Intersecciones en Comunicación

ISSN 1515-2332 (versión impresa)

ISSN 2250-4184 (versión On-line)

Intersecciones en Comunicación.  n.6 Olavarría ene./dic. 2012

“Perspectiva inconclusa” un acercamiento entre epistemología y comunicación desde Walter Benjamin

Martin Emilio Porta[1]



[1]Porta Martín. Licenciado en Comunicación Social. Director de la carerra de Comunicación social FACSO-UNICEN. Grupo de investigación Estudios de Comunicación y Cultura en Olavarría ECCO. Facultad de Ciencias Sociales - Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA), Avda. Del Valle 5737, Olavarría, Argentina. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Recibido 09 de abril de 2012.

Aceptado 01 de junio de  2012.

RESUMEN

La irrupción en Occidente del paradigma de la modernidad y, en su seno, la definición de marcos epistémicos reguladores del saber científico, ha significado la distinción en áreas de conocimiento y, por ende, en recortes parciales de objetos de estudios. Estas distinciones han ido marcando unas trayectorias de “disciplinamiento” del saber y, al mismo tiempo, de distanciamiento entre el saber teórico y el saber práctico, la ciencia y la política, definiendo un tipo de ciencia, un tipo de sujeto de conocimientos y, también, un tipo de objeto de conocimiento. En este sentido, pensar una episteme comunicacional no es simplemente construir un nuevo objeto de estudio sino articular una perspectiva del conocimiento desde la construcción de relaciones (constelaciones) estableciendo nuevas posibilidades de conexión entre comunicación, cultura y política antes que reforzar la distinción entre ciencia e intervención social. Las producciones teórico/epistemológicas/metodológicas de Walter Benjamin nos invitan a pensar un conocimiento en términos de perspectivas inconclusas de una realidad por demás compleja.

Palabras clave: epistemología – comunicación – cultura – experiencia – imagen.

 

ABSTRACT

"UNFINISHED PERSPECTIVE". APPROACH BETWEEN EPISTEMOLOGOY AND COMMUNICACTION FROM WALTER BENJAMIN. The emergence of the modernity paradigm in occident and his own definition of epistemological frames of scientific knowledge, has led to the distinction in areas of knowledge and thus, in partial cutting of the studies objects. These distinctions has been mark a path of "discipline" of knowledge and at the same time, the gap between theoretical knowledge and practical knowledge, science and politics, defining a kind of science, a type of subject knowledge and also, a type of knowledge object. In this way,  think about an communication episteme is not simply create a new object of study but to articulate a perspective of knowledge from building relationships (constellations) setting up new possibilities of connection between communication, culture and politics rather than reinforce the distinction between science and social intervention. The Walter Benjamin's theoretical / epistemological / methodological / production, invites us to think knowledge in terms of unfinished prospects for other reality a lot more complex.

Keywords: epistemology – comunication – cultura – experience – image.

 

Introducción

Una visión por largo tiempo repetida: transitar por la Autopista Dardo Rocha, desde la ciudad de La Plata hacia Buenos Aires, nos enfrenta con un vacío en el encuentro con otra Autopista, la 25 de Mayo. La Av. Ingeniero Huergo se abre paso por debajo, al tiempo que nuestra visión se topa con un camino posible que se ausenta en el espacio: dos hileras de asfalto, por lo menos, se hallan abiertas a la posibilidad de ser camino por transitar solo en promesas. El asfalto se ha detenido, la obra nunca ha sido concretada, los hierros del hormigón se asoman como espiando el horizonte de Puerto Madero. Algunos escombros abandonados a diestra y siniestra marcan las huellas del trabajo en otro tiempo realizado. El tiempo parece haberse detenido en el preciso instante en que un obrero dejó su pala al lado de una columna, otro marcó un área de peligro cerrada con un alambrado y, un tercero, entre varios posibles, se fue a almorzar para ya no volver más. Hoy, como hace tantos años, el oxido de los hierros que se prolongan por el aire nos promete vías de salida por las que nuestra mirada se deja llevar y la pregunta se nos escapa aun sin pronunciar una palabra: ¿hacia dónde irían estos senderos inconclusos?

Es así como, a través de la pregunta, nos proponemos rastrear algunas respuestas posibles. Walter Benjamin y su teoría del conocimiento nos ayudan en la búsqueda. Allí donde el sin-sentido parece detener todas las posibles respuestas, el vacío deja lugar a la instalación de la pregunta y, es a través de ella, donde abandonamos a un lado por obvio lo “conocido” y agilizamos el pensamiento. La pregunta nos invita a la dinamización y constante modificación del saber contra todo anquilosamiento de la verdad incuestionable. Quizá, produzcamos más preguntas que respuestas; quizá esa sea también la idea que sostiene esta propuesta.

Walter Benjamin: los campos de pensamiento/acción

Abordar la producción teórico/epistemológico/metodológico de Walter Benjamin, es encontrarse con una diversidad de campos afectados a una temática y a un proceder, a un saber y un conocer, que se aúnan en un mismo cuerpo y que no dividen teoría y práctica, pensar e intervenir. Aquí aparece la primera dificultad: no dividir, no separar.

Una segunda cuestión (y, en esta lógica del discurrir, no distinta de la primera) tiene directa relación con el modo en que ese cuerpo de problemáticas/intervenciones, teoría/política, se comunican. Esto es, con el formato, con el soporte pero también con lo gnoseológico, con una teoría del conocimiento que implica en sí misma una teoría de la comunicación (la filosofía reivindica su lugar lejos de ancilla a la que fue relegada por la teología, primero, por la ciencia, después). Para Benjamin, digámoslo de una vez, toda división posible relativa a la ciencia es encubridora, falsificadora y engañosa (en ello, Marx reclama un padrinazgo). Y es ello lo que dificulta, muchas veces, nuestro acercamiento a su obra.

Unifiquemos para no dividir. Este trabajo tiene como presupuesto de base la siguiente hipótesis de lectura: hay en el autor y en su producción una teoría gnoseológica que, tomando elementos provenientes de diferentes campos y reuniéndolos en una triple dimensionalidad teórico/epistemológica/metodológica (que es, en sí misma, una única dimensión), dan cuenta de una perspectiva de la comunicación como cultura en acción que elimina la cesura entre pensamiento y política, entre investigar e intervenir.

Seguimos un surco, como un rastro en la historia, a través de los años, desde los ’20, pasando por difíciles momentos políticos en los ’30 hasta 1940; un surco que abre la carne del cuerpo que piensa (a pesar de Descartes), siente y a través del cual pasa una producción científica (excluida de la academia alemana de esos tiempos) que se divide en tres grandes caminos: crítica (literaria y romántica, primero; dialéctica, materialista e histórica, después), teoría del lenguaje (comunicacional y escatológica) y teoría de la historia (filosófica, teológica y marxista). No se puede ser alemán y no ser romántico; el romanticismo es el espíritu alemán. Y, casi sin quererlo, en el rumbeo de las clasificaciones, de las definiciones y el establecimiento de características, traicionamos a Benjamin. No hay posibilidad de hablar de Benjamin sin hablar desde Benjamin, por lo tanto, no hay posibilidad de describirlo, de encasillarlo. Este es un problema. Otro gran problema en el acercamiento a su obra.

La cita o la estrategia del conocimiento

 

“La revolución copernicana en la intuición histórica es la siguiente: se consideraba generalmente ‘lo que ha sido’ como el punto fijo al cual el presente está obligado a llevar a tientas el conocimiento. Ahora hay que invertir esa relación, de manera que ‘lo que ha sido’, el pasado, recibe su fijación dialéctica de la síntesis de la vigilia y de las imágenes oníricas que aquella niega. La política se adelanta a la historia. Por lo demás, los ‘hechos’ históricos acaban justamente de ocurrirnos; en cuanto a establecerlos, ésta es una cuestión de recordación. Y el despertar es el caso ejemplar de ese ‘acordarse’” (Walter Benjamin en Witte 1997: 128).

Desde la enunciación de sus comienzos, la ciencia que devino (post revolución copernicana) pretende ser un saber justificado, coherente, sistemático, metódico, crítico. Hay una estrecha conexión entre “verdad” y “método”. Éste garantiza aquella. No hay autoridad, no hay principio de autoridad. No hay “verdad” por quien lo dice, sino como justifica lo que dice. Se cita para referir y conectar. Un presente investigativo se une a un pasado de trayectoria del saber, de cuerpo de conocimientos recortados de la realidad y clasificados y, por ello mismo, conocido. El conocimiento se sabe y se justifica. No se experimenta. O, por mejor decir, se experimenta como experimento; se experimenta como prueba. No se realiza en la experiencia y por ella. Se hereda pero no se cuestiona la herencia: es así y no podría haber sido de otro modo. Es el modo “verdadero”. Es la “verdad”. Discurso único que se impuso; que se nos impuso. He ahí el problema.

La desconexión entre experiencia y “ciencia” es el precio que hay que pagar por conocer. Conocer es dominar y sólo se domina lo que se controla. La experiencia es un vivir, un percibir, una política que pasa por el cuerpo y se instala. Y descoloca. Y desclasifica. Conoce porque desconoce. Solo así el velo de la opacidad de lo “real”, de “la sociedad”, de la superficie se descorre y comienza a mostrar las relaciones. Relaciones que se perciben y se construyen como las imágenes oníricas, como las alegorías, como las constelaciones. Es el shock de la amenaza en el instante. Poder capturarlo en una cristalización por demás momentánea, he ahí la punta del iceberg para el conocimiento.

Benjamín cita y descoloca. Descoloca la cita de su contexto, la sustrae del pasado del texto y de la historia y la instala en su presente. La re-instala en el presente del lector que es autor y productor. Y, finalmente, no es más “autoridad”. La ciencia se sumerge en la cultura para producir experiencia. La cultura se deja trasvasar por la acción porque ella misma es vida en movimiento, ella misma es comunicación. Comunicación en la percepción, en la experiencia que actualiza políticamente un pasado en un presente que solo es posible por ese pasado.

Sin embargo, pese a todo, la cita también reclama para sí una autoridad. Una auctoritas. No aquella que la ciencia Moderna le niega como pecado medieval; si como aquella voz que, con el mundo latino, habla desde algún sitio en un nuevo sitio. Ella tiene algo que decir, trae una voz y una intención. Busca sentidos que producir. Busca quien quiera escuchar.

 

“Fantásticas crónicas de viaje colorearon la ciudad. En realidad, es gris: un rojo u ocre gris, un blanco gris. Y totalmente gris contra el cielo y el mar. También esto contribuye a quitarle las ganas al burgués. Porque quién no comprende las formas, aquí verá poco” (Benjamin 2011: 25).

“La arquitectura es porosa como estas piedras. La construcción y la acción se alternan en patios, arcadas y escaleras. Todo es lo suficientemente flexible como para poder convertirse en escenario de nuevas constelaciones imprevistas. Se evita lo definitivo, lo acuñado. Ninguna situación actual está dada para siempre, ninguna figura pronuncia su ‘así’ y no de otra manera. Así se configura aquí la arquitectura, esa pieza contundente de ritmo comunitario. (…) En esos rincones apenas se distingue dónde aún se está construyendo y dónde ya comenzó la decadencia…” (Benjamin 2011: 26, 27).

Nada está terminado. Todo está por comenzar. La reiteración es novedad. La síntesis es un imposible. El proceder es reconfigurando. Síntesis y sistematización son dos términos que desconoce el benjaminiano como parte de su corpus conceptual; no los utiliza como herramientas porque solo existen como encubrimiento. La posibilidad del conocer, la experiencia del shock interpela al investigador para que active su capacidad crítica y reconfigure los sentidos. No una interpretación sino varias decantan en la construcción de constelaciones. He ahí la nueva “articulación” del conocimiento.

La imagen…la dialéctica

Dificultad en la obra; sentidos de difícil acceso; falta de entendimiento sintáctico y semántico; sólo algunos de los posibles argumentos para impugnar a Benjamin. El diría (supone el autor de este texto): esa no es la cuestión. No podemos abordar a Benjamin, a su obra, como abordamos “comúnmente” cualquier producción científico/académica a la que estamos acostumbrados. Su obra “es” des-acostumbrante. Su obra “es” des-contextualizadora. La pregunta más certera apunta a mí y no a él. Benjamin habla de sí mismo para mí. Poco importa su contexto, su infancia, las condiciones materiales de su existencia, el pasado en general, si ese pasado no le habla a mi presente, si no se presentifica. Si ese texto muere en texto/análisis/contexto, Benjamin no cumple su objetivo. Mejor dicho, nosotros no estamos cumpliendo con el nuestro. La mirada (como intervención y no como observación) es dialéctica y no hermenéutica. Benjamin no es Heidegger (aquí su pasado se hace presente nuevamente). Tampoco Gadamer o Habermas. La revolución ya no es el momento en que la sociedad se vuelca en una forma nueva, con las verdaderas condiciones económicas de la producción; es la interrupción escatológica de la historia misma. Benjamin comprueba que la historia, una vez llegada a la etapa de la producción mercantil, ya no puede presentar nada cualitativamente nuevo; la historia solo puede perpetuarse en la repetición, en el retorno del mismo estado desesperado del mundo.

 

Ocupaos ante todo de alimentaros y vestiros,

Y a continuación el Reino de Dios vendrá

A vosotros por sí solo.

Hegel, 1807

 

La lucha de clases que un historiador educado en la escuela de Marx jamás pierde de vista, es una lucha por las cosas brutas y materiales, sin las cuales no hay nada refinado ni espiritual. Pero en la lucha de clases lo refinado y espiritual se presentan de muy distinto modo que como botín reservado al vencedor: en ella, viven y actúan retrospectivamente en la lejanía del tiempo como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como inquebrantable firmeza. Y no han dejado de poner en cuestión cualquier victoria que en ella hayan logrado y festejado alguna vez los poderosos. Así como algunas flores orientan su corola hacia el sol, el pasado, por una secreta especie de heliotropismo, tiende a volverse hacia el sol que empieza a elevarse en el cielo de la Historia. Quien profese el materialismo histórico no puede sino ingeniárselas para discernir ése, el más imperceptible de todos los cambios” (Benjamin 1989: 179).

¿Cuál sería el método? La yuxtaposición. El collage. La cita descontextualizada de su original. ¿Cuál la coherencia interna? La aparente incoherencia. La opacidad literal. El bucear en la profundidad semántica de la cultura. Sin cultura no hay comunicación. Sin comunicación no hay cultura. En ese intrincado reclamo mutuo se halla la respuesta: la sintaxis no es garantía heurística de significación porque la gramática del texto remite a la creación. La cultura reclama a la historia los sentidos míticos que provienen de los orígenes, ya que el despertar de la conciencia solo puede producirse en el aparente sin sentido. El vaso lleno hasta el borde solo puede producir desparramo, un despliegue de líquido excedente a los confines pero líquido contenido al fin. Sólo en el vacío, en esa parte no llena de un vaso medio vacío, cabe la posibilidad de mezclar otro líquido, de combinar, de hacer brebajes no previsibles. El trago final será la combinación y no la amalgama. Revuelto no es lo mismo que yuxtapuesto. La alquimia reclama su lugar político en la historia. Y, la pregunta, se re-instala.

 

Te enseñaré

lo recóndito que se resiste a toda imagen,

que no puede ser mostrado ni dicho,

pero que se teje y se desteje con las lunas y los nenúfares,

es todo

y está más allá de la destrucción

porque completamente fue creado

sin forma alguna...

(A. R. Ammons)

 

¿Cuál sería, entonces, la justificación de este saber científico? La cultura. No hay justificación lógica que no limite la experiencia y transforme el mundo en cementerio. La posibilidad de rescatar la experiencia para la historia y despertar del sueño excede el simple distanciamiento de la “objetividad” “neutral” para volverse intrincado proceso de involucramiento, de intervención, en fin, de política.

¿Se trataría, pues, de un saber crítico? O ¿sería mera opinión? Hay un “distanciamiento” que cesura (y censura) la cultura en nombre de la “neutralidad valorativa” y reclama la complejidad a través de la distancia. Walter Benjamin propone una crítica del involucramiento. Sus textos no esperan el observador desapasionado que reitera y reproduce en pasividad. La crítica sólo puede provenir de una re-construcción de lo propuesto, donde el “original” se vuelve cita (y no “autoridad”) de una nueva constelación. Como cuando cae la noche y la luz desaparece, las estrellas brillan en constelaciones, novedad de la reiteración de lo mismo. La aparente contradicción semántica incita al pensamiento y a la acción. La auctoritas limita la “autoridad”.

Finalmente, ¿cuál sería el objeto de estudio? La comunicación desde la cultura. La cultura en acción en la comunicación. El objeto/proceso que excede la definición, el recorte, el parcelamiento, la clasificación y el disciplinamiento. Indisciplinarse es la bandera que rememora/recrea la experiencia, no porque ella sea un fundamento, sino porque se vuelve heurística de la búsqueda contra el anquilosamiento y la muerte. La vida está situada en ese infinito acordarse. La imagen es gramática del texto.

HEURÍSTICAS INCONCLUSAS DE LA COMUNICACIÓN

“Yo desconfío de todos los sistemáticos y me

aparto de su camino. La voluntad de sistema

es una falta de honestidad”.

(Nietzsche)

 

Dos son, por lo menos, las lecciones que la doble entrada positivista en la historia nos han dejado. Una que la sistematicidad tan ansiada ya no es posible (y que el objeto de estudio recortado ya no nos limita). Dos, que la Verdad (así con mayúsculas) debe dejar paso a la verdad, más humilde y sincera. Pero ambas lecciones tienen un carácter común que nos lleva a pensar el paso de los objetos a los procesos y, de éstos, a las perspectivas. Nos preguntábamos antes, cuál es el objeto, cuál es el método, qué tipo de justificación. El error no es la respuesta sino la pregunta. Para obtener buenas respuestas necesitamos acertar con la pregunta. Y otra vez la lección positivista: no abordemos a la comunicación como objeto y la limitemos a sistematizarnos un recorte (y, por lo tanto, un distanciamiento) sino que pensemos la perspectiva. Walter Benjamin nos muestra el camino. Podemos pensar desde él la construcción de una perspectiva de la comunicación desde la que abordamos y, construimos, los más variados objetos posibles. Esto nos permite el vínculo, la conexión, la yuxtaposición y el collage. El conocimiento resultante dependerá, no ya del objeto recortado, sino de la relación establecida. La comunicación y la cultura se intersecan, se cruzan y condicionan, permitiendo así bucear en la porosidad y en la espesura de lo social.

El “Libro de los Pasajes” es una buena muestra de la perspectiva benjaminiana. Por diversas circunstancias (económicas, políticas, históricas, personales), su autor no llegó a concluirlo y nos libró así de una poco probable pero posible sistematización. Es que no podemos esperar de Benjamin un libro completo y terminado (menos aún el caso del que tratamos) pero si sabemos con seguridad que el libro terminado anula el proceso, oculta las fuentes, opaca las contradicciones y alimenta las síntesis. Como si la intención epistémica del autor y su vida coincidieran en un fatal pero educativo destino, Benjamin nos privó de la completud de su obra y nos indicó así una heurística del conocimiento que se construye en la experiencia y se percibe. Lo que los editores hoy nos muestran como un libro terminado son solo cúmulos de fragmentos y citas (bien ordenadas por cierto) que apuntalan conjeturas y disparan la imaginación. Qué otra cosa podría haber alegrado a Benjamin que no fuera éste el destino para su obra. Qué otra cosa es la realidad y el conocimiento que de ella podemos construir que fragmentos que se ordenan según una perspectiva más o menos elaborada a la que denominamos “análisis”, “síntesis”, “descripción”, “explicación”, “investigación”, “verdad”.

La comunicación como perspectiva del conocimiento (y el conocimiento en general) se reconstruyen y reconfiguran en tanto promesa siempre incumplida de la realidad de que algún día tendremos el conocimiento final y completo de su secreto mejor guardado; de la profundidad de su ser. Como el deseo, conocer implica siempre estar insatisfecho, curioso, deseante… La perspectiva se nutre de la incompletud para mantenerse activa y crítica, interesada y despierta. El sueño se derrama sobre lo terminado, y el hombre duerme sin más preguntas. La vigilia es el estado del conocimiento y la vida. Es así como lo fragmentario del trabajo nos da la característica del conocimiento comunicacional crítico contra lo sistemático y sintético; fragmentariedad del conocimiento que se vincula a la pluralidad de fuentes de inspiración en Benjamin (el autor y el productor) y tiene su correlato directo con la perspectiva comunicacional que aborda lo fragmentario por lo plural del cómo se intersecan la cultura y la comunicación en los procesos sociales. Y volvemos a rescatar el tema de la pregunta que se instala en el vacío (y sentimos la crítica de Adorno que retumba en los oídos de la historia: usted “ahorra las respuestas teóricas decisivas a sus preguntas e incluso hace que las preguntas las perciban únicamente los iniciados”). Así, “el contenido de un texto de Benjamin nunca es doctrina”, como nunca deber serlo una heurística comunicacional. Son solo caminos posibles, rutas a seguir, que rebuscan en las huellas y rescatan la contradicción de la memoria y el olvido en una constelación de sentidos construidos; históricamente construidos. La autopista que se corta en el aire y deja al descubierto los hierros que sostienen la masa de asfalto, que se prolonga en el espacio y que extiende sus nervios hacia un sendero imaginado por el paseante pero que no existe. En palabras de Beatriz Sarlo (2011: 39) “…todo trabajo supone una construcción en abismo”.

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