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Paulo Catanzaro, estudiante avanzado de la Escuela Superior en Ciencias de la Salud. UNICEN

Recibido: 30/05/2014

Aceptado: 18/07/2014

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Resumen: Este trabajo intenta analizar las condiciones del pensamiento médico actual y como éstas influyen sobre el concepto de eutanasia. Se explican las distintas corrientes ideológicas, la ética y moral del profesional de salud en las distintas épocas y como éste se ha enfocado y ha afrontado cuestiones como la muerte y el sufrimiento. Se describe al paciente como persona, ciudadano y consumidor del servicio de salud y la influencia que este ejerce sobre la práctica médica.

Finalmente se realiza una reflexión ética para poder comprender estas cuestiones, dando lugar a posibles respuestas de cómo debe actuar un médico ante el pedido de un paciente por morir.

Palabras clave: Subjetividad; cuerpo, modernidad, medios masivos de comunicación, muerte, eutanasia, sufrimiento, dolor, medicina.

Abstract: This paper attempts to analyze the conditions of the current medical thinking and how they influence the concept of euthanasia. Different ideological trends, ethics and moral health professional at different times and how it has focused are explained and has addressed issues such as death and suffering. Patients as persons, citizens and consumers of health care and the influence this has on medical practice is described.

Finally ethical reflection to understand these issues is performed, resulting in possible answers of how a doctor should act on the request of a patient to die.

Keywords: Subjectivity; body, modernity, mass media, death, euthanasia, suffering, pain medicine.

Introducción

La sociedad científica médica reconoce la amplitud y la complejidad del conocimiento necesario a la hora de elaborar determinados diagnósticos y llevar a cabo terapéuticas sobre los mismos. Las mismas nociones sobre conceptos biomoleculares, que a pesar de que intentan o aspiran hacer de este tipo de conocimiento un saber exacto, reconocen la fragilidad de sus afirmaciones y teorías. Las concepciones biologicistas fomentaron una corriente de ideas que llevó al personal de salud a adoptar el modelo predominante actual, eje de la profesión médica, conocido como biomédico. En los mismos pilares, donde se centra la solidez de este modelo, se afirma que este tipo de saber admite la posibilidad del error y del fracaso, y, además, la probabilidad de que fuerzas desconocidas e incontrolables puedan distorsionar la aplicación del saber en la terapéutica. No existen garantías o pronósticos 100% exactos en el comportamiento del cuerpo en cuestiones de salud. Aún la genética, uno de los paladines del modelo, ejemplifica esta cuestión; en el 99,9% de certeza de sus estudios, admitiendo la posibilidad del error.

La relación médico-paciente está bajo cambios, producto de la crisis que el mismo modelo generó. La soberbia del profesional y la confianza a casi ciegas del paciente produjo el inevitable fracaso de numerosos casos; que demostrando la ineficacia de la práctica médica por reducirla a cuestiones meramente biologicistas no pudo enfrentar ni comprender la naturaleza de las problemáticas que exceden a este encuadre.

Se generó una desconexión con la realidad y se deshumanizó al hombre, construyendo al enfermo, como un algo menos que pierde su condición de persona, en un objeto, un cuerpo-carne. El enfermo es persona y ésta es subjetividad. La medicina biomédica rompe el nexo del cuerpo con el intelecto (espiritualidad-alma), cualidad propia de la condición humana. La división de lo indivisible, lo orgánico de lo psicosocial, fomentó que el médico tomara lugar sobre el cuerpo del prójimo que dejó de ser prójimo. El cuerpo-carne no tiene voluntad, no decide. Por ende, se creó este juego con estas reglas, el paciente cedió involuntariamente o inconscientemente las facultades y libertades de su propio organismo a aquel responsable de curarlo. Y esto fue lo que desencadenó el mal, el abuso y el fracaso de la medicina biomédica.

El sufrimiento del otro es más fácil de cargar y por ende es más fácil experimentar y decidir de manera fría y ligera sobre la vida ajena. El médico puede negar, dar la espalda, no mirar o menospreciar el sufrimiento ajeno con el fin de adquirir mayor fortaleza emocional y firmeza para continuar con su praxis. El no reconocer el sufrimiento del enfermo deshumaniza tanto al que padece por ser menospreciado como al que menosprecia por perder cualidades propias de la condición humana. Ignacio Lewkowicz dijo: “la negación niega la negación misma”. Conscientemente, la negación termina generando lo inconsciente, el negar la negación. La negación miente, engaña y termina por confundir a quien la practica. Y la mentira del modelo, es que el enfermo es cuerpo-carne, que las demás experiencias humanas, incluyendo al sufrimiento, entorpecen y dificultan el diagnóstico médico. La bibliografía médica dictamina cuales son los síntomas, las enfermedades; entonces se aceptó que, en el ejercicio de la profesión, lo que se escapa o se aleja de lo escrito es una distracción sin sentido.

Aunque no de manera directa, se ha fomentado la idea de que la formación médica otorga poder, a aquel que la recibe, de imponerse por encima de la voluntad del paciente. Quien decide sobre las cuestiones de salud debe ser “quien sabe”, el médico. Siendo notorios los problemas de esta cuestión, los gobiernos legislaron con el fin de regular y poner límites al abuso de la actividad médica a favor de la autonomía de sus ciudadanos.

Hoy el paradigma está en crisis, y se enfrenta a un nuevo modelo de medicina conocido como biopsicosocial. La medicina busca reformarse teniendo una nueva mirada sobre la salud y el enfermo. Se reconocieron algunos de los fracasos del pasado y se pretende dar respuestas y soluciones a los mismos. A partir de esto, se ha descubierto cómo el sistema neuroendócrino, a partir de los estados anímicos, tiene correlato directo sobre cuestiones de salud; demostrando el error de la medicina dualista. Asimismo, además, se reconoció científicamente al efecto placebo; que confirma como el simbolismo y las metáforas que las personas otorgan a la enfermedad influyen sobre las cuestiones de salud. A pesar de los cambios y las nuevas corrientes ideológicas, el personal de salud, su mayoría, se formó y educó con las bases biomédicas. Es simple encontrar los ideales biomédicos aún presentes. Por lo cual, este marco situacional determina que el profesional de salud se encuentre inmerso en un mundo donde los ideales, principios y valores confunden y obstaculizan en cuanto a ver lo obvio, que el enfermo es persona, un semejante, y que el conocimiento médico aún por amplio que parezca no es suficientemente para invalidar con ligereza la voluntad del paciente. Cualquier decisión, cualquier elección, plantea incertidumbres. Existe el riesgo de la posibilidad de que aparezca un efecto adverso o de que la toma de una decisión no sea la correcta.

Los casos de eutanasia son cuestiones que entran en juego a esta puja de ideales y modelos de medicina. Son situaciones extremas, pero estadísticamente frecuentes, que ponen a prueba al profesional no sólo en su formación y nivel de instrucción académico sino, además, su integridad moral y ética. Las posturas son varias acerca de qué debe hacerse cuando el paciente decide morir, o pide morir; y creo que no existe una sola respuesta que alcance la complejidad de las singularidades de los casos. Por esto el objetivo de esta redacción es intentar describir la problemática ética de la situación y contribuir a facilitar su análisis.

Cuerpo y subjetividad contemporánea

El cuerpo humano es una realidad existencial del hombre que se puede conceptualizar como una estructura, en la cual se interrelacionan procesos biológicos, psicológicos y sociales. El cuerpo es y se hace; por lo cual, existen procesos intrínsecos y extrínsecos que lo determinan. Yo soy pero el entorno también me hace, y viceversa. Mis emociones, mi percepción sensorial y mi intelecto, que a su vez influyen sobre mis estructuras biológicas, se forman en relación directa e íntima con el entorno social en el cual me encuentro inmerso. La salud, entonces, debe ser conceptualizada desde estas perspectivas. El médico necesita entender y aplicar en su práctica esta concepción, dejando de lado los estigmas de la ciencia positivista y la medicina biomédica.

No se debe ignorar cómo los procesos psicosociales influyen sobre la salud de la persona. Un ejemplo de esto es cómo el estrés genera cambios sobre las estructuras nerviosas y demás tejidos del organismo. La salud mental del paciente en función de lo psicosocial, puede condicionar la biología y viceversa.

Prefiero, sin embargo, que se deje de lado la concepción del cuerpo, porque un médico atiende a personas; y, entonces, este tipo de lenguaje confunde y desvía del saber. La persona es la que enferma, padece y muere. Por lo cual la salud debe definirse obligatoriamente desde la perspectiva de la persona y no desde el cuerpo. La interacción de los procesos biopsicosociales determina que el cuerpo es un todo indivisible conformando y perteneciendo al ser humano. La cultura, la religión, el lenguaje y demás cuestiones que conforma la subjetividad del hombre determinan el significado que éste le atribuye a la enfermedad y a la salud. Entonces, como las construcciones psicosociales de los individuos influyen sobre las cuestiones de salud es necesario que también sean consideradas por el médico.

Lo que se define como patológico no necesariamente corresponde a lo existencial y estructural de la biología. Quienes perciben y construyen la enfermedad como tal, se encuentran bajo la influencia de los procesos socioculturales que se encuentran inmersos. Un ejemplo es como la condición homosexual, el racismo y demás construcciones de la cultura de la época, fomentaron la determinación de los conceptos de enfermedad y de patológico sobre el fundamento de una visión sociocultural y no sobre cuestiones estrictamente científicas.

La subjetividad del individuo es plástica, mutante y con cualidades singulares. Por lo cual si la salud se encuentra en interacción con la percepción del individuo, se debe reconocer la importancia del rol que ejerce. Los positivistas y la medicina biomédica intentaron imponer el dogma de que el científico debe ser objetivo, sin embargo está demostrado como aún por más que uno intente serlo, no puede alcanzarlo y la subjetividad se impone. Todas las experiencias de la vida determinan la singularidades de nuestra persona y como damos significado e interpretamos la realidad.

Aquello que determina el orden de pensamiento de una sociedad, el cual es el producto de la corriente ideológica de determinado momento, se entiende como la subjetividad de una época. Hoy en día conviven distintas ideas con respecto a cuestiones de salud. La subjetividad capitalista, con respecto al cuerpo humano está siendo remplazada, en cierta medida, por la subjetividad contemporánea. Contrarias en su naturaleza, en propósitos y sentidos; una determina que la felicidad esta en el progreso mediado por la productividad y la otra, respectivamente, que el acto de consumo es el responsable de vivificar la existencia humana. En la subjetividad contemporánea la felicidad se determina por el consumo y éste por el dinero. Se eleva al mercado como la institución que ordena al mundo, dejando al Estado, la Iglesia, la Escuela y la Familia, como entes subordinadas para administrar y dar cumplimientos a los deseos del consumo. Si bien no es la única fuerza que ejerce acción sobre la opinión pública es la que mayor poder tiene. Hoy conviven distintas maneras de interpretar y percibir la realidad humana. Distintos autores describen al cuerpo humano, desde la visión capitalista, como una fuerza de trabajo; que el sentido de productividad confiere al ciudadano el significado de la vida y de esta manera se determina los roles y relaciones sociales. El orden social, entonces, según esta visión, estaría determinado por el cuerpo como fuerza y poder de trabajo y la productividad como herramienta del progreso y la felicidad. Si bien estas ideas pueden tener algo de verdad, no creo que se determinen los roles y las funciones en la sociedad actual de tal manera. Si todos buscáramos ser productivos porque esto nos determina un mejor status social, y en esto el progreso individual y la felicidad, los roles sociales deberían corresponderse a esta idea pero, sin embargo, esto no sucede. En el mundo contemporáneo existe la trampa, donde el que tiene poder no produce sino consume, utiliza y abusa. Se destruye al medioambiente, se deja de pensar en el futuro. Y esta metáfora del hoy y la conducta impulsiva son llevadas aún a cuestiones de la vida cotidiana y de la salud. La visión del cuerpo como una construcción social que aparece del entramado de las relaciones productivas cooperativas es una ilusión. No es necesario trabajar ni producir para obtener dinero, lo cual determina el poder del consumidor. Esta es la paradoja del mundo actual. La contradicción de lo que debiera ser con lo que es.

Los medios masivos y el marketing han influido sobre la opinión pública colocando al acto de consumo como reflejo de poder y felicidad, por lo cual se nos infiere la idea de que el dinero mueve a la sociedad. Terminamos comprando y consumiendo cosas que no necesitamos. Y esto no es que voluntariamente se apruebe o se simpatice pero sucede. Se estigmatizan la adicción y el capricho pero se promueve la conducta impulsiva que las desencadena. En la ignorancia y en la ausencia de moralidad y de pensamiento crítico; el egoísmo fomentado por la misma cultura individualista e impulsiva que fomenta el consumo, genera desigualdades, injusticias y desequilibrio. Aunque la moralidad cristiana del amor al prójimo sea aceptada de manera popular; esto no quiere decir que las sociedades la apliquen. El amor, paradójicamente, es una cualidad estimada por la sociedad pero por otro lado contraria a la subjetividad contemporánea del mundo capitalista, al mercado y al consumidor. Mucho se habla de los males del presente pero aún el hombre, en su conformidad, no cambia de actitud.

La subjetividad contemporánea determina la forma de vivir de las personas y por ende a su salud. Las cuestiones morales también se encuentran bajo influencia de estas ideas. Es necesario considerar el significado que se da a las construcciones simbólicas de los conceptos de salud, vida, muerte, sufrimiento y dolor desde las distintas perspectivas que fueron evolucionando en las distintas culturas hasta la particularidad de la época actual.

Eutanasia y sufrimiento

Eutanasia es una palabra de origen griega que, en las culturas greco-romana, se refería al estado mental o espiritual de la persona en su momento final; si ésta se encontraba serena, autocontrolada, psicológicamente equilibrada. La eutanasia era una forma de morir, no un acto que producía la muerte. Más tarde esta cuestión se diferenció de las prácticas en donde se adelantaba u ocasionaba la muerte, denominándose eutanasia pasiva y activa a los respectivos casos.

La paradoja de la época se enfocaba sobre cuestiones del orden de lo natural y la naturaleza, para lo cual se determinó que morir era un fenómeno natural del hombre, entonces se sostenía que ayudar esta naturaleza en el sentido de ayudar a la persona a alcanzar una buena muerte era lo recomendable y por otro lado, si la muerte y aún el sufrimiento son naturales por ende no se debía intervenir en el desenlace de lo mismos, ya que estos tienen un significado y un sentido propio a la existencia terrenal.

Luego, de la constitución del cristianismo como religión oficial del imperio romano en el siglo IV, el catolicismo surgió y los valores pro-vida judeo-cristianos transformaron la opinión pública. Estas ideas pro-vida terminaron en argumentaciones como que el momento y las circunstancias de la muerte se hallan en las manos de Dios. El suicidio entonces fue concebido como incorrecto por corromper el espíritu de los creyentes e ir en contra de la voluntad de Dios y además a oponerse al principio básico en favor de conservar la vida. Tanto las ideas greco-romanas como las catolicistas en favor de no interferir en el desenlace de lo natural o aquello que es voluntad de Dios, se justificaban en que la muerte y el sufrimiento otorgan virtud a aquel que los parece. La conducta valiente de enfrentarlas era ejemplar. Rom 5:3: “Nos glorificamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza”. El dolor y sufrimiento de Jesucristo crucificado se volvieron inspiración para algunos; que, incluso, se autoflagelaban con el fin de agradar a Dios. El humanismo renacentista del mundo católico, dejando de lado el justificativo del sufrimiento como castigo del pecado y orden establecido por lo divino, determinó como más natural la buena muerte. En su nuevo rol: el médico debía aliviar el dolor causado por el estado <<no natural>> de la enfermedad. La ciencia y la medicina, entonces, podían reiterar o interrumpir los tratamientos innecesarios para las situaciones en que la enfermedad se percibía como irremediable.

En la actualidad existen concepciones y legislaciones distintas con respecto a la eutanasia. En las sociedades de una misma nación, se han tomado los valores morales y las experiencias del pasado según su cercanía ideológica y de esta manera se influyó sobre determinadas leyes y ordenanzas establecidas.

Más allá de que se haya autorizado en algunos países la eutanasia, respaldando y sustentando el derecho del paciente terminal a optar por la no iniciación o la irrupción de tratamientos innecesarios; aún, incluso, si al hacerlo estos aceleran el desenlace fatal de la enfermedad, existe el límite en causar la muerte de forma activa e intencionada. Pero, paradójicamente, se puede generar un coma farmacológico, lo cual es una experiencia semejante a la muerte, con el fin de evitar el dolor. Esta situación y realidad de los pacientes que optan por morir es controversial por los principios morales de los individuos que entran en juego. Sin embargo creo que es necesario resaltar que la noción de eutanasia aceptada está fundada en la idea de que es una forma de morir y no el acto mismo de poner fin a la vida.

La concepción ideológica de que en la situación extrema y extraordinaria del paciente terminal, las personas pueden optar por aceptar y adelantar el fin de su existencia entra en choque con la cercanía de la conducta suicida. Y por esto se genera la controversia y el choque de posturas. El problema se da en la similitud de la temática pero a pesar de esto, los actos son distintos. El suicida elige morir, quiere morir; mientras que el paciente terminal no puede elegir, la muerte se le impone y éste aceptando lo inevitable opta morir de mejor manera.

A partir de la eutanasia en los casos de enfermos terminales surge la cuestión de qué hacer con las personas que sufren y no puede revertir su situación y que también piden morir. ¿Qué hacer con los pacientes que por su condición de enfermos crónicos, no pueden revertir el dolor, el malestar, la incapacidad, etc.? ¿Cómo definir con certeza suficiente cuando el mal en el que se encuentra inmersa la persona justifique el fin de su existencia? ¿Debería un ciudadano tener el derecho de suicidarse?

El dolor y el sufrimiento son experiencias comunes en la humanidad. Han estado presentes en el desarrollo y crecimiento de las sociedades y sin embargo el hombre, superando situaciones adversas extremas, ha demostrado una fuerza intrínseca por querer vivir. El dolor es una experiencia subjetiva, sensorial y emocional, asociada a padecer daño o perjuicio; mientras que el sufrimiento, además de ser una experiencia semejante, carece de sentido.  Esto puede explicarse con la siguiente frase de Víctor Frankl: “El dolor pide calmantes, el sufrimiento reclama sentido”. La persona puede cargar con el dolor, si es que encuentra un propósito que amerite el soportarlo; mientras que con el sufrimiento la persona se debilita biológica y psicológicamente. Esta concepción puede permitir entender y concebir las diferencias entre conductas resilientes y el distrés. Si ante una situación adversa, la persona puede encontrar el sentido, puede hacerle frente; mientras que si no lo hace se consume. El dar sentido o comprender la violencia del dolor padecido se produce un alivio al temor de lo desconocido del mal que se padece. Al darle nombre y significado a la causa del mal se restablece la iniciativa del paciente y se anulan las hipótesis negativas que alimentan la ansiedad y la intensidad del sufrimiento. En caso contrario la persona puede alcanzar el punto de ser física y mentalmente incapaz de lograr algunos de los objetivos que considere fundamentales en su vida y, entonces, por este estado de malestar y confusión, perder la conciencia y voluntad, al límite de hacer que ésta pida morir. Los estados afectivo-emocionales, como ansiedad, angustia o agitación, pueden deformar la percepción y la personalidad o estructura psicológica del paciente. Es por esto que el sufrimiento desmedido destruye la voluntad y  la conciencia del hombre y que el pedido de morir tenga un significado distinto de ayuda desesperada contra el hartazgo del mal que lo corroe.

La vida está sujeta al sentido de un propósito, la felicidad. Si la esperanza de alcanzar la felicidad muere, el ser muere. ¿Si hipotéticamente, la vida humana fuera un sinsabor inmerso en el sufrimiento sin oportunidad de revertir esta situación, quién quisiera vivir? ¿A quién le gusta sufrir, o quién lo elige? ¿Y si el sufrimiento se impone y uno no puede cambiar esta condición ni hoy ni mañana, por qué vivir? ¿Si éste ocupa la mayor parte de la vida y el posible porvenir “bueno” no es lo suficiente o no vale la pena para soportar aquello que aflige, qué sentido tiene tolerar o forzarse a buscar el bienestar futuro, si en el fin uno muere y deja de existir? Uno no se pregunta o racionaliza estas cuestiones. Siente. Vive intuitivamente, sensualmente. Por eso mientras se está anímicamente bien, se vive por inercia, se busca continuar de la misma manera, sintiendo y experimentando lo que uno cree que le hace bien. Por lo cual, lo común es cumplir con la moralidad a favor del deseo de vivir. Pero cuando lo adverso se presenta se busca huir y cambiar esta realidad. Al no poder hacerlo, se busca un sentido y una respuesta al porqué continuar. Y, entonces, surge la cuestión de porqué vivir para sufrir si todo fuera para nada. Porque si cuando uno muere, todo se termina, todo deja de importar, ya se sea rico o pobre, inteligente o no, feliz o no; se termina en la nada y se deja de ser. Todo pierde sentido.  Por esto si se adelanta la muerte se evita el posible sufrimiento; pero a su vez, se pierde la posibilidad de alcanzar situaciones futuras de felicidad. ¿Cómo medir o hacer un balance real de la felicidad y el sufrimiento de la existencia humana? Si hipotéticamente se pudiera hacer y se razonaran las posibilidades que se tienen de alcanzar la felicidad y se concluyera que el sufrimiento es o va a ser irremediable; entonces, el poner fin a la vida parece ser lo inteligente. Pero no hay nada seguro en lo futuro. Se puede creer que lo seguro es el malestar del hoy y que no aparenta cambiar. Y si la certeza es que lo que venga no remedia, ni cura, ni consuela el vacío del malestar del existir, y si todo termina en la nada, de qué sirven las buenas o malas experiencias que se puedan tener en la vida. Si se muere o se deja de ser hoy, mañana o dentro de miles o millones de años, nada vale, todo pierde sentido. La vida, con todo lo que implica, pasa a ser vanidad. Entonces, a partir de esto, afirmo que la vida se encuentra sujeta al propósito de la felicidad, pero también, asimismo, al de la eternidad. Mayor es el peso de la primera para la voluntad del ser porque la condición humana determina primero sentir. Pero, luego, pensando me doy cuenta que aún la felicidad de un período no justifica la existencia. Porque por más que se ponga en la balanza los momentos buenos con los malos y resulten más los primeros, si se deja de existir, nada tiene sentido. Y sé que lo que veo y entiendo son matices más o menos oscuros de lo que en teoría concibo por realidad. Aún por más objetivo que intente ser, mi punto de vista puede no considerar el todo; puedo estar equivocado. Mi moral, mis ideas, mis símbolos, mi percepción puede colapsar y cambiar. En mi universo, el código con el cuál ordeno mi pensamiento, admito la posibilidad de la existencia de las singularidades de situaciones desconocidas que puedan irrumpir y cambiar, éste, mi saber previo. Que surjan excepciones a las reglas establecidas y/o nuevas leyes que modifiquen aquello que concibo como particular al hoy y, entonces, se amplíe o modifique mi código moral. Por lo cual, mi universo me dice que la moral no es universal, porque si lo fuera no colapsaría como lo hace y que mi saber rige en cuanto tenga validez y no se compruebe lo contrario.

Pero lo que con cierta seguridad sé es que si una persona pone fin a su existencia es el fin de todo. Y yo creo que todo ser, intuitivamente, quiere vivir y quiere ser feliz. Si aun por complicada que sea la condición del paciente, la enfermedad o el mal, el poner fin a la vida implica el final de todo; se pierde la esperanza de recuperación o la posibilidad que esa persona pueda superar el mal. Aún la ilusión y la esperanza mientras existan, por poco probables que parezcan, obligan a la persona a luchar por vivir. La idea de la posibilidad de alcanzar la eternidad, o cualquier otra que amerite y de valor, sentido o propósito al sufrimiento vivifica la existencia. Este futuro que no se conoce, esta ignorancia del porvenir, otorga la posibilidad de la libertad del imaginario, dentro del límite del orden del pensamiento científico, de concebir la inmortalidad y la felicidad como posibles; o de aceptar cualquier otra noción o idea, dando sentido y justificando la existencia del hombre. Si se lo hace, se fortalece y se libera  al individuo del mal de la duda, del sinsentido que consume y se valida y justifica el resistir al malestar. Es por eso que, a mi criterio, se encontraría, tal persona, ahora obligada por la conciencia a optar por luchar y vivir en búsqueda de alcanzar la esperanza de las cuestiones que vivifican la existencia del hombre. Pero, sin embargo, el riesgo ante lo desconocido, la ignorancia e incertidumbre implican que no puedo obligar o forzar a hacer pensar o desear a alguien algo que a mí me parece. Vivir tiene que ver con la calidad de vida de la persona. Reconocer la dignidad de la persona y como ésta, en su diferencia, concibe y define a la vida es primordial para tratar o hablar sobre la autonomía del paciente.

Es decir que la óptica de lo anterior conlleva al médico a focalizarse en la lucha contra el sinsentido. La ansiedad que se produce destruye al paciente, por esto es necesario aclarar que a pesar de que el sufrimiento no tenga sentido y que sea una realidad, no significa necesariamente que la vida deje de tenerla. La idea del fracaso generalmente conlleva al sinsentido; por lo cual, el profesional puede dar testimonio de algo que es capaz de hacerse incluso cuando se fracasa. Torres Quiroga mencionó que el problema no está en si es posible un mundo sin mal o no; ya que resulta clara su inevitabilidad, sino si merece la pena el mundo y la vida a pesar del mal que lleva consigo.

La voluntad de vivir es una cuestión sumamente singular y subjetiva. La salud mental y tanto los factores protectores de la misma son de suma importancia para poder hacer que la persona pueda encontrar, en el límite de la situación que padece, las respuestas y los sentidos que alivien su sufrimiento. La paciencia, la tolerancia, el equilibrio emocional son herramientas y cualidades que fortalecen y permiten alcanzar la construcción de estos nuevos símbolos sobre la enfermedad, el dolor, la vida y la muerte. La importancia de cómo cada persona interpreta estas cuestiones es de suma relevancia a la hora de entender qué es lo que está pidiendo o necesitando alguien que pide morir. Es necesario entender que las personas construyen distintos símbolos e interpretaciones a partir de hechos iguales y que estas construcciones, no sólo influyen sobre el estado anímico del paciente, sino sobre su voluntad y también sobre su salud. Por esto es importante considerar la realidad del sujeto que sufre, reconocer en éste su dignidad y diferencia para poder tomar decisión alguna.

 

Reflexiones Finales

Los debates médicos y jurídicos ya no versan tanto sobre el carácter lícito o ilícito de la eutanasia, sino más bien sobre su mayor o menor conveniencia en casos concretos, sobre las normas que deberían regular su aplicación y sobre su  aceptación social y política.

Si se considerara al prójimo, su situación, su realidad, su percepción, sus símbolos, su cultura, su religión y sus intereses en la postura de no hacer al otro lo que uno no desearía que hicieran consigo mismo se cumplirían, y además se podría incluso ordenar el pensamiento ético del profesional de salud bajo, los 4 principios básicos según Beauchamp y Childress: No maleficencia, Justicia, Beneficencia y Autonomía del paciente. Poner fin a una vida, mas allá del debate ético, debiera ser justificado con argumentos sólidos y claros a favor del principio general de la vida y de la dignidad de la persona oponiéndose a conductas cobardes e impulsivas cercanas al suicidio (principio de beneficencia). Se debe considerar la dignidad de la persona y excluir las prácticas innecesarias que no garantizan una cura para la enfermedad ni otorgan alivio satisfactorio para el sufrimiento (No maleficencia). Además se debe considerar la autonomía del paciente que es un ser subjetivo con una realidad propia. Un médico no puede obligar a una persona a hacer que ésta desee vivir o pierda el deseo de morir. Es tarea difícil condicionar el pensamiento y los sentimientos de una persona. Y la autonomía se fundamenta principalmente en la ignorancia del saber médico. Sujetar un paciente ante el capricho de sostener a todo costo, sin considerar el sufrimiento que se genera, con el fin de perpetuar la existencia física, puede ser considerado moralmente incorrecto. Incluso es el ejemplo más aceptado para el principio de no maleficencia. La equidad de la práctica médica, el principio de justicia, debe estar focalizado en que el médico debe ser en su accionar constante e igualitario para con todas las personas indiferentemente de su condición socioeconómica, género, cultura, etc.

El temor de generalizar la eutanasia promoviendo conductas suicidas creo que es una paranoia que desvirtúa el mismo propósito y desmerece el fundamento de la práctica. La eutanasia no irrumpe el derecho o el respeto a la vida humana, si es que se considera la práctica desde el punto de visión de la génesis de su significado, como una forma de morir dignamente y no de ocasionar la muerte. Quien destruye no es el médico o la persona sino la enfermedad. Ante el desenlace fatal inminente se reconoce el sufrimiento del paciente y se le otorga dignidad a su muerte. Es necesario e importante conceptualizar la eutanasia no como una herramienta para evitar el dolor sino como una práctica que se da lugar en situaciones extremas y extraordinarias, donde las reglas morales del acto médico colapsan dando lugar al debate ético, aceptando los límites de la ciencia y la muerte como realidades.

La vida de un ser humano no debe confundirse con la existencia biológica o resumirse exclusivamente al funcionamiento de determinados tejidos y/u órganos. La persona y el cuerpo no son sólo biología. Es por esto que el sentido de beneficencia debe ser considerado desde la perspectiva de la dignidad del ser y de su diferencia. Invalidar la conciencia moral y voluntad del otro para imponer las propias es otra cuestión ética, donde la responsabilidad moral del médico tambalea frente a la autonomía del paciente.

La medicina actual no es una ciencia a ciertas, y jugar a la lotería con la vida es algo muy cuestionable. Las ciencias estadísticas afirman demasiados errores bajo intereses personales y económicos. Entonces, ¿Cómo determinar con suficiente exactitud e imparcialidad, desde el sistema de salud, que un caso sea o no terminal o que el desenlace fatal de la enfermedad sea un hecho o no? Las encuestas y los números, sobre eutanasia, pretenden ordenar y hacer lo particular de algunos casos en algo general. Terminan frivolizando la cuestión de la complejidad de cada caso y pretenden marcar una tendencia sobre algo sumamente singular de la persona como lo es el deseo por vivir.

Los profesionales de salud deben considerar la diferencia entre dolor y sufrimiento y que ambas son experiencias influenciadas por la subjetividad singular de cada persona. Y ante el interrogante de qué hacer ante un paciente que pide morir, la primer actitud que se debe tomar es escuchar atentamente y entender cuál es el marco situacional de la realidad de esa persona. Muchos médicos se esfuerzan en demostrar que el sufrimiento puede y debe ser controlado; que se puede llegar a su raíz, cambiar su significado y que su final puede ser previsible. Sin embargo, numerosos pacientes cancerosos, todavía en la actualidad, no pueden lidiar con el dolor y el sufrimiento producido por la enfermedad. No obtienen un alivio satisfactorio a pesar del abanico de terapias y medicamentos que se les ofrecen. Y aún, la obsesión del médico en la lucha a favor de la vida, termina contrariamente sometiendo al enfermo a tratamientos innecesarios donde se potencia y magnifica el malestar del mismo.

Además, es muy frecuente que pacientes por sus creencias y su cultura religiosa sostengan que soportar el dolor es una virtud, por lo cual, habrá gente que piense que expresar su dolor no es correcto, es vergonzante y signo de debilidad. La muerte es un fenómeno propio de la condición humana. Está en nuestros genes y la humanidad posee íntima cercanía con la noción de su condición mortal. Sin embargo, como mencioné antes, no todos pueden aceptar o considerar esta realidad, algunos pueden creer o se ilusionan en un futuro en el que el avance de la tecnología podrá, algún día, ofrecer la eternidad. Otros vuelcan esperanzas en la creencia de la resurrección, o en la rencarnación, o demás ideas de distintos tipos de religión; o cualquier clase de idea que sirva para evitar la noción del fin de su existencia. La mortalidad del hombre es un cotidiano, pero sin embargo la posibilidad y la esperanza de revertir esta situación es el motor que mueve y da fuerza a los religiosos y demás a sobreponerse al sufrimiento. Pero paradójicamente, son justamente los espirituales los que mayor eco hacen sobre la falacia naturalista: lo que es debe ser. Entonces bajo la idea de lo natural reflejo del orden divino se instituye al pensamiento de la sociedad a favor de rechazar y repudiar, hipócritamente, determinadas prácticas en contra de la naturaleza mientras que se aplauden otras. Esta situación genera una desventaja al individuo que debe afrontar el padecimiento de su existencia, porque se lo obliga a creer que su dolor y malestar emocional tienen un fundamento; y éste sin entender sus causas, sufre en la lucha y el desgaste de la ansiedad y la duda que se generan al tratar de encontrar los argumentos que le permitan aceptar su condición y/o poder cambiarla para poder hallar paz. El Cristianismo, que a pesar de sus variantes ramas e iglesias, es la religión de mayor influencia en la sociedad occidental, contradice a las instituciones religiosas cristianas, que afirman que el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son producto del pecado de las personas. Es por esto que se sostiene erróneamente desde las iglesias que aquel que las padece se encuentra sujeto a algún castigo divino y entonces su remedio es el encontrar la causa del pecado y solucionarlo si es posible por medio del arrepentimiento y del perdón divino. Y ésta es la gran mentira que fomenta y potencia tales males sobre aquel individuo que intenta comprender la naturaleza de su situación. Los escritos de la biblia judeo-cristiana reflejan historias de personajes como Job y Cristo entre otros, que sufren, enferman y mueren no por su condición personal sino por un plan divino que es ajeno de las causas de si se merece o no la situación en que se encuentran por pecado. Se instituye de esta forma al sufrimiento, la enfermedad y la muerte no como castigo divino sino como herramientas de un propósito mayor en el cual las personas que las padecen son instrumentos de un plan celestial; determinando de esta manera que tales prácticas se incluyen bajo la justificación de un fin determinado. Un ejemplo claro de cómo la enfermedad no se adjudica al pecado está en la Biblia en libro de San Juan, capítulo 9 donde se le pregunta a Cristo por un ciego: “¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”- y Jesús responde: Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Entonces el ciego nace con la enfermedad para que Dios pudiera actuar sobre él. Ésta es la contradicción de las afirmaciones de las instituciones tanto judías como cristianas que desde hace muchísimo tiempo instituyeron en la sociedad las ideas de que los males que acontecen a la persona se justifican en su pecado. Se impone la idea de que si a la persona le suceden buenas cosas es porque Dios premia o bendice por su accionar y si le acontece mal es porque ha pecado y Dios lo castiga. Es fácil y simple ver que esto no sucede en la realidad, aún más allá de que las escrituras bíblicas, además, lo confirmen. Entonces el énfasis de la justificación que se le dió al padecer determinados males de la enfermedad y a la muerte en el pecado se colapsa ante esta nueva interpretación y se suplantan la antigua concepción por la noción del que los fines divinos justifican tales males como medios para llevar a cabo y cumplir con sus objetivos. El comprender si es moral o ético si hay o no justificativo al sufrimiento y a la muerte humana desde está perspectiva corresponde a religiosos y filósofos. Pero es interesante resaltar como aún, y a pesar de que los hechos y los escritos bíblicos siempre existieron, las instituciones religiosas han negado la numerosa evidencia sobre los casos de hombres que sin culpa o pecado también mueren y sufren. Y lo aún peor como esta negación se transmitió, instituyendo al engaño a lo largo de las sociedades como verdad absoluta. El problema de está situación no sólo radica sobre cuestiones religiosas sino que, debido al rol que la iglesia ha tenido y tiene en las sociedades y sobre los individuos, se ha impuesto como una institución que influye en gran medida sobre la opinión y accionar pública. Las contradicciones de sus fundamentos no sólo afectaron a sus creyentes, sino al resto de la sociedad. Además, en sus afirmaciones y dogmas equivocados entorpecen a las personas a poder comprender la realidad del sufrimiento. Se dan significados errados y se construye una subjetividad que dificulta visualizar la verdad y la realidad de la condición humana, obstaculizando el desarrollo de las herramientas necesarias para fomentar la resiliencia de las personas para sobreponerse a las situaciones adversas. El negar la realidad, desvirtúa y debilita a los individuos para poder enfrentar al sufrimiento.

La sociedad actual disciplina al ciudadano, esclavizándolo y a su vez lo confronta, dejándolo desnudo ante el pensamiento critico. El modelo u orden social instaurado en la actualidad se enfoca en el mercado. Paradójicamente este sistema, aún conscientemente, se destruye a sí mismo con el fin del bienestar de unos pocos. La sociedad termina diciéndole al cuerpo del hombre como debe ser o como debe comportarse; lo disciplina. Se nos ordena cómo vivir, qué vestir, cuáles deben ser nuestros gustos, qué podemos hacer y qué no. Pero sin embargo esta realidad es maquillada en la idea de que se vive en un mundo libre pero existen los límites a la tolerancia social y no siempre éstos están basados en la razón. Se nos gobierna y limita bajo la noción de nuestra propia beneficencia y del orden para la convivencia; y en contradicción se justifican las desigualdades, el egoísmo y el odio de los actos de aquellos privilegiados que temen, muchas veces injustificadamente, la perdida del equilibrio del orden instituido, que fomentó y generó los mismos privilegios adquiridos. Entonces, se resisten los cambios al orden social establecido porque implican el malestar de las personas que se llevan bien con el sistema. Al ver amenazado el fundamento de los significados y las reglas en las cuales viven, luchan para  evitar adaptarse a lo nuevo. Son justamente, los que más se encuentran beneficiados por lo establecido socialmente los que, por estar conformes y satisfechos, se oponen y no quieren entender o considerar el cambio que puede incluir medidas necesarias con el fin de un mayor bienestar para el conjunto de la sociedad. Se rechaza cualquier idea o noción de sacrificio para adaptarse a lo que puede ser el progreso. Consideran que es un gasto de energía para algo que no necesitan y, como prefieren la confusión y aún el engaño con tal de resistirse al cambio, no pueden ni dejan dar lugar a la transformación de algo distinto a lo que se han acostumbrado. Y aún la historia demuestra la soberbia, el odio y la intolerancia que se puede alcanzar por defender tradiciones y costumbres. Es por estos enfrentamientos de las relaciones de los individuos que se presentan obstáculos que debilitan la moralidad de la sociedad actual. Y de esta condición surge el conformismo de la resignación al intelecto. Porque el fin que se busca, que es el cambio hacia una mejor calidad de vida de las personas y de la totalidad del conjunto, se ve enfrentada por una sociedad que condena y margina a aquellos que pueden buscar el mismo fin, pero que no encajan en su sistema y modo de vida. El ciudadano se encuentra vulnerable para enfrentar la realidad ante el colapso del pensamiento moral actual, que a su vez es lo que instituye y ordena al comportamiento de la sociedad. Al no saber como procesar y responder ante la disconformidad que se impone por el fracaso de no encontrar respuesta o solución a determinada problemática que se escape del sistema moral actual; y a su vez encontrarse marginado por su propia condición, el sujeto es llevado al límite, dificultando la resolución y el encontrar una solución a la cuestión.

Los pacientes cansados y quemados de la terapéutica, desesperanzados en el distrés de la situación y creyendo no tener oportunidad ni posibilidad de cambiar su realidad se encuentran en una situación parecida a la anteriormente descripta. A su vez por su condición enferma y estar aturdidos, no piensan bien y terminan actuando impulsivamente, tomando decisiones incorrectas y ligeras sobre cuestiones como querer vivir o morir, lo que termina pareciendo ser un acto cercano a la conducta suicida. Los pacientes pueden pedir poner fin a su vida sin considerar, oportunamente, el abanico de posibilidades que desconocen para enfrentar y revertir su estado. Quien pide morir, entonces, puede estar en un trasfondo de pedir algo distinto. Y entonces, inconscientemente, puede ser el caso de que la persona que esté pidiendo morir esté en realidad queriendo revertir su situación y deseando vivir. El hartazgo de su situación, y la fragilidad en que se encuentra conlleva a la posibilidad de un mensaje oculto contrario y engañoso de las verdaderas intenciones que el médico debe ser capaz de entender y dilucidar.

Considero inapropiado que haya publicaciones que hablen de costos para el sistema de salud sobre cuestiones como la eutanasia o intentando validar el suicidio asistido con tales argumentaciones. Como si el gasto de dinero justificara tal práctica. Con este discurso frívolo se justificaría la anulación de cualquier práctica médica por ser costosa. Lo único que, tristemente, reflejan estas afirmaciones es como los intereses financieros están por encima de las demás cuestiones de la condición humana. Justamente esto mismo además refleja la crisis de los intereses de un sistema de salud enfocado en el mercado. A mi criterio, el dinero esta lejos de responder a la problemática de qué hacer ante el pedido de un paciente por morir.

El no reconocer la dignidad de la vida, justifica el sufrimiento de la existencia y deshumaniza, pervierte y mortifica al ser humano. Ya se trate de cualquier institución o sociedad que desvirtue tal cuestión fomenta un gran mal consigo. La justificación del sufrimiento en el otro bajo intereses egoístas es contraria a toda moralidad.

Otra cuestión importante de resaltar es el hecho de que muchos se horrorizan frente al debate de formalizar la eutanasia o considerar su problemática, mientras que no se actúa ante la realidad cotidiana de los hospitales donde se practica el suicidio asistido, y la eutanasia activa involuntaria. El profesional de salud juega a ser juez de quien merece o no merece sobrevivir a la enfermedad, o quién debe o no ser un costo para el sistema de salud. La conformidad de un modelo de salud o de una sociedad con tales prácticas, que hoy en la Argentina persisten, preocupa de igual forma que si existen casos que realmente merezcan ser tratados por eutanasia.

En fin, el rol del médico ante la muerte y el sufrimiento del paciente es un debate abierto hasta que se alcancen las respuestas que den soluciones, de manera eficaz, a las necesidades de las sociedades.

Hoy el saber médico flaquea debido a que el conocimiento que se posee es insuficiente para afrontar la complejidad ética y moral de dar respuesta al interrogante de qué situaciones son las que corresponde que una persona deba, a pesar de su enfermedad y del sufrimiento, vivir o morir.

El aceptar la eutanasia como muerte digna y como un bien para la humanidad implica la complejidad de no poder aceptar riesgos sobre la eficacia de su práctica, debido a la suma importancia del valor de la vida del ciudadano. El médico está formado para contribuir a la salud de las personas contrariamente a lo que la eutanasia superficialmente aparenta que es poner el fin de una vida. Es relevante entonces determinar cuál es el concepto de salud que se adopta en la toma de decisiones para los casos extraordinarios, pero de no menor importancia, de aquellos pacientes que solicitan una muerte digna.

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