Lic. Pamela Esther Degele Becaria Interna Doctoral - INCUAPA – CONICET

Estudios Interdisciplinarios de Patrimonio (PATRIMONIA)

Facultad de Ciencias Sociales - UNICEN

Complejo Universitario Avda. Del Valle 5737 B7400JWI Olavarría – Bs. As. - Argentina

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Beca Iberoamericana Santander Universidades

Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia


cartagenaEra estudiante de cuarto año de Antropología con orientación Arqueología (2014) y trabajaba medio día como auxiliar de la Secretaria de Extensión, Bienestar y Trasferencia de nuestra Facultad. Siempre había soñado con coronar mis estudios con un intercambio académico. Me emocionaba la idea de salir sola del país, conocer otra universidad, estudiantes y realidades diferentes. Sin embargo, no dejaba de parecerme algo bastante idílico ya que durante toda mi carrera, siempre articulada a trabajos de la más diversa índole, no me sobró nunca ni tiempo ni dinero. En esa ocasión fue diferente, quizá porque sólo me restaba un año para terminar o porque había conseguido un puesto en la Facultad, donde podían llegar a ser flexibles con este tipo de experiencias.

 

 

La convocatoria provenía de la Fundación Santander Rio, que ofrecía en ese entonces 3000 euros los que, bien administrados, debían cubrir el total del viaje. Me comentó de esta oportunidad mi directora de tesis y, a partir de verla como una opción posible, me dediqué a visualizarme viajando. Elegir un país para realizar la beca me resultó fácil: hace mucho que tenía un romance secreto con Colombia y no podía elegir a nadie más. Gracias a la generosidad y contactos de ella pudimos ubicar una universidad factible para arribar (Universidad de Antioquia), que además tenía convenio con la nuestra. Yo siempre creo que cuando algo es para uno y cuando es el momento correcto, las cosas sencillamente ocurren, y en esta ocasión fue más o menos así ya que fui la única que se presentó a la convocatoria. Desde ese momento hasta el día que subí el avión, mi mente no dejó de estar ocupada, ansiosa y emocionada por todas las experiencias que me esperaban.

 

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Llegar a Colombia fue aterrizar en el universo fantástico de Gabriel García Márquez, en las montañas, las selvas, la interculturalidad de las calles, la eterna primavera, el paraíso de las frutas, la bachata y los caminos ancestrales. Mi primera impresión fue de una vida muy intensa y expuesta, muy distinta a la moderación argentina. En cuanto a la Universidad, el primer día que fui tuve una sensación de extrañeza: todo el campus estaba rodeado por muros con puertas custodiadas y molinillos que se destrababan únicamente al acreditar pertenencia institucional. Si se ingresaba una bicicleta, la misma se registraba mediante una identificación personal que, a su vez, debía ser expuesta para poder retirarla. Acostumbrados al libre acceso de nuestra Universidad, este sistema de seguridad en un principio me resultó inquietante.

 

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Decidida a entender esas circunstancias, comencé a investigar el contexto e historia de la Universidad. Así me fui enterando de que era cotidiano estar en una clase mientras resonaban bombas de estruendo, que solía haber amenazas de conflicto con lo cual se suspendían las clases y se desalojaba completamente la Universidad, y que a veces los paros duraban hasta un cuatrimestre. Sin duda un panorama perturbador que no permite al estudiante ser ajeno a las realidad política y social de la Institución ni del país. En cuanto a mi experiencia particular, quizá tuve suerte, pero pude concretar el semestre académico con pocos sobresaltos.

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Sacando estos hechos, la Universidad me pareció el paraíso del estudiante: canchas de tenis, básquet, atletismo, gimnasia artística, etc.; piletas de natación; cine-teatro, un museo con una de las colecciones más valoradas de Colombia; una biblioteca de cinco pisos donde no sólo te prestaban libros sino también notebooks… Era posible permanecer todo el día en el campus sin aburrirse porque, en las últimas circunstancias, una se entretenía mirando correr ardillas y monos.

Entre las cosas que más disfruté están las salidas de campo con mi tutora. En Medellín hay un parque ecoturístico (Arví) que se ubica en una de las zonas montañosas y selváticas que rodean a la ciudad. Se sube por un metro cable desde el cual se aprecia todo el panorama urbano, tanto la parte lujosa como la más humilde, que consiste en un montón de casitas de colores encimadas en la pendiente. Mi profesora estudiaba estructuras antiguas en ese parque (caminos, acequias, etc.), pertenecientes a momentos de contacto hispano-indígena, cuando los colonos recorrían el territorio buscando piezas de oro. Para mapearlas, nos insertábamos en la selva de la montaña por lugares sin senderos, acompañadas por guías locales que habrían el paso mediante grandes cuchillos. En ese contexto, encontrarnos de sorpresa con acequias o muros antiguos cubiertos de vegetación, testigos de otros momentos históricos, eran momentos mágicos, inolvidables para cualquier arqueólogo.

En cuanto al regreso a Argentina, fue un momento esperado porque extrañaba a mis afectos y costumbres; de hecho recuerdo mi emoción cuando, en la cola para abordar a Aerolíneas Argentinas, escuché el acento y las quejas tan típicas de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, estoy segura que una parte de mi quedó recorriendo esas montañas llenas de historias, bailando bachata en un bar a las siete de la tarde o aferrada a una pila de piñas dulces para que nunca me falten.

La Universidad da estas oportunidades, que resinifican la profesión y la vida. Si tuviera que definir en una palabra la experiencia sería, sin titubear, agradecimiento.

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