mismo trato fue justamente el que chocó contra el principio de autonomía, porque Savita no quería ser tratada como católica, ya que ella no lo era.

¿Actuar según el principio de justicia implica que la atención debe ser igual para todos, sin importar lo que crea el paciente? Entonces la atención (referida ahora como el trato humano médico-paciente) no sería igualitaria, ya que a algunos se los respeta y a otros no. Para que esto pueda ser así, ese término “igual para todos” debería ser adaptable a cualquier religión. De no ser así, sería también contraproducente, ya que se estaría respetando sólo la religión local, no todas. Este principio, en este caso, se pone a prueba a sí mismo.

Pero dejar de lado el principio de justicia y priorizar el de autonomía implicaría que todas aquellas personas que quieran tener un trato mejor que los demás, deberían tenerlo. Por esto mismo, no se puede ignorar este principio tampoco. Ahí es donde entra en juego la ética de los profesionales de la salud, al decidir por ellos mismos qué plan de acción seguir. Al faltar la mediación de los mandamientos divinos en la relación entre el individuo y sus alternativas, como sucedía antes de que el hombre hiciera centro en sí mismo, pone la carga en el sujeto de responsabilizarse éticamente también respecto del mundo.

Por otro lado, el principio de justicia no sólo aplica al acceso a la atención y a la relación médico-paciente, sino también al acceso a los tratamientos posibles de realizar. Como explica Barbero Gutiérrez  en Sufrimiento y responsabilidad moral, “hoy se convierte en un imperativo moral la consideración del tratamiento del dolor como una prestación básica en el sistema sanitario y la transmisión a la sociedad de mensajes sanitarios correctos respecto al tratamiento del dolor”. El dolor, fuertemente asociado al sufrimiento, es responsabilidad de los profesionales de la salud, tanto directa como indirectamente. Y, siendo además aceptado por el paciente, el tratamiento contra este es la práctica que, por excelencia, representa las cuatro obligaciones de los profesionales: respetar la autonomía del paciente, hacer beneficencia, atender con justicia y no realizar maleficencia, representadas como los principios bioéticos.

Pero en el caso de Savita, ¿dónde se aprecia la buena implementación de este tratamiento? ¿En aplicar calmantes para los nociceptores? ¿Termina ahí la obligación moral? ¿Y qué sucede con el sufrimiento que le generó a la paciente saber que, no sólo ya podía considerar a su hijo muerto, sino que además los médicos no hacían lo que era necesario para salvarla a ella? Puede ser que físicamente no haya sido capaz de sentir dolor, expresado este como percepción de receptores sensoriales, pero sin lugar a dudas fue una experiencia traumática con mucho sufrimiento. ¿Dónde estuvo la ayuda médica en ese aspecto? ¿Se puede considerar al tratamiento que se le dio “justo”?

Se podría concluir entonces que la aplicación de los principios de beneficencia, justicia y no maleficencia está muy cuestionada, y el principio de autonomía fue directamente denegado. Por lo tanto, viendo el panorama descripto y a opinión de la autora, no hay necesidad de ver qué principio fue el prioritario porque antes que la salud de la paciente, se priorizó un mandato moral religioso centenario. Y que ni siquiera era compartido por la paciente, sino que era del lugar donde fue atendida.

Esto nos lleva nuevamente a cuestionar la inexistencia de leyes sobre el aborto adaptadas a la actualidad de un mundo donde la ciencia, la tecnología y la diversidad cultural no dejan de evolucionar con las bases de la modernidad. Esta inexistencia implica, entre otras cosas, un estancamiento en la evolución de la moral con la que se guía una sociedad como la irlandesa.

Reflexiones Finales

El catolicismo se opuso al aborto en primeras instancias con el argumento de que el alma inmortal se incorpora al cuerpo al momento de la concepción, por lo tanto esta no se debe evitar. Luego este concepto se modernizó al dejar a la ciencia establecer en qué período de la gestación sucedía esta fusión cuerpo-alma, siempre estableciendo una división entre los primeros períodos de cuerpo informe y los últimos (se creía que el alma entraba al cuerpo entre la semana 6 y la 13 de gestación). Se le dejó a la ciencia moderna decidir cuándo el alma (una realidad que la ciencia moderna niega) entra al cuerpo, para que luego el catolicismo decidiese cuándo el aborto era o no homicidio del feto. ¿No sería eso, entonces, decisión de la modernidad?

Luego, el catolicismo se opuso al aborto porque se dijo que desde el momento de la fecundación, se crea otro ser con alma, y por lo tanto, matarlo en cualquier momento de la gestación sería lo mismo que asesinato u homicidio. Esto se dilucidó en base a descubrir la existencia del ADN y todas sus características, otro descubrimiento de los avances de la modernidad.

Por otro lado, la modernidad estableció la existencia de los principios bioéticos que, de cualquier forma que se lo viese, no avalaron el tratamiento recibido por Savita. Para el catolicismo sería asesinato realizar un aborto, pero no lo sería dejar morir a una persona. Sin mencionar que el aborto, de cualquier forma, iba a ocurrir por causas patológicas no voluntarias. ¿El quid de la cuestión se centra entonces en la participación activa en el proceso? ¿Depende de la intencionalidad? ¿Pero la intencionalidad de dejar morir a alguien no sería igual de violenta y moralmente cuestionada?

A su vez, la modernidad no reconoce la existencia del alma, argumento base del catolicismo para el rechazo del aborto. Por lo que, para la modernidad, científicamente avanzada y separada de las concepciones abstractas de la religión (como la idea de un alma), el aborto es cuestionado por el hecho de matar a un ser humano. Por eso mismo, hay leyes que sólo lo despenalizan cuando el no hacerlo tenga consecuencias peores que hacerlo, todo esto bajo las concepciones científicas y morales actuales (qué se considera cuerpo, cuándo se considera muerte, qué valores éticos y morales rigen el entorno, todo dentro de un contexto antropocéntrico). También presenta diferencias entre las legislaciones de los distintos países, pero poco a poco, cada nación ha ido aceptando que el aborto no siempre implica el desinterés por la vida del feto, sino que a veces hay que decidir entre dos seres humanos, dos personas, y a veces la opción elegida puede no ser el feto.

Esto no quiere decir ni por casualidad que todo aborto debería ser éticamente aceptado, sino que el caso presentado, al ser un singular exento de la moral universal, debería haber sido tratado con la ética que le corresponde como caso singular, no con la moral establecida hasta ese momento, que no lo contemplaba. Quiere decir, no que la moral católica está errada o que la occidental-moderna está en lo correcto, sino que ambas deberían dejar de trabajar para un particular y fusionarse en pos de un universal mayormente aceptado y bioéticamente más aplicable, generando una moral más tolerante y humanitaria. Por supuesto, tender a abarcar el universal es más que utópico y perseguir este objetivo puede llevar a nada, pero no hacerlo no va a hacer que cambien los aspectos de la sociedad que necesitan ser cambiados.

¿Por qué en esta ocasión no se le dejó la decisión a la modernidad, como sucedió en ocasiones anteriores? ¿Cuándo el catolicismo lo hace y cuando no? Da la apariencia de que la modernidad, con todos sus pros y sus contras, por lo menos tiene ciertos criterios de conducta que respeta y bajo los cuales se maneja, mientras que el catolicismo ve muchas de sus acciones contradictorias o cuestionables. Aparentemente, como están planteadas, las bases del catolicismo son incompatibles con las de la modernidad.

Bibliografía

Ramirez Torres, Juan Luis. Cuerpo y dolor. Semiótica de la anatomía y la enfermedad en la experiencia humana. Primera parte: el cuerpo, historia y culturas del cuerpo humano.

Appadurai A. La modernidad desbordada. Buenos Aires: Ediciones Trilce, 2001.

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Jonas, H. Il diritto di morire. Genova: Il Nuovo Melangolo, 1991, p. 36-37

Barbero Gutiérrez, Javier. Sufrimiento y responsabilidad moral. En humanitas n 12

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Franco, V. Etiche possibili. Roma: Donzelli, 1996, p. 8.

Mellado Ana. Irlanda estrena su primera ley de aborto. ABC [sede online]. Londres, 02 de enero de 2014 [citado el 30 de enero de 2014]. URL disponible en: http://www.abc.es/sociedad/20140101/abci-irlanda-aborto-despenalizacion-201401011849.html

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2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina

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Paulo Catanzaro, estudiante avanzado de la Escuela Superior en Ciencias de la Salud. UNICEN

Recibido: 30/05/2014

Aceptado: 18/07/2014

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Resumen: Este trabajo intenta analizar las condiciones del pensamiento médico actual y como éstas influyen sobre el concepto de eutanasia. Se explican las distintas corrientes ideológicas, la ética y moral del profesional de salud en las distintas épocas y como éste se ha enfocado y ha afrontado cuestiones como la muerte y el sufrimiento. Se describe al paciente como persona, ciudadano y consumidor del servicio de salud y la influencia que este ejerce sobre la práctica médica.

Finalmente se realiza una reflexión ética para poder comprender estas cuestiones, dando lugar a posibles respuestas de cómo debe actuar un médico ante el pedido de un paciente por morir.

Palabras clave: Subjetividad; cuerpo, modernidad, medios masivos de comunicación, muerte, eutanasia, sufrimiento, dolor, medicina.

Abstract: This paper attempts to analyze the conditions of the current medical thinking and how they influence the concept of euthanasia. Different ideological trends, ethics and moral health professional at different times and how it has focused are explained and has addressed issues such as death and suffering. Patients as persons, citizens and consumers of health care and the influence this has on medical practice is described.

Finally ethical reflection to understand these issues is performed, resulting in possible answers of how a doctor should act on the request of a patient to die.

Keywords: Subjectivity; body, modernity, mass media, death, euthanasia, suffering, pain medicine.

Introducción

La sociedad científica médica reconoce la amplitud y la complejidad del conocimiento necesario a la hora de elaborar determinados diagnósticos y llevar a cabo terapéuticas sobre los mismos. Las mismas nociones sobre conceptos biomoleculares, que a pesar de que intentan o aspiran hacer de este tipo de conocimiento un saber exacto, reconocen la fragilidad de sus afirmaciones y teorías. Las concepciones biologicistas fomentaron una corriente de ideas que llevó al personal de salud a adoptar el modelo predominante actual, eje de la profesión médica, conocido como biomédico. En los mismos pilares, donde se centra la solidez de este modelo, se afirma que este tipo de saber admite la posibilidad del error y del fracaso, y, además, la probabilidad de que fuerzas desconocidas e incontrolables puedan distorsionar la aplicación del saber en la terapéutica. No existen garantías o pronósticos 100% exactos en el comportamiento del cuerpo en cuestiones de salud. Aún la genética, uno de los paladines del modelo, ejemplifica esta cuestión; en el 99,9% de certeza de sus estudios, admitiendo la posibilidad del error.

La relación médico-paciente está bajo cambios, producto de la crisis que el mismo modelo generó. La soberbia del profesional y la confianza a casi ciegas del paciente produjo el inevitable fracaso de numerosos casos; que demostrando la ineficacia de la práctica médica por reducirla a cuestiones meramente biologicistas no pudo enfrentar ni comprender la naturaleza de las problemáticas que exceden a este encuadre.

Se generó una desconexión con la realidad y se deshumanizó al hombre, construyendo al enfermo, como un algo menos que pierde su condición de persona, en un objeto, un cuerpo-carne. El enfermo es persona y ésta es subjetividad. La medicina biomédica rompe el nexo del cuerpo con el intelecto (espiritualidad-alma), cualidad propia de la condición humana. La división de lo indivisible, lo orgánico de lo psicosocial, fomentó que el médico tomara lugar sobre el cuerpo del prójimo que dejó de ser prójimo. El cuerpo-carne no tiene voluntad, no decide. Por ende, se creó este juego con estas reglas, el paciente cedió involuntariamente o inconscientemente las facultades y libertades de su propio organismo a aquel responsable de curarlo. Y esto fue lo que desencadenó el mal, el abuso y el fracaso de la medicina biomédica.

El sufrimiento del otro es más fácil de cargar y por ende es más fácil experimentar y decidir de manera fría y ligera sobre la vida ajena. El médico puede negar, dar la espalda, no mirar o menospreciar el sufrimiento ajeno con el fin de adquirir mayor fortaleza emocional y firmeza para continuar con su praxis. El no reconocer el sufrimiento del enfermo deshumaniza tanto al que padece por ser menospreciado como al que menosprecia por perder cualidades propias de la condición humana. Ignacio Lewkowicz dijo: “la negación niega la negación misma”. Conscientemente, la negación termina generando lo inconsciente, el negar la negación. La negación miente, engaña y termina por confundir a quien la practica. Y la mentira del modelo, es que el enfermo es cuerpo-carne, que las demás experiencias humanas, incluyendo al sufrimiento, entorpecen y dificultan el diagnóstico médico. La bibliografía médica dictamina cuales son los síntomas, las enfermedades; entonces se aceptó que, en el ejercicio de la profesión, lo que se escapa o se aleja de lo escrito es una distracción sin sentido.

Aunque no de manera directa, se ha fomentado la idea de que la formación médica otorga poder, a aquel que la recibe, de imponerse por encima de la voluntad del paciente. Quien decide sobre las cuestiones de salud debe ser “quien sabe”, el médico. Siendo notorios los problemas de esta cuestión, los gobiernos legislaron con el fin de regular y poner límites al abuso de la actividad médica a favor de la autonomía de sus ciudadanos.

Hoy el paradigma está en crisis, y se enfrenta a un nuevo modelo de medicina conocido como biopsicosocial. La medicina busca reformarse teniendo una nueva mirada sobre la salud y el enfermo. Se reconocieron algunos de los fracasos del pasado y se pretende dar respuestas y soluciones a los mismos. A partir de esto, se ha descubierto cómo el sistema neuroendócrino, a partir de los estados anímicos, tiene correlato directo sobre cuestiones de salud; demostrando el error de la medicina dualista. Asimismo, además, se reconoció científicamente al efecto placebo; que confirma como el simbolismo y las metáforas que las personas otorgan a la enfermedad influyen sobre las cuestiones de salud. A pesar de los cambios y las nuevas corrientes ideológicas, el personal de salud, su mayoría, se formó y educó con las bases biomédicas. Es simple encontrar los ideales biomédicos aún presentes. Por lo cual, este marco situacional determina que el profesional de salud se encuentre inmerso en un mundo donde los ideales, principios y valores confunden y obstaculizan en cuanto a ver lo obvio, que el enfermo es persona, un semejante, y que el conocimiento médico aún por amplio que parezca no es suficientemente para invalidar con ligereza la voluntad del paciente. Cualquier decisión, cualquier elección, plantea incertidumbres. Existe el riesgo de la posibilidad de que aparezca un efecto adverso o de que la toma de una decisión no sea la correcta.

Los casos de eutanasia son cuestiones que entran en juego a esta puja de ideales y modelos de medicina. Son situaciones extremas, pero estadísticamente frecuentes, que ponen a prueba al profesional no sólo en su formación y nivel de instrucción académico sino, además, su integridad moral y ética. Las posturas son varias acerca de qué debe hacerse cuando el paciente decide morir, o pide morir; y creo que no existe una sola respuesta que alcance la complejidad de las singularidades de los casos. Por esto el objetivo de esta redacción es intentar describir la problemática ética de la situación y contribuir a facilitar su análisis.

Cuerpo y subjetividad contemporánea

El cuerpo humano es una realidad existencial del hombre que se puede conceptualizar como una estructura, en la cual se interrelacionan procesos biológicos, psicológicos y sociales. El cuerpo es y se hace; por lo cual, existen procesos intrínsecos y extrínsecos que lo determinan. Yo soy pero el entorno también me hace, y viceversa. Mis emociones, mi percepción sensorial y mi intelecto, que a su vez influyen sobre mis estructuras biológicas, se forman en relación directa e íntima con el entorno social en el cual me encuentro inmerso. La salud, entonces, debe ser conceptualizada desde estas perspectivas. El médico necesita entender y aplicar en su práctica esta concepción, dejando de lado los estigmas de la ciencia positivista y la medicina biomédica.

No se debe ignorar cómo los procesos psicosociales influyen sobre la salud de la persona. Un ejemplo de esto es cómo el estrés genera cambios sobre las estructuras nerviosas y demás tejidos del organismo. La salud mental del paciente en función de lo psicosocial, puede condicionar la biología y viceversa.

Prefiero, sin embargo, que se deje de lado la concepción del cuerpo, porque un médico atiende a personas; y, entonces, este tipo de lenguaje confunde y desvía del saber. La persona es la que enferma, padece y muere. Por lo cual la salud debe definirse obligatoriamente desde la perspectiva de la persona y no desde el cuerpo. La interacción de los procesos biopsicosociales determina que el cuerpo es un todo indivisible conformando y perteneciendo al ser humano. La cultura, la religión, el lenguaje y demás cuestiones que conforma la subjetividad del hombre determinan el significado que éste le atribuye a la enfermedad y a la salud. Entonces, como las construcciones psicosociales de los individuos influyen sobre las cuestiones de salud es necesario que también sean consideradas por el médico.

Lo que se define como patológico no necesariamente corresponde a lo existencial y estructural de la biología. Quienes perciben y construyen la enfermedad como tal, se encuentran bajo la influencia de los procesos socioculturales que se encuentran inmersos. Un ejemplo es como la condición homosexual, el racismo y demás construcciones de la cultura de la época, fomentaron la determinación de los conceptos de enfermedad y de patológico sobre el fundamento de una visión sociocultural y no sobre cuestiones estrictamente científicas.

La subjetividad del individuo es plástica, mutante y con cualidades singulares. Por lo cual si la salud se encuentra en interacción con la percepción del individuo, se debe reconocer la importancia del rol que ejerce. Los positivistas y la medicina biomédica intentaron imponer el dogma de que el científico debe ser objetivo, sin embargo está demostrado como aún por más que uno intente serlo, no puede alcanzarlo y la subjetividad se impone. Todas las experiencias de la vida determinan la singularidades de nuestra persona y como damos significado e interpretamos la realidad.

Aquello que determina el orden de pensamiento de una sociedad, el cual es el producto de la corriente ideológica de determinado momento, se entiende como la subjetividad de una época. Hoy en día conviven distintas ideas con respecto a cuestiones de salud. La subjetividad capitalista, con respecto al cuerpo humano está siendo remplazada, en cierta medida, por la subjetividad contemporánea. Contrarias en su naturaleza, en propósitos y sentidos; una determina que la felicidad esta en el progreso mediado por la productividad y la otra, respectivamente, que el acto de consumo es el responsable de vivificar la existencia humana. En la subjetividad contemporánea la felicidad se determina por el consumo y éste por el dinero. Se eleva al mercado como la institución que ordena al mundo, dejando al Estado, la Iglesia, la Escuela y la Familia, como entes subordinadas para administrar y dar cumplimientos a los deseos del consumo. Si bien no es la única fuerza que ejerce acción sobre la opinión pública es la que mayor poder tiene. Hoy conviven distintas maneras de interpretar y percibir la realidad humana. Distintos autores describen al cuerpo humano, desde la visión capitalista, como una fuerza de trabajo; que el sentido de productividad confiere al ciudadano el significado de la vida y de esta manera se determina los roles y relaciones sociales. El orden social, entonces, según esta visión, estaría determinado por el cuerpo como fuerza y poder de trabajo y la productividad como herramienta del progreso y la felicidad. Si bien estas ideas pueden tener algo de verdad, no creo que se determinen los roles y las funciones en la sociedad actual de tal manera. Si todos buscáramos ser productivos porque esto nos determina un mejor status social, y en esto el progreso individual y la felicidad, los roles sociales deberían corresponderse a esta idea pero, sin embargo, esto no sucede. En el mundo contemporáneo existe la trampa, donde el que tiene poder no produce sino consume, utiliza y abusa. Se destruye al medioambiente, se deja de pensar en el futuro. Y esta metáfora del hoy y la conducta impulsiva son llevadas aún a cuestiones de la vida cotidiana y de la salud. La visión del cuerpo como una construcción social que aparece del entramado de las relaciones productivas cooperativas es una ilusión. No es necesario trabajar ni producir para obtener dinero, lo cual determina el poder del consumidor. Esta es la paradoja del mundo actual. La contradicción de lo que debiera ser con lo que es.

Los medios masivos y el marketing han influido sobre la opinión pública colocando al acto de consumo como reflejo de poder y felicidad, por lo cual se nos infiere la idea de que el dinero mueve a la sociedad. Terminamos comprando y consumiendo cosas que no necesitamos. Y esto no es que voluntariamente se apruebe o se simpatice pero sucede. Se estigmatizan la adicción y el capricho pero se promueve la conducta impulsiva que las desencadena. En la ignorancia y en la ausencia de moralidad y de pensamiento crítico; el egoísmo fomentado por la misma cultura individualista e impulsiva que fomenta el consumo, genera desigualdades, injusticias y desequilibrio. Aunque la moralidad cristiana del amor al prójimo sea aceptada de manera popular; esto no quiere decir que las sociedades la apliquen. El amor, paradójicamente, es una cualidad estimada por la sociedad pero por otro lado contraria a la subjetividad contemporánea del mundo capitalista, al mercado y al consumidor. Mucho se habla de los males del presente pero aún el hombre, en su conformidad, no cambia de actitud.

La subjetividad contemporánea determina la forma de vivir de las personas y por ende a su salud. Las cuestiones morales también se encuentran bajo influencia de estas ideas. Es necesario considerar el significado que se da a las construcciones simbólicas de los conceptos de salud, vida, muerte, sufrimiento y dolor desde las distintas perspectivas que fueron evolucionando en las distintas culturas hasta la particularidad de la época actual.

Eutanasia y sufrimiento

Eutanasia es una palabra de origen griega que, en las culturas greco-romana, se refería al estado mental o espiritual de la persona en su momento final; si ésta se encontraba serena, autocontrolada, psicológicamente equilibrada. La eutanasia era una forma de morir, no un acto que producía la muerte. Más tarde esta cuestión se diferenció de las prácticas en donde se adelantaba u ocasionaba la muerte, denominándose eutanasia pasiva y activa a los respectivos casos.

La paradoja de la época se enfocaba sobre cuestiones del orden de lo natural y la naturaleza, para lo cual se determinó que morir era un fenómeno natural del hombre, entonces se sostenía que ayudar esta naturaleza en el sentido de ayudar a la persona a alcanzar una buena muerte era lo recomendable y por otro lado, si la muerte y aún el sufrimiento son naturales por ende no se debía intervenir en el desenlace de lo mismos, ya que estos tienen un significado y un sentido propio a la existencia terrenal.

Luego, de la constitución del cristianismo como religión oficial del imperio romano en el siglo IV, el catolicismo surgió y los valores pro-vida judeo-cristianos transformaron la opinión pública. Estas ideas pro-vida terminaron en argumentaciones como que el momento y las circunstancias de la muerte se hallan en las manos de Dios. El suicidio entonces fue concebido como incorrecto por corromper el espíritu de los creyentes e ir en contra de la voluntad de Dios y además a oponerse al principio básico en favor de conservar la vida. Tanto las ideas greco-romanas como las catolicistas en favor de no interferir en el desenlace de lo natural o aquello que es voluntad de Dios, se justificaban en que la muerte y el sufrimiento otorgan virtud a aquel que los parece. La conducta valiente de enfrentarlas era ejemplar. Rom 5:3: “Nos glorificamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza”. El dolor y sufrimiento de Jesucristo crucificado se volvieron inspiración para algunos; que, incluso, se autoflagelaban con el fin de agradar a Dios. El humanismo renacentista del mundo católico, dejando de lado el justificativo del sufrimiento como castigo del pecado y orden establecido por lo divino, determinó como más natural la buena muerte. En su nuevo rol: el médico debía aliviar el dolor causado por el estado <<no natural>> de la enfermedad. La ciencia y la medicina, entonces, podían reiterar o interrumpir los tratamientos innecesarios para las situaciones en que la enfermedad se percibía como irremediable.

En la actualidad existen concepciones y legislaciones distintas con respecto a la eutanasia. En las sociedades de una misma nación, se han tomado los valores morales y las experiencias del pasado según su cercanía ideológica y de esta manera se influyó sobre determinadas leyes y ordenanzas establecidas.

Más allá de que se haya autorizado en algunos países la eutanasia, respaldando y sustentando el derecho del paciente terminal a optar por la no iniciación o la irrupción de tratamientos innecesarios; aún, incluso, si al hacerlo estos aceleran el desenlace fatal de la enfermedad, existe el límite en causar la muerte de forma activa e intencionada. Pero, paradójicamente, se puede generar un coma farmacológico, lo cual es una experiencia semejante a la muerte, con el fin de evitar el dolor. Esta situación y realidad de los pacientes que optan por morir es controversial por los principios morales de los individuos que entran en juego. Sin embargo creo que es necesario resaltar que la noción de eutanasia aceptada está fundada en la idea de que es una forma de morir y no el acto mismo de poner fin a la vida.

La concepción ideológica de que en la situación extrema y extraordinaria del paciente terminal, las personas pueden optar por aceptar y adelantar el fin de su existencia entra en choque con la cercanía de la conducta suicida. Y por esto se genera la controversia y el choque de posturas. El problema se da en la similitud de la temática pero a pesar de esto, los actos son distintos. El suicida elige morir, quiere morir; mientras que el paciente terminal no puede elegir, la muerte se le impone y éste aceptando lo inevitable opta morir de mejor manera.

A partir de la eutanasia en los casos de enfermos terminales surge la cuestión de qué hacer con las personas que sufren y no puede revertir su situación y que también piden morir. ¿Qué hacer con los pacientes que por su condición de enfermos crónicos, no pueden revertir el dolor, el malestar, la incapacidad, etc.? ¿Cómo definir con certeza suficiente cuando el mal en el que se encuentra inmersa la persona justifique el fin de su existencia? ¿Debería un ciudadano tener el derecho de suicidarse?

El dolor y el sufrimiento son experiencias comunes en la humanidad. Han estado presentes en el desarrollo y crecimiento de las sociedades y sin embargo el hombre, superando situaciones adversas extremas, ha demostrado una fuerza intrínseca por querer vivir. El dolor es una experiencia subjetiva, sensorial y emocional, asociada a padecer daño o perjuicio; mientras que el sufrimiento, además de ser una experiencia semejante, carece de sentido.  Esto puede explicarse con la siguiente frase de Víctor Frankl: “El dolor pide calmantes, el sufrimiento reclama sentido”. La persona puede cargar con el dolor, si es que encuentra un propósito que amerite el soportarlo; mientras que con el sufrimiento la persona se debilita biológica y psicológicamente. Esta concepción puede permitir entender y concebir las diferencias entre conductas resilientes y el distrés. Si ante una situación adversa, la persona puede encontrar el sentido, puede hacerle frente; mientras que si no lo hace se consume. El dar sentido o comprender la violencia del dolor padecido se produce un alivio al temor de lo desconocido del mal que se padece. Al darle nombre y significado a la causa del mal se restablece la iniciativa del paciente y se anulan las hipótesis negativas que alimentan la ansiedad y la intensidad del sufrimiento. En caso contrario la persona puede alcanzar el punto de ser física y mentalmente incapaz de lograr algunos de los objetivos que considere fundamentales en su vida y, entonces, por este estado de malestar y confusión, perder la conciencia y voluntad, al límite de hacer que ésta pida morir. Los estados afectivo-emocionales, como ansiedad, angustia o agitación, pueden deformar la percepción y la personalidad o estructura psicológica del paciente. Es por esto que el sufrimiento desmedido destruye la voluntad y  la conciencia del hombre y que el pedido de morir tenga un significado distinto de ayuda desesperada contra el hartazgo del mal que lo corroe.

La vida está sujeta al sentido de un propósito, la felicidad. Si la esperanza de alcanzar la felicidad muere, el ser muere. ¿Si hipotéticamente, la vida humana fuera un sinsabor inmerso en el sufrimiento sin oportunidad de revertir esta situación, quién quisiera vivir? ¿A quién le gusta sufrir, o quién lo elige? ¿Y si el sufrimiento se impone y uno no puede cambiar esta condición ni hoy ni mañana, por qué vivir? ¿Si éste ocupa la mayor parte de la vida y el posible porvenir “bueno” no es lo suficiente o no vale la pena para soportar aquello que aflige, qué sentido tiene tolerar o forzarse a buscar el bienestar futuro, si en el fin uno muere y deja de existir? Uno no se pregunta o racionaliza estas cuestiones. Siente. Vive intuitivamente, sensualmente. Por eso mientras se está anímicamente bien, se vive por inercia, se busca continuar de la misma manera, sintiendo y experimentando lo que uno cree que le hace bien. Por lo cual, lo común es cumplir con la moralidad a favor del deseo de vivir. Pero cuando lo adverso se presenta se busca huir y cambiar esta realidad. Al no poder hacerlo, se busca un sentido y una respuesta al porqué continuar. Y, entonces, surge la cuestión de porqué vivir para sufrir si todo fuera para nada. Porque si cuando uno muere, todo se termina, todo deja de importar, ya se sea rico o pobre, inteligente o no, feliz o no; se termina en la nada y se deja de ser. Todo pierde sentido.  Por esto si se adelanta la muerte se evita el posible sufrimiento; pero a su vez, se pierde la posibilidad de alcanzar situaciones futuras de felicidad. ¿Cómo medir o hacer un balance real de la felicidad y el sufrimiento de la existencia humana? Si hipotéticamente se pudiera hacer y se razonaran las posibilidades que se tienen de alcanzar la felicidad y se concluyera que el sufrimiento es o va a ser irremediable; entonces, el poner fin a la vida parece ser lo inteligente. Pero no hay nada seguro en lo futuro. Se puede creer que lo seguro es el malestar del hoy y que no aparenta cambiar. Y si la certeza es que lo que venga no remedia, ni cura, ni consuela el vacío del malestar del existir, y si todo termina en la nada, de qué sirven las buenas o malas experiencias que se puedan tener en la vida. Si se muere o se deja de ser hoy, mañana o dentro de miles o millones de años, nada vale, todo pierde sentido. La vida, con todo lo que implica, pasa a ser vanidad. Entonces, a partir de esto, afirmo que la vida se encuentra sujeta al propósito de la felicidad, pero también, asimismo, al de la eternidad. Mayor es el peso de la primera para la voluntad del ser porque la condición humana determina primero sentir. Pero, luego, pensando me doy cuenta que aún la felicidad de un período no justifica la existencia. Porque por más que se ponga en la balanza los momentos buenos con los malos y resulten más los primeros, si se deja de existir, nada tiene sentido. Y sé que lo que veo y entiendo son matices más o menos oscuros de lo que en teoría concibo por realidad. Aún por más objetivo que intente ser, mi punto de vista puede no considerar el todo; puedo estar equivocado. Mi moral, mis ideas, mis símbolos, mi percepción puede colapsar y cambiar. En mi universo, el código con el cuál ordeno mi pensamiento, admito la posibilidad de la existencia de las singularidades de situaciones desconocidas que puedan irrumpir y cambiar, éste, mi saber previo. Que surjan excepciones a las reglas establecidas y/o nuevas leyes que modifiquen aquello que concibo como particular al hoy y, entonces, se amplíe o modifique mi código moral. Por lo cual, mi universo me dice que la moral no es universal, porque si lo fuera no colapsaría como lo hace y que mi saber rige en cuanto tenga validez y no se compruebe lo contrario.

Pero lo que con cierta seguridad sé es que si una persona pone fin a su existencia es el fin de todo. Y yo creo que todo ser, intuitivamente, quiere vivir y quiere ser feliz. Si aun por complicada que sea la condición del paciente, la enfermedad o el mal, el poner fin a la vida implica el final de todo; se pierde la esperanza de recuperación o la posibilidad que esa persona pueda superar el mal. Aún la ilusión y la esperanza mientras existan, por poco probables que parezcan, obligan a la persona a luchar por vivir. La idea de la posibilidad de alcanzar la eternidad, o cualquier otra que amerite y de valor, sentido o propósito al sufrimiento vivifica la existencia. Este futuro que no se conoce, esta ignorancia del porvenir, otorga la posibilidad de la libertad del imaginario, dentro del límite del orden del pensamiento científico, de concebir la inmortalidad y la felicidad como posibles; o de aceptar cualquier otra noción o idea, dando sentido y justificando la existencia del hombre. Si se lo hace, se fortalece y se libera  al individuo del mal de la duda, del sinsentido que consume y se valida y justifica el resistir al malestar. Es por eso que, a mi criterio, se encontraría, tal persona, ahora obligada por la conciencia a optar por luchar y vivir en búsqueda de alcanzar la esperanza de las cuestiones que vivifican la existencia del hombre. Pero, sin embargo, el riesgo ante lo desconocido, la ignorancia e incertidumbre implican que no puedo obligar o forzar a hacer pensar o desear a alguien algo que a mí me parece. Vivir tiene que ver con la calidad de vida de la persona. Reconocer la dignidad de la persona y como ésta, en su diferencia, concibe y define a la vida es primordial para tratar o hablar sobre la autonomía del paciente.

Es decir que la óptica de lo anterior conlleva al médico a focalizarse en la lucha contra el sinsentido. La ansiedad que se produce destruye al paciente, por esto es necesario aclarar que a pesar de que el sufrimiento no tenga sentido y que sea una realidad, no significa necesariamente que la vida deje de tenerla. La idea del fracaso generalmente conlleva al sinsentido; por lo cual, el profesional puede dar testimonio de algo que es capaz de hacerse incluso cuando se fracasa. Torres Quiroga mencionó que el problema no está en si es posible un mundo sin mal o no; ya que resulta clara su inevitabilidad, sino si merece la pena el mundo y la vida a pesar del mal que lleva consigo.

La voluntad de vivir es una cuestión sumamente singular y subjetiva. La salud mental y tanto los factores protectores de la misma son de suma importancia para poder hacer que la persona pueda encontrar, en el límite de la situación que padece, las respuestas y los sentidos que alivien su sufrimiento. La paciencia, la tolerancia, el equilibrio emocional son herramientas y cualidades que fortalecen y permiten alcanzar la construcción de estos nuevos símbolos sobre la enfermedad, el dolor, la vida y la muerte. La importancia de cómo cada persona interpreta estas cuestiones es de suma relevancia a la hora de entender qué es lo que está pidiendo o necesitando alguien que pide morir. Es necesario entender que las personas construyen distintos símbolos e interpretaciones a partir de hechos iguales y que estas construcciones, no sólo influyen sobre el estado anímico del paciente, sino sobre su voluntad y también sobre su salud. Por esto es importante considerar la realidad del sujeto que sufre, reconocer en éste su dignidad y diferencia para poder tomar decisión alguna.

 

Reflexiones Finales

Los debates médicos y jurídicos ya no versan tanto sobre el carácter lícito o ilícito de la eutanasia, sino más bien sobre su mayor o menor conveniencia en casos concretos, sobre las normas que deberían regular su aplicación y sobre su  aceptación social y política.

Si se considerara al prójimo, su situación, su realidad, su percepción, sus símbolos, su cultura, su religión y sus intereses en la postura de no hacer al otro lo que uno no desearía que hicieran consigo mismo se cumplirían, y además se podría incluso ordenar el pensamiento ético del profesional de salud bajo, los 4 principios básicos según Beauchamp y Childress: No maleficencia, Justicia, Beneficencia y Autonomía del paciente. Poner fin a una vida, mas allá del debate ético, debiera ser justificado con argumentos sólidos y claros a favor del principio general de la vida y de la dignidad de la persona oponiéndose a conductas cobardes e impulsivas cercanas al suicidio (principio de beneficencia). Se debe considerar la dignidad de la persona y excluir las prácticas innecesarias que no garantizan una cura para la enfermedad ni otorgan alivio satisfactorio para el sufrimiento (No maleficencia). Además se debe considerar la autonomía del paciente que es un ser subjetivo con una realidad propia. Un médico no puede obligar a una persona a hacer que ésta desee vivir o pierda el deseo de morir. Es tarea difícil condicionar el pensamiento y los sentimientos de una persona. Y la autonomía se fundamenta principalmente en la ignorancia del saber médico. Sujetar un paciente ante el capricho de sostener a todo costo, sin considerar el sufrimiento que se genera, con el fin de perpetuar la existencia física, puede ser considerado moralmente incorrecto. Incluso es el ejemplo más aceptado para el principio de no maleficencia. La equidad de la práctica médica, el principio de justicia, debe estar focalizado en que el médico debe ser en su accionar constante e igualitario para con todas las personas indiferentemente de su condición socioeconómica, género, cultura, etc.

El temor de generalizar la eutanasia promoviendo conductas suicidas creo que es una paranoia que desvirtúa el mismo propósito y desmerece el fundamento de la práctica. La eutanasia no irrumpe el derecho o el respeto a la vida humana, si es que se considera la práctica desde el punto de visión de la génesis de su significado, como una forma de morir dignamente y no de ocasionar la muerte. Quien destruye no es el médico o la persona sino la enfermedad. Ante el desenlace fatal inminente se reconoce el sufrimiento del paciente y se le otorga dignidad a su muerte. Es necesario e importante conceptualizar la eutanasia no como una herramienta para evitar el dolor sino como una práctica que se da lugar en situaciones extremas y extraordinarias, donde las reglas morales del acto médico colapsan dando lugar al debate ético, aceptando los límites de la ciencia y la muerte como realidades.

La vida de un ser humano no debe confundirse con la existencia biológica o resumirse exclusivamente al funcionamiento de determinados tejidos y/u órganos. La persona y el cuerpo no son sólo biología. Es por esto que el sentido de beneficencia debe ser considerado desde la perspectiva de la dignidad del ser y de su diferencia. Invalidar la conciencia moral y voluntad del otro para imponer las propias es otra cuestión ética, donde la responsabilidad moral del médico tambalea frente a la autonomía del paciente.

La medicina actual no es una ciencia a ciertas, y jugar a la lotería con la vida es algo muy cuestionable. Las ciencias estadísticas afirman demasiados errores bajo intereses personales y económicos. Entonces, ¿Cómo determinar con suficiente exactitud e imparcialidad, desde el sistema de salud, que un caso sea o no terminal o que el desenlace fatal de la enfermedad sea un hecho o no? Las encuestas y los números, sobre eutanasia, pretenden ordenar y hacer lo particular de algunos casos en algo general. Terminan frivolizando la cuestión de la complejidad de cada caso y pretenden marcar una tendencia sobre algo sumamente singular de la persona como lo es el deseo por vivir.

Los profesionales de salud deben considerar la diferencia entre dolor y sufrimiento y que ambas son experiencias influenciadas por la subjetividad singular de cada persona. Y ante el interrogante de qué hacer ante un paciente que pide morir, la primer actitud que se debe tomar es escuchar atentamente y entender cuál es el marco situacional de la realidad de esa persona. Muchos médicos se esfuerzan en demostrar que el sufrimiento puede y debe ser controlado; que se puede llegar a su raíz, cambiar su significado y que su final puede ser previsible. Sin embargo, numerosos pacientes cancerosos, todavía en la actualidad, no pueden lidiar con el dolor y el sufrimiento producido por la enfermedad. No obtienen un alivio satisfactorio a pesar del abanico de terapias y medicamentos que se les ofrecen. Y aún, la obsesión del médico en la lucha a favor de la vida, termina contrariamente sometiendo al enfermo a tratamientos innecesarios donde se potencia y magnifica el malestar del mismo.

Además, es muy frecuente que pacientes por sus creencias y su cultura religiosa sostengan que soportar el dolor es una virtud, por lo cual, habrá gente que piense que expresar su dolor no es correcto, es vergonzante y signo de debilidad. La muerte es un fenómeno propio de la condición humana. Está en nuestros genes y la humanidad posee íntima cercanía con la noción de su condición mortal. Sin embargo, como mencioné antes, no todos pueden aceptar o considerar esta realidad, algunos pueden creer o se ilusionan en un futuro en el que el avance de la tecnología podrá, algún día, ofrecer la eternidad. Otros vuelcan esperanzas en la creencia de la resurrección, o en la rencarnación, o demás ideas de distintos tipos de religión; o cualquier clase de idea que sirva para evitar la noción del fin de su existencia. La mortalidad del hombre es un cotidiano, pero sin embargo la posibilidad y la esperanza de revertir esta situación es el motor que mueve y da fuerza a los religiosos y demás a sobreponerse al sufrimiento. Pero paradójicamente, son justamente los espirituales los que mayor eco hacen sobre la falacia naturalista: lo que es debe ser. Entonces bajo la idea de lo natural reflejo del orden divino se instituye al pensamiento de la sociedad a favor de rechazar y repudiar, hipócritamente, determinadas prácticas en contra de la naturaleza mientras que se aplauden otras. Esta situación genera una desventaja al individuo que debe afrontar el padecimiento de su existencia, porque se lo obliga a creer que su dolor y malestar emocional tienen un fundamento; y éste sin entender sus causas, sufre en la lucha y el desgaste de la ansiedad y la duda que se generan al tratar de encontrar los argumentos que le permitan aceptar su condición y/o poder cambiarla para poder hallar paz. El Cristianismo, que a pesar de sus variantes ramas e iglesias, es la religión de mayor influencia en la sociedad occidental, contradice a las instituciones religiosas cristianas, que afirman que el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son producto del pecado de las personas. Es por esto que se sostiene erróneamente desde las iglesias que aquel que las padece se encuentra sujeto a algún castigo divino y entonces su remedio es el encontrar la causa del pecado y solucionarlo si es posible por medio del arrepentimiento y del perdón divino. Y ésta es la gran mentira que fomenta y potencia tales males sobre aquel individuo que intenta comprender la naturaleza de su situación. Los escritos de la biblia judeo-cristiana reflejan historias de personajes como Job y Cristo entre otros, que sufren, enferman y mueren no por su condición personal sino por un plan divino que es ajeno de las causas de si se merece o no la situación en que se encuentran por pecado. Se instituye de esta forma al sufrimiento, la enfermedad y la muerte no como castigo divino sino como herramientas de un propósito mayor en el cual las personas que las padecen son instrumentos de un plan celestial; determinando de esta manera que tales prácticas se incluyen bajo la justificación de un fin determinado. Un ejemplo claro de cómo la enfermedad no se adjudica al pecado está en la Biblia en libro de San Juan, capítulo 9 donde se le pregunta a Cristo por un ciego: “¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”- y Jesús responde: Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Entonces el ciego nace con la enfermedad para que Dios pudiera actuar sobre él. Ésta es la contradicción de las afirmaciones de las instituciones tanto judías como cristianas que desde hace muchísimo tiempo instituyeron en la sociedad las ideas de que los males que acontecen a la persona se justifican en su pecado. Se impone la idea de que si a la persona le suceden buenas cosas es porque Dios premia o bendice por su accionar y si le acontece mal es porque ha pecado y Dios lo castiga. Es fácil y simple ver que esto no sucede en la realidad, aún más allá de que las escrituras bíblicas, además, lo confirmen. Entonces el énfasis de la justificación que se le dió al padecer determinados males de la enfermedad y a la muerte en el pecado se colapsa ante esta nueva interpretación y se suplantan la antigua concepción por la noción del que los fines divinos justifican tales males como medios para llevar a cabo y cumplir con sus objetivos. El comprender si es moral o ético si hay o no justificativo al sufrimiento y a la muerte humana desde está perspectiva corresponde a religiosos y filósofos. Pero es interesante resaltar como aún, y a pesar de que los hechos y los escritos bíblicos siempre existieron, las instituciones religiosas han negado la numerosa evidencia sobre los casos de hombres que sin culpa o pecado también mueren y sufren. Y lo aún peor como esta negación se transmitió, instituyendo al engaño a lo largo de las sociedades como verdad absoluta. El problema de está situación no sólo radica sobre cuestiones religiosas sino que, debido al rol que la iglesia ha tenido y tiene en las sociedades y sobre los individuos, se ha impuesto como una institución que influye en gran medida sobre la opinión y accionar pública. Las contradicciones de sus fundamentos no sólo afectaron a sus creyentes, sino al resto de la sociedad. Además, en sus afirmaciones y dogmas equivocados entorpecen a las personas a poder comprender la realidad del sufrimiento. Se dan significados errados y se construye una subjetividad que dificulta visualizar la verdad y la realidad de la condición humana, obstaculizando el desarrollo de las herramientas necesarias para fomentar la resiliencia de las personas para sobreponerse a las situaciones adversas. El negar la realidad, desvirtúa y debilita a los individuos para poder enfrentar al sufrimiento.

La sociedad actual disciplina al ciudadano, esclavizándolo y a su vez lo confronta, dejándolo desnudo ante el pensamiento critico. El modelo u orden social instaurado en la actualidad se enfoca en el mercado. Paradójicamente este sistema, aún conscientemente, se destruye a sí mismo con el fin del bienestar de unos pocos. La sociedad termina diciéndole al cuerpo del hombre como debe ser o como debe comportarse; lo disciplina. Se nos ordena cómo vivir, qué vestir, cuáles deben ser nuestros gustos, qué podemos hacer y qué no. Pero sin embargo esta realidad es maquillada en la idea de que se vive en un mundo libre pero existen los límites a la tolerancia social y no siempre éstos están basados en la razón. Se nos gobierna y limita bajo la noción de nuestra propia beneficencia y del orden para la convivencia; y en contradicción se justifican las desigualdades, el egoísmo y el odio de los actos de aquellos privilegiados que temen, muchas veces injustificadamente, la perdida del equilibrio del orden instituido, que fomentó y generó los mismos privilegios adquiridos. Entonces, se resisten los cambios al orden social establecido porque implican el malestar de las personas que se llevan bien con el sistema. Al ver amenazado el fundamento de los significados y las reglas en las cuales viven, luchan para  evitar adaptarse a lo nuevo. Son justamente, los que más se encuentran beneficiados por lo establecido socialmente los que, por estar conformes y satisfechos, se oponen y no quieren entender o considerar el cambio que puede incluir medidas necesarias con el fin de un mayor bienestar para el conjunto de la sociedad. Se rechaza cualquier idea o noción de sacrificio para adaptarse a lo que puede ser el progreso. Consideran que es un gasto de energía para algo que no necesitan y, como prefieren la confusión y aún el engaño con tal de resistirse al cambio, no pueden ni dejan dar lugar a la transformación de algo distinto a lo que se han acostumbrado. Y aún la historia demuestra la soberbia, el odio y la intolerancia que se puede alcanzar por defender tradiciones y costumbres. Es por estos enfrentamientos de las relaciones de los individuos que se presentan obstáculos que debilitan la moralidad de la sociedad actual. Y de esta condición surge el conformismo de la resignación al intelecto. Porque el fin que se busca, que es el cambio hacia una mejor calidad de vida de las personas y de la totalidad del conjunto, se ve enfrentada por una sociedad que condena y margina a aquellos que pueden buscar el mismo fin, pero que no encajan en su sistema y modo de vida. El ciudadano se encuentra vulnerable para enfrentar la realidad ante el colapso del pensamiento moral actual, que a su vez es lo que instituye y ordena al comportamiento de la sociedad. Al no saber como procesar y responder ante la disconformidad que se impone por el fracaso de no encontrar respuesta o solución a determinada problemática que se escape del sistema moral actual; y a su vez encontrarse marginado por su propia condición, el sujeto es llevado al límite, dificultando la resolución y el encontrar una solución a la cuestión.

Los pacientes cansados y quemados de la terapéutica, desesperanzados en el distrés de la situación y creyendo no tener oportunidad ni posibilidad de cambiar su realidad se encuentran en una situación parecida a la anteriormente descripta. A su vez por su condición enferma y estar aturdidos, no piensan bien y terminan actuando impulsivamente, tomando decisiones incorrectas y ligeras sobre cuestiones como querer vivir o morir, lo que termina pareciendo ser un acto cercano a la conducta suicida. Los pacientes pueden pedir poner fin a su vida sin considerar, oportunamente, el abanico de posibilidades que desconocen para enfrentar y revertir su estado. Quien pide morir, entonces, puede estar en un trasfondo de pedir algo distinto. Y entonces, inconscientemente, puede ser el caso de que la persona que esté pidiendo morir esté en realidad queriendo revertir su situación y deseando vivir. El hartazgo de su situación, y la fragilidad en que se encuentra conlleva a la posibilidad de un mensaje oculto contrario y engañoso de las verdaderas intenciones que el médico debe ser capaz de entender y dilucidar.

Considero inapropiado que haya publicaciones que hablen de costos para el sistema de salud sobre cuestiones como la eutanasia o intentando validar el suicidio asistido con tales argumentaciones. Como si el gasto de dinero justificara tal práctica. Con este discurso frívolo se justificaría la anulación de cualquier práctica médica por ser costosa. Lo único que, tristemente, reflejan estas afirmaciones es como los intereses financieros están por encima de las demás cuestiones de la condición humana. Justamente esto mismo además refleja la crisis de los intereses de un sistema de salud enfocado en el mercado. A mi criterio, el dinero esta lejos de responder a la problemática de qué hacer ante el pedido de un paciente por morir.

El no reconocer la dignidad de la vida, justifica el sufrimiento de la existencia y deshumaniza, pervierte y mortifica al ser humano. Ya se trate de cualquier institución o sociedad que desvirtue tal cuestión fomenta un gran mal consigo. La justificación del sufrimiento en el otro bajo intereses egoístas es contraria a toda moralidad.

Otra cuestión importante de resaltar es el hecho de que muchos se horrorizan frente al debate de formalizar la eutanasia o considerar su problemática, mientras que no se actúa ante la realidad cotidiana de los hospitales donde se practica el suicidio asistido, y la eutanasia activa involuntaria. El profesional de salud juega a ser juez de quien merece o no merece sobrevivir a la enfermedad, o quién debe o no ser un costo para el sistema de salud. La conformidad de un modelo de salud o de una sociedad con tales prácticas, que hoy en la Argentina persisten, preocupa de igual forma que si existen casos que realmente merezcan ser tratados por eutanasia.

En fin, el rol del médico ante la muerte y el sufrimiento del paciente es un debate abierto hasta que se alcancen las respuestas que den soluciones, de manera eficaz, a las necesidades de las sociedades.

Hoy el saber médico flaquea debido a que el conocimiento que se posee es insuficiente para afrontar la complejidad ética y moral de dar respuesta al interrogante de qué situaciones son las que corresponde que una persona deba, a pesar de su enfermedad y del sufrimiento, vivir o morir.

El aceptar la eutanasia como muerte digna y como un bien para la humanidad implica la complejidad de no poder aceptar riesgos sobre la eficacia de su práctica, debido a la suma importancia del valor de la vida del ciudadano. El médico está formado para contribuir a la salud de las personas contrariamente a lo que la eutanasia superficialmente aparenta que es poner el fin de una vida. Es relevante entonces determinar cuál es el concepto de salud que se adopta en la toma de decisiones para los casos extraordinarios, pero de no menor importancia, de aquellos pacientes que solicitan una muerte digna.

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2014. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina

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Minich María Lorena, Alumna avanzada de la Escuela Superior de Ciencias de la Salud. UNICEN E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Recibido 25/04/2014

Aceptado 18/07/2014

Resumen: La exigencia actual de evadir todo sufrimiento y permanecer en la juventud, implican evitar el pensamiento de la muerte como un proceso que implica dolor, ya sea físico o emocional, involucrando al médico en este dilema, ya que el mismo se ve inmerso en la misma exigencia. El devenir de la posmodernidad con sus principios puso en primer plano esta cuestión cotidiana de la medicina, quedando ella misma atrapada y reproduciendo esas lógicas.

Palabras Clave: Medicalización; cuerpo; muerte, tecnología; sufrimiento; modelo médico hegemónico; subjetividad; modernidad; medicina.

Abstract: The present requirement of avoiding all suffering and staying in youth involve avoiding the thought of death as a process that involves pain, whether physical or emotional, involving the physician in this dilemma, since it is immersed in the same requirement. The evolution of postmodernism with its principles brought to the forefront the issue of everyday medicine herself and getting caught playing these logics.

Keywords: Medicalization; body; death, technology; suffering; hegemonic medical model; subjectivity; modernity; medicine.

Cuerpo… Medicalización… Muerte (y un poco de historia)

El cuerpo es la encrucijada donde se encuentran procesos genéticos, biológicos, psicológicos y sociales, dando lugar a un cuerpo individual, y a un cuerpo colectivo, que es resultado de los procesos de formación de orden social (Anton y Damiano 2010) Es también una instancia simbólica, un sistema a través del cual se significa el orden social.

Tiene una posición central en la vida humana, y su imagen está sometida a las múltiples pautas culturales de cada comunidad o grupo. Estas mismas variables conducen a experimentar el mundo y organizar la experiencia de la vida de maneras muy distintas.

A su vez, la concepción del cuerpo se ha ido modificando en el tiempo, según las pautas culturales reinantes. En el Renacimiento, por ejemplo, el cuerpo era concebido desde un punto de vista cristiano, separando al cuerpo físico del alma, el cuerpo era la cárcel del alma, y el destino del cuerpo era morir para liberar el alma contenida.

Desde el siglo XVIII, la existencia, la conducta, el comportamiento y el cuerpo del ser humano, se desarrolló, inmerso en una red de medicalización cada vez más compleja.

La investigación médica, cada vez más profunda y amplia, comenzó a abarcar múltiples facetas de la vida cotidiana, como las condiciones de las viviendas, la planificación civil de las ciudades, los desagües cloacales, las vías de circulación, etc.

El capitalismo, surgido a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, fue la corriente que socializó el cuerpo, como una fuerza productiva, laboral, priorizando la parte biológica, física de este cuerpo, que era la herramienta para el progreso, el cuerpo trabajando era lo que permitiría el cumplimiento de los sueños y anhelos de cada uno.

Pero la medicina no reconoció el cuerpo de esta manera, sino hasta la segunda mitad del siglo XIX. (Foucault,1990). Durante este siglo, el cuerpo, constituye el territorio estable del sujeto, donde se desarrolla una subjetividad y racionalidad. Esta subjetividad está condicionada y es condicionante del desarrollo de las comunidades.

La manera como la comunidad, percibe al mundo, los individuos asimismo, a los demás, la percepción de lo que les rodea y lo que les sucede.

Todo este conjunto de percepciones, por así decirlo, está relacionado, formando una especie de telaraña en la que cada hilo es parte y sirve de fijación para otros sobre los cuales está fijado.

Para explicar un poco más el concepto de subjetividad, podemos decir que el hombre no es hombre solo por serlo, sino por la manera de pensar y concebir la realidad social.

Las formas de entender la realidad, determinan las prácticas, que a su vez se imparten a los hombres, desde recién nacidos y condicionan y determinan sus actividades, instituyendo lo que se debe hacer y limitando su accionar, dándole un sentido, dependiendo de cada situación o momento histórico.

Estas prácticas están determinadas por la subjetividad social de ese momento, y son las que producen las lógicas sociales y al mismo tiempo fundan la constitución individual. Es decir que las prácticas (la subjetividad) producen efectos en las dimensiones sociales e individuales.

Las prácticas son producto de la subjetividad pero no por eso le dan sentido sino que la subjetividad usa a las prácticas para producir marcas en la lógica social y sobre el individuo.

Foucault habla del “privilegio de las prácticas por sobre su representación”, premisa sobre la cual se organiza el discurso médico en el que intervienen dos tipos subjetivos, el profesional de la salud y el paciente y su relación.

Desde este sentido las prácticas toman las palabras y las cosas y las organizan, entonces el discurso no es lo que se dice sino lo que se hace (Lewkowicz, 1999).

Decimos que la subjetividad es un conjunto de prácticas, que se hace colectiva y pertenece a quienes comparten una visión de la realidad, pero también tiene un componente individual, el de la realidad que cada uno habita.

Después que la concepción cristiana del cuerpo entró en crisis como consecuencia del avance de la medicina científica, durante el siglo XX se produjo una reorganización de la vida y el desarrollo social. El cuerpo se transformó en un objeto público, producto de las relaciones sociales y las pautas establecidas como lo normal y lo prohibido, lo lindo, lo feo, etc.

Las pautas son determinadas por la cultura y los procesos sociales, que a su vez se dan en el territorio del cuerpo (Anton y Damiano, 2010).

La visión y el tratamiento de la enfermedad, también se ven afectadas, por las distintas prácticas (subjetividades).

La enfermedad debe ser percibida y aceptada tanto por el paciente como por los demás que le rodean, el grupo social, se hace una construcción simbólica que representa y explica la enfermedad. En este punto, se espera que el enfermo adopte conductas que son reconocidas culturalmente, como propias del estado de enfermedad, a su vez que el grupo social, modifica sus acciones con respecto al otro que reconoce enfermo.

La enfermedad supone una nueva construcción del cuerpo, cuyas dimensiones han sido modificadas por la enfermedad misma, por la percepción del sujeto, de cómo se verá afectado a partir de ella, y por la percepción sujeto sobre su enfermedad.

En definitiva el cuerpo ya no se percibe como era antes. En este punto, también se pone en juego que se hizo en la vida antes de la enfermedad, parece que algunos pacientes, perciben menos dolorosa la inminente muerte si ellos consideran que tuvieron una vida “heroica” de alguna manera.

En la actualidad, gracias al gran progreso de la medicina científica se vende la posibilidad de un cuerpo, considerado culturalmente perfecto, alimentando expectativas de salud perfecta y una larga vida.

Estos procesos son alentados por los medios de comunicación, la política y diferentes ramas de la industria como la farmacéutica (Heath, 2008) Dentro de estos valores, que podríamos tildar de utópicos, el objetivo de la medicina parece ser el de la prolongación de la vida a cualquier costo, incluso a cuenta de una calidad de vida digna.

La influencia de los valores sociales, políticos y económicos, es notoria sobre la concepción del cuerpo, la salud y la enfermedad, los servicios médicos, la formación de los profesionales de la salud y la regulación de sus prácticas.

En otros tiempos, ni mejores ni peores, solo diferentes, el médico era quien acompañaba a su paciente y la familia, a través del proceso de la muerte. Era el familiar de la muerte.

Cada familia y cada comunidad, decidía por sí misma como enfrentar la enfermedad y la muerte. Esto se ve modificado claramente por el proceso de medicalización de la vida del individuo ya sea por parte del estado, la urbanización, de la política o de la economía, el sujeto se vio intervenido por las prácticas médicas.

Como otra prueba de esto, cabe mencionar también que el hospital, como instrumento terapéutico, es un concepto que data de fines del siglo XVIII, alrededor de 1760, y es gracias a la implementación de la disciplina militar.

Estaba atendido por personas caritativas, que estaba en el hospital para hacer obras de misericordia, que le garantizaran su salvación, y era manejado por personal religioso, que se encargaba de la salvación del alma del enfermo.

En este tiempo, la intervención del médico, giraba en torno de la crisis. El médico debía observar a los pacientes, pronosticar su evolución, y favorecer el triunfo de su aliada, la naturaleza, por sobre la enfermedad. El saber médico consistía en el conocimiento de los textos y la trasmisión de recetas. Esto cambió, debido a que se introdujo la disciplina al medio hospitalario. La disciplina es un conjunto de técnicas a partir de las cuales los sistemas de poder, tienen por objetivo y resultado, individuos singularizados. Su instrumento fundamental es el examen, la vigilancia permanente, no solo de los resultados si no de las acciones que llevaron a esos resultados, para optimizarlas y aprovecharlas al máximo.

Pero no solo fue este cambio en la organización de los hospitales, la que permitió su medicalización, sino que también hubo un cambio en el quehacer médico.

En el sistema del siglo XVIII, el modelo de las enfermedades era comprendido desde el punto de vista de clasificación botánica de Linneo. Por lo tanto las enfermedades eran concebidas como un fenómeno natural, una acción del medio sobre el individuo.

El agua, el aire, la dieta, son la base a partir de la cual se desarrolla el individuo y cuando estas no son adecuadas, tienen lugar las enfermedades.

Por lo tanto, la medicina, ya no se orientaba a atender las crisis de la enfermedad, sino hacia el medio que rodea a los individuos, y que las produce.

Estos dos procesos, el de aplicación de la disciplina y el desplazamiento del accionar médico, fueron los que dieron lugar al hospital médico.

El hospital médico, tendría como función llevar a cabo la observación y vigilancia de los fenómenos patológicos, e individualizar a cada paciente, de modo tal que fuera posible, manipular el medio en el que se encontraba, para mejorar su estado de salud o al menos no empeorarlo.

También hubo dentro de los hospitales, un pasaje de poder, que hasta mitad del siglo XVIII, estuvo a cargo del personal religioso, ahora es el médico quien asume la responsabilidad de su organización interna y hasta de asesorar en su construcción y ubicación. Se normalizaron las prácticas médicas, el número de visitas y el tiempo de cada una. También podría decirse que se estableció el primer servicio de guardia, un médico que durmiera en el hospital, para garantizar que en cualquier momento se pudiera recurrir a él.

La formación médica, también cambió, pues el saber ahora ya no se encontraba en los libros y recetas, sino en la experiencia y en los registros hospitalarios, que se actualizaban constantemente, y describían los fenómenos patológicos que ocurrían.

El individuo entonces, paso a ser objeto del saber y de la práctica médica. Pero como también era posible la observación de una gran cantidad de personas, permitía comprobar los fenómenos epidemiológicos que afectaban a la población.

Finalmente, se estableció la obligación de los médicos de confrontar sus saberes y registros, con el fin de determinar si existían semejanzas entre los fenómenos patológicos de las poblaciones, y comparar tratamientos más eficaces. (Foucault, 1990).

Ahora más que nunca, la vida del hombre, estaba intervenida por la práctica médica, desde el parto mismo. Aunque esto no quiere decir, que no coexistan otros modelos de medicina a los que las personas recurrían. A diferencia del siglo XVIII y XIX, en los últimos años, han aparecido enfermedades crónicas, y comenzó a circular un término muy particular: factores de riesgo. Un factor de riesgo es un hábito del paciente que pone en riesgo su salud, o más bien la fisiología del cuerpo. La presencia de estos factores de riesgo, conlleva a que los pacientes tengan, desde el punto de vista médico, el deber de realizar ciertos controles, y someterse a determinadas prácticas, para controlar el efecto que han tenido la acción de estos factores sobre el cuerpo.

Toda actividad del medio natural humano o industrial tiene como posible consecuencia que se produzcan efectos adversos espontáneos, o por defectos del proceso productivo. Actualmente las amenazas más reconocidas son las enfermedades crónicas y la tecnología contaminante.

Ante la posibilidad de las enfermedades crónicas, existen dos posturas, una que confía que el avance tecnológico permitirá encontrarles solución o alivio, y la otra es la posición del escepticismo, debido al gran avance de los fármacos antiinflamatorios, y a la utilización de medicinas alternativas.

La aceptación de ciertos riesgos por parte de los individuos, es un acontecimiento cultural. Y esto tiene que ver, con la percepción de riesgo de las sociedades, que muchas veces no concuerda con la cuantificación del riesgo por la comunidad científica. Entonces el ambiente y la humanidad se enfrentan a riesgos de la tecnología por:

  • Manipulación de los alimentos
  • Diferentes residuos
  • Sustancias Carcinógenas
  • Armas biológicas

Se pueden citar varios ejemplos, de cómo la sociedad moderna convive con todo tipo de riesgos para su salud, y que, como todas las cuestiones, estos riegos son ponderados de una manera u otra, por las diferentes culturas, aun contrariándose entre sí, y con la comunidad científica. Como ejemplos, puedo nombrar el uso de fuentes de energía nuclear, que con un gran control de seguridad y alta tecnología aplicada a las centrales nucleares, es capaz de abastecer muchas comunidades, de un modo limpio. Sin embargo, debido a los accidentes que han ocurrido en el pasado, (ejemplo, Chernobil en 1986) y a sus graves consecuencias sobre la población vecina, y el medio ambiente circundante, hizo que las personas de muchas comunidades, rechacen su utilización, considerándola un riesgo inaceptable.

Por otro lado, es bien conocido y han sido muy difundidos, los riesgos de la contaminación atmosférica producto de la utilización de combustibles fósiles, en automóviles y plantas fabriles que producen altas cantidades de residuos, el humo del cigarrillo, que es carcinógeno, sin embargo los medios están plagados de sus publicidades, aunque también afectan la salud. Pero como lo que está en juego es una imagen y/o la comodidad, o cierta calidad de vida que ofrece el consumo de artefactos creados para usar este tipo de energía, son menospreciados sus negativos efectos sobre la salud y es considerado un riesgo aceptable.

Esto nos muestra como muchas veces, la valoración de riesgos de la comunidad científica, no coincide con la de la sociedad general, y esto favorece la permanencia de conductas que resultan contaminantes para el medio ambiente y nocivas para nuestra salud.

Los profesionales de la salud actualmente profesan incansablemente, que siguiendo una serie de recomendaciones para actuar sobre estos factores, se garantiza una vida más larga y saludable.

Se puede decir entonces, que la medicina y sus prácticas tienen ahora el objetivo de prevenir la muerte, como si esto fuera posible, a partir de la adopción de determinadas hábitos de vida recomendados, con el fin de evitar el efecto de los factores de riesgo.

Bajo este rol de los médicos, preventores de la muerte, capaces de prolongar la vida, se llevan a cabo prácticas y tratamientos que resultan costosos y que finalmente parecerían causar más daño que beneficio en algunos pacientes, como ser personas mayores, cuyos cuerpos están desgastados por la edad, o enfermos terminales. En estas circunstancias, muchas veces no es tenido en cuenta el deseo de los pacientes de someterse o no, a los tratamientos.

Desde esta perspectiva, se pone en juego la manera, en que cada grupo social, le da significado a la muerte. En el texto de Ayuda para morir, dice contando la historia de un personaje llamado F:

“En su juventud había pocos médicos en esta región alpina y las personas estaban acostumbradas a manejar la enfermedad (y la muerte) entre ellas.” (Heath, 2008).

Esto nos da cuenta claramente como en otros tiempos y en las poblaciones alejadas con escaso acceso a la atención médica, la muerte era tratada dentro de la comunidad, tomando sus propias decisiones al respecto.

Más adelante, apareció en el pueblo, el progreso, aumentó el acceso a la atención medica, y la gente comenzó a depender de un consultorio médico, esto trajo consigo, un pasaje de autoridad hacia los profesionales de la salud en cuanto al tratamiento de la enfermedad y de la muerte, la población ya no decidía que hacer con sus enfermos, ni con sus muertos.

Enfermar, morir, y atender la enfermedad y la muerte, constituyen hechos sociales, para los cuales las comunidades necesitan construir acciones, significados, simbolizaciones y representaciones colectivas de los mismos. Estas construcciones sociales son las que dan lugar a por ejemplo la institucionalización de la salud, la consulta a los profesionales, el carácter y la formación de estos, entre otros aspectos.

Es decir que cada conjunto social necesita y desarrolla estrategias para lidiar con los padecimientos que colectivamente reconoce como tales, instituyendo una determinada manera de pensar y actuar sobre las enfermedades y sobre los enfermos.

En la sociedad occidental, la medicina científica es la principal forma de institucionalización de la atención de la enfermedad y muchas veces es la forma identificada como la más correcta y eficaz de atender el proceso salud/enfermedad en algunas sociedades (Menéndez, 1994).

Podemos hacer referencia en este punto, a los grupos de profesionales, que prestan servicio ante lo que denominamos, emergencias médicas, socorren a los heridos en accidentes viales, a los enfermos terminales, etc. Las personas llaman consternados a estas entidades, con el fin de que rescaten en forma urgente al enfermo o herido.

La atención medica durante los últimos momentos, resulta en un afán desenfrenado por transportar al enfermo, hacia una unidad de mayor complejidad: “F murió en lugar alguno” (Heath, 2008).

Esto se debe a que, en la actualidad, el objetivo que entiende la medicina es, prolongar la vida a cualquier costo, sin tener en cuenta el deseo del paciente, o con una calidad de sobrevida muy cuestionable.

Aquí considero oportuno, hacer referencia a una frase “El cadáver que respira”, que se ha utilizado para representar, la imagen de enfermos terminales, destinados para el trasplante de órganos, la frase en sí misma, gráfica tan claramente la situación, que no haría falta más aclaraciones. Sin embargo, pretendo orientarla en este caso, a como la sociedad actual, se niega a concebir a la muerte como parte natural de la vida, y como la medicina intenta incansablemente prolongarla, a pesar del sufrimiento o el deseo del paciente y/o la familia.

Considero prudente en este punto, citar una descripción personal, que realicé en mi primera visita a la Sala de Cuidados Intensivos del Hospital Municipal de Olavarría:

“Solo había pacientes añejos, con los ojos cerrados, sus cuerpos desnudos, apenas cubiertos, conectados a todo tipo de instrumental médico, pero desconectados del mundo, de ellos mismos, en un sala con un silencio sepulcral, a pesar de los múltiples sonidos que emiten los instrumentos de medición.

Pacientes totalmente “estabilizados” pero también totalmente fuera de sí mismos, de sus deseos, de sus cuerpos.

Una mujer que estaba acompañando a su esposo, hablaba sola y muy bajo, por un lado no quería perturbarlo, por el otro, sentí cuando me miro, que quería gritar para que él abriera los ojos”

Esto marca la gran diferencia entre, como los pacientes, que antes morían en sus hogares, acompañados por el médico, rodeados de sus pertenencias, y seres queridos, y actualmente, lo hacen en una fría sala de hospital, después que su cuerpo atraviesa por una, más o menos larga, agonía.

Y lo que me pregunto es, si quienes fueron dueños de esos cuerpos, que los habitaron, que los sufrieron y los disfrutaron, ¿están ahí en ese momento?

Aquí considero pertinente, explicar porque hablo de dueños del cuerpo y no de cuerpos en sí.

Pues bien, el ser humano viene a este mundo desprovisto de las herramientas que le permitirían sobrevivir fuera del útero. Es un cuerpo, que depende de otro, que satisfaga sus necesidades y hasta cierta edad, su vida consiste en eso mismo, satisfacer las necesidades que ese cuerpo exige, para mantener la vida a partir de una dependencia de otro que cuida, que alimenta, que abriga, higieniza, que estimula a partir de muestras de cariño, de caricias.

Cabe aclarar que no considero prudente establecer límites definidos de edades entre una etapa y otra, puesto que hay mucha variación entre las distintas bibliografías, y además se han sucedido cambios sociales que hicieron que estas etapas o cambios se vivan a una edad más temprana, gracias a la estimulación y los cambios en los estilos de vida y organización de las familias, cuyas madres, debieron o quisieron salir del hogar a trabajar, y adaptarse a exigencias laborales que, no son posibles de complementar con el tiempo que requiere el cuidado de los niños. Por su parte, los hombres, también están más exigidos laboralmente, ya que las tendencias actuales del consumismo, no dan lugar al fracaso de las transacciones laborales.

A partir de más o menos los 5 o 6 años, el niño pasa de ser un cuerpo a tener un cuerpo, que es capaz de realizar su propia construcción de la realidad, de sí mismo, del medio y de los otros.

Esto se reivindica en la edad de la pubertad, etapa en la cual, existe un cambio biológico, hormonal, que da como resultado un cambio en los modos de relacionarse de ese individuo con el resto de los seres humanos, con el propio cuerpo y con el cuerpo de los otros.

Para retomar el tema de la medicina actual, que plantea la utópica posibilidad de evitar la muerte, o prevenirla, también es necesario analizar las diversas reacciones que se dan entre el personal médico.

Por un lado, lleva al médico a intentar todo lo conocido, con tal de salvarle la vida al paciente, aun siendo muchas veces iatrogénico.

Por otro, aumenta la presión y la sensación de angustia con que estos trabajan. Este podría ser el resultado del desplazamiento del modelo de atención medica paternalista, hacia un modelo de responsabilidad compartida, los pacientes tienen mayor acceso al conocimiento y la información; se interesan por participar más activamente de las prácticas que afectan su vida. Esta autonomía puede considerarse positiva ya que revaloriza la dignidad del paciente e implica una relación entre la sociedad y la medicina. (García Barreno, 1997). O bien puede ser negativa, pues la mala información, junto con una determinación inflexible del paciente ante la posibilidad de hacer un tratamiento o no hacerlo, puede tener consecuencias sobre la salud del mismo. En ese caso lo que se podría estar poniendo en tela de juicio es la credibilidad del médico, ya que depende de la postura que asuma el paciente.

Este cambio de modelo de responsabilidad trae consigo nuevos cuestionamientos éticos.

La palabra ética proviene de una raíz que significa costumbre, y con el tiempo se dio ese nombre a la ciencia que se ocupa de los ideales de la relación humana. En realidad quiere decir que aquello que es costumbre es también lo bueno. Conscientemente entendemos la ética como un deber que justo y aceptado.

Cuando la ética se refiere a una conducta, adquiere la forma de un código, que establece un comportamiento como deseado, con respecto a determinada situación.

Si separamos a la ética universal que afecta a todos los hombres y la dividimos obtenemos por ejemplo la ética médica, que constituye el código de comportamiento del accionar médico. Sin embargo, si caemos en ese error, el código ético termina siendo una serie de premisas que resultan el accionar médico, y cuya función es la de proteger a este gremio de los pacientes.

En términos del que hacer médico, es vital que se comprenda que el hombre no es una cosa, y que la única manera de comprenderlo, a su enfermedad y a su modo de percibirla, es a partir de una relación hombre a hombre con él. Es fundamental que el paciente sea visto como un ser humano completo, dentro de su contexto social, económico, cultural e histórico.

Los medios de comunicación, tampoco ayudan…

Venden la posibilidad de una salud perfecta y una vida longeva sin sufrimiento, sin dolor; y hasta en estos tiempos posmodernos sin penas o angustias existenciales.

Otra forma de decir, los terrestres posmodernos no tenemos permitido sufrir, solo podemos buscar experiencias satisfactorias, aunque la sensación de satisfacción sea tan momentánea y a veces tan corta que ni la alcanzamos a percibir.

Las personas, y esta es una reflexión personal, toleran menos el dolor y son más exigentes a la hora de someterse a los tratamientos, quieren disfrutar pero no esforzarse, quieren ganar, sin cansarse en la carrera.

Otro punto que me gustaría abordar es el del dolor, que se puede definir como una desagradable experiencia, sensorial y emocional, asociada a una lesión, según la Asociación Internacional del Estudio del Dolor.

El significado de esta experiencia es atribuido por aquel que lo padece, dependiendo de su cultura, de su propia percepción del mundo y de sí mismo. Percepciones que son condicionantes una de la otra.

Las experiencias del dolor y el sufrimiento son consideradas universales, pues no hay cultura ni tiempo, en que los seres humanos no hayan tenido que lidiar con ello, de distintas formas y otorgándoles diversos significados. (Barbero Gutierrez, sin fecha).

El dolor, que podemos tomar en este caso, como equivalente de enfermedad, ya que esta puede ser la causa del sufrimiento, ya sea en un aspecto biológico, psíquico o social, también se le ha otorgado diferentes significados, según las culturas y los paradigmas reinantes en las distintas épocas. Como por ejemplo en la década de 1930 y el lugar dar más detalles, el cáncer era asociado a una muerte lenta y dolorosa, en cambio, la tuberculosis, se pensaba que era una muerte “fácil”. Siendo que realmente, había enfermos de tuberculosis que morían con terribles dolores y una larga agonía, y enfermos de cáncer que sentían poco o ningún dolor. (Sontag, 2003).

Estos atributos otorgados a las enfermedades por las sociedades, no son más que una forma de darle sentido a través de metáforas, a la enfermedad que los azotaba.

Las formas en que los grupos sociales utilizan los diferentes recursos de atención para resolver sus problemas de salud, principalmente el dolor, se construyen a partir de las sucesivas prácticas que se llevan a cabo para enfrentar la enfermedad. Estas estrategias tienen como objetivo lograr la curación o el alivio del dolor.

Esto es más notorio en los pacientes que padecen dolor crónico, ya que este es un aspecto fundamental que repercute en la calidad de vida y a partir de ese hecho se ve trastocado todo su mundo.

Esto se debe a dos razones, una la relativa eficacia que tiene el tratamiento en lograr el alivio, y segundo, la poca capacidad para transmitir el sufrimiento, lo que influye en la personalidad y forma de vida del individuo, que muchas veces deja de lado sus tareas cotidianas, para salir en busca del alivio.

En medio de esta búsqueda es muy posible que, el paciente recurra a distintos modelos de atención, que pueden ser:

-       Autoatención: que consiste en el diagnóstico y atención que hace el propio enfermo o sus allegados, sin recurrir a un profesional o especialista. Este modelo coloca a la salud como bien de uso, percibe la enfermedad como mercancía, la participación es simétrica, está legitimado por el grupo social, basada en la experiencia, y toma practicas tanto de la medicina tradicional como de la biomedicina.

-       Modelo médico hegemónico: en este modelo se integran los tres niveles de atención que surgieron en Inglaterra a fines del siglo XVIII, el asistencial, el privado y el administrativo o de gestión. Se caracteriza por el biologismo, el determinismo, es ahistórico e individualista. Percibe a la salud como una mercancía, propone una relación de subordinación entre médico-paciente, los profesionales tiene una formación formal, y usa el criterio de racionalidad científica para excluir el resto de los modelos. Tiende al control social e induce al consumismo médico.

-       Modelo médico alternativo: dentro del cual se integran las prácticas de la medicina tradicional. Tiene un concepto globalizador de los padecimientos, sus prácticas terapéuticas tienen una eficacia simbólica, la relación curador-paciente es asimétrica y tiende a la mercantilización.

Estudios han demostrado que el primer nivel de atención médica, es el de auto atención, luego el modelo hegemónico y por último se recurre a medicinas alternativas (Barragan Solís, 2005)

Ante estas múltiples cuestiones planteadas, como: ¿Quién toma la decisión de someterme a uno u otro tratamiento? ¿Confío en que el médico va a hacer lo que yo espero que haga?

Y por otro lado, ante la imposibilidad del médico de no poder elegir entre actuar y no actuar, y su deber de agotar las últimas posibilidades de salvar la vida, muchas personas han tomado la decisión de dejar instrucciones, acerca de sus deseos de recibir o no ciertos tratamientos, en caso de que, llegado el momento, la gravedad de su estado, no les permita manifestarse (Hetah, 2008)

También cabe mencionar, la aparición de formularios, que se denominan consentimiento informado, que los pacientes y/o los familiares, completan y firman antes de someterse a cualquier tratamiento afirmando por escrito su conformidad con la realización del mismo.

Conclusiones:

Nuestro cuerpo, es nuestro modo de materializar de alguna manera la vida, es el terreno donde se siembran las semillas, y se cosechan los frutos. Desde el nacimiento recibimos del otro, estímulos, a los cuales según la experiencia el individuo les otorga significado propio y colectivo.

Dependemos mucho tiempo de otras personas para sobrevivir y aprender a vivir, dentro del marco que nos impone la comunidad en la que estamos inmersos. Sin embargo esto no nos debe impedir el formar nuestro propio juicio y crear nuestro marco individual.

El cuerpo está azotado por penas y enfermedades, pero también por alegrías. La enfermedad así como la muerte, son tan inherentes a la vida como comer o respirar. Lo que sí es seguro que todos las “viviremos” de una manera u otra. Creo que si algo es positivo, es la libertad, de elegir como vivir y como morir también.

La importancia de la integración de las distintas disciplinas y ejes, es importante pues abre la posibilidad de una comprensión del individuo y su enfermedad, de los modos de enfermar y de cuáles son las estrategias que se utilizan para ir en busca del alivio o cura. El objetivo de comprender al individuo, es el de mejorar las prácticas para que sean más efectivas, para que se comparta la responsabilidad sobre la salud, y el sujeto sea participe de la toma de decisiones con respecto a su propia salud. Si bien no hay que descalificar el enfoque biologista, que permitió grandes avances en el estudio y tratamiento de las distintas patologías. Ni tampoco al sistema tecnológico que también permitió realizar grandes avances en este sentido, pero lo primordial es no olvidar que no solo tratamos con enfermedades, u órganos afectados, sino también con personas completas que viven el mundo a su manera.

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