EL LADO NO OSCURO DEL PENSAMIENTO CONSPIRATIVO
Miguel Angel Santagada
Facultad de Arte, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
E-mail: msantag@yahoo.com
Recibido 23 de junio 2010. Aceptado 8 de septiembre 2010.
RESUMEN
Cuando aparece un fenómeno conflictivo, las explicaciones oficiales son desmentidas por medio de interpretaciones que pueden ser consideradas teorías conspirativas. Mediante especulaciones que no pueden ser en general confirmadas cada teoría conspirativa explican un hecho como pergeñado por personajes que persiguen fines reprochables. Hasta el advenimiento de Internet, que facilitó su difusión las teorías conspirativas circularon en formato de libros o panfletos. En la actualidad, un espécimen novedoso de estas teorías puede observarse en los espacios on line que ofrecen los diarios para que los lectores comenten las notas publicadas. Dicho espacio representa un ágora donde los ciudadanos se expresan, acaso con la coincidente ilusión de aportar al conocimiento público elementos de supuesto valor informativo. Este artículo propone una interpretación de los comentarios suscritos por lectores de dos diarios de Buenos Aires durante junio de 2009, a propósito de la epidemia H1N1.
Palabras clave: Pensamiento conspirativo; Comentario de lectores; Prensa on line.
ABSTRACT
Whenever a conflictive phenomenon occurs, the official explanations are contradicted by interpretations that can be considered conspiracy
theories. to pursue reprehensible. Through speculation, that usually cannot be confirmed, every conspiracy theory describes a fact as engineered by characters who pursue reprehensible objectives. Until the emergence of the Internet, which facilitated their spread, conspiracy theories circulated as books or pamphlets. Nowadays, a newfangled specimen of these theories can be seen in the websites offered by newspapers for readers to comment on their published articles. Those spaces represent an agora where citizens express their opinions, perhaps with the coincident hope to contribute to the public knowledge with items of supposed informative value. This article proposes an interpretation of the comments submitted by readers of two Buenos Aires newspapers during June, 2009, about the H1N1 epidemic.
Keywords: Conspiracy thought; Readers remarks; On line press.
Sobre el pensamiento conspirativo
En “The Paranoid Style in American Politics”, Richard Hofstadter (1965) adjudica al pensamiento conspirativo una extraña pero persistente creencia en la capacidad de orquestar y llevar adelante con éxito maniobras gigantescas, que ocasionan daños formidables. El propio Hofstadter constata que a dicha capacidad suele asociársela con una “… vasta red conspirativa internacional, insidiosa y prodigiosamente eficaz, diseñada para perpetrar actos de naturaleza diabólica” (Hofstadter 1966:14). Aunque restringido a la política norteamericana doméstica, el trabajo de Hofstadter ilustra una tendencia a explicar hechos socialmente relevantes (un magnicidio, una extraña enfermedad, la responsabilidad sobre catástrofes medioambientales, etc.) que es posible observar tanto en periodistas como en muchos profesionales y semiprofesionales del análisis político. A falta de información, o por exceso de imaginación, el pensamiento conspirativo procede mediante la elaboración de teorías lógicamente rigurosas, pero casi siempre sostenidas en evidencias circunstanciales o datos ambiguos. Dos premisas indemostrables, pero eficazmente persuasivas, presiden el razonamiento conspirativo , a saber: 1) que casi todo lo que ocurre apunta en la dirección de aumentar el poder de los poderosos y 2) de que éstos logran perpetuarse gracias al fraude que secretamente realizan en forma conjunta. Cada teoría particular conecta ambas premisas con noticias de procedencias heterogéneas y extravagantes, y de este modo aparenta estar sólidamente fundada y haber sido redactada con el único propósito de hacer resplandecer la verdad. Entre otros elementos textuales que les dan sustento y aceptabilidad, las teorías conspirativas resultan de combinar algunas informaciones oficiales con inverificables datos que aportan testigos desaparecidos “accidentalmente”, con interpretaciones consistentes en casi siempre verosímiles intencionalidades ocultas de las burocracias estatales o relatos que ratifican la podredumbre moral de ciertos actores poderosos. En Estados Unidos, las industrias culturales distribuyen con entusiasmo teorías conspirativas (Yarbrough 1998) en formatos variados, casi todos bajo el rubro “entretenimiento no ficcional”. Más allá del estudio liminal de Richard Hofstadter, de comienzos de los 60’, que ya era un ensayo de difusión no académica, una pluralidad de envíos televisivos, revistas especializadas, ensayos, enciclopedias y hasta largometrajes conforman un sector de la producción mediática dedicado a la difusión de pensamiento conspirativo. Recuérdense, por ejemplo películas como Conspiracy Theory (1997), dirigida por Richard Donner, (conocida en el ámbito hispano parlante como “El Complot”), The Manchurian Candidate (2004), dirigida por John Frankenheimer y las magistrales narraciones de Alan J. Pakula The Pelican Brief (1993) y The Parallax View (1974).
En nuestro país, en cambio, el pensamiento conspirativo es algo más selecto y se maneja a través de medios que hasta no hace mucho seguían siendo elitistas, como Internet y los comentarios de lectores que ceden algunos periódicos on line. Yarbrough (1998) apunta que quienes creen en distintas conspiraciones particulares forman comunidades e intercambian información en foros discretos, pues ellos mismos toman la precaución de no agitar demasiado las cosas para no fastidiar a los poderosos denunciados desde sus teorías conspirativas. En cambio, otros sectores sociales, integrados por personas quizás más curiosas, pero sin acceso a las fuentes de información necesarias, participan de la difusión como portavoces de las teorías conspirativas, de las que se enteran casi siempre en forma casual al consumir la información que pueden obtener o bien de medios hegemónicos como el cine o la prensa, o bien de cadenas de correos electrónicos, o de rumores intercambiados en situaciones informales, etc. En virtud del nicho de prosperidad que las industrias culturales han descubierto en la difusión de teorías conspirativas, muchos autores se preguntan por qué estas construcciones textuales han adquirido tanta atracción en esta época, en la que predomina cierto desinterés por los procesos políticos internacionales. Obviamente, esta pregunta supone un razonamiento débil, semejante al que caracteriza al pensamiento conspirativo: sabemos que la oferta orienta el consumo, y que la competencia, en cierto sentido, no neutraliza sino que refuerza la orientación de los consumidores hacia tipos definidos de productos. En particular, no es necesaria una conspiración planeada para atraer a los consumidores hacia estos temas tan tenebrosos. Más bien, como la lectura de material conspirativista puede producir la gratificación (Carrol 1998 ) de develar –siquiera imaginariamente- secretos importantes y así erosionar las bases de credibilidad del poder, podríamos comparar estos efectos con el placer que muchos experimentamos cuando el ratoncito Jerry o el Correcaminos logran burlar a sus enemigos aparentemente más poderosos.
La función fática de las teorías conspirativas
En su libro No Sense of Place, Joshua Meyrowitz (1985) esboza la relación entre las modalidades en que se mediatiza la información social y la forma en que dicha mediación influye en el comportamiento social:
“Cuanto mayor distancia establezca un medio de comunicación entre lo que saben las distintas personas de una sociedad, dicho medio permitirá el surgimiento de un número mayor de rangos de autoridad; cuanto más tienda un medio de comunicación a mezclar o combinar los mundos informativos, el medio fomentará formas más igualitarias de interacción” (Meyrowitz 1985:64).
Muchos autores coinciden en valorar esta suerte de regla, la cual implica que la democratización en el acceso a las nuevas tecnologías de la información representa fundamentalmente un desafío al status quo. En los términos de Meyrowitz, Internet puede unir los mundos informativos, pues a medida que crece el número de usuarios, se convierte en una forma más “igualitaria” de interacción, con capacidad de desestabilizar las jerarquías sociales. Recordemos que Internet empezó como una red para profesores universitarios, científicos y funcionarios de gobierno, pero muy pronto fue utilizada por cualquier persona que tuviese acceso a una computadora. La proliferación de las computadoras personales hizo que la red fuera cada vez más atractiva para usos administrativos, lo cual a su vez ayudó a extenderla para usos no laborales. Y por ser Internet un medio que carece de normatividad, se fueron formando redes relacionadas con los intereses más diversos y específicos. Dichos intereses podían girar en torno al público (de televisión, cine, libros, música), la política, la educación, el arte y los objetos que solían ser tabú, como el sexo y, ¿por qué no?, el pensamiento conspirativo.
La expansión de Internet también ofreció otro canal de comunicación para las teorías conspirativas, un canal más libre y con mayores simpatías por la expresión abierta de la creencia en dichas teorías. Otorgó espacios novedosos, capaces de reunir audiencias más vastas, donde fue posible intercambiar todo tipo de ideas y noticias, y en muy poco tiempo se formaron docenas de foros y sitios web. Hasta mediados de los 90’, cuando las computadoras y los servicios de Internet no estaban disponibles como lo llegaron a estar diez años más tarde, los conspirativistas hacían circular sus creencias de boca en boca, en reuniones cuasi-clandestinas, en la prensa alternativa y difundiendo sus documentos a través de fotocopias o boletines mimeografiados. De este modo, el pensamiento conspirativo puso en circulación relatos y explicaciones que desmentían a sus respectivas versiones oficiales, y su logro fue mayor si se computa que sólo recurría a modos informales o marginales de difusión, ya que la expresión abierta de las conspiraciones resultaba inaceptable o peligrosa.
Yarbrough (1998) entiende que las redes sociales de carácter virtual conformadas en torno a denuncias conspirativas específicas se encuentran sostenidas por una creencia común y por la esperanza de alcanzar un propósito político o cultural no definido estrictamente. El destino de un teoría conspirativa parece o bien corto o bien inalcanzable: si logra convencer a todas las audiencias, entonces deja de circular como una mera teoría, para convertirse en la versión confirmada de los hechos. Si no logra imponerse, en cambio, sólo se trata de un fenomenológico “objeto intencional” (Husserl 1999; Merleau-Ponty, 1997) que se mantiene existente en tanto algún sujeto piense en él. Pues bien, detrás de una teoría conspirativa habría una “comunidad de fe”, fundada sobre la profunda convicción en la narrativa de la conspiración y mantenida en la ilusión de convencer alguna vez a los escépticos, quienes por otra parte son inocentes víctimas de la manipulación oficial.En otros tiempos, anteriores a la formación de las redes virtuales, las teorías y los teóricos conspirativos se daban a conocer en situaciones tales como conferencias o reuniones no multitudinarias. Así, la tradición conspirativa ya funcionaba como el folklore, básicamente desempeñando una función fática: en el caso de los conspirativistas, se trata de crear, mantener y fortalecer las relaciones sociales, con la excusa de transmitir información “secreta”.
La oscura psicología del conspirativista.
Los conspirativistas han sido acusados (Bratich 2008; Fenster1999) de reducir el análisis político a la reconstrucción parsimoniosa de conjuras, ejecución de planes muy complicados y conservación fraudulenta del poder. Esta crítica acierta en la caracterización de un estereotipo de las teorías conspirativas, construido pacientemente al cabo de los años por una tradición dispersa, integrada entre otros por Hannah Arendt (1987) y el propio Hofstadter. Arendt veía en el miedo a las conspiraciones un bolsón de irracionalidad, que dejaba expuestos a los ciudadanos ante los regímenes totalitarios, que con astucia y oportunismo explotan en su propio beneficio la vulnerabilidad de las personas. Por su parte, Hofstadter arguye, no sin falta de razón, que la ejecución perfecta de un plan complejo sólo es posible en una narrativa ficcional. Dicho en otros términos, el estereotipo del pensamiento conspirativo nos muestra una perspectiva pueril, con un deus ex macchina moviendo con crueldad los hilos de la historia.
Pero notemos que en ambos casos los autores se refieren al estereotipo conspirativista, es decir al modelo abstracto de una construcción que, más allá de consideraciones de carácter psicológico, entraña una visión de los hechos contraria a las narrativas oficiales. En ese sentido, el pensamiento conspirativo no sería oscuro sólo por razones psicopatológicas o epistemológicas, sino por razones que derivan de las condiciones fácticas en que se desarrolla nuestra institucionalidad.
Por cierto, el pensamiento conspirativo tiene un estilo amenazante para la democracia liberal y puede llegar a ser un instrumento favorable a la reaparición de formas totalitarias de gobierno si las ansiedades colectivas llegan a focalizarse en un fantasmático enemigo, como ‘los judíos’ o ‘los inmigrantes indocumentados’, etc. En este punto, la pregunta por los orígenes de esta deformación del pensamiento político, no puede imputarse sólo a factores psicopáticos de los implicados, sino a una pluralidad de circunstancias, de la que no son ajenas las prácticas discursivas de algunos políticos, las conjeturas con que algunos periodistas adornan sus análisis semanales, la desconfianza cívica respecto de los autoridades gubernamentales o judiciales y otros elementos estructurales de las instituciones estatales de nuestras sociedades.
En su carrera hacia el poder y en virtud de ganar adeptos, los políticos pueden sobreactuar la relevancia y capacidad de sus adversarios, y sentir que éstos representan amenazas no sólo para las fuerzas propias, sino para toda la sociedad. Por ejemplo, las repetidas denuncias de confabulaciones entre jueces, empresarios y funcionarios, en tanto no cristalizan en sentencias judiciales específicas, circulan como pensamiento conspirativo que sumerge más y más la confianza de los ciudadanos en el lodazal de la incredulidad. En el mismo sentido, el político que se precie de tal debe mantener la observación cautelosa para con los adversarios, pues las presuposiciones cognitivas para la profesión de la política casi siempre se refieren a que un movimiento sorpresivo del adversario puede significar un traspié si no definitivo, difícil de revertir. De esta forma, el costo de depositar la confianza sin cautela puede resultar muy alto. Claro que este miedo de caer en la trampa tendida por conspiraciones de los adversarios no es irracional, pero puede llegar a ser peligroso si procede exageradamente, y traspasa los límites institucionales o se autoexime de verificar sus denuncias o sus sospechas. Sólo para ejemplificar con una experiencia local, recuérdese que en nombre de la “seguridad nacional”, la dictadura argentina de 1976-1983 se regía por criterios análogos.
A pesar de estas indudables condiciones, Daniel Pipes (1997) acusa simplemente a los conspirativistas por dejarse atrapar o bien por percepciones equívocas, o bien por sugestiones infundadas. En ambos casos, las teorías conspirativas estarían viciadas no por su contenido, sino por sus redactores, de cuya condición psicológicamente saludable duda Pipes en virtud de lo que él mismo juzga la conducta maliciosa de los conspirativistas de difundir semejantes razonamientos:
“Una teoría conspirativa es el miedo a una conspiración no existente. La conspiración se refiere a un acto, la teoría conspirativa se refiere a una creencia paranoica que bloquea la percepción normal de las cosas hasta deformarla y hacer de la realidad una caldera de antropófagos” (Pipes 1997:21).
De este modo, la gravitación del pensamiento conspirativo en la política actual sería doblemente desfavorable: al cuestionar a las autoridades, también se cuestiona a las instituciones; al denunciar intencionalidades espurias sin pruebas, se describe un escenario infernal, donde la corrupción, el engaño y la manipulación serían apenas pecados leves. A la vez que deformante y falso, el pensamiento conspirativo aspiraría a destruir la realidad institucional y no solo a atacarla con calumnias e infundios. Es por ello que las actuales teorías conspirativas se focalizan en las democracias liberales, llamando la atención con estridentes denuncias cuya veracidad se da por supuesta, ya que si llegara a ser demostrada perdería su condición hipotética para convertirse en una noticia “oficial”.
Tanta preocupación por la psiquis de quienes pergeñan semejantes atrocidades no tardaría mucho en trasladarse a las audiencias conspirativistas, previsiblemente desguarnecidas y angustiosas. ¿Cómo se mantendrían en la calma necesaria para la reflexión y el raciocinio estas multitudes a las que se azota con imágenes satánicas de los más ilustres mandatarios internacionales? Y algo peor, ¿cómo explicarnos que exista cierta tendencia entre la ciudadanía a consumir semejantes estropicios? A partir de estas preguntas, la investigadora estadounidense Elaine Showalter (1997) elabora una inquietante teoría psicológica acerca de los conspirativistas “activos” y “pasivos”. Los primeros producirían las teorías conspirativas, a las que Showalter simplemente considera ‘narrativas histéricas’, y adjudica a las profundas turbulencias emocionales de la sociedad. A los conspirativistas pasivos, los que consumen y difunden con algún entusiasmo el pensamiento conspirativo, Showalter les dispensa un trato más benévolo: éstos serían víctimas de su propia estulticia y no de condiciones identificables del desarrollo de las actividades periodísticas, políticas y mediáticas.
“Al igual que con la histeria tradicional, los síntomas hoy día son dependientes del contexto: mientras los europeos histéricos imaginan constantemente que los servicios secretos norteamericanos mueven los hilos de varias conspiraciones, los norteamericanos viven sus propias teorías cotidianas –con mayor originalidad, sin duda– con extraterrestres. En general, las teorías conspirativas testimonian la grandilocuencia de nuestro poder imaginativo y nuestra habilidad para usar este potencial solo en las maneras más limitadas. El pequeño conjunto de mostrencos que los pensadores conspirativos han señalado desde siempre no muestra haber evolucionado mucho en tanto tiempo”. (Showalter 1997:125)
El lado no oscuro del conspirativismo
Otros diagnósticos contemporáneos (Birchall 2008; Volker, 2007) entienden que las actuales teorías conspirativas son una respuesta reactiva al neo-liberalismo, que ha convertido la inseguridad permanente de todas las condiciones de vida en el sentimiento más difundido entre los distintos sectores sociales. Esta patología de la inseguridad se expresa en diversos y pertinaces formatos: desde los exaltados pedidos de justicia de las víctimas con que los telenoticieros prodigan la información de incumbencia pública, hasta las reformas de flexibilidad laboral, que consienten y legalizan la patada con la que las empresas se han deshecho de miles de trabajadores que de pronto les resultaron inservibles. Ambas circunstancias sugieren que el poder de fuego del Estado Hobbesiano ha desaparecido, y que en lugar de Leviatán impidiendo que los hombres se devoren entre sí, existen por doquier gavillas de aventureros disputándose desde el control de los barrios más recónditos de la ciudad hasta las decisiones tecnocráticas y medioambientales de la producción planetaria de bienes y servicios. El resultado de esto es un ‘solipsismo claustrofóbico’ (Featherstone 2001: 21) que lleva a los sujetos a una búsqueda paranoica del sentido a través del pensamiento conspirativo. La función de este, en todo caso, no consiste en horadar los pies de barro de las autoridades gubernamentales, sino en dar cierto alivio al gobernado y al frustrado, restituyendo el bien perdido de la tranquilidad por el placer –simbólico- de “entender por qué pasa lo que pasa”.
¿Llamaríamos irracional a esta actitud? Dadas las condiciones en que puede operar las grandes corporaciones, las acciones conspirativas en economía y política son totalmente ‘probables’ y también pueden ser efectivas por la presencia de cadenas de evidencia circunstancial. ¿Alguien se atreve a desmentir que el gobierno norteamericano prohijó varios golpes militares en América Latina, especialmente el acometido en Chile por Pinochet en 1973? ¿No parece obvio que durante los 80’ se orquestó en la opinión pública argentina una campaña “anti Estado”, que terminó favoreciendo el brutal desguace de la propiedad pública y la privatización a previo vil de las empresas del Estado? Al igual que el insólito destinatario del Mensaje Imperial de Kafka, al ciudadano actual ya no caben otras formas de participación que imaginarse en solitario cómo funcionan las cosas y qué oscuros intereses las disponen en una tablero inaccesible para el ciudadano de a pie.
A diferencia del cuento kafkiano en el cual el mensaje nunca llega, los conspirativistas activos y pasivos, no están solos en casa, sino que disponen para la difusión de sus teorías los foros on line, los weblogs y los comentarios de lectores. De este modo el pensamiento conspirativo florece y se extiende gracias a los alcances de la comunicación que permite Internet. Pero esta es una condición superficial, que describe sesgadamente la alucinación conspirativista como si sólo fuera producto de mentes atiborradas y paranoicas. La otra condición deriva de la dinámica realmente existente de nuestras democracias. ¿No sentimos a nuestro lado que numerosos sectores sociales sospechan que nada se consigue con el compromiso político porque las cosas no cambian de ninguna manera, o sí cambian, pero en el peor de los sentidos? ¿No experimentamos la ambigua sensación de que mientras cada vez podemos informarnos y conocer más y más, la información es cada vez menos confiable y el conocimiento crecientemente parece más relativo? ¿Acaso alguien duda todavía si es la tecnocracia pura y dura o la participación significativa de los ciudadanos la que en realidad decide lo importante? Podríamos indagar en estos asuntos la otra condición, la que no tiene que ver con la psicología sino con la dinámica de nuestras instituciones que nos conduce a, entre otras cosas, al pensamiento conspirativo.
Las interpretaciones acerca de la gripe H1N1.
Nada más que para ejemplificar las discusiones expuestas, transcribimos literalmente tres de los tantos comentarios de lectores que mereció la epidemia de H1N1. En particular, tomamos como ejemplo los comentarios enviados a la nota La OMS está "preocupada" por la gripe porcina, publicada el 25/04/09, todavía accesible (mayo de 2010) en http://www.criticadigital.com.ar/ index.php?secc=nota&nid=22343. Obsérvese que los posteos transcriptos expresan tres líneas de interpretación, a saber: [1] la gripe es producto de los laboratorios;
[2] el gobierno esconde información que perjudica a sus intereses,
[3] el gobierno o los medios exageran la gravedad de la epidemia para distraer la atención respecto de asuntos más importantes.
Por razones de espacio solo podemos mostrar el comentario “cabecera” de cada uno de estos tópicos. Es importante aclarar que en no pocos casos se presentan a lo largo del día refutadores o confirmadores, que remiten sus observaciones críticas o en apoyo de los comentarios cabecera. De esta forma, se configuran redes de pensamiento conspirativo que alargan la nota base a cientos de líneas de extensión, en el transcurso de unas pocas horas. En la mayoría de los casos, los lectores firman con un seudónimo y omiten detallar su edad, lo que parece mantener aquellas formas clandestinas que los conspirativistas decían estar obligados a guardar por razones de su propia seguridad personal. Por otro lado, obsérvense en los tres comentarios expresiones características del pensamiento conspirativo, que aluden a alarmismo, a encubrimiento, a percepción por detrás de la “cortina de humo”, etc.
[1] Budokàn 34 años: Humm... esto me huele a experimento bacteriológico de los hermanos del Norte.
[2] Ocaña 0 años: ...... no se haga la distraida , usted es la ministra de salud de la nacion argentina ... por favor esto es mas grave de lo que se piensa ya que se trasmite de persona a persona . a vacunar obligatoriamente a toda la poblacion, si bien no esta comprobado la eficiencia de la vacuna de gripe natural , tampoco esta descartada , ya que aparentemente las personas vacunadas contra la gripe no les ha tomado la enfermadad-, Chile , Brazil ect ect ect , ya estan tomando medidas de controles en fronteras y aeropuertos - ¡¡¡aca que hacemos --???, seguro despues diran " la culpa la tiene el cerdo ".gracias.
[3] elchake 37 años: ojo!!! no nos comamos la chicana esto tiene pinta a un ataque bacteorologico de vienvenida a obama de algun grupo terrorista, porque mexico? obvio es menos controlado que usa y se aseguraron que lo infectavan en dias a sus vecinos y al mundo x ser el contagio via aerea claramente fue manipuleado este virus ojala este equivocado porque si no estamos en la lona caeremos como mosca mas en argentina que nuestros gobernanates son unos navos .que casualidad que el director del museo de mexico que se reunio con obama al tercer dia de la reunion murio de este virus esta clarito que estaba dirigido al presi de eeuu. rezemos amigos
Discusión final
Los comentarios transcriptos representan algunas de las líneas interpretativas que obviamente no fueron enviados sólo para completar la información de los diarios con aportes no verificables. Admitamos que algunos lectores hayan adoptado la costumbre de no limitarse a la consulta de la nota y de, por tanto, leer los aportes efectuados por los comentaristas. Aun cuando tales lectores dispusieran del tiempo necesario, sería improbable que pudieran leerse todos los comentarios posteados para una noticia, pues hemos observado que algunos posteos se efectuaron a última hora de la tarde, cuando alguna notas ya habían provocado más de dos centenares de contribuciones. Aunque cada una de estas no puede ser muy extensa, la sucesión de decenas de ellas demanda recursos de atención y de tiempo prolongado de lectura que si no son escasos al menos son infrecuentes. Esta circunstancia nos lleva a concluir que los posteos (conspirativistas o no) difícilmente sean consultados en forma sistemática por una audiencia regular, numerosa y comprometida con los supuestos o creencias manifestados en los comentarios. ¿Acaso no advierten los comentaristas estas dificultades, tan obvias?
Por otra parte, la coexistencia a lo largo del día de diversas líneas interpretativas en torno a una misma nota sugiere un aspecto aún más controversial. El hecho de que las tres contribuciones transcriptas en este artículo propongan interpretaciones no necesariamente incompatibles, pero sí manifiestamente diferentes, sugiere que algunos comentaristas ni siquiera leen todos los comentarios posteados por otros lectores, y que en lugar de desmentirlos o refutarlos, algunos comentaristas optan simplemente por exponer su visión de las cosas, como si las otras contribuciones no hubieran sido publicadas. De esta manera, parece razonable concluir que a los comentaristas les interesa más aportar interpretaciones que conocer otras perspectivas acaso mejor informadas, o aún tan cómplices de la confusión generalizada como la versión oficial.
Por más que ya sea extremadamente alta la desconfianza en las usinas informativas oficiales, el pensamiento conspirativo no cede en su prédica de “otra versión de los hechos”. Correlativa a la desconfianza en las fuentes oficiales, es sorprendentemente alta la ilusión de los conspirativistas por compartir la noticia verdadera con sus “cofrades” desconocidos –y quizás inexistentes. Vistas así las cosas, ¿no parece todo esto una tontería gigantesca o una puerilidad repulsiva?
En virtud de estas consideraciones no sería descabellada la hipótesis según la cual algo del solipsismo claustrofóbico de Featherstone (2001) y de la histeria de Showalter (1997) sobrenadan en la decisión de comentar las noticias de los diarios on-line. Pero para comprender esta decisión no parece suficiente la acusación superficial que estos autores lanzan contra lo que simplemente consideran una ansiedad desmedida o un pánico moral sin sustentos empíricos.
Nuestra sospecha en torno a la experiencia de los posteos puede parecer un poco más condescendiente. Nos parece central el propósito de dicha experiencia, y relativamente menos importantes el método y el contenido de los comentarios. Siendo estos inverificables en el momento de su lectura, podemos admitir que su referencia no importa más que como testimonio de oposición, resistencia o rebeldía frente a las versiones oficiales tanto de quienes leen esporádicamente algunos posteos, como de quienes los envían. Estos producen los comentarios prioritariamente para que los otros los lean, y no atienden a la improbabilidad de alcanzar ese objetivo, porque quizá lo intuyen que lo “valioso” está en la transmisión, y no en el mensaje transmitido. Digámoslo así, el valor reside en advertir que no se cree en la versión oficial, en el gesto de proclamar la desconfianza. En cierta forma, es la experiencia del alejado súbdito del emperador chino, al que Kafka nos presenta imaginando que el emperador le ha enviado un mensaje que nunca llegará.
Por otra parte, lo que llamamos el lado no oscuro del pensamiento conspirativo no corresponde ciertamente a la flagrante inmaterialidad de sus logros o a la ineficacia de sus métodos, sino al esfuerzo por elaborar las sensaciones que provocan las noticias. Cuando estas son intranquilizadoras, se activa el pensamiento conspirativo y las creaciones resultantes se proyectan en la búsqueda de solidaridad, comprensión y quizá crítica y refutación. En ese caso, ¿las contradicciones o insensateces apuntadas no merecerían ser reconsideradas en términos de la búsqueda por compartir experiencias o impresiones acerca de procesos que se manifiesta amenazantes?
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