N 21

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LA AUTORIDAD TERAPEUTICA Y LA PRODUCCION DE ESQUEMAS INTERPRETATIVOS DEL SUFRIMIENTO

Lic. Bárbara Galarza

Departamento de Antropología Social - Facultad de Ciencias Sociales (UNCPBA). Av. Del Valle 5737 Olavarría. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Recibido 16/04/2012.

Aceptado 24/05/2012

 

“En su acercamiento al sufrimiento psíquico, los psicoanalistas –para quienes el auto-conocimiento es esencialmente bueno-, son los clérigos de una era secular"

Andrew Lakoff

 

RESUMEN

El propósito del presente trabajo es explorar las prácticas de tratamiento que tienen lugar en contextos terapéuticos de pequeños grupos cuya fundamentación teórica es preponderantemente psicoanalítica y su práctica de intervención grupal-familiar. El tipo de terapéutica observada y analizada pertenece a un servicio de internación municipal en una ciudad de rango medio de la provincia de Buenos Aires.

El análisis de la práctica terapéutica, a nivel de la interacción microsocial entre dolientes y sanadores, señala la manipulación de dispositivos interpretativos en la situación terapéutica que tienen por objetivo el alivio del sufrimiento. El principal dispositivo del que nos ocuparemos aquí es el de la autoridad terapéutica que ejerce el sanador sobre la narrativa del padecimiento psico-emocional.

Palabras clave: prácticas terapéuticas; autoridad terapéutica; sufrimiento

ABSTRACT

The purpose of this paper is to explore the treatment practices that take place in therapeutic contexts of small groups whose theoretical foundation is predominantly psychoanalytic and its intervention practice takes place in family-groups. The type of treatment observed and analyzed belongs to a local hospital service in a middle range city in the province of Buenos Aires.

The analysis of the therapeutic practice at the level of micro social interaction between patients and healers, shows the manipulation of interpretive devices in the therapeutic situation which aim to relieve suffering. The main device which will be discussed here is the therapeutic authority exercised by the healer onto the narratives of psico-emotional disease.

Keywords: therapeutic practice; therapeutic authority; suffering.

 

INTRODUCCION

Primero hay que saber sufrir, nos recuerda y advierte el tango[1]. ¿Por qué? ¿Acaso a sufrir se aprende? El sufrimiento es universalmente inherente a la experiencia humana. Diferentes sociedades han desarrollado particulares representaciones y diversas prácticas para tratar de aliviarlo. En el presente trabajo[2] nos ocuparemos de un tipo de sufrimiento que la sociedad occidental moderna identifica como un comportamiento indeseable y trata como una patología: la enfermedad mental.

Todas las sociedades humanas reconocen ciertos rasgos, comportamientos, situaciones como, en primer lugar, “deseables” o “indeseables”, en segundo lugar, como sancionables o no sancionables y, finalmente, “curables” o “incurables”. En esas designaciones se juegan categorías de lo reversible y lo irreversible que forman parte de las dinámicas sociales que regulan el proceso salud/enfermedad/atención (Menéndez y Di Pardo, 1996). Si algo es curable es reversible. Si es crónico, es una sentencia. El modo de concebir y “atender” uno y otro estado difiere, lo cual señala el poder que las representaciones de lo patológico tienen en la sociedad. Lo patológico resulta en tal sentido una metáfora que habla de la sociedad y de su regulación social. Lo patológico viene a irrumpir en el “buen” y “orgánico” fluir de la vida, para colocarnos en una situación de diferencia y alteridad que no sólo interpela al portador de la etiqueta (“loco”, “depresiva”, “psicótico”, “esquizofrénico”, “adicto”, etc.) sino también al grupo que lo etiqueta.

El proceso de medicalización de la vida en el mundo occidental moderno ha expandido el universo de lo patológico a cada vez más situaciones, comportamientos y actores (Beck, 1998; Friedson, 1978). Ya sea con nuevas enfermedades o con nuevas formas de medir la salud, el cuerpo se ve cada vez más intervenido por el discurso médico y su práctica (Foucault, 2008). La perspectiva que aquí adoptamos reconoce la hegemonía de dicho proceso pero también la construcción (y por tanto, reversibilidad) de los procesos sociales que conforman lo que Eduardo Menéndez ha denominado el Modelo Médico Hegemónico (Menéndez, 1994). Los principales rasgos que tendremos en cuenta son la biomedicalidad y la bio-comunicabilidad (Briggs, 2005) con la que el modelo se reproduce y “traduce” su racionalidad “técnica” a un lenguaje “lego” y popular.

 

“¿QUE LE DUELE?” SUFRIMIENTO, DOLIENTES Y TERAPEUTAS

Si bien la racionalidad que reproduce el modelo biomédico es en esencia biologicista, considerando que el malfuncionamiento del cuerpo depende exclusivamente de su biología, parte de su éxito y eficacia es eminentemente simbólica, es decir, plantea su ámbito de intervención en la representación misma y en las relaciones entre representaciones. Vale aclarar, que aquí no se plantea que la biomedicina no cure lo orgánico, por ejemplo, al administrar medicamentos anti-psicóticos, anti-depresivos, etc., sino que creemos que parte de esa cura consiste en “regular”, transformar o reforzar los marcos interpretativos subjetivos de la experiencia del sufrimiento.

La dimensión experiencial del padecimiento es parte constitutiva de nuestro enfoque, pues no sólo se tiene una enfermedad, sino que se está enfermo. El lenguaje mismo da cuenta del carácter total y profundo con que se vive la experiencia del padecimiento. La noción de sufrimiento social (Kleinman) intenta dar cuenta de la construcción social de la experiencia subjetiva de actores que se encuentran en situación de desventaja y vulnerabilidad estructural. Para nuestros  interrogantes específicos en torno a la “biomedicalidad” de la enfermedad mental, rescatamos la aproximación al sufrimiento de Tanya Luhrman en “Of two minds” (2000), donde la autora analiza la construcción del carácter orgánico de las patologías psiquiátricas en la sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX e identifica dos modelos de “mente” en pugna, es decir, dos racionalidades que se presentan como modelos de interpretación del “desorden psíquico”. El modelo orgánico propio de la psiquiatría biomédica tiende a excluir del dominio de lo humano al sufrimiento psíquico por lo que subestima la importancia de encarar significativamente -esto es, intentando dar significado- a dicha experiencia. Por ello, resulta central a nuestro enfoque la distinción que hace Luhrmann de la enfermedad mental como ontológicamente diferente a otros tipos de enfermedad (Luhrmann, 2000). Así propone una categorización del sufrimiento que denomina sufrimiento esencial (lo que forma parte de la persona) y sufrimiento contingente[3] (externo a la persona, aquello que no se puede prevenir ni sobre lo que tiene poder). El sufrimiento esencial es inherentemente humano, y algo sobre lo que el hombre necesita tener responsable para “convertirse potencialmente en su amo”. La religión, por ejemplo, resulta ser un esquema cognitivo con el cual encarar el sufrimiento esencial, pues con ella aprendemos a aceptar ciertas “luchas” como formando parte de nuestra persona[4]. En cambio, la medicina trata del sufrimiento contingente, aquello que nos es externo (los virus, los accidentes, las intoxicaciones) y sobre lo que técnicos y profesionales tienen poder de predicción, tratamiento, resolución o alivio.

Estas nociones nos permiten sumergirnos en el clásico problema de la curación, y su eficacia simbólica (Lévi-Strauss, 1968) formulándonos la pregunta de ¿quién puede definir lo que es esencial o contingente? ¿quién se arroga ese poder de definición? Nuestra hipótesis es que la práctica terapéutica es una situación en la que participan actores sociales en calidad de dolientes y curadores, que puede ser entendida como un acto ritual que tiene por objetivo convertir el sufrimiento contingente en sufrimiento esencial a través de la incorporación de esquemas interpretativos “adecuados”.

La patología mental nos exhorta a hablar de sufrimiento humano. No sólo en un sentido ideológico sino también conceptual. En realidad, todas las enfermedades lo hacen. ¿Quién podría poner en duda que enfermedades como el cáncer no se experiencian con gran dolor? Sin embargo, de acuerdo con nuestra perspectiva, ese sufrimiento es socialmente diferente al de la enfermedad mental. Y tal diferencia reside en los marcos interpretativos con que la cultura permite a los actores vivir el proceso de la enfermedad y su atención. La enfermedad mental no es rotundamente biologizable. Por lo tanto, su bio-medicalidad, entendida ésta como la cantidad de oportunidades que encuentra un elemento para ser incorporado a un marco explicativo propio de la constelación simbólica de la bio-medicina, se encuentra en una arena de racionalidades en pugna. Algunas de las situaciones en las cuáles esas racionalidades entran en interacción y son resueltas de un modo provisorio es con la hegemonización de la palabra por parte del profesional-curador y la consolidación de su autoridad terapéutica en un contexto colectivo de tratamiento. De este modo, la estructuración del relato sufriente se co-construye en la oralidad de la asamblea multifamiliar[5].

“Yo voy a proponer una hipótesis” -dice el terapeuta ante su auditorio de pacientes y familiares (alrededor de 20 en total). Antes se había producido un silencio de un par de minutos luego de un episodio de denuncias y agresión entre pacientes, donde evidentemente uno de ellos estaba faltando a la verdad y permanecía silenciosamente compungido con la cabeza gacha- “Yo creo que Estela no come y miente acerca de la comida porque en algún momento se sintió gorda de sufrimiento. No? Estela?”. El silencio de la paciente no se quiebra y el terapeuta continúa así hablando al resto de los pacientes acerca de Estela. Fabrica imágenes y metáforas que hablan de un cuerpo flaco/gordo de dolor que nos “hace hacer cosas que no queremos”. Porque “cuando nos sentimos solos, el inconsciente puede traicionarnos a nosotros mismos” “Pero lo que soluciona las ideas malas es que uno va descubriendo que puede hablar con otros”. No saber pedir ayuda y pensar cosas distintas para despegarse del síntoma es la principal “enseñanza” de este curador psicoanalítico. Pero ¿Cómo se produce una re-estructuración cognitiva semejante? ¿Cómo es que el pensamiento puede cambiar así y hacernos pasar de un estado de malestar emocional a uno de “salud mental”?

LA AUTORIDAD TERAPEUTICA Y LA PRODUCCION COLECTIVA DE RELATOS SUFRIENTES

Decíamos al comienzo, coincidiendo con Tanya Luhrmann, que existe un sufrimiento esencial que parece reducirse, a partir del desarrollo de la modernidad, al proceso de medicalización y psiquiatrización de la vida. Cuando esas constelaciones emocionales se vuelven objeto de intervención biomédica, algo eminentemente humano e importante se pierde en dicha transacción: la posibilidad política de hacerse cargo de la propia persona.

Nuestro enfoque no busca hacer coincidir la biomedicina al psicoanálisis. Evidentemente si bien sus fundamentos no son contradictorios (y al respecto mucho se ha dicho de la base neurofisiológica que tendría el inconsciente para Freud), sus prácticas sí son diferentes y plantean sujetos diferentes. Sin embargo, al formar parte de un mismo modelo de atención de la Salud Pública en lo local, sus intervenciones comparten dimensiones comunicacionales que señalan una arena de luchas en la Salud Mental que se expresa en la “falta de acuerdo” entre pacientes y pacientes y terapeutas en torno a lo que efectivamente enferma al paciente.

En una asamblea un paciente expresó en una ocasión que lo que le dolía era estar medio “chiflado” y medio enfermo. Experimentar ambas cosas al mismo tiempo lo cansaba y lo desorientaba mucho. No sabía si lo que le pasaba desde hacía tantos años le pasaba por “soledad”, “por el alcohol” o por lo “desprotegido” que estaba. Esta desorientación encontró expresión en otros miembros-pacientes de la terapia, quienes dijeron “no poder encontrarle la vuelta a la vida”, “sentirse desvalorizado”, “sentirse fundido, tanto en lo económico como persona”, “vivir enfrascado en cómo hacer plata, hasta que perdí el trabajo y me vine abajo”. Es decir, sobre el primer relato sufriente se montaron una serie de otros relatos que vinieron a coincidir y complementar la experiencia de la enfermedad, tanto en sus aspectos de vivencia más íntima como de sus causas y/o consecuencias económicas y laborales.

A partir de estos fragmentos de relatos, se va construyendo una narrativa que es más grupal que individual. El terapeuta habilita la intervención de pacientes que están callados preguntándoles cómo se sienten y cercenando o regulando la de aquellos “demasiado participativos” de manera sutil. Las intervenciones del terapeuta completan, concluyen e interrumpen los discursos de los pacientes. Estos discursos tienen una cadencia especial –podríamos decir que son un poco más lentos que los parámetros de habla “normales”-, lo cual hace parecer los “cortes” del terapeuta como menos bruscos y abruptos que si se realizaran en una conversación cotidiana. Así, los intercambios lingüísticos entre terapeutas y pacientes se desarrollan de un modo tal que parecen orquestados. El doliente comienza un relato y el terapeuta lo concluye, lo interpreta, enlazándolo de ese modo a una red significativa que va a ordenando ciertos comportamiento como formando parte de determinadas categorías.

En primer lugar, los pacientes ofrecen sentimientos y emociones de angustia, enojo y dolor. El terapeuta completa esas imágenes ofreciendo otras de su “propia fabricación” que resultan interpretaciones tranquilizadoras del desorden, tales como, “entonces, podríamos decir que nos sentimos así cuando…”, o “quizás lo que nos pasa es que…”, o “a veces los demás nos ven así porque…”. La estructura de estas frases es semejante. Comienzan con conectores lógicos de causa que se matizan o “suavizan” con adverbios o frases adverbiales que expresan duda (“quizás”, “puede ser”, “de todos modos”). Sólo cuando los pacientes no cesan en sus interrupciones o digresiones, afectando la participación del resto del grupo, el terapeuta desliza la posibilidad de que ese paciente deje de participar de la reunión y de que incluso se lo medique. En las ocasiones que pude observar este tipo de dinámica, la amenaza del “chaleco” químico resultó siempre eficaz para hacer que el paciente cesara en su habla y se mantuviera callado.

De todos los intercambios que se dan en el contexto terapéutico hay una pregunta que causa en el terapeuta una exigencia particular, y lo hace cambiar el tono de sus respuestas, dejando de lado sus “hipótesis de sentido común” y acudiendo a la ciencia para responderla. Esa demanda en la voz de los pacientes podríamos resumirla en la siguiente oración escuchada en diferentes asambleas: “esto que tengo, que me está pasando ¿se cura? ¿o no se cura?” En una situación tal, el terapeuta explicitará su rol de “traductor” entre un saber y un lenguaje especializado y científico (el de la Psiquiatría y el Psicoanálisis) y el de su audiencia, señalando que sobre lo que hay que “operar” para “sentirnos mejor” es “algo” que “ahora la tecnología nos permite ver en el cerebro: el inconsciente”. En otras palabras, y según su propio enfoque, “lo que cura es el encuentro con el otro, porque así de a poco vamos accediendo al inconsciente, que es lo que hay que transformar, aunque Freud no lo dijo así esa es la idea”. De este modo, el curador responderá positiva y optimistamente a las exigencias de sanación de su auditorio, pero lo hará estableciendo la necesidad de su rol de técnico-traductor de fuerzas ininteligibles (las del inconsciente) para el sentido común.

Por lo tanto, la construcción de la autoridad terapéutica que se da en el contexto de la terapia grupal de la “asamblea” guarda estrecha vinculación con la posición de  subordinación que los mismos pacientes introyectan y expresan. Así la función jugada por el terapeuta-coordinador de la terapia señala semejanzas con el modo en que otras terapéuticas, incluso más tradicionales, entienden la relación sanador-doliente. El terapeuta ve esta relación, tal como plantea la psicología psicoanalítica, como una relación asimétrica, semejante a la relación padre-hijo. En sus propias palabras, “es el paciente el que necesita un padre y pide un padre mientras está enfermo”.

En este sentido y como resultado de los intercambios entre dolientes y curadores en la situación terapéutica encontramos interiorizaciones de relaciones de autoridad que constituyen verdaderas construcciones imaginarias. En el discurso de los pacientes estas relaciones se encuentran expresadas en enunciados que consiguen volver personal el discurso institucional:

“Si no cumplo las reglas acá adentro tampoco las voy a cumplir afuera, hay que cumplir las reglas del hospital” (paciente de 47 años, internado por alcoholismo, hace 4½ años que ingresa y egresa recurrentemente de la institución, cuenta con un seguro de desempleo)

“Yo no voy a decir que estoy bien, voy a esperar a que el médico o el psiquiatra me diga ‘Ud., señora, está bien’” (M., 50 años, ama de casa, internada por depresión, hace 2 años que asiste a las reuniones)

La dinámica particular planteada por esta terapia, nos permite vislumbrar un tipo de mediación imaginaria muy importante en los tratamientos, y en el proceso de construcción de la  autoridad profesional. En los discursos y en las prácticas podemos observar el efecto de una categoría de sentido práctico, en el sentido bourdiano del término, respecto al contenido de la relación médico-paciente, volviendo así una relación de autoridad imaginaria, en una relación de asimetría real. Esto significa que el ejercicio de autoridad que se desarrolla en la situación terapéutica está fundamentado desde la propia formación psicoanalítica del profesional, o como diría Menéndez, desde su práctica teórica (Menéndez, 1980). Como “un padre”, a medida, que los distintos y particulares comportamientos se sucedan y se relaten en la reunión, él adoptará desde una actitud amorosa-comprensiva hasta una actitud más rigurosa-autoritaria.

CONSIDERACIONES FINALES

Puesto que la educación y la curación, en tanto, procesos sociales de reproducción comparten visiones del mundo que son transmitidas y re-elaboradas constructivamente por cada sujeto, la “correcta” adquisición de marcos narrativos e interpretativos por parte del doliente es un aspecto del tratamiento de suma importancia para el alivio de los padecimientos o malestares psico-emocionales. Lo que sucede en ese momento “de charla”, de “simples” actos del habla, subestimada no sólo por los dolientes sino también por otros miembros de la jerarquía institucional (como psiquiatras, médicos y enfermeras) en relación a la práctica biomédica preponderante que constituye la administración farmacológica, es de fundamental importancia para la eficacia del proceso terapéutico.

Los modos y grados ostensivos o sutiles de ejercer la autoridad y de mantener un cierto nivel de asimetría en la relación terapeuta-paciente contribuyen al proceso de interpretación del sufrimiento y a la construcción de narrativas que lo ordenan y lo enmarcan. La apelación al discurso científico es uno de los elementos frecuentes en los intercambios entre dolientes y curadores, especialmente cuando la exigencia sobre la eficacia curativa del tratamiento se agudiza. Pero la apelación al sentido común también ocupa un lugar importante a partir de las metáforas desplegadas en la situación colectiva.

En primer lugar, advertimos que cuando el intercambio terapeuta-paciente parece alcanzar una reciprocidad alta, una igualdad de status entre ambos actores, el terapeuta toma un poco de distancia del sentido común y recurre a conocimientos científicos para responder a los cuestionamientos de su auditorio. Y que cuanto mayor es la demanda y exigencia de éste, superior es la referencia al discurso científico. Esto tiene por efecto recordarle al doliente que él, el curador, posee unos conocimientos y una formación que él no tiene, conoce cosas de su anatomía y su psiquis, que le permiten deducir enunciados acerca de su condición.

En segundo lugar, observamos que de manera complementaria, pero también contradictoria, al mismo tiempo que se negocia la relación de autoridad entre los participantes y el coordinador y las condiciones de legitimidad de los diferentes discursos se generan mecanismos de solidaridad grupal. En este sentido, consideramos que existe un nivel de la interacción social que se produce en la situación terapéutica, en el que el ejercicio del control sobre el mensaje tiene por efecto mantener la solidaridad grupal y contribuir a una disposición emocional colectiva.

Resignamos para futuros trabajos, por falta de espacio aquí, nuestro interés en identificar y analizar algunos aspectos de la dimensión ideológica del dispositivo terapéutico utilizado en terapias grupales. Hemos observado, que cuando terapeutas y pacientes interactúan en el contexto terapéutico, lo hacen bajo una cierta “normalidad” ideológica que permite la comunicación y que supone un plano cognitivo y valorativo en el cual todos los participantes se refieren a los mismos significados (Menéndez, 1980). Dicha “normalidad” es utilizada en el espacio manicomial como una mediación simbólica para producir cambios en el paciente que contribuirían a su pasaje de estado patológico=enfermo a sano=autónomo.

BIBLIOGRAFIA

BECK, U. 1998. La sociedad del riesgo. Hacía una nueva modernidad. Barcelona, Paidós.

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BRIGGS, Ch. 2005. Perspectivas críticas de salud y hegemonía comunicativa: aperturas progresistas, enlaces letales. Revista de Antropología Social 14, 101-124.

FOUCAULT, M. 1986. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. DF, Siglo XXI.

FRIEDSON, E. 1978. La profesión médica. Barcelona, Península.

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GOFFMAN, E. 1981. Internados. Ensayo sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu, Bs As.

KLEINMAN, A. y KLEINMAN, J 1991. Suffering and its professional transformation: Toward an ethnography of experience.  Culture, Medicine and Psychiatry 15: 275-301

LEVI-STRAUSS, C. 1968. Antropología estructural. EUdeBA, Buenos Aires.

LUHRMANN, T. 2000.Of two minds: The growing disorder in American psychiatry.  Knopf, New York.

MAUSS, M. 1938. Sobre una categoría del espíritu humano: la noción de persona y la noción de “yo”. Journal of the Royal Anthropological Institute, vol LXVIII, Londres.

MENÉNDEZ, E. 1980. Cura y control. La apropiación de lo social por parte de la práctica psiquiátrica. Nueva Imagen, Buenos Aires.

MENÉNDEZ, E. 1994. La enfermedad y la curación ¿qué es la medicina tradicional? Alteridades Vol.4, Nº7.

MENÉNDEZ, E y DI PARDO, R. 1996. De algunos alcoholismos y algunos saberes. Atención primaria y proceso de alcoholización. CIESAS, México.

NOTAS



[1] Letra de del tango “Naranjo en flor” del año 1944. Letra: Homero Expósito. Música: Virgilio Expósito. Las estrofas del estribillo dicen: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al final andar sin pensamiento”.

[2] Volcamos en este trabajo referenciaciones empíricas de nuestra investigación “El orden sanitario y el sistema local de atención en salud mental. Refuncionalizaciones del Modelo Médico Hegemónico”, realizada como tesis de Licenciatura en Antropología Social en la FACSO-UNICEN, entre 2007 y 2010. La muestra constó de observaciones participantes en encuentros terapéuticos (asambleas multifamiliares) llevados a cabo en la institución de internación psiquiátrica local durante aproximadamente un año.

[3] “Essential and inessential suffering” en el original en inglés.

[4] La noción de persona empleada aquí tiene en cuenta el desarrollo de la filosofía griega y la perspectiva etnográfica y analítica que a partir de ella desarrollara Erving Goffman (1980). Ver también la noción de persona en Marcel Mauss (1938)

[5] Nombre con que se denomina a la terapia grupal en el contexto institucional.



2012. Newsletter . ISSN 1850-261X Copyright © Facultad de Ciencias Sociales. UNCPBA. Argentina

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Sujetos políticos y espacios poscoloniales. Un análisis del movimiento de la “Juventud K”Por Nicolás Panotto[1]

Recibido 2/05/2012.

Aceptado 9/05/2012.

Introducción

            Los profundos cambios en el campo político argentino durante la última década, han puesto sobre la mesa una serie de “nuevos” elementos para el análisis socio-político actual. Los ’90 representaron un proceso de “despolitización” de la sociedad argentina, a través del desarme del Estado en tanto institución social y de la promoción de un modelo socio-económico centrado en el consumo. El estallido del 2001 evidenció el fuerte impacto corrosivo de este esquema, especialmente en los filamentos sociales de las identidades políticas. Con la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia se comenzó a hablar de “la vuelta de la política a la mesa”. Aunque sabemos que ella nunca estuvo ausente, aunque sí vaciada o diluida, podemos decir que esto muestra el “regreso” de ciertos fenómenos sociales de fuerte significación política, que al menos hasta el momento habían sido secundados.

            Fue aquí donde el vocabulario cotidiano comenzó a plagarse de términos que hasta entonces se restringían a sectores particulares: militancia, Estado, proyecto político, pueblo, igualdad de género, entre muchos otros. Salieron a la luz un gran espectro de sujetos políticos emergentes con diversos tipos de demandas en distintos campos: matrimonio igualitario, medios de comunicación, conflicto campo-ciudad, etc. El “gobierno kirchnerista” significó, por acuerdo u oposición, el trato de temáticas y el abordaje de problemáticas hasta el momento ausentes no sólo de la agenda estatal sino de las conversaciones cotidianas de los ciudadanos y ciudadanas del país.

            Uno de estos sujetos emergentes en el campo de la política fue sin duda la juventud. Más allá de que muchas veces se la denomina “Juventud K”, ciertamente no nos referimos a un cuerpo homogéneo sino a un movimiento o cuerpo extenso compuesto por una heterogeneidad de grupos, personas, ideas y miradas de lo político. Más allá de que existe una identificación con el gobierno oficialista, ciertamente ella se gesta de una manera donde no hay una fusión identitaria a un supuesto corpus kirchnerista sino, más bien, el surgimiento de un proceso de equivalencias discursivas y simbólicas donde ciertos elementos de este modelo político son reapropiados por estas segmentaciones identitarias, dando curso a su demanda social particular.

            En este escrito nos proponemos profundizar en estas dinámicas dentro del campo socio-político, especialmente dentro de la llamada “Juventud K”, desde un abordaje poscolonial. Tal marco teórico nos ayudará a develar las particulares dinámicas de la construcción de lo político en un contexto donde las fuerzas de poder y la constitución de las identidades se dan en un ámbito ciertamente complejo y muy heterogéneo.

Espacio poscolonial, construcción de lo político y subjeticidad

            Cuando hablamos de poscolonialidad nos referimos a un término complejo que puede recibir diversas significaciones, dependiendo del campo de abordaje o del marco teórico desde donde se lo tome. Arif Dirlik (2010:57-58) habla de tres tipos de uso del término: como condición general de sociedades que previamente fueron colonia, como descripción de una condición global después de la era representada por el colonialismo y como descripción de las orientaciones epistemológicas y psíquicas que produce el contexto antes mencionado.

            Lo que tal vez trae más controversia es la manera de definir el prefijo “post”. Por una parte demarca una temporalidad histórica, remarcando las transformaciones que han suscitado a nivel global con respecto a las dinámicas de colonización. Pero por otra, lo “post” también se identifica con toda una corriente (o grupo de abordajes) que se diferencia de marcos teóricos más tradicionales y ortodoxos, con una clara investidura moderna y occidental (sea marxismo, liberalismo, etc.) En este sentido, como dice Miguel Mellino (2008:15), el prefijo “post” se convierte más bien en una provocación “posmoderna, irónica y trágica al mismo tiempo”.

En otras palabras, lo “post” no sólo refiere a una situación circunscripta en diversas transformaciones históricas evidentes a nivel global sino también a un nuevo tipo de abordaje que intenta leer la complejidad que reflota tras estas transformaciones, donde el sentido de colonialidad ya no sólo implica la presencia de una fuerza homogénea de coerción directa sobre ciertas naciones sino una textualidad cuya presencia es real pero su nubloso nivel de visibilidad lo hace un fenómeno heterogéneo, poroso y hasta sorpresivo. Es, más bien, una espacialidad donde confluyen todo tipo de construcciones, sean políticas, culturales, identitarias, sexuales, etc.

La condición poscolonial

            Como ya mencionamos, la noción de colonización, al menos desde abordajes más tradicionales, ha ofrecido un enmarque analítico que otorga a las fuerzas invasoras una imagen homogénea y coercitiva, y desde allí una comprensión conflictiva de la relación con los espacios colonizados, los cuales asumían, en cierta manera, tal “estatus ontológico”, creándose así una total mimetización con la cultura invasora, un tipo de lábil sincretismo o, desde una arista socio-política, la concatenación de una serie de disputas de poder entre fuerzas locales y foráneas. Este tipo de abordajes ha estado fundamentado en dos puntos de partida centrales: primero, el lugar del capitalismo como categoría fundacional de las relaciones coloniales, y segundo, una definición de modernidad como espacio catalizador de la “identidad europea”, lo cual implica un tipo de proceso de identificación socio-cultural unificador y homogeneizador con respecto a las localidades colonizadas.

            Pero las circunstancias se presentan mucho más complejas de lo que este abordaje propone. Es en esta dirección que se realiza un fuerte cuestionamiento a la imagen supuestamente homogénea y suturada de ese “Otro colonial”. Con respecto a este punto, fue precisamente Edward Said en su clásico Orientalismo quien argumentó que tal construcción de Occidente responde a la necesidad de crear un Otro homogéneo tal como “Oriente”, con la intención, precisamente, de crear un espejo autodeterminante de un estatus ontológico propio inexistente. Es por ello que esta “identidad occidental” es en realidad un marco mucho más heterogéneo y fisurado de cómo pretende presentarse.[2] De aquí, el cuestionamiento a tomar exclusivamente categorías como capitalismo, modernidad[3] o eurocentrismo como marcos rígidos y únicos para analizar la dinámica (o falta de ella) en los procesos de colonización.[4]

            Es por ello que diversos abordajes actuales ponen sobre la mesa la condición híbrida de la construcción de lo cultural. Néstor García Canclini define este término como “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” (2005:14). Tal definición sirve al cuestionamiento de cualquier tipo de identidad socio-cultural que pretenda presentarse pura en sí misma, y con ello posicionarse en un podio de diferenciación jerárquica con otras. La idea de hibridez conlleva a comprender que cualquier tipo de construcción cultural está compuesta por una heterogeneidad (de discursos, identidades, sujetos, símbolos, prácticas, etc.) que la diferencia hacia sí misma en tanto marco identitario, y no sólo con respecto a una exterioridad.

Pero vale aclarar que esto no significa, tampoco, la “clausura” de una pluralidad de identidades inconexas y auténticas por sí mismas, cada una en su localidad. Esto sería, en palabras de Ernesto Laclau (1996:67-68), pasar de un esencialismo de la totalidad a un esencialismo de los elementos. Por ello, cuando hablamos de hibridez no nos estamos refiriendo a un conjunto de “leyes” a las cuales responde un tipo de construcción socio-cultural sino a los diversos movimientos que se gestan en la dinámica entre los espacios culturales y los sujetos de la cultura. En otros términos, en los procesos que se gestan en los espacios entre-medio (que recuerda al pensamiento fronterizo propuesto por Walter Mignolo 2010), como diría Homi Bahbah (2002), que se presentan entre las diferenciaciones culturales a través de las estrategias de identificación de los agentes sociales. Por tal razón, muchos/as prefieren hablar de procesos de hibridación antes que “hibridez” como condicionalidad cerrada, expresión que muestra más efectivamente las dinámicas sorpresivas y variadas entre los sujetos y las sedimentaciones socio-culturales. Esto, a su vez, nos lleva a entender que la hibridación no es un proceso único que se muestra en diversos lugares sino que existen procesos de hibridación que entran, a su vez, en diálogo y conflicto, y que también son asumidos creativamente de diversas formas por los sujetos.

De aquí que el contexto globalizado contemporáneo se transforma en un espacio ciertamente propulsor de este tipo de procesos de hibridación. La globalización se presenta como un fenómeno paradójico, depositario de todo tipo de cuestionamientos. Por un lado, se lo trata como el último eslabón del capitalismo, actuando como principal espacio de construcción de la lógica neoliberal. En otros términos, la globalización permitiría la creación de un “pensamiento único” o de una “macdonalización” de la realidad, utilizando a este propósito la supuesta heterogeneidad, que promueve como “pantalla” para el movimiento de fuerzas ocultas y subrepticias que tejen las realidades culturales y socio-económicas. Desde otra mirada, muchos sostienen que la heterogeneidad que representa la globalización deconstruye las esencialidades que legitiman todo tipo de división socio-cultural arbitraria y cercenante. Así, Arjun Appadurai afirma que “la nueva economía cultural global tiene que ser pensada como un orden complejo, dislocado y repleto de yuxtaposiciones que ya no puede ser captado en los términos de los modelos basados en el binomio centro-periferia (ni siquiera por aquellos modelos que hablan de muchos centros y muchas periferias)” (2001:46).

Appadurai propone que la lectura del contexto globalizado debe tener en cuenta distintos “paisajes”, como son el étnico, mediático, tecnológico, financiero e ideológico, que no son elementos o marcos analíticos separados entre sí sino “bloques elementales” a través de los cuales se construyen, parafraseando a Benedict Anderson (a quien estudiaremos más adelante), mundos imaginados en tanto conjunciones creativas y diversas, resultantes de la interacción entre sujetos, comunidades y segmentaciones socio-culturales. Esta “imaginación cultural” conlleva a una comprensión de la construcción cultural que tiene en cuenta el constante intercambio de narrativas e historias, como espacio creativo de interacción a través del cual se “escriben” constantemente los posicionamientos históricos. Como concluye Canclini en otra de sus obras, donde propone una “globalización imaginada” (2005:62-63): “lo cultural abarca el conjunto de procesos a través de los cuales representamos e instituimos imaginariamente lo social, concebimos y gestionamos las relaciones con los otros, o sea las diferencias, ordenamos su dispersión y su inconmensurabilidad mediante una delimitación que fluctúa entre el orden que hace posible el funcionamiento de la sociedad (local y global) y los actores que la abren a lo posible”.

            Podemos concluir, entonces, que los estudios poscoloniales asumen la diferencia cultural como marco estatutario de lo social. Aquí volvemos a enfatizar algo ya mencionado anteriormente: hablar de diferencia cultural es distinto de diversidad cultural. Como dice Homi Bahbah (2002:54-55), esta última implicaría más bien un objeto epistemológico mientras que el primero un proceso de enunciación de la cultura, adecuado para la construcción de sistemas de identificación cultural. En palabras del mismo Bahbah, “El proceso de enunciación introduce una escisión en el presente performativo de la identificación cultural; una escisión entre la demanda culturalista tradicional de un modelo, una tradición, una comunidad, un sistema estable de referencia, y la necesaria negación de la certidumbre en la articulación de nuevas demandas, sentidos, y estrategias culturales en el presente político, como prácticas de dominación, o resistencia” (2002:55).

            Lo que los estudios poscoloniales proponen es que la heterogeneidad y pluralización que vivimos en el mundo globalizado actual no es una dinámica digitalizada y encauzada intencionalmente por fuerzas o países centrales con la intención de subsumir a aquellos espacios localizados en su periferia. Aunque no se niega la existencia de poderes centrales y hegemónicos que utilizan la maleabilidad social y comunicacional que ofrecen estos escenarios para su actuación, la comprensión de tal heterogeneidad y diferencialidad intrínseca al campo socio-cultural lleva irremediablemente a la asunción de que ningún tipo de sedimentación social, política, religiosa o cultural pretenda posicionarse en un podio incuestionable, puro y absoluto. De aquí que tal diferencialidad se inscribe como estatuto ontológico de cualquier tipo de identidad. Por ello, hablar de poscolonialidad significa cuestionar y deconstruir el estatus de identificación que pretenden las fuerzas coloniales, exponiendo las propias debilidades y heterogeneidades de tal Sujeto, con la intención de visibilizar las intrínsecas bifurcaciones que caracterizan el contexto global, las cuales permiten su constante maleabilidad, transformación y apertura a nuevas formas de construcción socio-cultural. Por todo esto, el asumir tal despliegue inherente a lo cultural es en sí mismo la apertura hacia una nueva comprensión de lo político en tanto proceso de construcción de lo identitario.

La política poscolonial y la cuestión del sujeto popular

            Siguiendo con el último estamento mencionado, podemos decir que los abordajes poscoloniales ofrecen un marco de crítica política, especialmente de los conceptos de nación y nacionalismo como imaginarios políticos característicos de la modernidad, y expandidos en el mundo colonial y poscolonial ya sea desde la imposición de un tipo de nacionalismo hegemónico o como recurso simbólico para el surgimiento de diversos movimientos de independencia y emancipación. Un clásico en esta línea es el estudio de Benedict Anderson (1993), quien define a la nación como una “comunidad política imaginada” que intenta demarcar su lugar a partir de una serie de delimitaciones identitarias, pero que precisamente por ese intento es en realidad falible y autoimpuesto. Por ende, la condición de constructo de lo nacional lo hace a sí mismo contingente. En una línea similar, Ernest Geller (1991) afirma que en realidad el nacionalismo engendra la nación, entendiendo la primera como un ejercicio de construcción de lo identitario que pretende esencializar una cultura, desde lo cual surge el sentido de nación como una espacialidad delimitada por una serie de caracterizaciones a priori. En otras palabras, la nación surge de la intención del nacionalismo para clausurar una serie de caracterizaciones socio-culturales en un marco homogéneo.

            La idea de nación posee una fuerte raigambre occidental, como nomenclatura que intenta construir una representación socio-cultural unificante. En otro estudio clásico sobre el tema, Homi Bahbah (2010) compila una serie de ensayos que muestran que la historia del significante “nación” es ciertamente heterogéneo, compuesto por un conjunto de narrativas dispersas y diversas. Bahbah afirma que no sólo la diversidad del campo de “las naciones” o la misma historia diversa de esta nominación muestra la contingencia de tal noción. Al entender la nación como una narración, el hecho de comprenderla tal como está escrita implica determinarla a una temporalidad concreta como signo del paso por un proceso parcial, como un intento de “cierre” en medio del campo diferencial del lenguaje. Aunque los estudios poscoloniales no pretenden eliminar el uso de estas categorías, sí deconstruyen su sentido y contenido histórico.

El estado-nación poscolonial tampoco es un objeto definitivo. Como dicen Jean y John L. Comaroff, más bien “hace referencia a una formación histórica lábil, a un plurifuncional tipo de ‘políticas-en-movimiento’” (2002:95). Estos mismos autores resaltan tres dimensiones de la transformación de estas nociones en el contexto global contemporáneo. Primero, la re-figuración del sujeto-ciudadano moderno donde la nación ya no es un objeto representativo único del sujeto sino un marco más amplio, seccionado en diferencias internas que permiten el movimiento de éstos para crear procesos de identificación más complejos. Esto se refleja en las llamadas “políticas de la identidad” (Charles Taylor). Hoy día hablamos de ciudadanos en estados-nación, no de ciudadanos de estados-nación. Segundo, la porosidad de las fronteras nacionales, las cuales se hacen casi incontrolables por los estados, sin poder frenar los constantes procesos y movimientos de personas, capital, bienes, etc. Esto implica que la misma circunscripción de la nación perdió su espacio de delimitación. De todos modos, dicha situación se presenta paradójica, ya que los estados requieren de delimitaciones para promover y defender sus intereses dentro del contexto capitalista vigente. Tercero y último, encontramos lo que los Camaroff llaman la “despolitización de la política”, donde las acciones políticas de las instituciones públicas se ven sumidas a una funcionalidad hacia el “nuevo orden capitalista”.

            Aquí surge nuevamente la cuestión de lo metafórico y lo imaginario como campos de construcción de “lo nacional”, y por ende de lo político (aunque esto último, como veremos, va más allá de lo nacional como solo una arista de todo ejercicio político). Estas imágenes surgen como expresiones que cuestionan las ideas de espacio y tiempo, donde las comprensiones de estado-nación se fundamentaban. Esto no significa dejar de lado las concepciones modernas al respecto sino articular el exceso que ella misma relega: la ambivalencia espacio-temporal propia de la modernidad, donde la racionalidad homogénea y la temporalidad progresiva se ven fracturadas en la diversidad misma de las construcciones sociales, políticas y culturales de este tiempo.

            Es aquí donde emerge la noción de sujeto, donde tal ambivalencia abre un espacio de ruptura interna de la nación, que no sólo se debe a un fenómeno fortuito de lo temporal sino por la irrupción misma de la heterogeneidad de los sujetos que componen el espacio nacional. Por ello, el problema de la “mismisidad” de la nación no se proyecta solamente por la alteridad con respecto a otras naciones sino por la escisión que produce la población que la compone. La nación está barrada en si misma. Esto es lo que Ernesto Laclau define como la constitución plural de la identidad popular. En sus palabras: “La consecuencia de esta presencia múltiple de lo heterogéneo en la estructuración del campo popular es que éste tiene una complejidad interna que resiste cualquier tipo de homogenización externa. La heterogeneidad habita el corazón mismo de un espacio homogéneo. La historia no es un proceso autodeterminado. La opacidad de una ‘exterioridad’ irrecuperable siempre va a empañar las propias categorías que definen la ‘interioridad’” (2005:191).

            De esta forma, el pueblo representa un movimiento ambivalente que cuestiona constantemente los límites de la nación, en cuya acción lo pedagógico y lo performativo se entrecruzan en una dinámica agonística de dilución y construcción constante de segmentaciones identitarias parciales. Como afirma Homi Bahbah en su clásico ensayo “DisemiNación”, “El sujeto es captable sólo en el pasaje entre decir/dicho, entre ‘aquí’ y ‘en otro lado’, y en esa doble escena la condición misma del conocimiento cultural es la alienación del sujeto” (2010:397). Por ello, “lo nacional” y su espacialidad (la nación) se entienden como una narración metafórica siempre abierta por los espacios entre-medio que componen su discursividad, y por el movimiento constante de sus sujetos enunciantes.

Aunque esta perspectiva tiene fuertes reminiscencias en la teoría del discurso (ver Spivak 2003:334-338), esto no quiere decir, como muchos críticos del posestructuralismo postulan (con cierta razón, ya que existen extremos al respecto), que “todo es discurso”. Más bien, apunta a la innegable relación entre lo discursivo y meta-discursivo (lo “óntico” y “ontológico” en términos heideggerianos) llevado al campo de las construcciones socio-políticas. Todo tipo de práctica posee un lugar de enunciación, cuyo discurso sirve a la legitimación de su estado. Pero es precisamente en ese ejercicio enunciativo que, más allá de sus estructuras concretas, no puede clausurar su entidad discursiva debido a que los movimientos de los sujetos se inscriben en los intersticios de los espacios de enunciación, y no sólo en los discursos per se. Es, como resalta Stuart Hall (1990:225-228), reconocer los espacios de diferencialidad constitutivas de toda identificación cultural, donde se inscribe la duplicidad de todo sujeto. Por una parte, no puede existir construcción identitaria sin diferenciación. Por otro, tal diferenciación abre un espacio de constante cuestionamiento de lo identitario y de cualquier tipo de segmentación socio-política o cultural.

Hacia una epistemología poscolonial

            Estos abordajes esbozados ponen sobre la mesa una nueva epistemología para el estudio de las relaciones conflictivas del colonialismo/colonialidad y sus reminiscencias en el campo del análisis político. Por una parte, propone la consideración de otras categorías analíticas, como son el discurso, la cuestión de la “identidad” (sea étnica, social, política, sexual, etc.), el lugar metafórico de lo político y el lugar de las construcciones “micro-sociales” que inundan el campo socio-cultural. Esto complementa (ya que no anula) el uso de categorías tradicionales como las figuras geopolíticas de centro/periferia, la comprensión de “la cultura” como imagen homogénea, el sentido de “nación” como única narrativa para describir las identificaciones socio-políticas y el uso restringido de categorías socio-económicas (desde posiciones liberales hasta marxistas), como es el lugar de la “clase”. Con respecto a esto último, Anibal Quijano (2000:345-347) demuestra cómo el materialismo histórico, aunque cuestiona el idealismo burgués, persigue sus mismos fundamentos ya que pertenecen a un espacio eurocéntrico común (como son la cosmovisión homogénea de los elementos sociales y la paradoja de “una visión suprahistórica de la historia”, donde ésta ya está determinada a priori – ej.: la mano invisible del mercado o el proceso revolucionario)

            Por otro lado, la categoría de sujeto adquiere un nuevo lugar, no ya como objeto depositario de una serie de caracterizaciones sino como fuerza irruptora del espacio socio-político-cultural. En este sentido, cobran importancia para el análisis el conjunto de elementos creativos que pone en movimiento “el pueblo” en tanto conjunto de agentes sociales que en el diálogo de sus particularidades crea un espacio plagado de bifurcaciones, que permite no sólo el establecimiento de fracturas que canalizan la creatividad sino también ponen entre paréntesis cualquier intento de homogeinización socio-política.

            Esta búsqueda es lo que Walter Mignolo denomina desobediencia epistémica, partiendo del hecho de que la desconolización de las sociedades implica también una descolonización del saber, que representa una de las herramientas más efectivas de las fuerzas coloniales. La descolonización implica, entonces, un desprendimiento epistémico que deja de lado los vicios academicistas tradicionales, que terminan siendo funcionales al estancamiento político, incluso cuando las propuestas son de corte progresista.

            Esta nueva “epistemología política”, si se me permite denominarla de esa manera, pretende una toma de conciencia de la realidad y de los mecanismos de colonización del ser y del saber. Es en ella donde descubrimos las fracturas inherentes de un poder que pretende presentarse absoluto, y es, también, tal concientización, una toma de lugar por parte de los sujetos que precisamente lo logran en el descubrimiento y asunción de los intersticios del “sistema”. Tal vez el estamento principal de esta epistemología es que lo político no viene de arriba hacia abajo, sino al revés, a partir de los movimientos populares y las construcciones subalternas. Walter Mignolo lo resume de esta manera: “El pensamiento crítico fronterizo es entonces el método que conecta la pluri-versidad (diferentes historias coloniales atrapadas en la modernidad imperial) con el proyecto uni-versal de desprendimiento del horizonte imperial, de la retórica de la modernidad junto a la lógica de la colonialidad, y de construcción de otros mundos posibles donde ya no haya un líder mundial, de derecha, de izquierda o de centro” (2010:122).

“La política volvió a la mesa”: la “Juventud K” como nuevo sujeto popular

            El marco teórico hasta aquí esbozado nos guía hacia un análisis que encuentra un espacio de acción y construcción política fisurado y abierto por la convergencia de un campo heterogéneo de fuerzas, que se hacen camino en el movimiento de diversos sujetos reivindicantes de distintas demandas y reclamos. De esta forma, lo político se entiende como un espectro siempre cambiante y que encuentra su eficacia, precisamente, en cómo abre tal espacialidad. También, los sujetos actuantes (sean individuos o grupos) cobran un lugar central como corporizaciones diferenciales que permiten tal apertura.

            En esta dirección, podemos ver la llamada “Juventud K” como un sujeto emergente en el espacio político argentino, que está tomando cada vez más lugar en el campo social. Aunque fue un grupo siempre presente en el proyecto político del oficialismo, fue en el velatorio del ex presidente Néstor Kirchner donde más se evidenció la masa de jóvenes seguidora de este personaje político, cuestión que fue resaltada por la mayoría de los medios de comunicación. No estamos hablando de un grupo concreto sino de un conjunto de agrupaciones de distinto tipo, institucionalidad e identidad, que aportan de diversas maneras a lo que se entiende como “el proyecto de gobierno” del matrimonio Kirchner y su séquito. Podemos encontrar agrupaciones con un compromiso institucional mucho más fuerte como “La Cámpora”, el cual está comandado por Máximo Kirchner, el propio hijo del matrimonio presidencial. Aunque es tal vez el nombre más conocido a la hora de hablar de “Juventud K”, ciertamente es tan sólo una de las variadas expresiones que encontramos a la hora de analizar tal fenómeno. Es así que nos encontramos con todo un espectro individuos, grupos y proyectos cuyo escenario de acción va desde espacios virtuales de opinión hasta proyectos concretos de incidencia pública.

            "Kirchner nos devolvió a los jóvenes la militancia. Nos devolvió la política", dijo Florencia Peña, una conocida actriz en el ámbito del arte pero no precisamente en el político. Y es en esta frase donde se resume el impacto del también ambiguo “kirchnerismo”. El lugar de la juventud en este proyecto político va ligado a la imagen de lo nuevo en varios sentidos: la necesidad de un nuevo paradigma político, de nuevas condiciones socio-económicas y de nuevos actores políticos. “Creemos en la posibilidad y en la necesidad de generar una nueva cultura política y en la necesidad de generar una concepción integral de la democracia en donde tenga plena cabida la capacidad de disentir”, afirma el conocido blog “Juventud Kirchnerista” (2007).

            Como afirmábamos al inicio, la “Juventud K” representa diversos niveles de compromiso con la institucionalidad oficialista y con los nombres representativos de este modelo. Por ello, podemos decir que este movimiento posee una condición transversal, donde las fidelidades no son únicas ni personificadas sino que entran en un campo de mayor heterogeneidad en la identificación. Es por ello que hasta podemos encontrar seguidores de distintas agrupaciones políticas hablando de su “simpatía” con una nomenclatura llamada de diversas maneras: “proyecto de Cristina”, “proyecto político” o “proyecto kirchnerista”.

La ambivalencia en la determinación de este “proyecto” es precisamente debido a la heterogeneidad misma de su contenido, ya que éste encierra distintos tipos de acciones del gobierno sobre una amplia gama de demandas sociales. De aquí podemos decir que tal nominación socio-política es lo que Ernesto Laclau llama significante vacío, el cual permite la construcción de diversos espacios hegemónicos.[5] Este concepto subvierte toda mirada universalista de lo político como también la enarbolación de una particularidad por sobre las demás (o en una versión posmoderna extrema, la aceptación de todas las particularidades por igual) ya que inscribe la articulación de lo social y lo político en un escenario fisurado por las fronteras de los elementos que la componen. Esto deconstruye la sutura de cualquier tipo de identidad que, como tal, posee una entidad determinada y reconocible pero excedida y escindida en la especialidad que la acerca a las demás identidades. “Hay hegemonía sólo si la dicotomía universalidad/particularidad es superada; la universalidad sólo existe si se encarna –y subvierte- una particularidad, pero ninguna particularidad puede, por otro lado, tornarse política si no se ha convertido en el locus de efectos universalizantes” (2000:61).

Por ello, la nomenclatura de “proyecto político” es un significante que nuclea equivalencialmente distintas demandas del campo popular, sea en el ámbito cultural, económico, político, sexual, etc., que, por un lado se apropia del “modelo kirchnerista” como una respuesta a tales demandas, aunque por otra la supera en tanto particularidad ya que en tal proceso de identificación existe un movimiento de los mismos sujetos demandantes dentro del espacio abierto por el proyecto kirchnerista. Esto lo podemos ver en las siguientes palabras de la “Juventud para la Victoria” de San Nicolás, en una emisión radial a los tres meses del fallecimiento de Néstor Kirchner: “No tenemos ni simpatía ni antipatía con ningunos de los candidatos, siempre vamos a apoyar al que más se acerque al proyecto de Cristina […] Queremos comparar propuestas, hacer la dialéctica discursiva y ahí asentar nuestro posicionamiento sobre diversos puntos y temáticas, que es lo más sano. El eje estaría puesto en la acción” (Juventud para la Victoria 2010, cursivas mías).

De aquí que la adhesión a este proyecto político no pasa por la construcción de un tipo de discursividad identitaria fuerte sino de abrir un espacio de identificación con diversos intereses, sujetos y demandas sociales, que actúe como fuerza de movimiento hacia distintos elementos de su propuesta. Así lo vemos en Lucía, una joven de 18 años que asistió a la Plaza de Mayo al funeral de Néstor Kirchner: “Tenía la necesidad de ir, más que nada por una cuestión social, por lo que estoy estudiando. Fui a apoyar este proyecto; para mí este gobierno es lo mejor que hay” (Continental 2010). El proyecto político de la “Juventud K” tiene que ver con personalidades concretas, como son “los Kirchner”, pero como representación hegemónica de un amplio modelo donde confluyen distintos tipos de identificación (o “posiciones de sujeto”, como diría Michael Foucault). “Por eso mi voz en adhesión a un modelo que no es ni un apellido, ni un hombre ni una mujer. Es un modelo de historia y de experiencia. Un modelo aun perfectible pero al mismo tiempo un modelo que brega por la gesta, por la epopeya popular que está sucediendo aquí y ahora.” (Gustavo Krämer 2011).

            Podríamos decir, también, que este movimiento se caracteriza por ser un movimiento bloggero. Esta plataforma virtual se ha convertido en una nueva herramienta política, que permite la diversificación sin límites de espacios donde los jóvenes pueden verter sus opiniones y crear espacios de debate. Es así que encontramos inmensidad de blogs de todo tipo de corriente, y representativos de distintas regiones del país. Un espacio confluyente es “Blogs en acción” (http://bloggersenaccion.blogspot.com/), cuyo lema es: “Decimos lo que muchos esconden”. Éste representa una red de blogs que se presenta como un espacio alternativo de información y opinión, en contraposición a los medios monopólicos de comunicación. Al presentarse, lo hacen de la siguiente manera: “Y resulta que hoy vos estás acá, quizá porque también querés conocer lo que muchos esconden. Si es así, entonces navegá los blogs, abrí el tuyo, decí tus palabras. No te escondas bajo la alfombra del discurso hegemónico que arma la realidad a su medida.” Vemos entonces que la apertura de este espacio de información y opinión actúa como una nueva dinámica de democratización de la comunicación en tanto democratización de la participación política.[6]

            Otro elemento a resaltar de la “Juventud K” es la dinámica de reapropiación simbólica y temporal. En cuanto al primero, este movimiento se caracteriza por la reubicación de la militancia política en diversos ámbitos socio-culturales, como son el arte, la música y hasta el baile. Por ejemplo, en julio de 2010 se realizó en Capital Federal un encuentro denominado Crisfield, que hace referencia a la conocida fiesta electrónica Creamfield, la cual es mayoritariamente representante de las clases medias-altas de la ciudad de Buenos Aires. A diferencia de esta última, aquí la música fue variada, pasando desde la cumbia hasta rock nacional, interviniendo con cánticos políticos y breves discursos (dentro de éstos, vale resaltar el de la agrupación Putos Peronistas que tomaron el micrófono para pedir “Por el matrimonio igualitario y popular”; esto muestra la identidad heterogénea que compone el movimiento).

            También podemos ver una reapropiación simbólico-temporal con respecto a las generaciones de los ’70 (izquierda peronista), los ’80 (la dictadura militar) y los ’90 (el neoliberalismo menemista). Por una parte, este movimiento se entiende a sí mismo como una reivindicación de los reclamos del “sujeto revolucionario” de los ’70 y de su empresa emancipatoria. “Hoy los que nos alimentan saben cómo alimentarnos, porque son la generación que iba a cambiar la Argentina, la generación del 70, la misma generación que no pudo cambiarla por la alta concentración de gorilas (espero que no se me enoje Greenpeace), pero gracias a dios hoy los gorilas de antes son una especie en extinción.........y lo festejo… Hoy los jóvenes encontramos una fuente de alimento político e intelectual que nos incluyó, que nos hizo ver que somos un sujeto político importante y sumamente activo, que podemos ocupar espacios de poder y que principalmente nos hizo conscientes que esta nación es nuestra y que si queremos un buen porvenir tenemos que hacerlo nosotros” (Eugenio Krämer 2011).

Esta reapropiación es una crítica directa al cercenamiento político en tiempos de la dictadura militar, tal como lo expresó el documento de convocatoria al acto masivo de la “Juventud K” del 14 de septiembre de 2010: “Que cada cual elija su lugar en este momento crucial de la vida nacional. Queremos ser sujeto político para dejar de ser objeto de consumo y represión”.  Es, también, una respuesta a la fuerte apatía política provocada por las ideologías neoliberales imperantes en la época de los ’90 entre los jóvenes, donde se vació el lugar del Estado nacional y el lugar de la acción política. “Lo que pasa es que los jóvenes vimos gracias a su gestión que los ideales y las convicciones que nos llevaron a criticar a los gobiernos neoliberales, ahora son los que inspiran todas las decisiones de un Estado con un sentido social igualador.” (La Cámpora 2010). Aquí también podríamos agregar la reapropiación simbólica que encontramos en escritos y conferencias organizadas por distintos movimientos, donde se analiza la relación entre el kirchnerismo y fenómenos como “la revolución bolivariana” o la filosofía del “Che”.

            En estos diversos espacios puede verse una redefinición de algunos conceptos políticos, como son el de democracia, Estado, militancia, etc. Pero lo que tal vez llama más la atención es la comprensión del campo político y su acción desde una definición que comprende la institucionalidad (especialmente el lugar del Estado) pero desde una dinámica que rechaza el enclaustramiento a un tipo rígido de estructuración. De aquí la directa relación entre la política de los derechos humanos y la democracia como uno de los principios de la “Juventud K”. Esta última no implica solamente la creación de un tipo de orden público, por más abierto que este sea. Es, más bien, una condicionalidad de la sociedad civil. “La esencia de la democracia consiste, en un sentido amplio, en ofrecer la posibilidad a la generalidad de la población de jugar un papel significativo en la gestión de los asuntos públicos. La misma no puede limitares solo a la creación y la institucionalización de un orden político; es decir, un sistema de reglas de juego que hace abstracción de sus contenidos éticos. Estas concepciones terminan por reducir la democracia a un método, completamente disociado de los fines, valores e intereses de los actores colectivos. Por el contrario, es necesario considerar a la democracia como una condición de la sociedad civil, caracterizada por el predominio de la igualdad y el desarrollo ciudadano, no como categoría política abstracta sino en sentido real.” (Juventud Kirchnerista 2007).

            Podríamos decir que tal comprensión de lo democrático y lo político proviene de la misma condicionalidad diferencial que la Juventud K reconoce en sí misma con respecto a su lugar de cuestionante y de quiebre dentro del campo de lo político. Tal condición lleva a reconocer como elementos esenciales el lugar de la heterogeneidad constitutiva del sujeto político y de la necesidad de un escenario abierto a diversos tipos de reivindicación, lo cual implica reconocer en su fisura constitutiva la producción de una dinámica constante de cambio.[7] Este mismo discurso lo podemos ver desde las esferas institucionales del gobierno oficialista, como por ejemplo en las palabras de Alicia Kirchner (2011): “Nosotros consideramos a la política como una construcción colectiva para transformar la realidad, y la participación como la fuente de reserva y el valor desde dónde se realiza. La juventud es el nuevo cauce de esa participación… Después de tantos años de abominación de la política, hoy los jóvenes son sujetos protagonistas.” También lo podemos ver en las palabras de Jorge Giles (2010) en referencia al acto en el Luna Park en septiembre de 2010, donde la presidenta Cristina Fernández habló a la “Juventud K”: “En la historia de los pueblos, las transformaciones suceden cuando el sujeto del cambio está constituido por los jóvenes y los trabajadores, en estado de rebeldía […] La del 45 fue una revolución de jóvenes”

            En resumen, podemos extraer tres elementos centrales del análisis realizado que nos sirven como marcos de análisis político del contexto actual en Argentina. Primero, la “Juventud K” refleja el lugar de un nuevo campo de construcción discursiva de lo político, especialmente el lugar del Internet como espacio de democratización de la comunicación, donde diversos discursos y prácticas políticas son expuestas a un sinnúmero de cuestionamientos y resignificaciones por parte de todo tipo de sujetos (individuales y colectivos), que en los esquemas clásicos de la política no tenían lugar. Segundo, este mismo campo lleva a una comprensión del espacio político como cuerpo heterogéneo, donde los procesos de identificación ya no se cierran al compromiso con un tipo específico de identidad sino se entienden (y más aún, se potencian) en la intrínseca necesidad de un campo de producciones hegemónicas. Por último, los procesos de reapropiación simbólica nos muestran que las identidades políticas son siempre rearticulables por los sujetos actuantes en contextos determinados y desde demandas específicas. De aquí que ellas poseen una condicionalidad siempre abierta donde su supuesta sutura y monopolio es en realidad una ilusión malograda.

Conclusión

            El abordaje poscolonial nos ofrece una reinscripción de lo político en un espacio donde la diferencialidad no es simplemente un elemento coyuntural que determina el límite entre una identidad y otra, sino que es un elemento epistemológico que sirve a la construcción misma de lo identitario en tanto espacio siempre abierto al cambio. Las fisuras del campo social y los mismos procesos de transformación se encarnan en las acciones de los sujetos que se movilizan desde un amplio abanico de elementos constituyentes. Esto también conlleva a considerar la construcción de lo político desde diversos tipos de demandas sociales.

            El movimiento de la “Juventud K” es la muestra de un nuevo tipo de sujeto que en su movilización evidencia la existencia de tal heterogeneidad constituyente de lo político. Su irrupción cuestiona los marcos tradicionales de la construcción de la militancia, especialmente en su fuerte presencia en el “universo blog”, lo cual le abre un amplio espacio de construcción discursiva e identitaria. En este contexto, el “proyecto K” no es un marco identitario prefijado sino un espacio de participación e identificación política que ofrece un conjunto de discursividades, símbolos y propuestas que son reapropiados por los sujetos que componen este movimiento, para la constitución de su identidad y para responder a su demanda concreta. Lo político, desde aquí, se entiende más bien como procesos de identificación gestados en un espacio plural.

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[1] Licenciado en Teología (ISEDET) y Doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO)

[2] Esto recuerda a la noción de Ernesto Laclau sobre lo ideológico, no como cuerpo consciente e independiente que representa e impone una identidad finalizada (“falsa conciencia”) sino como una espacialidad falsa en sí misma que se presenta como imagen suturada. En sus palabras: “Este es el efecto ideológico strictu sensu: la creencia en que hay un ordenamiento social particular que aportará el cierre y la transparencia de la comunidad. Hay ideología siempre que un contenido particular se presenta como más que sí mismo. Sin esta dimensión de horizonte tendríamos ideas o sistemas de ideas, pero no ideología” (Laclau 2000:21).

[3] En este sentido, hay que recalcar la condición paradójica de la modernidad que muchos intelectuales poscoloniales sostienen: ella no sólo ofrece un marco de homogeinización a través de la expansión del mercado capitalista o de los valores del “hombre moderno ilustrado”, sino que también representa un espacio de promoción de la heterogeneidad y de una movilidad del sujeto que llega a subvertir cualquier tipo de clausura ideológica, social y eclesial. Por ello, se pueden entender el lugar de estas complejidades del espacio social también como resultado de las transformaciones llevadas a cabo por la modernidad.  Esto es lo que resalta Walter Mignolo (2010) respecto al hecho de que la empresa colonialista y la noción de colonialidad (o sea, las construcciones identitarias que respaldaron y surgieron de tales prácticas) van de la mano. Esta dialéctica sigue aún presente en los fundamentos raciales, étnicos y culturales que poseen los actuales mecanismos de diferenciación y legitimación de espacios centrales de poder (especialmente norteamericanos y europeos).

[4] Más allá de esto, vale la advertencia de Arif Dirlik (2010:81) sobre el peligro de descartar categóricamente el lugar el capitalismo como algunos posicionamientos poscoloniales de corte multiculturalista suelen hacer, ya que ello puede llevar al error de no dilucidar la intrínseca unión entre capitalismo y eurocentrismo, particularidad cultural que, por más “deconstruida” que podamos leerla, no podemos negar su lugar central en las dinámicas coloniales de los últimos siglos.

[5] “Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación política; una forma, si se quiere, de la política; pero no una localización precisable en el campo de una topología de lo social. En una formación social determinada puede haber una variedad de puntos nodales hegemónicos. Evidentemente, algunos de ellos pueden estar altamente sobredeterminados; pueden construir puntos de condensación de una variedad de relaciones sociales y, en tal medida, ser el centro de irradiación de una multiplicidad de efectos totalizantes; pero, en la medida en que lo social es una infinitud irreductible a ningún principio unitario subyacente, la mera idea de un centro de lo social carece de sentido”. (Laclau y Muffe 1985:183).

[6] Esto lo podemos ver también en el posteo de Patricio, un joven bloggero rosarino de 23 años: “Hoy los pibes tenemos más voz e interés que los adultos porque somos artífices de la horizontalidad de los mensajes que plantea Internet, las redes sociales, los blogs y demás. Los viejos miran TN. Nosotros vemos en Facebook la opinión de un amigo kirchnerista, de otro radical y así. Leo a Natanson y después un artículo de La Nación que me envió un amigo, y la participación se agranda cada vez más. La Web es más democrática que cualquier gobierno. Se terminó la verticalidad del mensaje que era funcional a los intereses políticos de algunos, y que construyó las ideas cerradas de nuestros abuelos. Por eso Clarín no sabe más qué hacer. Y hasta sacó sus propios blogs. Pero eso no sirve, no entiende que hoy la lógica es otra” (Mencionado por Peirone 2010)

[7] Esta nota, aunque extensa, muestra tal condicionalidad diferencial, desde una evidente lectura laclausiana de lo popular (ver Ernesto Laclau 2005): “Considero que la lógica de construcción de movimientos políticos y sociales, esencialmente populares tiene que ver con una situación de "equivalencia en la diferencia", es decir un diferencia en un individuo, que coincide con esa misma diferencia en otro individuo, se convierte en una equivalencia de diferencias entre dos individuos, esas diferencias trasladadas a al resto de los actores sociales (individuos) se convierte en una demanda y esa demanda es levantada como bandera por aquel sector que se ve diferente a una totalidad diferente que los excluye y entonces reclama la igualdad. Cuando ese sector encuentra un liderazgo social, político, que toma la bandera de su reclamo, de su "diferencia equivalente", la levanta y la lleva a la mesa de las decisiones, aquel grupo se hace solido y lleva a ese líder hacia adelante contra viento y marea […] Así fue el fenómeno Perón con el pueblo obrero, un líder que identifico una diferencia en un segmento de la sociedad, diferente del dominante. Perón tomo esa diferencia, convertida ya en demanda popular y lo llevo como bandera política e hizo partícipe al trabajador de la vida política nacional, a partir de allí ese segmento se identifico con su líder incondicionalmente. […] Entonces, volviendo atrás en el texto. Este grupo de gente que hoy lleva adelante los destinos del país, encabezado por nuestra Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, perteneció a aquella juventud que tuvo una "diferencia equivalente" (la falta de participación, exclusión de la política, represión a las libertades, la proscripción de su lider). Juventud  que transformó esa diferencia en una demanda sectorial y popular.” (Eugenio Krämer 2011)


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RESEÑA DE TESIS DE GRADO DE LA LICENCIATURA EN ANTROPOLOGÍA ORIENTACIÓN SOCIAL

“EL VERDE SE ESTÁ SECANDO”: CONFLICTO SOCIOAMBIENTAL EN EL PARTIDO DE TANDIL EN TORNO A LA GESTIÓN, UTILIZACIÓN Y OCUPACIÓN DEL SISTEMA SERRANO DURANTE EL PERÍODO 2006-2010.

Girado Agustina

Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría (UNICEN)

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Recibido 27/04/2012.

Aceptado 9/052012.

RESUMEN

El presente artículo exhibe avances y reflexiones generales surgidas en el marco de la realización de la tesis de Licenciatura en Antropología Social. La misma aborda un conflicto socioambiental existente en la ciudad de Tandil, provincia de Buenos Aires, en torno al uso, gestión y ocupación del sistema serrano de Tandilia. En este conflicto por la explotación/preservación del medio ambiente se enfrentan determinados actores colectivos en una arena con pluralidad de significados y prácticas.

Palabras clave: conflicto socioambiental; sistema serrano; Tandil.

ABSTRACT

This article presents general progress and reflections arising in the context of the completion of the Bachelor thesis in Social Anthropology. It addresses an existing socio-environmental conflict in the city of Tandil, Buenos Aires, about the use, management and occupation of the mountain system of Tandilia. In this conflict by preservation /exploitation of the environment certain collective actors confront in an arena with several meanings and practices.

Keywords: socio-environmental conflict; mountain system; Tandil.

INTRODUCCIÓN

A partir de considerar las relaciones socio-históricas que los actores sociales mantienen con su entorno natural y entender al medio ambiente como un universo social, como una construcción socio-política, la investigación se focalizó en la utilización, gestión y ocupación del recurso natural sierras del Partido de Tandil, problematizando las diferentes racionalidades que expresan diversas lógicas socio-políticas de los agentes participantes, las cuales se visibilizan a partir del conflicto socioambiental existente en la mencionada ciudad. El análisis se centró en el período 2006-2010 con una mirada retrospectiva para comprender mejor la problemática socioambiental. Este período incluye como acontecimientos relevantes la conformación de la Asamblea Ciudadana en Defensa de las Sierras, la sanción de la Ley de Paisaje Protegido Nº14.126[1] y la implementación de un nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT)[2], medidas municipales y provinciales tendientes a solucionar el conflicto socioambiental.

En este sentido, la problemática de investigación se abordó a partir del análisis de la complejidad vinculada a la utilización y gestión de los recursos naturales no renovables, y desde las “alteraciones” ambientales, socioeconómicas y políticas que generan determinados usos del recurso, específicamente la instalación de industrias extractivas mineras y el mercado inmobiliario. De la misma forma, la investigación intentó dar cuenta de estos factores desde su asociación con aquellos imaginarios[3] que relacionarían una “identidad de la ciudad” con el “recurso natural sierras”[4].

Asimismo, para la contextualización de esta problemática se consideró la identificación de Tandil como ciudad turística a partir de la presencia del cordón serrano. Desde el actual discurso municipal, atendiendo a esta construcción imaginaria, se vislumbra un cambio de orientación en la gestión del recurso sierras. Es decir, el beneficio que generaba la actividad minera unas décadas atrás deja de ser redituable socio-económicamente para ponderarse actualmente la conservación del recurso con fines turísticos, recreativos e inmobiliarios. Esta situación permite poner en cuestionamiento la representación social que concibe a las sierras como un bien público, pudiéndose visibilizar su apropiación privada. La reconfiguración del imaginario social genera una situación de tensión entre los ciudadanos que reclaman el acceso público y gratuito a las sierras y los propietarios privados que defienden sus derechos adquiridos por ley, en el medio de esta situación se encuentra el Municipio el cual “intenta” mediar en la disputa por el control de los recursos del medio ambiente producida entre la comunidad local y el sistema político y económico dominante.

Por otra parte, los conflictos sociales habilitan la emergencia de diversos actores que buscan tensionar las estructuras vigentes mediante la puesta en escena de sus capitales simbólicos y racionalidades divergentes. De este modo, en el conflicto socioambiental investigado, se manifiestan posiciones y valoraciones diferentes en relación a la utilización de los recursos naturales, expresándose racionalidades que se oponen a la gubernamental y/o empresarial. Por esta razón, se enfatizó en las diferentes modalidades que adquiere la resistencia comunitaria desde su capacidad de autoorganización y visibilidad, como así también en la promoción que realizan explícita y/o implícitamente de una racionalidad ambiental.

En base al trabajo etnográfico desarrollado se desprendió como hipótesis preliminar que los conflictos socioambientales cumplen un rol positivo tanto en la visibilización de las problemáticas ambientales como en la promulgación de políticas públicas. Empero, en la mayoría de los casos, no logran generar cambios estructurales en la gestión del medio ambiente ya que desde los distintos ámbitos del Estado no se habilitan canales concretos de participación y se sancionan medidas legales que en lo enunciativo están muy bien redactadas, pero no logran implementarse efectivamente. Sumado a ello, poseen una fuerte eficacia simbólica sobre la población debido a que los sujetos sociales identifican la sanción de una medida legal como “la solución definitiva a los conflictos”, distendiéndose –al menos coyunturalmente, como se pudo observar en el trabajo de campo- en los reclamos por la preservación del medio ambiente. Al mismo tiempo, se debe recuperar la idea de que los conflictos socioambientales son dinámicos y por ende continuamente surgen nuevos factores de tensión que reactivan los reclamos, imposibilitando una resolución definitiva de los mismos y poniendo de manifiesto la amalgama de intereses económicos y políticos que subyacen en la utilización y explotación de la naturaleza.

En síntesis, mediante la realización de la tesis se intentó hacer un estudio de caso de la arena de conflictos que se crea como resultado del proceso de expansión urbana sobre el sistema serrano, expresión de la dinámica sociedad-naturaleza. El crecimiento económico de la ciudad de Tandil durante los últimos 3O años se vincula con las diferentes formas de utilización y explotación del sistema serrano, lo que conlleva una fuerte presión sobre el ecosistema y la institucionalidad pública, y al mismo tiempo importantes repercusiones y disputas al interior de la población local.

 

ASPECTO METODOLÓGICO

En la investigación se estableció como unidad de estudio la localidad de Tandil, no sólo en sus contornos físico-geográficos sino en su contexto relacional-histórico, y como unidad de análisis los discursos y prácticas, también en contexto, de los actores sociales que intervienen en la arena de conflictos que se crea como parte del proceso de expansión urbana sobre el ecosistema serrano.

En este sentido, se reconocieron tres grandes grupos de actores con lógicas e intereses diferencialmente definidos política, social, económica, cultural y ecológicamente: grupos de la sociedad civil (agrupaciones ambientalistas, vecinos pertenecientes a determinados barrios, representantes del “saber experto” y prensa local); actores y protagonistas del campo de la política municipal, provincial y nacional; y grupos con intereses económicos en juego (representantes del sector inmobiliario y del sector minero). El análisis de los discursos y prácticas de los mencionados actores posibilitó abordar tres ejes relevantes de la problemática: lo político, lo económico y lo social. Empero, no se realizó un análisis aislado de cada aspecto sino que se indagó en la problemática desde una perspectiva que prioriza la concepción de sistemas complejos referenciada por Rolando García (1994).

Asimismo, el trabajo en terreno se abordó a partir de técnicas cualitativas tradicionales de la etnografía, combinándose diversas estrategias de campo y estilos analíticos y narrativos, en donde los discursos de los actores juegan el rol central en el entendimiento y abordaje del conflicto socioambiental. A partir de la reconstrucción expositiva de la investigación se busca mostrar tanto las condiciones materiales que permiten el surgimiento del conflicto cuanto la construcción subjetiva y colectiva del mismo, en donde las condiciones políticas y económicas deben complementarse con la dimensión de las representaciones y estructuras simbólicas para elucidar la complejidad de la problemática socioambiental.

 

CONSIDERACIONES GENERALES

El conflicto socioambiental presente en la ciudad de Tandil permite vislumbrar, a través del estudio de los discursos y prácticas de los actores sociales, la disputa que se genera en torno a la “ciudad imaginada” y al tipo de desarrollo que se quiere para la misma. Al mismo tiempo, posibilita reflexionar respecto a la valoración del vínculo que la comunidad mantiene con los recursos naturales.

En este sentido, existe una compleja relación entre el orden simbólico y el orden natural que conlleva a la producción de diversas racionalidades sobre el uso, gestión y ocupación del sistema serrano. La contraposición entre racionalidades (ambiental y económica) supone evaluar y comparar alternativas entre diferentes tipos de actividades: extractiva o no extractiva, sustentable o no sustentable, e implica una oposición entre dos dimensiones temporales, una acotada al presente y otra proyectada hacia el futuro (Fernández 2007).

Así, en el espacio local es posible identificar diversas valoraciones y racionalidades respecto al medio ambiente. Por una parte, se encuentra el reclamo de los vecinos, ONGs y agrupaciones ambientalistas interesadas en conservar el recurso sierras como un patrimonio natural y cultural de incuestionable valor geológico, estético-paisajístico, hídrico e identitario que excede lo netamente económico. Reclaman que se permitan sólo aquellos usos y actividades productivas que resultan compatibles con la finalidad de protección y acceso público a las sierras.

Por otra parte, se encuentra el reclamo de los empresarios mineros y los propietarios de los terrenos localizados sobre el faldeo serrano, quienes entienden a las sierras como un recurso productivo, fuente de trabajo y lugar de residencia. Cuestionan la protección “extrema” del sistema serrano fundamentando que la no utilización productiva y recreativa del recurso generaría una disminución en las fuentes laborales e impediría el desarrollo económico y social de Tandil. Asimismo, argumentan que las actividades productivas y recreativas permiten realzar las características del recurso, “ponerlo en valor” y generar un paisaje particular “que dice más que las sierras en sí mismas”.

Finalmente, se encuentra la posición del gobierno municipal que destaca el valor que poseen las sierras en tanto recurso para el desarrollo turístico de Tandil. Son los funcionarios políticos principalmente los que impulsan la imagen de Tandil como “lugar soñado”, “ciudad serrana”, visualizando al recurso serrano como plusvalor para el armado de proyectos urbanísticos y turísticos porque conjuga el interés y especulación económica con la belleza y singularidad paisajística. De este modo, detrás del discurso ambientalista que esgrime el Municipio existe una serie de intereses políticos y económicos que obstaculizan la efectiva preservación del medio ambiente.

En lo que respecta a la explotación y preservación de las sierras está en juego mucho más que el cuidado del medio ambiente. El tema de fondo es el derecho de las personas a decidir cómo deben utilizar sus territorios, como también la posibilidad de participar en la distribución de los costos y beneficios generados por ciertas actividades y/o usos de la naturaleza.

Actualmente el interrogante entre los actores en conflicto es: ¿Sierras para quién y para qué? Esta situación permite repensar el creciente proceso de urbanización que ha repercutido diferencialmente en la apropiación del suelo y los recursos de la ciudad. El Estado Municipal es quien debe realizar una equitativa regulación del recurso para conseguir una efectiva preservación de las sierras y evitar las desigualdades sociales que se generan cuando se restringe el derecho a una utilización pública y gratuita del mismo.

El desarrollo del conflicto ha puesto de manifiesto que el poder no se posee sino que se ejerce (Foucault 1973), es algo que circula, ya que los diferentes actores sociales a partir de sus acciones y discursos han generado cambios en el rumbo, foco y abordaje de la problemática, demostrando que no existe un único lenguaje ni una única manera de imaginar el desarrollo futuro de su ciudad. Es decir, la eficacia de los procesos hegemónicos de producción de sentidos sociales está puesta en debate desde los sectores subalternos ya que se oponen a los dispositivos hegemónicos[5] de dominación, generando diversas formas de resistencia y construyendo valoraciones que explican y articulan fragmentos de una “realidad alternativa”, de otra “cosmovisión del mundo”.

Es difícil proyectar el desarrollo y posible desenlace del conflicto ya que este fenómeno relativamente reciente todavía tiene mucho por debatir respecto a qué ciudad se quiere construir y qué tipo de racionalidad debería imperar. Empero, la investigación permitió develar que muchas personas se resisten a contemplar pasivamente la degradación del recurso natural sierras y, sobre la base de sus condiciones materiales de existencia, intentan participar e intervenir en la gestión, utilización y ocupación del sistema serrano.

 

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SVAMPA, M. y M. ANTONELLI. 2009. Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales. Editorial Biblios Sociedad, Buenos Aires.

Plan de Ordenamiento Territorial del Municipio de Tandil.

Ley de Paisaje Protegido Nº 14.126.

Plan de Manejo Ambiental de la Ley Nº 14.126 de Paisaje Protegido.

NOTAS



[1] La Ley declara “Paisaje Protegido de Interés Provincial” el área del Partido de Tandil denominada “la poligonal” (intersección de las actuales Rutas Nacional Nº 226 y Provinciales Nº74 y Nº 30), prohibiendo  la actividad minera de las canteras que allí se localizan.

[2] El Plan de Ordenamiento Territorial regula el uso, ocupación, subdivisión y equipamiento del suelo del Partido de Tandil, al igual que determina el sistema de gestión territorial.

[3] Utilizo el concepto en el sentido que le da Armando Silva (1992) en su estudio de los imaginarios sociales urbanos como sistema de representaciones histórica y culturalmente construidas con referente en el espacio urbano, que permiten dar cuenta de la ciudad como espacio vivido. Esta concepción es solidaria de una comprensión de los imaginarios sociales que busca anular la dicotomía esencialista entre lo real y lo imaginario para desplazar sus fronteras recíprocas al interior del espacio semántico de la realidad.

[4] La denominación “recurso natural sierras” resulta ser una simplificación personal a la hora de referirme al cordón serrano de Tandilia, el cual es identificado por la totalidad de los actores seleccionados como un recurso natural. Mastrangelo establece que los recursos no son naturales sino son naturalizados por las personas: “(…) son el tipo de agente socioeconómico que aprovecha un recurso y las condiciones sociales de su apropiación las que centralmente determinan la condición de recurso, que sea renovable o no renovable y los impactos socioambientales de su aprovechamiento”. (Mastrangelo; 2008:7)

[5] Para Michel Foucault (1973) el dispositivo es una red de relaciones entre instancias y elementos heterogéneos: discursos, instituciones, arquitectura, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, lo dicho y lo no dicho, donde lo más importante es la naturaleza del vínculo que  puede existir entre estos elementos, los cuales atraviesan al Estado, lo incluyen (Svampa; 2009).


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SUJETOS POLÍTICOS Y ESPACIOS POSCOLONIALES. UN ANÁLISIS DEL MOVIMIENTO DE LA “JUVENTUD K”.  Lic. Nicolás Panotto.

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RESEÑA DE TESIS DE GRADO DE LA LICENCIATURA EN ANTROPOLOGÍA ORIENTACIÓN SOCIAL“EL VERDE SE ESTÁ SECANDO”: CONFLICTO SOCIOAMBIENTAL EN EL PARTIDO DE TANDIL EN TORNO A LA GESTIÓN, UTILIZACIÓN Y OCUPACIÓN DEL SISTEMA SERRANO DURANTE EL PERÍODO 2006-2010. . Por Agustina Girado.



Editora
Lic. Carolina D. Ferrer
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Co-editores
Lic. Manuel P. Carrera Aizpitarte
CONICET / Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Lic. Nélida Pal
CONICET / Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires / Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC)

Lic. María Laura Casamayou
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Colaboraron en esta edición

Evaluadores que colaboraron en esta edición:

Dr. Marcelo Sarlingo. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.

Lic. Gabriela Loustaunau. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.

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