Intersecciones en Comunicación

ISSN 1515-2332 (versión impresa)

ISSN 2250-4184 (versión On-line)

Intersecciones en Comunicación.  n.3 Olavarría ene./dic. 2008

Sobre el golpe de suerte. Ensueños de ascenso social

Shila Vilker

Shila Vilker. carrera de Comunicación. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. Cátedra de Informática y Sociedad. Instituto de Investigaciones Gino Germani. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Intersecciones en Comunicación.  n.3 Olavarría ene./dic. 2008. págs: 147-159. Intersecciones en Comunicación ISSN 1515-2332 (versión impresa) ISSN 2250-4184 (versión On-line)

Recibido: 05/12/07

Aceptado: 10/12/07


A la memoria de Ramón Negrete

Acariciado por la fortuna en 1973

INTRODUCCIÓN

Una sociedad estructurada en clases permite a sus miembros el ascenso y descenso –viaje ansiado y temido- por la pirámide de la jerarquía social. La tendencia al ascenso por la estructura arbores- cente de lo social ha sido una de las características de la sociedad argentina, una sociedad que prometía y que indicaba las promocio- nes y las esperanzas en fraseologías compactas -que muchas veces oscilaban entre mandatos y descripciones objetivas de la vida social. “Mi hijo el dotor” fue, para toda una generación de inmigrantes y pri- mera generación de argentinos, más que una promesa, un indicador de ascenso y cambio social.

La Argentina de los últimos tiempos ha cambiado esta imaginería que suponía que las generaciones venideras estarían en mejores con- diciones que las precedentes. Esta transformación obedece a la de- presión y al repliegue del ingreso en pocas manos. Sin embargo, más allá de esta evidencia que puede constatarse a través de un estudio diacrónico, la promesa del ascenso social sigue operando en la ima- ginación social –al menos para cierto espectro de la población-; en eso consiste una sociedad que se estructura  en clases de modo efi- ciente.

En este sentido, si bien los ascensos concretos, y sobre todo los vertiginosos, siempre fueron para unos pocos, la promesa resulta mucho más democrática: en una sociedad de clases, no hay quien no mire a la que está un poco más arriba con cierta secreta envidia y quien no fantasea con acceder a ciertos consumos y objetos que son sólo ase- quibles a los que se encuentran mejor ubicados en la estructura so-cial.

La fantasía del golpe de suerte o de fortuna, de la “pegada”, del azar que trastoca destinos, es de cabo a rabo un ensueño popular, expansivo y profundamente democrático. Se acentúa allí donde hay menos posibilidades de progreso y encarna, en cierto sentido, una restitución imaginaria que altera y pone patas para arriba los ordenamientos sociales –que, en particular en los últimos años de nuestro país, se han tornado rígidos- y, más aún, operará una imagi- naria distribución de la riqueza.

Lo que trataremos de ensayar, entonces, será una reflexión en torno al modo en que se despliega la economía del ensueño de ascenso social, sobre todo de aquel que se emparenta con el golpe de suerte en los sectores populares urbanos de la Argentina. Para ellos nos valdremos de fragmentos del acervo popular, pues creemos que él permitirá iluminar el modo en que se mixtura y se articula sueño y realidad.

SOBRE LA FANTASÍA  Y LAS CLASES

Pero antes de comenzar, demos algunas precisiones en torno a la noción de fantasía que aquí estamos poniendo en juego. Entendemos por fantasía lo que Freud, para evitar malos entendidos, ha denomi- nado sueño diurno (Tagtraum). Según el autor,

Una mayor profundización en los caracteres de estas fanta- sías diurnas nos enseña que con todo derecho conviene a estas formaciones el mismo nombre que llevan nuestras pro- ducciones mentales nocturnas: el nombre de sueños. Pues, como los sueños, ellas son cumplimientos  de deseo (Freud 1994:488).

A más de esta característica, podemos afirmar que así como hay sueños nocturnos típicos, también es posible trazar un paralelismo con las fantasías. En este sentido, ya entramos en un terreno común. Nos animamos a afirmar, entonces, que así como hay “una cierta cantidad de sueños que casi todos han soñado del mismo modo y de los que solemos suponer que también tienen el mismo significado” (Freud 1994:252), también habría una zona de enlace intersubjetivo común en torno a las fantasías diurnas que se articulan en base a tópicos similares y nudos de significación semejantes.

La diferencia entre ambas radica, de modo central, en la posibili- dad del ensueño diurno de convocarse una y otra vez; en este sentido invita a la repetición como no podría hacerlo el sueño. Al respecto, Steimberg, emparenta la fantasía con el “ensueño de sí”:

El ensueño diurno, en cambio, sí puede convocarse. Llega y es él. Y puede seguir repitiéndose, siempre, siempre... // Si puede repetirse –y de hecho lo hace hasta la saciedad, has- ta la vergüenza de sí-, es porque en el ensueño diurno alguien (un sujeto que insiste) se ensueña (Steimberg 2005:65).

Por otro lado, no trataremos aquí a la fantasía de ascenso social asociada al golpe de suerte como material de interpretación, sino más bien como objeto de análisis y descripción. Tememos, en este senti- do, caer en una sobre-interpretación que nos lleve a la loca neurosis de la interpretación sin fin que Deleuze y Guattari han denunciado en el Antiedipo (Deleuze y Guattari 1995). Antes, trataremos de enten- der cuál es la economía de estos ensueños que sólo en una lectura rápida resultan autosuficientes. Economía abierta, si se quiere, la del ensueño; siempre sujeta a la contingencia de la vida, pero no por ello deshilvanada de ella.

En este sentido, entenderemos a la fantasía diurna como una zona de frontera. Una zona en la que el mundo de la vigilia se suspende no menos que la de sueño. Esto no significa que el continuum de signi- ficación se suspenda; de hecho, si seguimos a Lotman, es posible denominar a ese continuum como “semiósfera”, entendida como universo semiótico al interior del cual se hace realidad el acto sígnico particular (Lotman 1996:  24). No obstante, a la semiósfera le es inherente una frontera, la que se abre al espacio extrasemiótico o alosemiótico.  Será esta zona la que haga del sueño diurno un conjun- to imposible de suturar, plural. Se trata, en este sentido, de una zona de frontera que enlaza el ensueño con lo que está comprensiblemente organizado.

Finalmente, en este apartado queremos dejar claro que las fanta- sías de ascenso social no están atadas a la conciencia o a los intere- ses de clase que puedan poseer los sectores populares o las clases baja y media baja o al modo en que ellos actualicen o reproduzcan esta estructura. Se trata, en todo caso, de un fenómeno que arraiga a un nivel más radical, el del deseo territorializado.  En este sentido, seguimos nuevamente a Deleuze, quien afirma que Ocurre que el interés de clase pertenece al orden de los gran- des conjuntos molares; define tan solo un preconsciente colectivo, necesariamente representado en una conciencia distinta de la que ni siquiera vale la pena preguntarse a este nivel si traiciona o no, aliena o no, deforma o no. El verda- dero inconsciente, al contrario, está en el deseo de grupo, que pone en juego el orden molecular de las máquinas deseantes. Ahí radica el problema: entre los deseos incons- cientes de grupo y los intereses preconscientes de clase (Deleuze y Guattari 1995:264).


SOBRE LOS MODELOS DE ASCENSO SOCIAL

La literatura argentina ha sido fructífera en dar personajes-mode- los de “buscas”, geniecillos malignos y otro tipo de atorrantes que dedicaban su vida a la búsqueda de una fórmula, de un negocio, de un invento que los “salvara”.  Salvarse es, para el lenguaje nativo, un concepto metafórico asociado al salto de clase, a la alteración del orden en que cotidianamente nos ubicamos y nos ubican. Salvarse es una ambición que nada tiene que ver con el mundo religioso; como idea profana está asociada al derrotero individual que transita vertigi- nosamente por una estructura que se siente ajena y opresiva. Es un reordenador del destino; la entrada en un mundo de delicias. Arlt, pero no menos Asís han sido maestros en delinear estos personajes des- esperados en busca de una justicia tan individual  como redistributiva, y por ello mismo, en algún sentido, de clase.

Este tipo de obsesiones son similares, en cierto sentido, a existen- cias ejemplificadoras como las de Paul Getty o la de Rockefeller o, más recientemente, Bill Gates. Estos hombres ejemplares represen- tan la prueba de la movilidad exitosa de clase. A partir de este cimiento -que no es más que una sociedad que no tiene la rigidez de la casta-, la mera posibilidad  del ascenso se transformará en un tópico cultu- ral central. Se convertirá,  entonces, en uno de los ensueños más típi- cos de nuestra cultura.

Este ensueño puede asumir diversas formas. Durante muchos años, el estudio ha sido un vector de ascenso social indiscutible –e inclusive lo sigue siendo hoy en día, aún cuando las certezas en su eficacia hayan disminuido-.  Como hemos visto en la introducción, “mi hijo el dotor” ha sido uno de los ensueños paternos. En el fabuloso mundo peronista lo era el “puesto” en el Estado pero también el ga- lón, la jineta, el traje. Es que el ascenso puede verse en esos peque- ños detalles: los dos trajes que el Estado regala a Carlitos en Soñar, soñar se constituyen como indicadores de éxito y de ascenso  social (aunque no suficientes). Los galones que ostenta el enano Carmen, en la misma película, operan en igual sentido: son indicadores de ascenso. Por eso, cuando los artistas –por no decir saltimbanquis o payasos- se reencuentran con el enano después de mucho tiempo, este responde que le va muy bien, y se toca los galones y mira su hombro jerarquizado con el traje del trabajo fijo. Es que aquí estamos en una zona muy baja de la estructura social. Favio, en este sentido, ha sabido ver  y hacer ver la importancia de los trabajos y de la simbología de prestigio asociada a él en el mundo popular.

Hoy también, el joven estudiante de biología se ensueña inventan- do el mejoramiento de cultivos y su patente. También la modelo se ensueña señora de un industrial o ejecutivo; el obrero se ensueña constructor y el estudiante de comunicación se ensueña periodista televisivo o con firma.

Sin embargo, no es de este ascenso, que en muchos casos tiene ribetes vertiginosos del que nos queremos ocupar; antes, preferimos detenernos allí donde la cultura ha dado una frase de ensueño -de ribetes especulativos, hipotéticos, conjeturales y que asume el modo del condicional-: “Si me gano el... PRODE”.

SI ME GANO EL PRODE

Durante muchos años, alrededor del PRODE –un juego de azar organizado en torno del campeonato de fútbol- se ha forjado una sensibilidad popular que no cesa de pensar en el golpe de suerte. Tal vez porque intuye que la transformación social y la reestructuración de la organización de clases sean muy difíciles, tal vez porque la mayor parte de la población se cree incapaz de adentrarse en el mundo de la invención. Lo cierto es que el tópico “si me gano el... PRODE, Loto, Quini, Gordo de Navidad, o de Reyes” es parte del acervo, así como también el repertorio que le sigue.

En primer lugar, la fantasía del golpe de suerte se presenta, sólo de modo aparente, como una estructura cerrada y autosuficiente. El golpe de suerte basta por sí mismo para transformar de por vida la existencia de los afortunados. La fortuna, esta vez cuantificada  por un “pozo millonario”, no exige la dedicación que habitualmente de- manda el dinero. Esto es, su conservación, incremento, cuidado, re- producción y multiplicación. Se trata de un dinero percibido en tanto que infinito (casi como en el mito de la gallina de los huevos de oro, en la que sólo su posesión garantiza la satisfacción permanente y constante), que no requiere cuidados y que, a pesar de gastarse, siem- pre alcanza para los deseos. Pues los deseos que cubren son siempre deseos momentáneos que imaginariamente se perpetúan. Por eso, “si me gano el PRODE me compro un...” es una frase que se compone conjuntivamente. Asume la forma de la adición. Lo que se compra es el auto de los sueños, y la casa de los sueños, y el perro de los sue- ños, y el color de ojos de los sueños, y... y... y... y...

No importa en este caso el gusto que se ponga en juego, pues los sueños de ascenso y de adquisición son siempre relativos a la posi- ción estructural del deseante. En este sentido, “Sin duda, cada má- quina órgano interpreta el mundo entero según su propio flujo” (Deleuze y Guattari 1995:15).  La libido y las ambiciones de los sectores po- pulares tal vez horroricen a los sectores medios bienpensantes.

En segundo lugar, las fantasías que se forjan en torno al golpe de suerte, siempre se recubren de una aparente generosidad excesiva. El que fantasea con ganar la “guita fácil” se ensueña generoso, salvan- do –tal vez de modo transitivo- a sus cercanos amados. Entonces, la adquisición aditiva se completa con los objetos que se entregarán a los amados: “si me gano el PRODE, le compro un departamento a cada uno de mis hijos”; “si me gano el PRODE, ayudo a mis herma- nos..., pobres, que la están pasando tan mal”. Los afectos del soñante entonces, no son sólo salvados. Son también espejo del que ansía y se ensueña. Un espejo en la actualidad. En el futuro de felicidad y fortuna, el PRODE siempre lo gana uno mismo (por eso se acentúa el “me” de la frase de aspiración), lo que introduce una alteración en los patrones identitarios; de ser un igual, se pasa a ser el que está en posición de ayudar.

La generosidad desplegada en torno al manantial económico del golpe de suerte opera también, casi como una promesa. Beneficio y sacrificio. Como la “guita fácil” no cuesta esfuerzo y como todavía no se ha obtenido,  resulta en extremo sencillo empezar a repartir “a troche y moche”; tal vez porque, imaginariamente opera como desplazamien- to de cierta religiosidad en la que un todopoderoso dota de “estrella” a los suertudos virtuosos. En este gesto en el que los amigos, los parientes y los cercanos gozarán transitivamente del golpe de suerte–siempre en un plano de ensoñación-, se ve con claridad  que éste opera como un vector de ascenso de clase pero no hace intervención sobre la estructura de clase como fenómeno molar.

Hasta aquí hemos dado cuenta de los dos tópicos que hacen de la ensoñación con el golpe de fortuna un tema de placidez adquisitiva y generosidad. Pero hay más aún: junto con este bienestar, el terreno discursivo se abre a un espacio de restitución imaginaria en el que los actores, liberados de la tiranía del “puchero”, pueden vengar sus hu- millaciones cotidianas.

Por eso, la ensoñación con el golpe de suerte no sólo presentifica la camioneta 4 x 4, el plasma equipado con Home Theatre y el chalecito de las zonas centrales del suburbio; también trae la renun- cia vengativa al yugo cotidiano y el insulto al jefe; también trae esas palabrotas de bronca contenida. “Si me gano el PRODE, falto una semana y después aparezco, todo empilchado, estaciono la chata y le digo al hijo de puta de Pereira que se meta el trabajo en el orto, y se lo digo en ·su propia cara·”. Hay ensueños que asumen una forma un poco más matizados, pero no menos resentidas: “Si me gano el PRODE, mando mi suegra a un geriátrico”.

Este aspecto negativo de la fantasía de ascenso social, instala la recurrente cotidianidad opresiva en medio de la felicidad. Porque no hay felicidad completa sin el gesto ampuloso del corte y la suspen- sión de un sistema de significación y posicionamiento.  Se trastocan, en este sentido, los rituales de la interacción. El que tenía cara de dominado es el que se pone los lentes de contacto, se empilcha y le dice a la cara al jefe una serie de improperios capaces de hacerle perder la cara. No hay, en este ensueño, nada que vuelva a unir explotador y explotado, excepto ese último gesto, por fuera de ritual que restitu- ye una dignidad que se hará visible en el gesto altivo de la cara. Y la cara es central pues expresa el nuevo yo que el golpe de suerte ha generado. En este sentido, “la cara es la imagen de la persona deli- neada en términos de atributos sociales aprobados” (Goffman 1970:13)  y opera en este marco de venganza restitutiva como una

adecuación al nuevo rol. Por eso es que es necesario renunciar e in- sultar en la “propia cara” del patrón.

Adquisición, generosidad, venganza. Llega un momento donde el “globo”, necesariamente, se pincha. Por lo general, se sale del triple repertorio onírico y oficia de frontera un refrán más que famoso: “La plata no hace la felicidad”. Esto significa, que el ensueño del golpe de suerte requiere, de modo necesario de una operación retórica que devuelva al soñante a su cotidianidad: “en la serie del sueño-vigilia, entre esos dos mundos, hay que ir y volver, una y otra vez, para que la expresión del recuerdo termine por armarse” (Steimberg 2005:38).

Se trata de la puesta en suspenso de un sueño que será retomado en breve, tal vez la semana siguiente, cuando se renueven las espe- ranzas depositadas en el azar y el juego –e inclusive, podríamos agre- gar, fogoneadas por las técnicas del marketing y la publicidad que no cesa de mostrar los rostros sonrientes, nuevas caras y semblantes, de los favorecidos-.

La plata no hace la felicidad. Esta intervención en medio del reper- torio antes trabajado, casi fijo en numerosos casos, tiene, a su vez, una serie de respuestas que muestran lo dificultoso que es salir del ensueño de ascenso social. Cierto: no hace la felicidad, PERO... El adversativo, tan afín a la cultura argentina (siempre hay un pero), introduce, de alguna manera, su propia negación. Así, si bien puede ser cierto que la plata no hace la felicidad, no lo es menos que calma los nervios o que ayuda o que...

De este modo, las expresiones “La plata no hace la felicidad pero calma los nervios” o “La plata no hace la felicidad, la compra hecha” o “La plata no hace a la felicidad, pero que ayuda, ayuda” (aquí la repetición tiene como función enfatizar la aseveración que se introdu- ce tras el adversativo), dan cuenta de la resistencia que se opera a la hora de salir del ensueño y de los mecanismos de los que dispone el acervo popular para sostener la imagen de la felicidad asociada la abundancia económica. Es que tenemos que entender de qué se tra- ta: poner un freno al ensueño de ascenso equivale a  poner freno a los deseos de una vida mejor -que es parte de las promesas que hace una sociedad organizada en clases pero que a la vez duda de su propio mecanismo de promoción.

Tal vez debamos reconocer que ni la generosidad extrema ni la venganza infinita se materialicen  en caso de ser el soñante, concreta- mente, afortunado. Pero esto no obsta para que el modelo del ensue- ño no asuma estas características ni que rebusque estrategias que alarguen el ensueño. Pues que la plata no haga la felicidad, no supo- ne la suspensión del ejercicio de la tómbola ni del juego. La fortuna se renueva semana a semana.

En este lapso de tiempo, una gran franja de los sectores populares realiza la práctica del juego y del ensueño del juego y de la salida del ensueño del juego de acuerdo a los repertorios aquí rastreados. En este entramado discursivo-práctico,  la negación que supone el refrán tiene fuerza suficiente como para contentar momentáneamente; no obstante, no llega a forzar la renuncia al juego.

Así, semana tras semana, la ilusión de acertar los trece puntos del PRODE o los seis del Quini Seis o el Billete de la Lotería, vuelve a poner en escena las mismas aspiraciones, generosidades, rencores y el nuevo ordenamiento imaginario del mundo de los apostadores sin que opere, de modo sustantivo, el refrán; pues no hay modo de de- mostrar su evidencia. No importa cuán infelices sean los vecinos prós- peros; de lo que se trata, en definitiva, es de la propia vida. De la propia secuencia vital que no variaría salvo por el exceso y la rienda suelta de la fortuna.

A MODO DE CIERRE

Para cerrar este trabajo tratando de tener un panorama más claro de los sectores a los que nos referimos y del alcance de estos ensueños de ascenso así como de la familiaridad de los mismos con el mundo onírico, creemos pertinente realizar una comparación con un tipo de ensueño diurno que Steimberg trabaja en el parágrafo 23 de su El Pretexto del Sueño.

Es interesante hacer este cruce, porque allí, justamente, se trabaja con ensueños diurnos que asumen la forma del “Mi sueño es lograr que...”, sobre todo, cuando brotan de la boca de políticos o publicita- rios. Steimberg afirma que no se trata ni propia ni remotamente de un sueño; si no que más bien nos encontramos con una aparente retóri- ca del sueño.

Cuando alguien puesto en político o en publicitario habla de sus sueños no suele estar expresando nada parecido a un sueño, ni a un ensueño diurno, aunque diga la palabra sue- ño y aunque se esté expresando de día. Lo común es que esté ejerciendo, sí, otro de los modos de conjurar la polisemia del sueño: el de fingir que se hace sueño formulando proyec- tos, esperanzas, versiones de la ilusión de una manera su- puestamente onírica, o adjudicando carácter onírico a esos proyectos, a esas previsiones(Steimberg 2005:39).

La primera gran diferencia, entonces, refiere a la posición de los soñantes. En un caso tenemos la base de la pirámide social, po- bres sujetos que buscan una ilusión renovada semanalmente; en el otro, la voz de quien se encuentra en una posición de poder, la voz que habla a la masa, una voz que emite pero que no dialoga. En este sentido, se trata de posiciones relativas de poder bien distintas. No cualquiera, que quede claro, puede “soñar despierto”. Sueña despier- to quien, por estar en un lugar privilegiado, puede esbozar el próximo capítulo de la novela del Estado o del Mercado.

Pero hay más aún: la retórica del político enuncia el sueño: dice, “mi sueño es un mundo donde...”; en cambio, en el caso trabajado por nosotros, no se trata de la clara y distinta afirmación que convo- ca al sueño, sino de una fantasía que no precisa reconocerse como tal. No dice de sí, mi sueño es ganarme el PRODE. Más bien, se ensueña a sí mismo, habiendo tenido el golpe de suerte. Por eso, no tenemos un “mi sueño es lograr que...” sino un simple “si me gano el PRODE...” donde lo que sigue a la frase es el despliegue de la enso- ñación. Puede observarse, entonces, las diferencias sustanciales que hay entre el ensueño-de-sí y el sueño retórico del poderoso.

Ahora bien, será esta última clase de sueño la que traiga consigo un repertorio muy distinto del aquí trabajado. Steimberg  asevera que

Así surgen expresiones tales como: “la casa de sus sueños”, “el living de sus sueños”, “el país de sus sueños”, asumidas por sujetos de textos persuasivos en los que el objeto, el espacio al que se adjudica el carácter onírico es la expresión cuidada, obediente, disciplinada de una formulación sociopolítica preelaborada o –y no hay más- de una inclu- sión estilística (Steimberg 2005:39).

En algún sentido, en este trabajo, estuvimos cerca y lejos de estas conclusiones. Lejos, pues no es lo mismo “la casa de sus sueños” que “el sueño de la casa propia” que seguramente es una aspiración más cercana a la ensoñación de los sectores populares (aun cuando el PRODE, imaginariamente, brinde las condiciones de posibilidad al deseo). Cerca, pues no hay deseo que no aparezca performateado por la cultura; los modelos de ascenso social se recortan disciplinados y obedientes sobre la estructura sociopolítica. No debe perderse de vis- ta que todo sueño es singularísimo, aun cuando recobre la fuerza de un ensueño colectivo, y que los sueños son siempre relativos al em- plazamiento social del soñante1 . Tal vez sea por ello que la imagen de ascenso social que se pone en juego en la ensoñación del golpe de suerte sea mucho más disciplinada de lo que nos animamos a pen- sar.

Negrete, el primer ganador único del PRODE, allá por 1973, en Monte Chingolo, imaginaba con su mujer un mundo de ascenso y progreso. Con el dinero caliente en la mano, abandonó a su mujer y se fugó al Paraguay, donde jugó a ser rey por un rato. Hasta que el dinero desapareció. Como dice Christian Ferrer, “un pobre millonario”.

Negrete es recordado como mal tipo, y la mujer como una vícti- ma. La solidaridad con ella fue tan alta que se le dio un personaje en los “Campanelli”, los domingos al mediodía. Pero duró apenas un mes: no era actriz. Era la mujer que se había ensoñado con su marido ge- neroso y amante.

BIBLIOGRAFÏA

·Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Piados, 1995.

·Freud, Sigmund, Obras completas, Volumen 4 y 5, La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu, 1994.

·Goffman, Irving, Ritual de la interacción, Buenos Aires, Editorial Tiempo contemporáneo, 1970.

·Lotman, Iuri, La semiósfera. Semiótica de la cultura y del texto, Madrid, Ediciones Cátedra, 1996.

·Steimberg,  Oscar, El pretexto del sueño, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2005.

NOTAS

1 Freud, especialmente, pone el acento sobre su concepción de la relación entre emplazamiento social, producción onírica y situación. (Steimberg 2005:  67).


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