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Sujetos políticos y espacios poscoloniales. Un análisis del movimiento de la “Juventud K”Por Nicolás Panotto[1]

Recibido 2/05/2012.

Aceptado 9/05/2012.

Introducción

            Los profundos cambios en el campo político argentino durante la última década, han puesto sobre la mesa una serie de “nuevos” elementos para el análisis socio-político actual. Los ’90 representaron un proceso de “despolitización” de la sociedad argentina, a través del desarme del Estado en tanto institución social y de la promoción de un modelo socio-económico centrado en el consumo. El estallido del 2001 evidenció el fuerte impacto corrosivo de este esquema, especialmente en los filamentos sociales de las identidades políticas. Con la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia se comenzó a hablar de “la vuelta de la política a la mesa”. Aunque sabemos que ella nunca estuvo ausente, aunque sí vaciada o diluida, podemos decir que esto muestra el “regreso” de ciertos fenómenos sociales de fuerte significación política, que al menos hasta el momento habían sido secundados.

            Fue aquí donde el vocabulario cotidiano comenzó a plagarse de términos que hasta entonces se restringían a sectores particulares: militancia, Estado, proyecto político, pueblo, igualdad de género, entre muchos otros. Salieron a la luz un gran espectro de sujetos políticos emergentes con diversos tipos de demandas en distintos campos: matrimonio igualitario, medios de comunicación, conflicto campo-ciudad, etc. El “gobierno kirchnerista” significó, por acuerdo u oposición, el trato de temáticas y el abordaje de problemáticas hasta el momento ausentes no sólo de la agenda estatal sino de las conversaciones cotidianas de los ciudadanos y ciudadanas del país.

            Uno de estos sujetos emergentes en el campo de la política fue sin duda la juventud. Más allá de que muchas veces se la denomina “Juventud K”, ciertamente no nos referimos a un cuerpo homogéneo sino a un movimiento o cuerpo extenso compuesto por una heterogeneidad de grupos, personas, ideas y miradas de lo político. Más allá de que existe una identificación con el gobierno oficialista, ciertamente ella se gesta de una manera donde no hay una fusión identitaria a un supuesto corpus kirchnerista sino, más bien, el surgimiento de un proceso de equivalencias discursivas y simbólicas donde ciertos elementos de este modelo político son reapropiados por estas segmentaciones identitarias, dando curso a su demanda social particular.

            En este escrito nos proponemos profundizar en estas dinámicas dentro del campo socio-político, especialmente dentro de la llamada “Juventud K”, desde un abordaje poscolonial. Tal marco teórico nos ayudará a develar las particulares dinámicas de la construcción de lo político en un contexto donde las fuerzas de poder y la constitución de las identidades se dan en un ámbito ciertamente complejo y muy heterogéneo.

Espacio poscolonial, construcción de lo político y subjeticidad

            Cuando hablamos de poscolonialidad nos referimos a un término complejo que puede recibir diversas significaciones, dependiendo del campo de abordaje o del marco teórico desde donde se lo tome. Arif Dirlik (2010:57-58) habla de tres tipos de uso del término: como condición general de sociedades que previamente fueron colonia, como descripción de una condición global después de la era representada por el colonialismo y como descripción de las orientaciones epistemológicas y psíquicas que produce el contexto antes mencionado.

            Lo que tal vez trae más controversia es la manera de definir el prefijo “post”. Por una parte demarca una temporalidad histórica, remarcando las transformaciones que han suscitado a nivel global con respecto a las dinámicas de colonización. Pero por otra, lo “post” también se identifica con toda una corriente (o grupo de abordajes) que se diferencia de marcos teóricos más tradicionales y ortodoxos, con una clara investidura moderna y occidental (sea marxismo, liberalismo, etc.) En este sentido, como dice Miguel Mellino (2008:15), el prefijo “post” se convierte más bien en una provocación “posmoderna, irónica y trágica al mismo tiempo”.

En otras palabras, lo “post” no sólo refiere a una situación circunscripta en diversas transformaciones históricas evidentes a nivel global sino también a un nuevo tipo de abordaje que intenta leer la complejidad que reflota tras estas transformaciones, donde el sentido de colonialidad ya no sólo implica la presencia de una fuerza homogénea de coerción directa sobre ciertas naciones sino una textualidad cuya presencia es real pero su nubloso nivel de visibilidad lo hace un fenómeno heterogéneo, poroso y hasta sorpresivo. Es, más bien, una espacialidad donde confluyen todo tipo de construcciones, sean políticas, culturales, identitarias, sexuales, etc.

La condición poscolonial

            Como ya mencionamos, la noción de colonización, al menos desde abordajes más tradicionales, ha ofrecido un enmarque analítico que otorga a las fuerzas invasoras una imagen homogénea y coercitiva, y desde allí una comprensión conflictiva de la relación con los espacios colonizados, los cuales asumían, en cierta manera, tal “estatus ontológico”, creándose así una total mimetización con la cultura invasora, un tipo de lábil sincretismo o, desde una arista socio-política, la concatenación de una serie de disputas de poder entre fuerzas locales y foráneas. Este tipo de abordajes ha estado fundamentado en dos puntos de partida centrales: primero, el lugar del capitalismo como categoría fundacional de las relaciones coloniales, y segundo, una definición de modernidad como espacio catalizador de la “identidad europea”, lo cual implica un tipo de proceso de identificación socio-cultural unificador y homogeneizador con respecto a las localidades colonizadas.

            Pero las circunstancias se presentan mucho más complejas de lo que este abordaje propone. Es en esta dirección que se realiza un fuerte cuestionamiento a la imagen supuestamente homogénea y suturada de ese “Otro colonial”. Con respecto a este punto, fue precisamente Edward Said en su clásico Orientalismo quien argumentó que tal construcción de Occidente responde a la necesidad de crear un Otro homogéneo tal como “Oriente”, con la intención, precisamente, de crear un espejo autodeterminante de un estatus ontológico propio inexistente. Es por ello que esta “identidad occidental” es en realidad un marco mucho más heterogéneo y fisurado de cómo pretende presentarse.[2] De aquí, el cuestionamiento a tomar exclusivamente categorías como capitalismo, modernidad[3] o eurocentrismo como marcos rígidos y únicos para analizar la dinámica (o falta de ella) en los procesos de colonización.[4]

            Es por ello que diversos abordajes actuales ponen sobre la mesa la condición híbrida de la construcción de lo cultural. Néstor García Canclini define este término como “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” (2005:14). Tal definición sirve al cuestionamiento de cualquier tipo de identidad socio-cultural que pretenda presentarse pura en sí misma, y con ello posicionarse en un podio de diferenciación jerárquica con otras. La idea de hibridez conlleva a comprender que cualquier tipo de construcción cultural está compuesta por una heterogeneidad (de discursos, identidades, sujetos, símbolos, prácticas, etc.) que la diferencia hacia sí misma en tanto marco identitario, y no sólo con respecto a una exterioridad.

Pero vale aclarar que esto no significa, tampoco, la “clausura” de una pluralidad de identidades inconexas y auténticas por sí mismas, cada una en su localidad. Esto sería, en palabras de Ernesto Laclau (1996:67-68), pasar de un esencialismo de la totalidad a un esencialismo de los elementos. Por ello, cuando hablamos de hibridez no nos estamos refiriendo a un conjunto de “leyes” a las cuales responde un tipo de construcción socio-cultural sino a los diversos movimientos que se gestan en la dinámica entre los espacios culturales y los sujetos de la cultura. En otros términos, en los procesos que se gestan en los espacios entre-medio (que recuerda al pensamiento fronterizo propuesto por Walter Mignolo 2010), como diría Homi Bahbah (2002), que se presentan entre las diferenciaciones culturales a través de las estrategias de identificación de los agentes sociales. Por tal razón, muchos/as prefieren hablar de procesos de hibridación antes que “hibridez” como condicionalidad cerrada, expresión que muestra más efectivamente las dinámicas sorpresivas y variadas entre los sujetos y las sedimentaciones socio-culturales. Esto, a su vez, nos lleva a entender que la hibridación no es un proceso único que se muestra en diversos lugares sino que existen procesos de hibridación que entran, a su vez, en diálogo y conflicto, y que también son asumidos creativamente de diversas formas por los sujetos.

De aquí que el contexto globalizado contemporáneo se transforma en un espacio ciertamente propulsor de este tipo de procesos de hibridación. La globalización se presenta como un fenómeno paradójico, depositario de todo tipo de cuestionamientos. Por un lado, se lo trata como el último eslabón del capitalismo, actuando como principal espacio de construcción de la lógica neoliberal. En otros términos, la globalización permitiría la creación de un “pensamiento único” o de una “macdonalización” de la realidad, utilizando a este propósito la supuesta heterogeneidad, que promueve como “pantalla” para el movimiento de fuerzas ocultas y subrepticias que tejen las realidades culturales y socio-económicas. Desde otra mirada, muchos sostienen que la heterogeneidad que representa la globalización deconstruye las esencialidades que legitiman todo tipo de división socio-cultural arbitraria y cercenante. Así, Arjun Appadurai afirma que “la nueva economía cultural global tiene que ser pensada como un orden complejo, dislocado y repleto de yuxtaposiciones que ya no puede ser captado en los términos de los modelos basados en el binomio centro-periferia (ni siquiera por aquellos modelos que hablan de muchos centros y muchas periferias)” (2001:46).

Appadurai propone que la lectura del contexto globalizado debe tener en cuenta distintos “paisajes”, como son el étnico, mediático, tecnológico, financiero e ideológico, que no son elementos o marcos analíticos separados entre sí sino “bloques elementales” a través de los cuales se construyen, parafraseando a Benedict Anderson (a quien estudiaremos más adelante), mundos imaginados en tanto conjunciones creativas y diversas, resultantes de la interacción entre sujetos, comunidades y segmentaciones socio-culturales. Esta “imaginación cultural” conlleva a una comprensión de la construcción cultural que tiene en cuenta el constante intercambio de narrativas e historias, como espacio creativo de interacción a través del cual se “escriben” constantemente los posicionamientos históricos. Como concluye Canclini en otra de sus obras, donde propone una “globalización imaginada” (2005:62-63): “lo cultural abarca el conjunto de procesos a través de los cuales representamos e instituimos imaginariamente lo social, concebimos y gestionamos las relaciones con los otros, o sea las diferencias, ordenamos su dispersión y su inconmensurabilidad mediante una delimitación que fluctúa entre el orden que hace posible el funcionamiento de la sociedad (local y global) y los actores que la abren a lo posible”.

            Podemos concluir, entonces, que los estudios poscoloniales asumen la diferencia cultural como marco estatutario de lo social. Aquí volvemos a enfatizar algo ya mencionado anteriormente: hablar de diferencia cultural es distinto de diversidad cultural. Como dice Homi Bahbah (2002:54-55), esta última implicaría más bien un objeto epistemológico mientras que el primero un proceso de enunciación de la cultura, adecuado para la construcción de sistemas de identificación cultural. En palabras del mismo Bahbah, “El proceso de enunciación introduce una escisión en el presente performativo de la identificación cultural; una escisión entre la demanda culturalista tradicional de un modelo, una tradición, una comunidad, un sistema estable de referencia, y la necesaria negación de la certidumbre en la articulación de nuevas demandas, sentidos, y estrategias culturales en el presente político, como prácticas de dominación, o resistencia” (2002:55).

            Lo que los estudios poscoloniales proponen es que la heterogeneidad y pluralización que vivimos en el mundo globalizado actual no es una dinámica digitalizada y encauzada intencionalmente por fuerzas o países centrales con la intención de subsumir a aquellos espacios localizados en su periferia. Aunque no se niega la existencia de poderes centrales y hegemónicos que utilizan la maleabilidad social y comunicacional que ofrecen estos escenarios para su actuación, la comprensión de tal heterogeneidad y diferencialidad intrínseca al campo socio-cultural lleva irremediablemente a la asunción de que ningún tipo de sedimentación social, política, religiosa o cultural pretenda posicionarse en un podio incuestionable, puro y absoluto. De aquí que tal diferencialidad se inscribe como estatuto ontológico de cualquier tipo de identidad. Por ello, hablar de poscolonialidad significa cuestionar y deconstruir el estatus de identificación que pretenden las fuerzas coloniales, exponiendo las propias debilidades y heterogeneidades de tal Sujeto, con la intención de visibilizar las intrínsecas bifurcaciones que caracterizan el contexto global, las cuales permiten su constante maleabilidad, transformación y apertura a nuevas formas de construcción socio-cultural. Por todo esto, el asumir tal despliegue inherente a lo cultural es en sí mismo la apertura hacia una nueva comprensión de lo político en tanto proceso de construcción de lo identitario.

La política poscolonial y la cuestión del sujeto popular

            Siguiendo con el último estamento mencionado, podemos decir que los abordajes poscoloniales ofrecen un marco de crítica política, especialmente de los conceptos de nación y nacionalismo como imaginarios políticos característicos de la modernidad, y expandidos en el mundo colonial y poscolonial ya sea desde la imposición de un tipo de nacionalismo hegemónico o como recurso simbólico para el surgimiento de diversos movimientos de independencia y emancipación. Un clásico en esta línea es el estudio de Benedict Anderson (1993), quien define a la nación como una “comunidad política imaginada” que intenta demarcar su lugar a partir de una serie de delimitaciones identitarias, pero que precisamente por ese intento es en realidad falible y autoimpuesto. Por ende, la condición de constructo de lo nacional lo hace a sí mismo contingente. En una línea similar, Ernest Geller (1991) afirma que en realidad el nacionalismo engendra la nación, entendiendo la primera como un ejercicio de construcción de lo identitario que pretende esencializar una cultura, desde lo cual surge el sentido de nación como una espacialidad delimitada por una serie de caracterizaciones a priori. En otras palabras, la nación surge de la intención del nacionalismo para clausurar una serie de caracterizaciones socio-culturales en un marco homogéneo.

            La idea de nación posee una fuerte raigambre occidental, como nomenclatura que intenta construir una representación socio-cultural unificante. En otro estudio clásico sobre el tema, Homi Bahbah (2010) compila una serie de ensayos que muestran que la historia del significante “nación” es ciertamente heterogéneo, compuesto por un conjunto de narrativas dispersas y diversas. Bahbah afirma que no sólo la diversidad del campo de “las naciones” o la misma historia diversa de esta nominación muestra la contingencia de tal noción. Al entender la nación como una narración, el hecho de comprenderla tal como está escrita implica determinarla a una temporalidad concreta como signo del paso por un proceso parcial, como un intento de “cierre” en medio del campo diferencial del lenguaje. Aunque los estudios poscoloniales no pretenden eliminar el uso de estas categorías, sí deconstruyen su sentido y contenido histórico.

El estado-nación poscolonial tampoco es un objeto definitivo. Como dicen Jean y John L. Comaroff, más bien “hace referencia a una formación histórica lábil, a un plurifuncional tipo de ‘políticas-en-movimiento’” (2002:95). Estos mismos autores resaltan tres dimensiones de la transformación de estas nociones en el contexto global contemporáneo. Primero, la re-figuración del sujeto-ciudadano moderno donde la nación ya no es un objeto representativo único del sujeto sino un marco más amplio, seccionado en diferencias internas que permiten el movimiento de éstos para crear procesos de identificación más complejos. Esto se refleja en las llamadas “políticas de la identidad” (Charles Taylor). Hoy día hablamos de ciudadanos en estados-nación, no de ciudadanos de estados-nación. Segundo, la porosidad de las fronteras nacionales, las cuales se hacen casi incontrolables por los estados, sin poder frenar los constantes procesos y movimientos de personas, capital, bienes, etc. Esto implica que la misma circunscripción de la nación perdió su espacio de delimitación. De todos modos, dicha situación se presenta paradójica, ya que los estados requieren de delimitaciones para promover y defender sus intereses dentro del contexto capitalista vigente. Tercero y último, encontramos lo que los Camaroff llaman la “despolitización de la política”, donde las acciones políticas de las instituciones públicas se ven sumidas a una funcionalidad hacia el “nuevo orden capitalista”.

            Aquí surge nuevamente la cuestión de lo metafórico y lo imaginario como campos de construcción de “lo nacional”, y por ende de lo político (aunque esto último, como veremos, va más allá de lo nacional como solo una arista de todo ejercicio político). Estas imágenes surgen como expresiones que cuestionan las ideas de espacio y tiempo, donde las comprensiones de estado-nación se fundamentaban. Esto no significa dejar de lado las concepciones modernas al respecto sino articular el exceso que ella misma relega: la ambivalencia espacio-temporal propia de la modernidad, donde la racionalidad homogénea y la temporalidad progresiva se ven fracturadas en la diversidad misma de las construcciones sociales, políticas y culturales de este tiempo.

            Es aquí donde emerge la noción de sujeto, donde tal ambivalencia abre un espacio de ruptura interna de la nación, que no sólo se debe a un fenómeno fortuito de lo temporal sino por la irrupción misma de la heterogeneidad de los sujetos que componen el espacio nacional. Por ello, el problema de la “mismisidad” de la nación no se proyecta solamente por la alteridad con respecto a otras naciones sino por la escisión que produce la población que la compone. La nación está barrada en si misma. Esto es lo que Ernesto Laclau define como la constitución plural de la identidad popular. En sus palabras: “La consecuencia de esta presencia múltiple de lo heterogéneo en la estructuración del campo popular es que éste tiene una complejidad interna que resiste cualquier tipo de homogenización externa. La heterogeneidad habita el corazón mismo de un espacio homogéneo. La historia no es un proceso autodeterminado. La opacidad de una ‘exterioridad’ irrecuperable siempre va a empañar las propias categorías que definen la ‘interioridad’” (2005:191).

            De esta forma, el pueblo representa un movimiento ambivalente que cuestiona constantemente los límites de la nación, en cuya acción lo pedagógico y lo performativo se entrecruzan en una dinámica agonística de dilución y construcción constante de segmentaciones identitarias parciales. Como afirma Homi Bahbah en su clásico ensayo “DisemiNación”, “El sujeto es captable sólo en el pasaje entre decir/dicho, entre ‘aquí’ y ‘en otro lado’, y en esa doble escena la condición misma del conocimiento cultural es la alienación del sujeto” (2010:397). Por ello, “lo nacional” y su espacialidad (la nación) se entienden como una narración metafórica siempre abierta por los espacios entre-medio que componen su discursividad, y por el movimiento constante de sus sujetos enunciantes.

Aunque esta perspectiva tiene fuertes reminiscencias en la teoría del discurso (ver Spivak 2003:334-338), esto no quiere decir, como muchos críticos del posestructuralismo postulan (con cierta razón, ya que existen extremos al respecto), que “todo es discurso”. Más bien, apunta a la innegable relación entre lo discursivo y meta-discursivo (lo “óntico” y “ontológico” en términos heideggerianos) llevado al campo de las construcciones socio-políticas. Todo tipo de práctica posee un lugar de enunciación, cuyo discurso sirve a la legitimación de su estado. Pero es precisamente en ese ejercicio enunciativo que, más allá de sus estructuras concretas, no puede clausurar su entidad discursiva debido a que los movimientos de los sujetos se inscriben en los intersticios de los espacios de enunciación, y no sólo en los discursos per se. Es, como resalta Stuart Hall (1990:225-228), reconocer los espacios de diferencialidad constitutivas de toda identificación cultural, donde se inscribe la duplicidad de todo sujeto. Por una parte, no puede existir construcción identitaria sin diferenciación. Por otro, tal diferenciación abre un espacio de constante cuestionamiento de lo identitario y de cualquier tipo de segmentación socio-política o cultural.

Hacia una epistemología poscolonial

            Estos abordajes esbozados ponen sobre la mesa una nueva epistemología para el estudio de las relaciones conflictivas del colonialismo/colonialidad y sus reminiscencias en el campo del análisis político. Por una parte, propone la consideración de otras categorías analíticas, como son el discurso, la cuestión de la “identidad” (sea étnica, social, política, sexual, etc.), el lugar metafórico de lo político y el lugar de las construcciones “micro-sociales” que inundan el campo socio-cultural. Esto complementa (ya que no anula) el uso de categorías tradicionales como las figuras geopolíticas de centro/periferia, la comprensión de “la cultura” como imagen homogénea, el sentido de “nación” como única narrativa para describir las identificaciones socio-políticas y el uso restringido de categorías socio-económicas (desde posiciones liberales hasta marxistas), como es el lugar de la “clase”. Con respecto a esto último, Anibal Quijano (2000:345-347) demuestra cómo el materialismo histórico, aunque cuestiona el idealismo burgués, persigue sus mismos fundamentos ya que pertenecen a un espacio eurocéntrico común (como son la cosmovisión homogénea de los elementos sociales y la paradoja de “una visión suprahistórica de la historia”, donde ésta ya está determinada a priori – ej.: la mano invisible del mercado o el proceso revolucionario)

            Por otro lado, la categoría de sujeto adquiere un nuevo lugar, no ya como objeto depositario de una serie de caracterizaciones sino como fuerza irruptora del espacio socio-político-cultural. En este sentido, cobran importancia para el análisis el conjunto de elementos creativos que pone en movimiento “el pueblo” en tanto conjunto de agentes sociales que en el diálogo de sus particularidades crea un espacio plagado de bifurcaciones, que permite no sólo el establecimiento de fracturas que canalizan la creatividad sino también ponen entre paréntesis cualquier intento de homogeinización socio-política.

            Esta búsqueda es lo que Walter Mignolo denomina desobediencia epistémica, partiendo del hecho de que la desconolización de las sociedades implica también una descolonización del saber, que representa una de las herramientas más efectivas de las fuerzas coloniales. La descolonización implica, entonces, un desprendimiento epistémico que deja de lado los vicios academicistas tradicionales, que terminan siendo funcionales al estancamiento político, incluso cuando las propuestas son de corte progresista.

            Esta nueva “epistemología política”, si se me permite denominarla de esa manera, pretende una toma de conciencia de la realidad y de los mecanismos de colonización del ser y del saber. Es en ella donde descubrimos las fracturas inherentes de un poder que pretende presentarse absoluto, y es, también, tal concientización, una toma de lugar por parte de los sujetos que precisamente lo logran en el descubrimiento y asunción de los intersticios del “sistema”. Tal vez el estamento principal de esta epistemología es que lo político no viene de arriba hacia abajo, sino al revés, a partir de los movimientos populares y las construcciones subalternas. Walter Mignolo lo resume de esta manera: “El pensamiento crítico fronterizo es entonces el método que conecta la pluri-versidad (diferentes historias coloniales atrapadas en la modernidad imperial) con el proyecto uni-versal de desprendimiento del horizonte imperial, de la retórica de la modernidad junto a la lógica de la colonialidad, y de construcción de otros mundos posibles donde ya no haya un líder mundial, de derecha, de izquierda o de centro” (2010:122).

“La política volvió a la mesa”: la “Juventud K” como nuevo sujeto popular

            El marco teórico hasta aquí esbozado nos guía hacia un análisis que encuentra un espacio de acción y construcción política fisurado y abierto por la convergencia de un campo heterogéneo de fuerzas, que se hacen camino en el movimiento de diversos sujetos reivindicantes de distintas demandas y reclamos. De esta forma, lo político se entiende como un espectro siempre cambiante y que encuentra su eficacia, precisamente, en cómo abre tal espacialidad. También, los sujetos actuantes (sean individuos o grupos) cobran un lugar central como corporizaciones diferenciales que permiten tal apertura.

            En esta dirección, podemos ver la llamada “Juventud K” como un sujeto emergente en el espacio político argentino, que está tomando cada vez más lugar en el campo social. Aunque fue un grupo siempre presente en el proyecto político del oficialismo, fue en el velatorio del ex presidente Néstor Kirchner donde más se evidenció la masa de jóvenes seguidora de este personaje político, cuestión que fue resaltada por la mayoría de los medios de comunicación. No estamos hablando de un grupo concreto sino de un conjunto de agrupaciones de distinto tipo, institucionalidad e identidad, que aportan de diversas maneras a lo que se entiende como “el proyecto de gobierno” del matrimonio Kirchner y su séquito. Podemos encontrar agrupaciones con un compromiso institucional mucho más fuerte como “La Cámpora”, el cual está comandado por Máximo Kirchner, el propio hijo del matrimonio presidencial. Aunque es tal vez el nombre más conocido a la hora de hablar de “Juventud K”, ciertamente es tan sólo una de las variadas expresiones que encontramos a la hora de analizar tal fenómeno. Es así que nos encontramos con todo un espectro individuos, grupos y proyectos cuyo escenario de acción va desde espacios virtuales de opinión hasta proyectos concretos de incidencia pública.

            "Kirchner nos devolvió a los jóvenes la militancia. Nos devolvió la política", dijo Florencia Peña, una conocida actriz en el ámbito del arte pero no precisamente en el político. Y es en esta frase donde se resume el impacto del también ambiguo “kirchnerismo”. El lugar de la juventud en este proyecto político va ligado a la imagen de lo nuevo en varios sentidos: la necesidad de un nuevo paradigma político, de nuevas condiciones socio-económicas y de nuevos actores políticos. “Creemos en la posibilidad y en la necesidad de generar una nueva cultura política y en la necesidad de generar una concepción integral de la democracia en donde tenga plena cabida la capacidad de disentir”, afirma el conocido blog “Juventud Kirchnerista” (2007).

            Como afirmábamos al inicio, la “Juventud K” representa diversos niveles de compromiso con la institucionalidad oficialista y con los nombres representativos de este modelo. Por ello, podemos decir que este movimiento posee una condición transversal, donde las fidelidades no son únicas ni personificadas sino que entran en un campo de mayor heterogeneidad en la identificación. Es por ello que hasta podemos encontrar seguidores de distintas agrupaciones políticas hablando de su “simpatía” con una nomenclatura llamada de diversas maneras: “proyecto de Cristina”, “proyecto político” o “proyecto kirchnerista”.

La ambivalencia en la determinación de este “proyecto” es precisamente debido a la heterogeneidad misma de su contenido, ya que éste encierra distintos tipos de acciones del gobierno sobre una amplia gama de demandas sociales. De aquí podemos decir que tal nominación socio-política es lo que Ernesto Laclau llama significante vacío, el cual permite la construcción de diversos espacios hegemónicos.[5] Este concepto subvierte toda mirada universalista de lo político como también la enarbolación de una particularidad por sobre las demás (o en una versión posmoderna extrema, la aceptación de todas las particularidades por igual) ya que inscribe la articulación de lo social y lo político en un escenario fisurado por las fronteras de los elementos que la componen. Esto deconstruye la sutura de cualquier tipo de identidad que, como tal, posee una entidad determinada y reconocible pero excedida y escindida en la especialidad que la acerca a las demás identidades. “Hay hegemonía sólo si la dicotomía universalidad/particularidad es superada; la universalidad sólo existe si se encarna –y subvierte- una particularidad, pero ninguna particularidad puede, por otro lado, tornarse política si no se ha convertido en el locus de efectos universalizantes” (2000:61).

Por ello, la nomenclatura de “proyecto político” es un significante que nuclea equivalencialmente distintas demandas del campo popular, sea en el ámbito cultural, económico, político, sexual, etc., que, por un lado se apropia del “modelo kirchnerista” como una respuesta a tales demandas, aunque por otra la supera en tanto particularidad ya que en tal proceso de identificación existe un movimiento de los mismos sujetos demandantes dentro del espacio abierto por el proyecto kirchnerista. Esto lo podemos ver en las siguientes palabras de la “Juventud para la Victoria” de San Nicolás, en una emisión radial a los tres meses del fallecimiento de Néstor Kirchner: “No tenemos ni simpatía ni antipatía con ningunos de los candidatos, siempre vamos a apoyar al que más se acerque al proyecto de Cristina […] Queremos comparar propuestas, hacer la dialéctica discursiva y ahí asentar nuestro posicionamiento sobre diversos puntos y temáticas, que es lo más sano. El eje estaría puesto en la acción” (Juventud para la Victoria 2010, cursivas mías).

De aquí que la adhesión a este proyecto político no pasa por la construcción de un tipo de discursividad identitaria fuerte sino de abrir un espacio de identificación con diversos intereses, sujetos y demandas sociales, que actúe como fuerza de movimiento hacia distintos elementos de su propuesta. Así lo vemos en Lucía, una joven de 18 años que asistió a la Plaza de Mayo al funeral de Néstor Kirchner: “Tenía la necesidad de ir, más que nada por una cuestión social, por lo que estoy estudiando. Fui a apoyar este proyecto; para mí este gobierno es lo mejor que hay” (Continental 2010). El proyecto político de la “Juventud K” tiene que ver con personalidades concretas, como son “los Kirchner”, pero como representación hegemónica de un amplio modelo donde confluyen distintos tipos de identificación (o “posiciones de sujeto”, como diría Michael Foucault). “Por eso mi voz en adhesión a un modelo que no es ni un apellido, ni un hombre ni una mujer. Es un modelo de historia y de experiencia. Un modelo aun perfectible pero al mismo tiempo un modelo que brega por la gesta, por la epopeya popular que está sucediendo aquí y ahora.” (Gustavo Krämer 2011).

            Podríamos decir, también, que este movimiento se caracteriza por ser un movimiento bloggero. Esta plataforma virtual se ha convertido en una nueva herramienta política, que permite la diversificación sin límites de espacios donde los jóvenes pueden verter sus opiniones y crear espacios de debate. Es así que encontramos inmensidad de blogs de todo tipo de corriente, y representativos de distintas regiones del país. Un espacio confluyente es “Blogs en acción” (http://bloggersenaccion.blogspot.com/), cuyo lema es: “Decimos lo que muchos esconden”. Éste representa una red de blogs que se presenta como un espacio alternativo de información y opinión, en contraposición a los medios monopólicos de comunicación. Al presentarse, lo hacen de la siguiente manera: “Y resulta que hoy vos estás acá, quizá porque también querés conocer lo que muchos esconden. Si es así, entonces navegá los blogs, abrí el tuyo, decí tus palabras. No te escondas bajo la alfombra del discurso hegemónico que arma la realidad a su medida.” Vemos entonces que la apertura de este espacio de información y opinión actúa como una nueva dinámica de democratización de la comunicación en tanto democratización de la participación política.[6]

            Otro elemento a resaltar de la “Juventud K” es la dinámica de reapropiación simbólica y temporal. En cuanto al primero, este movimiento se caracteriza por la reubicación de la militancia política en diversos ámbitos socio-culturales, como son el arte, la música y hasta el baile. Por ejemplo, en julio de 2010 se realizó en Capital Federal un encuentro denominado Crisfield, que hace referencia a la conocida fiesta electrónica Creamfield, la cual es mayoritariamente representante de las clases medias-altas de la ciudad de Buenos Aires. A diferencia de esta última, aquí la música fue variada, pasando desde la cumbia hasta rock nacional, interviniendo con cánticos políticos y breves discursos (dentro de éstos, vale resaltar el de la agrupación Putos Peronistas que tomaron el micrófono para pedir “Por el matrimonio igualitario y popular”; esto muestra la identidad heterogénea que compone el movimiento).

            También podemos ver una reapropiación simbólico-temporal con respecto a las generaciones de los ’70 (izquierda peronista), los ’80 (la dictadura militar) y los ’90 (el neoliberalismo menemista). Por una parte, este movimiento se entiende a sí mismo como una reivindicación de los reclamos del “sujeto revolucionario” de los ’70 y de su empresa emancipatoria. “Hoy los que nos alimentan saben cómo alimentarnos, porque son la generación que iba a cambiar la Argentina, la generación del 70, la misma generación que no pudo cambiarla por la alta concentración de gorilas (espero que no se me enoje Greenpeace), pero gracias a dios hoy los gorilas de antes son una especie en extinción.........y lo festejo… Hoy los jóvenes encontramos una fuente de alimento político e intelectual que nos incluyó, que nos hizo ver que somos un sujeto político importante y sumamente activo, que podemos ocupar espacios de poder y que principalmente nos hizo conscientes que esta nación es nuestra y que si queremos un buen porvenir tenemos que hacerlo nosotros” (Eugenio Krämer 2011).

Esta reapropiación es una crítica directa al cercenamiento político en tiempos de la dictadura militar, tal como lo expresó el documento de convocatoria al acto masivo de la “Juventud K” del 14 de septiembre de 2010: “Que cada cual elija su lugar en este momento crucial de la vida nacional. Queremos ser sujeto político para dejar de ser objeto de consumo y represión”.  Es, también, una respuesta a la fuerte apatía política provocada por las ideologías neoliberales imperantes en la época de los ’90 entre los jóvenes, donde se vació el lugar del Estado nacional y el lugar de la acción política. “Lo que pasa es que los jóvenes vimos gracias a su gestión que los ideales y las convicciones que nos llevaron a criticar a los gobiernos neoliberales, ahora son los que inspiran todas las decisiones de un Estado con un sentido social igualador.” (La Cámpora 2010). Aquí también podríamos agregar la reapropiación simbólica que encontramos en escritos y conferencias organizadas por distintos movimientos, donde se analiza la relación entre el kirchnerismo y fenómenos como “la revolución bolivariana” o la filosofía del “Che”.

            En estos diversos espacios puede verse una redefinición de algunos conceptos políticos, como son el de democracia, Estado, militancia, etc. Pero lo que tal vez llama más la atención es la comprensión del campo político y su acción desde una definición que comprende la institucionalidad (especialmente el lugar del Estado) pero desde una dinámica que rechaza el enclaustramiento a un tipo rígido de estructuración. De aquí la directa relación entre la política de los derechos humanos y la democracia como uno de los principios de la “Juventud K”. Esta última no implica solamente la creación de un tipo de orden público, por más abierto que este sea. Es, más bien, una condicionalidad de la sociedad civil. “La esencia de la democracia consiste, en un sentido amplio, en ofrecer la posibilidad a la generalidad de la población de jugar un papel significativo en la gestión de los asuntos públicos. La misma no puede limitares solo a la creación y la institucionalización de un orden político; es decir, un sistema de reglas de juego que hace abstracción de sus contenidos éticos. Estas concepciones terminan por reducir la democracia a un método, completamente disociado de los fines, valores e intereses de los actores colectivos. Por el contrario, es necesario considerar a la democracia como una condición de la sociedad civil, caracterizada por el predominio de la igualdad y el desarrollo ciudadano, no como categoría política abstracta sino en sentido real.” (Juventud Kirchnerista 2007).

            Podríamos decir que tal comprensión de lo democrático y lo político proviene de la misma condicionalidad diferencial que la Juventud K reconoce en sí misma con respecto a su lugar de cuestionante y de quiebre dentro del campo de lo político. Tal condición lleva a reconocer como elementos esenciales el lugar de la heterogeneidad constitutiva del sujeto político y de la necesidad de un escenario abierto a diversos tipos de reivindicación, lo cual implica reconocer en su fisura constitutiva la producción de una dinámica constante de cambio.[7] Este mismo discurso lo podemos ver desde las esferas institucionales del gobierno oficialista, como por ejemplo en las palabras de Alicia Kirchner (2011): “Nosotros consideramos a la política como una construcción colectiva para transformar la realidad, y la participación como la fuente de reserva y el valor desde dónde se realiza. La juventud es el nuevo cauce de esa participación… Después de tantos años de abominación de la política, hoy los jóvenes son sujetos protagonistas.” También lo podemos ver en las palabras de Jorge Giles (2010) en referencia al acto en el Luna Park en septiembre de 2010, donde la presidenta Cristina Fernández habló a la “Juventud K”: “En la historia de los pueblos, las transformaciones suceden cuando el sujeto del cambio está constituido por los jóvenes y los trabajadores, en estado de rebeldía […] La del 45 fue una revolución de jóvenes”

            En resumen, podemos extraer tres elementos centrales del análisis realizado que nos sirven como marcos de análisis político del contexto actual en Argentina. Primero, la “Juventud K” refleja el lugar de un nuevo campo de construcción discursiva de lo político, especialmente el lugar del Internet como espacio de democratización de la comunicación, donde diversos discursos y prácticas políticas son expuestas a un sinnúmero de cuestionamientos y resignificaciones por parte de todo tipo de sujetos (individuales y colectivos), que en los esquemas clásicos de la política no tenían lugar. Segundo, este mismo campo lleva a una comprensión del espacio político como cuerpo heterogéneo, donde los procesos de identificación ya no se cierran al compromiso con un tipo específico de identidad sino se entienden (y más aún, se potencian) en la intrínseca necesidad de un campo de producciones hegemónicas. Por último, los procesos de reapropiación simbólica nos muestran que las identidades políticas son siempre rearticulables por los sujetos actuantes en contextos determinados y desde demandas específicas. De aquí que ellas poseen una condicionalidad siempre abierta donde su supuesta sutura y monopolio es en realidad una ilusión malograda.

Conclusión

            El abordaje poscolonial nos ofrece una reinscripción de lo político en un espacio donde la diferencialidad no es simplemente un elemento coyuntural que determina el límite entre una identidad y otra, sino que es un elemento epistemológico que sirve a la construcción misma de lo identitario en tanto espacio siempre abierto al cambio. Las fisuras del campo social y los mismos procesos de transformación se encarnan en las acciones de los sujetos que se movilizan desde un amplio abanico de elementos constituyentes. Esto también conlleva a considerar la construcción de lo político desde diversos tipos de demandas sociales.

            El movimiento de la “Juventud K” es la muestra de un nuevo tipo de sujeto que en su movilización evidencia la existencia de tal heterogeneidad constituyente de lo político. Su irrupción cuestiona los marcos tradicionales de la construcción de la militancia, especialmente en su fuerte presencia en el “universo blog”, lo cual le abre un amplio espacio de construcción discursiva e identitaria. En este contexto, el “proyecto K” no es un marco identitario prefijado sino un espacio de participación e identificación política que ofrece un conjunto de discursividades, símbolos y propuestas que son reapropiados por los sujetos que componen este movimiento, para la constitución de su identidad y para responder a su demanda concreta. Lo político, desde aquí, se entiende más bien como procesos de identificación gestados en un espacio plural.

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[1] Licenciado en Teología (ISEDET) y Doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO)

[2] Esto recuerda a la noción de Ernesto Laclau sobre lo ideológico, no como cuerpo consciente e independiente que representa e impone una identidad finalizada (“falsa conciencia”) sino como una espacialidad falsa en sí misma que se presenta como imagen suturada. En sus palabras: “Este es el efecto ideológico strictu sensu: la creencia en que hay un ordenamiento social particular que aportará el cierre y la transparencia de la comunidad. Hay ideología siempre que un contenido particular se presenta como más que sí mismo. Sin esta dimensión de horizonte tendríamos ideas o sistemas de ideas, pero no ideología” (Laclau 2000:21).

[3] En este sentido, hay que recalcar la condición paradójica de la modernidad que muchos intelectuales poscoloniales sostienen: ella no sólo ofrece un marco de homogeinización a través de la expansión del mercado capitalista o de los valores del “hombre moderno ilustrado”, sino que también representa un espacio de promoción de la heterogeneidad y de una movilidad del sujeto que llega a subvertir cualquier tipo de clausura ideológica, social y eclesial. Por ello, se pueden entender el lugar de estas complejidades del espacio social también como resultado de las transformaciones llevadas a cabo por la modernidad.  Esto es lo que resalta Walter Mignolo (2010) respecto al hecho de que la empresa colonialista y la noción de colonialidad (o sea, las construcciones identitarias que respaldaron y surgieron de tales prácticas) van de la mano. Esta dialéctica sigue aún presente en los fundamentos raciales, étnicos y culturales que poseen los actuales mecanismos de diferenciación y legitimación de espacios centrales de poder (especialmente norteamericanos y europeos).

[4] Más allá de esto, vale la advertencia de Arif Dirlik (2010:81) sobre el peligro de descartar categóricamente el lugar el capitalismo como algunos posicionamientos poscoloniales de corte multiculturalista suelen hacer, ya que ello puede llevar al error de no dilucidar la intrínseca unión entre capitalismo y eurocentrismo, particularidad cultural que, por más “deconstruida” que podamos leerla, no podemos negar su lugar central en las dinámicas coloniales de los últimos siglos.

[5] “Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación política; una forma, si se quiere, de la política; pero no una localización precisable en el campo de una topología de lo social. En una formación social determinada puede haber una variedad de puntos nodales hegemónicos. Evidentemente, algunos de ellos pueden estar altamente sobredeterminados; pueden construir puntos de condensación de una variedad de relaciones sociales y, en tal medida, ser el centro de irradiación de una multiplicidad de efectos totalizantes; pero, en la medida en que lo social es una infinitud irreductible a ningún principio unitario subyacente, la mera idea de un centro de lo social carece de sentido”. (Laclau y Muffe 1985:183).

[6] Esto lo podemos ver también en el posteo de Patricio, un joven bloggero rosarino de 23 años: “Hoy los pibes tenemos más voz e interés que los adultos porque somos artífices de la horizontalidad de los mensajes que plantea Internet, las redes sociales, los blogs y demás. Los viejos miran TN. Nosotros vemos en Facebook la opinión de un amigo kirchnerista, de otro radical y así. Leo a Natanson y después un artículo de La Nación que me envió un amigo, y la participación se agranda cada vez más. La Web es más democrática que cualquier gobierno. Se terminó la verticalidad del mensaje que era funcional a los intereses políticos de algunos, y que construyó las ideas cerradas de nuestros abuelos. Por eso Clarín no sabe más qué hacer. Y hasta sacó sus propios blogs. Pero eso no sirve, no entiende que hoy la lógica es otra” (Mencionado por Peirone 2010)

[7] Esta nota, aunque extensa, muestra tal condicionalidad diferencial, desde una evidente lectura laclausiana de lo popular (ver Ernesto Laclau 2005): “Considero que la lógica de construcción de movimientos políticos y sociales, esencialmente populares tiene que ver con una situación de "equivalencia en la diferencia", es decir un diferencia en un individuo, que coincide con esa misma diferencia en otro individuo, se convierte en una equivalencia de diferencias entre dos individuos, esas diferencias trasladadas a al resto de los actores sociales (individuos) se convierte en una demanda y esa demanda es levantada como bandera por aquel sector que se ve diferente a una totalidad diferente que los excluye y entonces reclama la igualdad. Cuando ese sector encuentra un liderazgo social, político, que toma la bandera de su reclamo, de su "diferencia equivalente", la levanta y la lleva a la mesa de las decisiones, aquel grupo se hace solido y lleva a ese líder hacia adelante contra viento y marea […] Así fue el fenómeno Perón con el pueblo obrero, un líder que identifico una diferencia en un segmento de la sociedad, diferente del dominante. Perón tomo esa diferencia, convertida ya en demanda popular y lo llevo como bandera política e hizo partícipe al trabajador de la vida política nacional, a partir de allí ese segmento se identifico con su líder incondicionalmente. […] Entonces, volviendo atrás en el texto. Este grupo de gente que hoy lleva adelante los destinos del país, encabezado por nuestra Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, perteneció a aquella juventud que tuvo una "diferencia equivalente" (la falta de participación, exclusión de la política, represión a las libertades, la proscripción de su lider). Juventud  que transformó esa diferencia en una demanda sectorial y popular.” (Eugenio Krämer 2011)


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