Intersecciones en Comunicación

ISSN 1515-2332 (versión impresa)

ISSN 2250-4184 (versión On-line)

Intersecciones en Comunicación.  n.1 Olavarría ene./dic. 2000

Las mujeres en el contexto de las políticas sociales: las paradojas del “Plan Vida” en Olavarría”

Patricia Andrea Pérez*

Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

INTRODUCCIÓN

En los últimos años evidenciamos un cambio en torno a la forma que han adquirido los Estados nacionales, hecho que implica redefiniciones sobre la vida cotidiana de vastos sectores poblacionales. 

En este contexto, los Estados nacionales, provinciales y municipales ponen de manifiesto lo que podría llamarse ‘un movimiento de repliegue’ de sus políticas públicas, en el momento en que su puesta en práctica en las dimensiones de recursos materiales, de políticas sociales y de desarrollo serían indispensables como proyectos operativos de soluciones posibles, tendientes a mitigar la real situación angustiante de la sociedad. Es  preciso entonces que la alternativa no  implique, como contrapartida, el pago de costos sociales, como ha  sucedido históricamente.  Existen dos procesos simultáneos que modifican el funcionamiento de las relaciones societales. El primero de ellos se configura a partir del crecimiento y del carácter visible que ha tomado la pobreza estructural. El otro se relaciona con el ‘empobrecimiento’ que ha experimentado, básicamente, la llamada clase media que se diferencia del anterior por la  ‘no visibilidad’ de esa condición.

Con el objetivo de que la crisis no desvíe su cauce hacia situaciones incontrolables, es el mismo Estado desguazado quien propicia diferentes ‘planes de ayuda’ para los sectores identificados como los más desprotegidos de la sociedad.

En tal sentido, aquellos ‘empobrecidos’ mencionados anteriormente no se constituyen como sujetos portadores del derecho a ‘ser asistidos’, en virtud del carácter ‘focalizado’ que adoptan las políticas sociales inherentes al modelo neoliberal.

Analizaremos -teórica y empíricamente- la injerencia estatal en las políticas públicas abordando específicamente la problemática de las mujeres de los sectores afectados que se encuentran comprendidas en planes de  ayuda, la implementación de esos programas estatales, enfatizando en  el denominado Plan Materno Infantil Vida.

Este último, es el que hace uso del voluntariado “ad honorem” de las mujeres de la Provincia de Buenos Aires para ser llevado a la práctica.  ¿Cómo impactan esta clase de programas en las mujeres de sectores sociales ‘poco acomodados’? y, a su vez, ¿de qué manera se revierten las prácticas de su vida cotidiana en referencia al concepto de participación propuesto por el plan, en adelante llamado ‘el Vida’? Tomar en cuenta esta perspectiva implica reconocer un nuevo contexto de aprendizaje, el que se crea a partir del marco social proporcionado por la dinámica de la crisis.

Es preciso establecer las instancias sociales en que opera el discurso hegemónico que legitima las políticas neoliberales, especificando aquellos enunciados que recorren un trayecto unidireccional desde el Plan Vida, a partir de los espacios de programación, hacia las dimensiones de trabajo concreto de las mujeres.

Nuestra unidad de análisis es la ciudad de Olavarría, que se nos presenta como un correlato de los cambios operados en los niveles nacional y regional. En este sentido, ha dejado de ser pensada por sus habitantes como “polo de  desarrollo” y como “ciudad del trabajo” -eslóganesG enunciados en la década del ‘60 que, en su contexto de enunciación, hacían referencia al auge industrial de la zona. Se trata de una ciudad “intermedia” que soporta consecuencias similares a las del resto del país y que intenta desarrollar soluciones provisorias ante las problemáticas sociales emergentes.

 

LA CUESTIÓN METODOLÓGICA

 

Asistimos a un creciente interés de las Ciencias Sociales por abordar como objeto de estudio, desde diferentes miradas y atendiendo a la variable de género[1], a las denominadas organizaciones de sobrevivencia y a todas aquellas otras en las que la participación de las mujeres implique una mejora para su calidad de vida. Esta nueva objetivación se da en la medida en que ellas, en el devenir histórico, social y económico, se han constituido en sostenes de hogar y han expandido su acceso al mercado laboral, entre otras posibilidades. Consecuentemente, las prácticas en la vida cotidiana han sufrido modificaciones producidas en cortos períodos de tiempo que son relevantes para ser registradas.

El presente trabajo reposa en la justificación epistemológica  precisa que vierten acerca del tema pensadores latinoamericanos. Néstor García Canclini propicia el encuentro entre la comunicación y la antropología:

“Durante un tiempo se pensó que la bifurcación entre la Antropología y la Teoría de la Comunicación correspondía a la existencia de dos modalidades separadas del desarrollo cultural. Si por un lado subsistían formas de producción y comunicación tradicional, y por otro, circuitos masivos, parecía lógico que hubiera disciplinas diferentes para ocuparse de cada uno. Esta compartimentación se ha vuelto insostenible”. (Canclini, 1988: 7-21)

En el mismo hilo de proposiciones, Jesús Martín Barbero expresa que:

“pensar la comunicación en América Latina es, cada vez más, una tarea de envergadura antropológica. Pues lo que ahí está en juego no son sólo desplazamientos del capital e innovaciones tecnológicas sino hondas transformaciones en la cultura cotidiana de las mayorías: cambios que sacan a flote estratos profundos de la memoria colectiva al tiempo que movilizan imaginarios fragmentadores y deshistorizadores”. (Barbero, 1991:1)

Así, pareciera que existe una deuda pendiente desde los actualmente en boga estudios de la comunicación con la problemática mencionada en América Latina, la que no ha sido reflexionada ni tenida en cuenta con el suficiente interés para lograr una regular producción de conocimientos acerca de ella. Esto nos lleva a proponer que todo lo relacionado con la organización de las mujeres de los sectores denominados ‘desprotegidos’ puede ser considerado como un nuevo espacio de análisis desde donde concretamente surjan aportes de relevancia significativa a partir de una perspectiva comunicacional. En tal sentido, articulamos las herramientas metodológicas que brinda la Antropología Social, específicamente aplicándolas en el trabajo empírico, con un campo de estudio emergente de la comunicación, una disciplina nueva, desarrollada fundamentalmente a partir de los años ’70 y a la que se denomina análisis de discurso. (Castellani,1997).

Hemos recurrido al método etnográfico, el que “guarda una estrecha semejanza con la manera como la gente otorga sentido a las cosas de la vida cotidiana” (Hammersley y Atkinsons, 1994: 16). La atribución de sentido a las propias prácticas se constituye en aquella porción de lo social para ser analizada en este trabajo. Resulta apropiado, entonces, añadir que la etnografía se enmarca dentro de la acción propiamente reflexiva, hecho que es inherente a la investigación social. Siguiendo con esta concepción, realizamos “observación participante”, acordando con lo que dice Guber:

“consiste en que el investigador intenta asumir -aunque sea idealmente- el rol de ‘uno más’ y se incorpora, en la medida de lo posible, a las prácticas y modos locales. Por eso no sólo hace entrevistas; también toma mate, conversa casualmente con los transeúntes, va a un partido de fútbol, baila en fiestas, asiste a misas y cultos, siguiendo el principio aquel de ‘adonde fueres, haz lo que vieres'. Pero no como un simulador burlesco, sino como testigo de lo que la gente hace, el marco de referencia de los discursos, las opiniones y las nociones, la otra materia prima con que trabaja el investigador”.(Guber, 1990: 29)

Sobre el registro de datos efectuamos un análisis de discurso, “campo de estudio” que permite develar los significados ocultos del lenguaje e identificar las estrategias de enunciación de los actores implicados. En las ciencias de la comunicación, esta nueva perspectiva -con alcances teóricos y metodológicos- sostiene que todos los discursos contienen un aspecto ideológico, ya que mantienen una relación intrínseca con procesos sociales, históricos y económicos. Desde ‘lo que se dice’ se puede realizar una inferencia: los enunciados son entendidos como ‘productos’ que remiten a la instancia de la enunciación. Dicha instancia deja huellas e indicios, los que pueden llegar a ser reconocidos con la intención de ‘recuperar’ las percepciones de los actores sociales con respecto a determinadas situaciones concretas de interacción.

Para la fase de análisis, consideramos la propuesta de Guber, cuando enuncia que “el control cruzado de la información entre individuos con diverso grado de involucramiento en los sucesos es el modo más usual para verificar datos fácticos”(Guber, 1990:36). En tal sentido, hemos ‘cruzado’ los datos registrados en las instancias de la observación participante, tanto aquellos provenientes de todo el proceso de implementación del plan como los que surgieron de las entrevistas efectuadas a los diferentes actores sociales involucrados.[2]

 

LATINOAMÉRICA Y ARGENTINA EN LA ENCRUCIJADA DE LA CRISIS

Desde la década del ‘80 y en un contexto de democratización, el modelo económico neoliberal[3] parecería proponerse como el único modo posible que tienen los países latinoamericanos de pensarse integrados a las economías de aquellos que resultan ser centrales.

El fenómeno del neoliberalismo se instaura, hacia finales de los ’70 y a principios de los ’80, de manera hegemónica y con pretensiones de reducir al Estado a su mínima expresión. Este pensamiento neoliberal se posiciona ideológicamente en un plano opuesto a las prácticas político-ideológicas precedentes. Rechaza -desde una férrea argumentación[4]- la implementación de cualquier política social o económica que linde con los postulados de las teorías keynesianas y de las nociones y prácticas propias del Estado de Bienestar. De esto hablaremos más adelante.

Este proceso, que es coincidente con los primeros períodos democráticos de la región, le imprime a la reciente democracia déficits de legitimación que se expresan de distinta forma en los diferentes países.

De la mano de los movimientos de derechización -a menudo impulsados por los gobernantes electos- aparece de manera visible un proceso de desestructuración del tejido social, con un incremento significativo de nuevos pobres con necesidades básicas insatisfechas, quienes son el correlato de altos índices de desocupación y subocupación. El proceso implica instancias de redefinición de los espacios sociales para los emergentes sectores empobrecidos y el surgimiento de nuevas formas de sobrevivencia: un amplio sector social  pasa a desempeñarse en “sectores informales” de la economía.[5]

Si observamos el contexto latinoamericano, identificamos cambios significativos en el transcurso de las dos últimas décadas, en donde predomina un tipo de modelo económico -apoyado desde el ámbito de lo político- tendiente a consolidar, en las apariencias, una sociedad polarizada con agudas diferencias entre ambos extremos. Los vaivenes político-económicos de índole neoliberal son los que van a operar de manera profunda en el imaginario social, promoviendo resignificaciones acerca de las ideas de libre mercado y dejando grabadas sus huellas en sujetos e instituciones.

La desestructuración del modelo anterior llamado keynesiano implica, entre otras consecuencias, que el Estado deja de ocuparse paulatinamente de las tareas que le competen, previo descalabro e irresolución de conflictos antiguos. Las nuevas políticas hegemónicas, dice Pinto, “logran el dominio de la inflación y cierto equilibrio presupuestario, circunstancias que -sumadas a la desregulación de la economía- posibilitan la impostergable  modernización industrial”. (Pinto, 1994: 59)

La implantación del nuevo modelo permite a sociedades con características similares a las de Argentina recuperar posiciones en el mercado a nivel mundial. Como contrapartida aparece el elevado costo social que pagan los trabajadores y los desocupados. Así, la economía de la demanda efectiva, característica del Estado Keynesiano de Bienestar, se sustituye por la economía de la oferta.

Es en esta instancia donde se reconoce la paradoja, aunque no resulta contradictoria al funcionamiento del modelo: para evitar no desviarse del mismo, el propio Estado pone en práctica planes de ayuda ante el surgimiento de problemáticas sociales que la sola acción del mercado, pensado desde la política neoliberal como “el mejor asignador de recursos”, no puede atender.

El Estado actual: estado de malestar

 

Para  observar la caída del welfare state, es pertinente tomar como eje conceptual las nociones sostenidas por Eduardo Bustelo. En sus análisis, aborda la “producción del Estado de Malestar” en Argentina y en la región a partir de tomar en cuenta el “desguace del incipiente Estado de Bienestar existente en la misma”. En tal sentido, supone que “de la presencia estatal como instancia correctiva en la distribución del ingreso (...) se pasa a una política de desarticulación explícita del andamiaje institucional del mismo”(Bustelo, 1997).

Para el mismo autor, el concepto de Estado de Malestar presenta dos dimensiones básicas: una psicosocial y otra institucional. La primera de ellas,

“se genera en la conformación de una sociedad más dual en donde los estratos medios tienden a desvanecerse y en donde se congelan las perspectivas de movilidad social ascendente. Sobre la comprobada ausencia de los servicios sociales básicos del Estado en los sectores de menos ingresos, se construye un discurso de un individualismo dogmático que deja a cada persona librada a su propia suerte, resintiendo el tejido social y las redes comunitarias de solidaridad.” (Bustelo, 1997)  

En términos de Bustelo, la dimensión institucional del Estado de Malestar se hace visible en el vaciamiento presupuestario, en la descentralización de los servicios del sistema y en la privatización total o parcial de los servicios, que dejan de ser gratuitos.  Respecto de las relaciones laborales, aparece como instancia imperativa la flexibilización de las relaciones laborales.

En este contexto, Bustelo sostiene que surge y se fortalece una nueva red de “efectores del bienestar”: se produce un retorno a la familia y a distintos organismos de la sociedad civil sin fines de lucro. Estas acciones materiales, que se experimentan en el espacio de lo cotidiano, se sustentan con un discurso argumentativo tendiente a certificar, en términos del autor:

“la ineficiencia del Estado y sus servicios y de la inutilidad del pago de impuestos destinado a su financiamiento, prédicas cuyo destino es generar las bases de legitimidad social que posibiliten la anulación o el recorte de la presencia del Estado en la economía”. (Bustelo, 1997)

 

De este modo, desde los sectores más desprotegidos surge -en la dimensión psicosocial- “una percepción colectiva o estado de ánimo” que se presenta actualmente en la vida concreta como un estado de desesperanza y un estado de descreimiento. Ambas situaciones palpables generan, a su vez, “una caída generalizada de las expectativas relacionadas con el mejoramiento de la calidad de vida”.

En la alocución de las mujeres podemos evidenciar indicadores relacionados con una certera conceptualización de la situación social actual, marcados por emociones negativas con respecto a la cotideaneidad y al futuro. Un discurso impregnado de sensaciones de ‘involución’, falta de expectativas, inseguridad, desilusión y hasta tristeza supone cierta conciencia acerca de la crisis experimentada:

“Lo que pasa es que este gobierno terminó con todos los beneficios que había; no tenés mutual, no tenés aportes jubilatorios. ¿Qué nos va a pasar dentro de 20 años? ¿Qué  vamos a hacer ?” (S. 27 años,  manzanera).

Los cambios contundentes provocados por la crisis y sufridos por las mujeres en su cotideaneidad producen nuevas y singulares visiones de futuro. Estos imaginarios, conformados a partir de la percepción de la realidad, se traducen en la aparición de nuevos sentidos de carácter negativo. El “Estado de Malestar”, como lo denomina Bustelo, se ‘vive y se siente’ con toda su fuerza. Se expresa irrebatible en las condiciones materiales concretas y en las dimensiones simbólicas propias de los sectores más desprotegidos.

Pero, (paradójicamente) no existe una  transferencia de conocimientos y prácticas a las familias y comunidades de modo que ellas puedan hacer frente a  los problemas de salud y educación que las aquejan, por lo que se hace visible la carencia de políticas sociales existentes. En este sentido, el Estado concentra el gasto social solamente sobre los pobres estructurales; en cambio, los ‘pobres cíclicos’ no son una preocupación para atender en su política social porque se supone que serán absorbidos cuando se restaure el crecimiento económico. A este tipo de políticas sociales se las conoce con el nombre de focalización restringida.[6]

 

¿El Estado ausente o la ausencia en el discurso? 

 

Si bien la mayoría de los pensadores latinoamericanos acuerdan con que el Estado ha manifestado cambios rotundos en post de su “achicamiento”, Göran Therborn (1997:38) sostiene que: “es importante subrayar que el estado de Bienestar se ha mantenido, a pesar de todo, sorprendentemente consolidado”. El autor considera que, pese a las críticas neoliberales, en los países desarrollados y aún en América Latina el Estado de Bienestar continúa siendo una esfera de fundamental importancia ya que supone que ha llegado a ser una institución absolutamente central en la vida cotidiana de gran parte de la población.                                                                                                         

Es preciso señalar entonces que, si bien los gobernantes del Estado enuncian en sus discursos el haberse apartado de la acción asistencial, éste opera paradójicamente con planes de ayuda concebidos y aplicados a la manera de aquel modelo supuestamente rechazado. 

El Estado, en este proceso, es la institución con menor presencia. Dicha ausencia, legitimada desde lo discursivo, no implica su desaparición en términos absolutos. A continuación, analizaremos las modalidades y los ámbitos donde se dirime la disyuntiva planteada, la que nos pareció pertinente denominar “ausencia estatal en lo discursivo con presencia escasa en lo concreto”.

El emparche

Pensar a las acciones políticas como “emparche” significa haber adoptado, para el análisis, una posición intermedia. Esto es, tomamos como referente una articulación entre ambas posiciones teóricas. Tanto las entrevistas como las observaciones nos han permitido formular y sustentar la categoría denominada “ausencia estatal en lo discursivo con presencia escasa en lo concreto”. El siguiente fragmento, enunciado por uno de los entrevistados, nos pone en ese camino:

“(...) nosotros no podemos hacer más de lo que hacemos y, de todos modos, siempre queda gente afuera de los planes. O sea, ... el problema es tremendo. La gente no se da cuenta que hoy ya no es como antes... ¿y sabés qué? la Argentina dejó de ser la “vaca lechera” que fue antes. Igual llevamos un registro, o sea... controlamos para ver que los que están en un plan no estén en otros, para que los planes no se superpongan y algunos agarren más de lo que les corresponde. (...)” (Funcionario de Desarrollo Económico).

En las instancias de la implementación de planes de ayuda es, precisamente, cuando surge la paradoja de manera más contundente. Esta contradicción podría plantearse en los siguientes términos: por un lado, el Estado se mantiene en un continuo movimiento de repliegue sobre las obligaciones que fueran de su competencia, respondiendo puntualmente a los requisitos de la ideología neoliberal. Se promueven acciones propias de las políticas neoliberales: ajuste, desregulación, privatización y reducción del “gasto social”, entre otras medidas; por otro lado, a partir de la regresión social creciente y para “emparchar” situaciones de carencia extrema a nivel nacional, provincial y municipal, se generan, desde el mismo Estado, diferentes planes de ayuda que Tenti Fanfani (1989: 7) no escatima en llamarlos “asistenciales y promocionales”. En este contexto, entre el cambio del funcionamiento y de las prácticas concretas del Estado de Bienestar y la instalación del modelo neoliberal, las políticas de focalización restringida son las que se apropian del lugar otrora ocupado por las políticas  universalistas.

En la práctica, los planes[7] plantean la necesidad del Estado de ser implementados de manera eficaz, por lo que apelan a la ‘participación comunitaria’, argumento que vuelve a evidenciar la paradoja. Son los sectores que menos tienen los que más deben aportar en términos de tiempo, para la participación y compromiso, situación que pone de manifiesto que la ‘participación comunitaria’ sólo existe en el plano discursivo.

Los ‘diferentes’ programas, materializados en planes, no son más que trabajos que la población excluida del sistema socioeconómico liberal ejecuta para subsidiar al Estado. En algunos casos, estas tareas son mensualmente remuneradas aunque el contrato de trabajo implica un cese a corto plazo, como es el caso del Plan Trabajar. En otros, los planes requieren de personas que acepten trabajar ad honorem, tal como sucede con el Vida.

Las modalidades de implementación suponen instancias de aceptación de los términos y de la dinámica del plan por parte de los actores sociales involucrados, sean funcionarios o manzaneras. Para el caso de las últimas, esta circunstancia se plantea ante las necesidades concretas de la vida cotidiana y la ausencia de alternativas para satisfacerlas. 

 

 

Las dimensiones de la pobreza.

 

La realidad plantea un fenómeno inédito en Argentina, el que no escapa a Latinoamérica: la presencia avasallante de los nuevos pobres o pauperizados[8] resultantes de los programas de ajuste y de estabilización que se corresponden con las políticas neoliberales.

La inacción en el ámbito de las políticas sociales y la represión de conflictos es la cara evidente de las acciones impartidas desde el Estado argentino. Cuando el consenso social del modelo político y económico no se obtiene, desde el Estado y los sectores hegemónicos se apela a la represión como modo de respuesta. Parafraseando a Gramsci, el Estado, en su apariencia, es el representante de los intereses colectivos pero, en lo concreto, sólo representa a los grupos dominantes. Los modos de represión constituyen una muestra del quiebre de ese consenso, el que pareciera estar “atado con pinzas”.

La franja social más afectada por la crisis, constituida básicamente por los sectores medios, comparte características con los demás sectores sociales. Los ‘nuevos pobres’ se parecen a los ‘no pobres’ en algunos aspectos socioculturales en términos del acceso a la enseñanza media y superior o del número de hijos por familia -más reducido que entre los pobres estructurales-, entre otras variables. También se asemejan a los ‘pobres de vieja data’, en este caso en los aspectos asociados a la crisis: el desempleo, la precariedad laboral, la falta de cobertura de salud, etc. Consecuentemente, la estructura de la sociedad argentina se ha modificado sensiblemente. La heterogeneidad es el rasgo central de la nueva pobreza.

Existen varias maneras de “medir la pobreza” manifestada en gran escala. Para ello se toman diferentes indicadores que dan cuenta -entre otras variables posibles- del acceso concreto que poseen o no determinados sectores sociales a bienes de consumo básicos. Es de acuerdo con estas mediciones estadísticas que se aplican (o no) los planes sociales emanados desde el Estado.

Laura Goldbert[9] detalla profusamente cada método utilizado para “medir” la pobreza y abarcarla en su magnitud total. Cada uno de ellos posee ventajas y desventajas, hecho que es necesario mencionar, pero que no será tomado en profundidad en este artículo.

A partir de conocer estas clasificaciones, surgió la pregunta acerca de los criterios utilizados en Olavarría para implementar el Plan Vida. La falta de un diagnóstico real y eficiente sobre la situación socioeconómica de los posibles beneficiarios del plan, por parte de los administradores provinciales, aparece en los enunciados de las entrevistas que se citan a continuación.

“(...)de entrada se empezó con todos los barrios de la periferia. (¿Cómo seleccionaron los barrios?) Los barrios los seleccionamos, (...) eh... bueno fue bastante particular. Porque digamos, el Municipio ya tenía enfocadas dos o tres lugares, dos o tres áreas, (...) se limitó junto con los que lo habían pedido, es decir las Cáritas (...) (Funcionaria local, representante del Consejo Provincial de la Familia y Desarrollo).

“(...) elegimos a todos esos barrios porque la pobreza, la pobreza estructural está ahí ¿no? (Asistente Social de la Municipalidad de Olavarría).

“no, acá no es para todos,  si por ejemplo una beneficiaria se cambia de barrio porque se muda y ahí no hay plan, no le toca y listo. Lo que pasa es que los barrios están limitados (sic) por las calles. Acá, de la avenida para allá no les toca y por más que vengan a pedir no les podemos dar...”(M. 36 años, manzanera).


Tanto las observaciones como las entrevistas nos permitieron interpretar que, en nuestra ciudad, el Vida se implementó sobre algunos de los muchos sectores que no superaban la necesidades básicas. En tal sentido, pudimos reconocer cómo la Municipalidad de Olavarría, a través de sus gestores, ‘decidió’ cuáles serían los barrios comprendidos en el plan, en virtud de atender a quienes desde allí se identificaba como ‘más necesitados’. La ausencia de mediciones certeras, acerca del avance de la pobreza, en zonas no periféricas estableció una implementación “a ojo” del  mismo. En este sentido nos encontramos en la ciudad con la aplicación de una modalidad de política social denominada “de focalización restringida”. Estas son, aquellas que dejan de lado los emplazamientos territoriales en los que se ha introducido la nueva pobreza.

 

LAS MUJERES

Intentaremos, en el presente ítem, poner de manifiesto cómo ellas asumen la crisis en el contexto de la vida cotidiana.

Las mujeres de los sectores considerados vulnerables a la crisis constituyen la franja poblacional más afectada por ella, debido a que las transformaciones señaladas no han impactado del mismo modo en los diferentes sujetos sociales. Estos procesos “condicionaron la aparición de nuevas prácticas asociativas de las mujeres, por las características y por sus alcances y significaciones sociales”.(Guzmán,1994:14)

En ciertas circunstancias, los movimientos que aglutinan los esfuerzos colectivos de las mujeres en la dinámica de la crisis son, en algunos casos, cooptados por el Estado[10], en otros ámbitos son generados -con una gran variedad de opciones- desde el mismo Estado, con la intención de menguar los efectos no queridos del modelo neoliberal. Esta última opción manifiesta, por un lado, el fracaso de las diferentes políticas de ajuste operadas sucesivamente para paliar la crisis y, por otro, como lo señala Guzmán, “los límites del modelo de desarrollo prevaleciente”.

La autora distingue lo que parece configurarse como una constante en las situaciones de crisis para toda Latinoamérica: “la organización de las mujeres pobres para abordar colectivamente la sobrevivencia familiar”. Las mujeres asumen un rol de decisiva importancia, tratando de garantizar el proceso de reproducción cotidiana de su familia; es decir, deben exacerbar el ingenio con el fin de substituir los escasos recursos materiales y monetarios que se necesitan a diario para cubrir las necesidades básicas de la familia.

Las estrategias

Las crisis desestructuran organizaciones sociales tradicionales. Pero, a su vez, ese movimiento genera otro tipo de propuestas de acción, llamadas desde los Estudios de la Mujer de diversas maneras. María Emilia Ginés[11] destaca que: 

“los análisis que indagan acerca del impacto específico que tiene la crisis sobre las mujeres utilizan el concepto de ‘estrategias de mujeres de sectores populares’ para referirse a una multiplicidad de acciones que, con vistas a la provisión de bienes y servicios para la reproducción de sus hogares, realizan en distintos espacios: en el mercado de trabajo formal e informal, en la organización de las unidades domésticas, en los espacios institucionales comunitarios o del Estado y en las redes de parentesco y vecinales”. (Ginés,1996:76 y 77)

Los términos que plantea la definición hacen referencia a la franja poblacional mencionada constantemente en nuestro trabajo: los sectores más desprotegidos. Estamos de acuerdo con Ginés en el sentido de que:

“hay en esta definición una referencia clara a los agentes sociales involucrados, en cuanto a las limitaciones estructurales de su capacidad laboral entendidas como dificultades en la mercantilización de su fuerza de trabajo y/o de precarización del empleo. Por lo tanto, su caracterización responde no a cualquier clase o fracción, sino tan sólo a aquellas posiciones estructurales que conllevan ingresos que no permiten mantener el nivel de existencia socialmente establecido”. (Ginés,1996:79)

Desde la teoría existen diversas interpretaciones acerca de la significación y el alcance de la participación de las mujeres en las organizaciones populares de sobrevivencia, las que evidencian la complejidad de ese proceso de participación en estas nuevas alternativas de “sobrellevar lo cotidiano”. Sin embargo, los análisis coinciden, en varias oportunidades, sobre los beneficios logrados en los niveles de aprendizaje personal y social. Estas supuestas ventajas -para las mujeres que se acercan por primera vez a los planes- se evidenciarían en la constitución de nuevos espacios de sociabilidad y, simultáneamente, en ciertos grados de independencia respecto de las propias redes familiares.

La inserción en estos planes, según Ametrano (1997), les permite a las mujeres experimentar determinadas situaciones sociales que se articulan después en sus vidas cotidianas, instancia donde las recrean. A su vez, debemos señalar que las tareas ejecutadas por las mujeres en el marco de los planes de ayuda social estatales (para nuestro trabajo, las manzaneras[12]) afectan y recargan su quehacer cotidiano. En tal sentido, surge el concepto de “doble jornada laboral”: esta noción se refiere a la doble asignación de tareas en aquellas mujeres que trabajan fuera del ámbito doméstico -formando parte del mercado de trabajo asalariado- y que se ocupan también del trabajo doméstico y de las tareas de reproducción, las cuales son impagas. Algunas investigadoras retoman el concepto anterior para ampliar las dimensiones de su significado, hablando de “triple jornada laboral”: a aquella “doble jornada” se le sumarían las tareas comunitarias desarrolladas por las mujeres de los sectores populares que participan en la organización de comedores, copas de leche, cooperadoras escolares, roperos comunitarios, etc.

Al asumir las mujeres las obligaciones de la reproducción doméstica -como resultante de las relaciones sociales estructuradas sobre la base del sexo- son ellas las resolutoras  de lo doméstico.

 

La participación

Apelar a la participación es otra de las estrategias enfatizada por los planes ya caracterizados.  Entendemos la participación como un proceso mediante el cual la comunidad interviene en la identificación de sus problemas y, consecuentemente, asume un papel relevante en la resolución de los mismos. Tomando en cuenta las experiencias surgidas en el trabajo de campo y en el análisis posterior, este proceso, en el marco del Vida, queda reducido al mero hecho de la colaboración-ejecución. El siguiente párrafo ilustra la situación:

“Mirá todo lo que querés hacer en el barrio, una charla o repartir la comida desde la sala como nosotras queríamos, este, eh... lo tenés que consultar con la asistente social o con los de La Plata... y bueno, ellas te dicen si podés o no. (F. 54 años, manzanera).

No hay mecanismos previstos que permitan articular y negociar -de manera conveniente- los intereses y puntos de vista de las manzaneras con los de los organizadores del plan. En el Vida, un grupo de profesionales planifica y toma las decisiones que afectan a las mujeres manzaneras y a los beneficiarios comprendidos en el programa. Podemos inferenciar que, paradójicamente, si bien las mujeres son necesarias en la consecución del plan, sus sugerencias para operacionalizar aún más el funcionamiento del mismo no son tenidas en cuenta.

Mediante el uso de mujeres, estos planes -que se corresponden con la esfera reproductiva, identificada con los roles femeninos- permiten que el Estado abarate los costos de los programas, se asegure su eficacia y cierto grado de control social y político mientras aquéllos continúen en funcionamiento. El Vida, evita el surgimiento de los mecanismos que permitan consolidar un cierto poder de decisión por parte de las mujeres o de los vecinos. Esta situación toma como base la necesidad de actuar ante la crisis de los sectores empobrecidos o más vulnerables. Con esto queremos decir que, en tanto aparezcan necesidades, siempre se presentará alguien encargado solidariamente de mitigarla, optimizando sus fuerzas con el fin de que el problema desaparezca o, al menos, se vea reducido.

Consideramos, entonces, que, en algunos casos, la participación en estos planes queda acotada a la experiencia particular, en el sentido de que es la necesidad concreta y sentida -en el aspecto material- la que hace que las mujeres se inserten en el marco de alguna estrategia de sobrevivencia, más para aliviar su situación personal que para construir, de manera común y en el contexto del Vida, salidas alternativas.

Qué es el Plan Vida 

 

El llamado “Plan Vida”[13] -Programa Materno Infantil de la Provincia de Buenos Aires- es de cobertura provincial y afecta y contempla para su implementación a mujeres. Tiene como población destinataria a mujeres embarazadas y a niños/as que no hayan ingresado al sistema escolar. Son las mujeres de los barrios supuestamente beneficiados por el Vida las que aseguran la distribución de alimentos.

En términos generales, puede ser considerado como un plan de ‘grandes proporciones’, tanto por el presupuesto[14] que demanda como por la cantidad de mujeres movilizadas[15].

El Vida tiene varios objetivos explícitos: disminuir las enfermedades y la muerte de los niños/as y las madres, estimular la participación de la mujer, reforzando los lazos solidarios para el cuidado de su salud y la de su familia, brindar apoyo nutricional a las embarazadas y niños de 0 a 5 años, promover una adecuada atención del parto, promover y reforzar la participación y organización comunitaria para el logro de los objetivos propuestos.

El programa no sólo es un plan alimentario sino que se propone acciones con respecto a la salud de los destinatarios. En ese sentido, las manzaneras deberán: detectar mujeres embarazadas, efectuar un seguimiento de las mujeres embarazadas para su control en los centros de salud, detectar a los niños menores de cinco años que no tengan cobertura médica.

Se implementa con las Trabajadoras Vecinales (son la llamadas manzaneras). De esta manera, las mujeres “representativas” del barrio, una vez seleccionadas por las instituciones intermedias, capacitadas por personal de La Plata y coordinadas a través de los municipios, respecto del plan alimentario deberán: recepcionar los alimentos en su domicilio, entregarlos a sus destinatarios, controlar el stock y realizar la rendición de las entregas.

Con respecto a la dinámica de la entrega de la alimentación, se sugiere desde la organización, que la misma “no debe convertirse en una mera entrega”; se espera de esa tarea que funcione como espacio socializador. Las manzaneras, desde la implementación del plan en la provincia de Buenos Aires en 1992, se incorporan a partir de ser propuestas por las instituciones barriales respondiendo a la pretensión de integrar mujeres con un perfil determinado: “vocación solidaria”, personas “aceptadas”, “no conflictivas”, que no posean negocios ni comedores ni locales partidarios en sus casas. Se insiste en que “les guste ayudar, que sean solidarias”. Se enfatiza en la conveniencia de que las manzaneras no trabajen ‘fuera de sus casas’ para lograr una coordinación más flexible de fechas y horarios con las personas que efectúan la distribución de alimentos y con los beneficiarios directos. Tanto en las reuniones de capacitación como en los discursos de la Presentación Oficial del Programa se apela constantemente a la solidaridad de las manzaneras.

Bajo el lema “la participación es fundamental para sostener cualquier programa social”, las capacitadoras recuerdan a las manzaneras la magnitud de su trabajo desinteresado, que no se reduce a la simple distribución de alimentos: “es un programa social, se trata de  acompañar a las mamás, interesarse por su salud, tener una relación con ellas”. Proponen que las manzaneras “deben llevar un registro del beneficiario y establecer lazos de confianza con los vecinos”, ya que -suponen- si se “divide a los vecinos, no es saludable para nadie, menos para los chicos a quienes va dirigido el plan, lo importante es que haya acuerdo”. Se aclara que las tareas de las trabajadoras vecinales “no son las de una asistente social, ustedes son vecinas y van a seguir siendo vecinas del barrio, interesadas por los chicos, la salud y la alimentación”. En las reuniones de capacitación se enfatiza en la relación de las manzaneras con los vecinos, en el sentido de que “deben aclarar que su trabajo es voluntario”, en que “deben reunirse para intercambiar y para informar”, puesto que: “cuanta más información, mayor es el poder; pero no hay que acumular, hay que compartir información”. Se pretende, entonces, que no se problematice la situación, remarcando que ellas “van a seguir siendo vecinas”.

Se “prefiere” el perfil de las mujeres que, tradicionalmente, han ejercido un rol doméstico construido y reforzado históricamente. Pareciera que el trabajo doméstico se entiende como “una labor natural” de las mujeres, tarea invisibilizada o, mejor dicho, “velada” por ese romanticismo equívoco que la asocia con roles estereotipados para el género femenino.

En la capacitación del programa, en los documentos que lo fundamentan y en las prácticas concretas se han obviado herramientas, menciones o acciones que promuevan una igualdad entre los géneros. Hilda González de Duhalde, en la presentación local del Plan Vida, ratifica los criterios de selección de las mujeres como manzaneras:

“¿Por qué mujeres? Porque supuestamente la mujer está más cerca de estas cosas, que tienen que ver con las necesidades básicas de nuestros hijos; está más preocupada por su salud, se angustia más por… por todo lo que tiene que ver con la vida (...) Por eso lo organizamos con las mujeres”.

Esta concepción de la mujer, que retoma las significaciones tradicionales sobre sus espacios y sus desempeños, hace imposible igualar -de hecho y de derecho- al género femenino con el masculino en el plano de las prácticas concretas y en el de compartir mutuamente responsabilidades y obligaciones. El caso de las manzaneras no escapa a esta concepción. Los proyectos que involucran a mujeres, como dice María del Carmen Feijoó,

“ponen en el primer plano cuestiones que están muy relacionadas con la manera en que se visualiza la situación de la mujer en la sociedad, y el supuesto de su disponibilidad a trabajar ‘por otros’, generalmente de manera gratuita, como extensión natural del desempeño de su rol doméstico”.(Feijoó,1991)

Su labor es reconocida como ventajosa y beneficiosa tanto para los niños como para la sociedad en general. Según Feijoó, “este tipo de programas tiene como resultado el mantenimiento de roles tradicionales, así como una sobrecarga de trabajo y de responsabilidad para las mujeres”.(Feijoó, 1991)

El Vida implica una postura respecto del rol que la mujer ‘debe’ desempeñar en la sociedad y, por correlato, en su barrio, dado que eso es lo esperado de acuerdo con su ubicación en el esquema sexo/género. Recae en ellas, el rol del Estado casi ausente quien propicia e instituye, en el discurso y en las prácticas, “el emparche”. 

ANÁLISIS

Según la modalidad de enunciación evidenciada en los textos orales oficiales, tanto de los mentores como de los organizadores y capacitadores, se pretende reforzar permanentemente la idea de no diferenciación entre ellos y las manzaneras. Del mismo modo, se anulan, desde la alocución, las distancias o barreras que puedan separar los mundos de pertenencia. En términos de Eliseo Verón[16], se presenta lo que el autor designa como “la relación entre el enunciador y el prodestinatario”. Esta relación asume “en el discurso político la forma característica de una entidad que llamaremos colectivo de identificación. El colectivo de identificación se expresa en el ‘nosotros’ inclusivo”.(Verón,1987:17)

De este modo se configura una “relación especial” entre ambas partes. A través de la selección del lenguaje utilizado se reavivan y se vuelven a re-presentar simbólicamente los recursos discursivos de la propia Evita, idea que será retomada más adelante[17].

Emilio De Ipola[18] denomina esa representación como de “interpelación inclusiva” y señala que, como modalidad de enunciación, es “parte del discurso peronista desde sus mismos inicios”. Para De Ipola, la “interpelación inclusiva nombra al receptor y, al mismo tiempo, define al emisor como miembro del mismo grupo al cual es dirigido el mensaje”. Mediante esta estrategia discursiva se intenta producir, entre los diferentes actores, una compatibilidad y una identificación recíproca lo suficientemente fuerte como para estrechar lazos y lograr los objetivos propuestos.

Auyero (1997) menciona la idea de re-presentación en su trabajo “Evita como performance...”. En tal sentido, en el discurso de algunos funcionarios del gobierno provincial peronista existe una (re) puesta en escena de la esencia propia de Perón y Evita. Esa re-presentación se pone de manifiesto en sus prácticas políticas. Así, son recreadas en el presente no sólo las antiguas muletillas, ritmos y tonalidades de los dirigentes sino también -y coherentemente con su actuación- los intentos de reafirmar la “peronicidad” (si se nos permite el término) de sus políticas sociales. El contexto actual del país no tiene mayor similitud con el de los comienzos del peronismo; tampoco las políticas sociales que hoy se implementan. Sin embargo, es imposible no remitirse analíticamente a los orígenes de esas políticas sociales. Se apela desde el presente mediante la invocación de símbolos y significados, a los actores sociales de ayer que siempre constituyeron la base de la legitimidad del movimiento. Si nos referimos al peronismo estamos haciendo mención obvia a la “clase popular”.

 

La “puntera”.

El rol de la manzanera pareciera identificarse con un aggiornamiento de lo que se denomina ‘punteros -o referentes- políticos’ desde el sentido común. En la jerga política, el ‘puntero’ es el militante de base y que actúa como ‘mediador’ entre su barrio y las diferentes instituciones.[19]
Esta práctica política tiene una dilatada tradición en nuestro país; no obstante, pareciera evidenciarse  que en la actualidad esa modalidad no sólo ha sido extendida a un amplio sector poblacional, sino que se constituye en la única alternativa posible para sobrevivir. Auyero analiza la estructura del Partido Justicialista y lo posiciona históricamente como partido proveedor de recursos. Considera que esa tarea se ha efectuado a través de la presencia de mediadores o, precisamente, de ‘punteros’, “que usualmente hacen favores (distribuyen comida, medicamentos, etc) a sus potenciales votantes y a otros”. (Auyero:1997)

Infiere que, con las prácticas clientelares, se produce “la construcción de una visión de género de la política y la reproducción de ciertas relaciones de género en el campo político.” Reafirma estas nociones sosteniendo que “la división del trabajo político se estructura de acuerdo con el género: gobernar y decidir se masculiniza, otorgar informalmente favores y resolver prontamente los problemas se feminiza”. Esta perspectiva, que toma en cuenta la cuestión de los géneros, puede aplicarse en las gestiones políticas de la dupla matrimonial gobernante en la provincia de Buenos Aires: él es quien gobierna y ella la que ¿dignifica?

Manzaneras y mediadoras.

Jesús Martín Barbero caracteriza la figura de los ‘mediadores’ de acuerdo con un modelo que se ajusta con el rol que las manzaneras cumplen en sus respectivos barrios. Los ‘mediadores’ son aquellos sujetos que:

“operan en las instituciones barriales haciendo de nexo entre las experiencias de los sectores populares y otras experiencias del mundo intelectual (...) Son transmisores de un mensaje, pero insertos en el entramado de la cultura popular del barrio”. (Barbero,1987)

Al ahondar en las respuestas que las propias mujeres encuentran respecto de la conflictividad en el contexto de sus propios barrios, comenzamos a reconocer los términos utilizados por Martín Barbero para explicar el significado de ‘mediador’. La presencia de las mujeres es clave para los programas como el Vida.

“El acceso a la cotideaneidad barrial pasa ineludiblemente por el reconocimiento del protagonismo de las mujeres (...) y ellas hacen el barrio a partir de  una percepción de lo cotidiano configurada básicamente desde la maternidad. Una maternidad social que en lugar de encerrarse sobre su familia hace del barrio su despliegue y ejercicio.” (Barbero,1987)

Para el caso de las manzaneras, acordamos con el autor, quien expresa: “la mujer en esas condiciones se constituye en la recreadora de una solidaridad primordial que es a la vez encuentro y mediación”. Ser “la manzanera del barrio” significa ocupar un nuevo espacio dentro del barrio. Pero también implica construir esa categoría con una específica caracterización. En tal sentido, la manzanera es la que “conoce” en profundidad la situación de su zona: interactúa con los vecinos, con las iglesias, con la Sociedad de Fomento, con la escuela, con la sala de primeros auxilios y con los referentes locales del Vida. Así, se erige en una posición de privilegio respecto del resto, situación dada por el “saber” en términos foucaultianos. Desde sus prácticas concretas de interacción obtiene información que puede ser tanto transmitida a los organizadores del Vida como también “usada” para lograr una posición social diferente a la que posee y, finalmente, distinguirse (en términos de estatus o jerarquía, entre otras variables) de sus pares.

La manzanera es la que, a partir de la atribución de sentido que le otorga a su rol, toma el carácter de “actor social” y logra diferenciarse de la posición relegada que otras mujeres tienen en su mismo barrio. De este modo, se “apropia” de las posibilidades y de las herramientas que le confiere el Vida y las adecua a sus propias expectativas.

 

Sobre la pobreza y el empobrecimiento.

La mayoría de las entrevistadas consideran que la “solución para el problema de la pobreza y el empobrecimiento” no reside en la implementación de planes sociales el Vida, a pesar de hallarse involucradas en ellos. Esta dificultad debe subsanarse apelando a otras políticas y prácticas:

“Fábricas, no sé. Creá fuentes de trabajo. Hacé fábricas de alpargatas y le das trabajo a la gente que por lo menos si vos querés comprarte tres huevos cómpratelos, pero no que te los bajen... Lo más útil es la leche...” (S. 27 años, manzanera)

Incluso, existen tensiones entre las condiciones de existencia y los sistemas de valores y creencias tradicionales. La misma pobreza crea desigualdad dentro de la pobreza. Los mismos pobres son “recategorizados” por los pobres. La crisis hizo posible concebir, dentro de los sectores más desprotegidos y desde esa misma posición, un nuevo estatuto para la pobreza. Las políticas focalizadas, al estar dirigidas a los “más pobres”, pueden reforzar y generar conflictos entre los pobres, ya que los “menos pobres” son los encargados de identificar e individualizar a los integrantes del otro grupo, produciendo así una estigmatización de la pobreza en mayor grado. A ella se agrega una suerte de ‘anomia’ social, en el sentido de no saber cómo solucinar las mínimas requisitorias para la convivencia barrial y comunal.

Réditos personales en el marco de la vida cotidiana.

 

Los aprendizajes personales serían los réditos positivos que deja la adscripción a planes como el Vida. Adquiridos a través de capacitaciones, pueden ser aplicados en otras circunstancias futuras y en el marco de la actividad barrial.

El saber que se construye en el marco de esa interacción es el que presenta el mayor valor para los gestores del Vida. Las mujeres manzaneras han sido ubicadas estratégicamente en un espacio que articula, ineludiblemente, las esferas públicas -las del orden del plan- y las privadas -las del orden de lo doméstico-. Se constituyen en poseedoras de un saber único, en tanto lo cotidiano es pensado como un espacio de conjunción dinámica de prácticas económicas, políticas, culturales, comunicacionales, educacionales, estéticas y otras. En el espacio de lo doméstico, se producen y se reproducen valores e identidades. Allí es donde se atribuye sentido a las prácticas mencionadas. Por eso, es necesario “capacitar” a las mujeres del Vida. De ellas se espera “obtener”una información concreta que pueda ser reutilizada no sólo para mejorar la implementación del plan sino también para efectuar nuevos programas sobre la base de la experiencia de los anteriores, con el sentido de redistribuir “adecuadamente” los escasos recursos estatales.

Lo “positivo” para las mujeres radicaría en el lugar relevante que ellas mantienen en la resolución de problemas cotidianos: su posición se traslada de los lugares secundarios que históricamente ocuparon a los primeros planos. La inserción en el Vida les permite experimentar situaciones sociales nuevas al tiempo que obtienen otras fuentes de recursos tanto materiales como simbólicos.

Si bien la tarea que efectúan las manzaneras evidencia una impronta de carácter maternal, también se visualiza -en términos de cambios concretos en sus prácticas cotidianas- la construcción de espacios autónomos. En algunos casos, estos espacios propios se logran a pesar de la fuerte resistencia familiar. Estar insertas en el Vida provee competencias y conocimientos diferentes de los ya tenidos y la constitución de nuevas prácticas. Las mujeres “diagnostican” las necesidades barriales, “negocian” dentro del espacio doméstico y transfieren esa circuntancia a lo barrial; de ese modo, se pueden procurar soluciones y crear expectativas que, necesariamente, recaen por fuera de los objetivos explícitos que considera el Vida. Si bien la inclusión en el plan de ayuda les permite ejercer una suerte de poder limitado, en el sentido de que ejecutan ideas no por ellas elaboradas, esta posición les posibilita, en algún sentido, interpelar y cuestionar los límites impuestos a sus propias prácticas.

CONCLUSIONES

La intersección que se da entre la política estatal de ayuda social y la recreación doméstica para resistir la crisis proporciona dinámicas sociales complejas desde donde surgen y se posicionan nuevos actores sociales. Comprobamos esta afirmación en nuestro campo empírico: registramos ciertas resistencias al acatamiento sumiso de las normativas del Vida. No obstante, las mujeres ingresan al plan con un determinado cúmulo de expectativas que, en ciertas oportunidades, llegan a lograr. En el barrio, en algunos casos, la mujer manzanera construye un espacio semi-autónomo de actuación, esto es, toma los lineamientos del plan, los analiza, resignifica los contenidos más importantes de acuerdo con sus intereses particulares y, a partir de allí, realiza su tarea. Es posible inferir, entonces, que si se instrumentaran planificaciones con perspectiva de género -proporcionando herramientas adecuadas y poniendo en práctica un concepto de participación no reducido a la mera colaboración- los resultados podrían ser más beneficiosos, ya que tenderían a la democratización de la esfera privada.

Pensamos que las necesidades más sentidas son las que deben atenderse, pero que la resolución tiene que surgir de la interacción de las fuerzas sociales y no de la imaginación de los planificadores, evidenciando un interés común. Consideramos, en consecuencia, que las próximas investigaciones desde las ciencias sociales sobre el tema deberán contemplar que la constitución de un espacio semiautónomo puede llegar a ser un genuino promotor de cambios sociales.

Las mujeres comprendidas en el Vida modifican sus prácticas cotidianas. Toman un rol protagónico en su barrio y en ese aspecto, existe un corrimiento de su rol tradicional y privado hacia uno de carácter más público. Evidenciamos un desplazamiento de los objetivos primarios explicitados en el Vida. No solamente se cumplen los impuestos desde el Plan, sino que los mismos, en algunos casos, son modificados por las mujeres. Así, “pertenecer al Vida” otorga la posibilidad de cumplir otros objetivos, que son de interés personal, y que por lo tanto se encuentran por fuera de la estructura del mismo. De tal modo, las mujeres recrean el espacio otorgado desde el plan, lo hacen suyo al atribuirle nuevos sentidos: los propios. Debido a las múltiples demandas que generan las necesidades, las mujeres, transforman y reciclan viejos saberes en nuevas prácticas: desde el espacio barrial surgen estrategias con el fin de maximizar los escasos recursos con los que cuentan. Pero también, “pertenecer al Vida”, paradójicamente, tiene sus costos. El tiempo y esfuerzo físico que demanda la tarea encomendada les imposibilita el acceso a puestos de trabajos rentados en el ámbito de la denominada “economía formal”. Las mujeres del Vida, se ven sometidas a lo que desde el feminismo han llamado “doble o triple jornada laboral”. Comprobamos que existe una imperiosa necesidad estatal de contar en sus políticas públicas con la “participación” de las mujeres. Ellas son las que subsidian la escasa presencia material que proporciona el Estado en el área de la nutrición, de la salud y de la organización social. No obstante, esa subvención que realizan, tiene una característica: paradójicamente, se soslayan en forma permanente las percepciones de las mujeres manzaneras. De ese modo, el resultado óptimo al cual se puede arribar es a una pseudo-participación de carácter fragmentario, desde la cual no podrá lograrse la integración o el desarrollo de la sociedad. Por el contrario, puede presentarse una segmentación que tienda a diferenciar todavía más a los grupos vulnerables.

Las manzaneras son las que resuelven, desde una acción denominada por Barbero como “maternal”, las problemáticas que se manifiestan en su espacio. Pero además de ello, ¿puede hoy pensarse  si estas prácticas no favorecen el control social e incluso ideológico-político sobre los sectores sociales comprendidos en esos planes? ¿No se estará construyendo, desde estas modalidades de ayuda, un aggiornamiento del histórico clientelismo político nacional? En este marco, se engendran nuevas identidades colectivas e individuales, se modifica la pertenencia de clase, se crean nuevas redes de relaciones, nuevos espacios de poder, de negociación y de lucha. Estas mutaciones rotundas poseen un común denominador encarnado en la expansión de la pobreza. El empobrecimiento desestructura lo cotidiano: arrasa descarnadamente, los proyectos y las expectativas a futuro que daban sentido a las propias acciones. No es sorprendente entonces, que también cambien las creencias que  los sujetos se han forjado por años acerca de sí mismos, sobre el lugar que “ocupaban” en el mundo, en síntesis, sobre su propia identidad. Indudablemente, a partir de esta nueva conformación social, será necesario ahondar con interés manifiesto acerca de los nuevos imaginarios que surjan del entramado social presente. Más que conclusiones definitivas este trabajo plantea interrogantes que, aparentemente por el momento, no pueden responderse con certezas absolutas.



[1] “La categoría de género abarca el conjunto de características, oportunidades y expectativas asignadas a las personas, basadas en sus rasgos biológicos de sexo. Esto implica establecer una  distinción  entre las características anatómicas y  fisiológicas que definen el sexo de las personas  y las características sociales o de género que aluden a las definiciones sociales de roles, valores, actitudes y comportamientos, atribuidos  a varones y mujeres y que son internalizados mediante los procesos de socialización”. Extraído de Guía para la elaboración de proyectos con perspectiva de género. Consejo Nacional de la Mujer. UNICEF Argentina. Buenos Aires, 1995.

[2] La tarea de investigación registró la interacción en las reuniones de capacitación previas a la implementación del plan, desarrolladas en septiembre de 1996. Presenciamos la ceremonia de inauguración oficial del Vida, encabezada por Hilda González de Duhalde, esposa del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y máxima responsable del programa. De allí obtuvimos un registro completo, incluyendo ‘el discurso’, texto formal para dar inicio al evento. Participamos de los primeros repartos de alimentos ‘a domicilio’. Para la misma época, entrevistamos a los funcionarios/as municipales responsables de la implementación del Plan, pertenecientes a diferentes áreas. Finalmente, a lo largo de 1998, efectuamos doce entrevistas en profundidad a las denominadas manzaneras.  Las mujeres entrevistadas tienen en común el hecho de pertenecer a grupos poblacionales empobrecidos, que, de alguna manera atraviesan situaciones similares. Las edades de las entrevistadas oscilan entre los 27 años y los 54 años. Un alto porcentaje de las mismas ha trabajado directa o indirecta mente “ayudando al barrio o a los vecinos”. Todas son “madres”. La mayoría de ellas, que pertenecen a análogos perfiles socio-económicos, se han visto compelidas a buscar soluciones para sus problemas, ya sea intentando ingresar al mercado laboral (básicamente en servicio doméstico, en cocinas de expendios de comidas o cuidando niños), agudizando su ingenio de manera individual, como por ejemplo, vendiendo diversos productos por catálogo, o bien, tomando parte activa en planes relacionados a la sobrevivencia  como el que analizamos.

[3] Anderson, Perry: “El neoliberalismo, nace inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Es una reacción teórico-política contra el Estado intervencionista. El objetivo era combatir el keynesianismo y el solidarismo y preparar las bases de otro tipo de capitalismo, duro y desregulado. En la polémica contra la regulación social,  Von Hayeck y sus socios argumentaban que el nuevo capitalismo promovido por el Estado de Bienestar socavaba la libertad del ciudadano y la vitalidad de la competencia”.

[4] “Con la llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra, en 1973 -cuando todo el mundo capitalista avanzado cayó en una larga y profunda recesión, combinando, por primera vez, bajas tasas de crecimiento con altas tasas de inflación- todo cambió. A partir de ahí las ideas neoliberales pasaron a ganar terreno. Las raíces de la crisis, afirmaban Von Hayek y sus compañeros, estaban localizadas en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera más general, del movimiento obrero, que había socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones reivindicativas sobre los salarios y con su presión parasitaria para que el Estado aumentase cada vez más los gastos sociales”. (Anderson, 1997: 16)

[5] Ver Lo Vuolo, Rubén: “la noción de ‘sector informal’, está asociada en América Latina con el problema del subempleo endémico en los grandes centros urbanos de la región, en correspondencia casi directa con la marginación y la pobreza”.

[6] Dichas políticas de focalización han sido criticadas desde diferentes enfoques. Para Carlos Vilas (1996), las objeciones se fundamentan básicamente en que aquéllas “sólo cumplen la función de actuar en situaciones límites”, ya que no operan desde las causas mismas de la pobreza sino que intervienen sobre las situaciones emergentes. También considera que “resultan estrechamente ligadas a la evolución de la coyuntura política: proximidad de elecciones, conflictos políticos o sociales, manifestaciones de malestar o descontento”.

[7] Una de las características centrales de los planes de ayuda social estatales la encontramos en la forma que adquieren para su implementación. Básicamente, la gran mayoría se corresponden con que ya denominamos como ‘de focalización restringida’ El discurso del Estado se presenta como hegemónico y terminante, al avalar esta modalidad de implementación: “como los recursos nunca serán suficientes para atender necesidades crecientes, es necesario concentrar el esfuerzo hacia aquellos que menos tienen”(Goldbert, 1997). La perspectiva no es original de nuestros gobiernos. Antes bien, el principal mentor de este tipo de prácticas es el Banco Mundial, como así otros organismos internacionales. La aplicación de estrategias políticas basadas sobre la focalización restringida tiene como sostén las necesidades sociales aludidas, en tanto se plantea como única posibilidad para moderar los efectos negativos de los ajustes económicos sufridos en países como el nuestro.

[8] “El pauperismo es un término cuyo uso aparece en Inglaterra a principios del siglo XIX para indicar el creciente fenómeno de la indigencia que acompañó a las primeras fases de la revolución industrial”. (Tenti Fanfani, 1987:13) Una concepción actual del término indica que: “Los pauperizados son aquellos que han visto caer sus ingresos y enfrentan situaciones de privación como consecuencia de la crisis económica.” (Goldbert, 1994)

[9] Los mismos son: Línea de Pobreza, Necesidades Básicas Insatisfechas, Método Integral de Pobreza, Indice de Desarrollo humano, Indice de Pobreza por Capacidad.

[10] Ver en Guzmán (1994:14) el análisis del caso mejicano.

[11]Ginés (1996: 76 y 77) retoma los conceptos de Omar Argüello (1989) para especificar la noción de Estrategias de Sobrevivencia, quien las define como el “conjunto de acciones económicas, sociales, culturales y demográficas que realizan  los estratos poblacionales que no tienen  medios e producción suficientes ni se incorporan al mercado de trabajo, por lo que no obtienen ingresos regulares  para mantener su existencia en el nivel socialmente determinado, dadas las insuficiencias estructurales del estilo de desarrollo predominante.”

[12] Las manzaneras son las encargadas de distribuir las raciones de alimentos que designa el Plan Materno Infantil Vida, entre otras tareas de control y prevención.

[13] El programa comienza a operar en la ciudad de Olavarría, y no en el resto del partido, porque Cáritas -una entidad de beneficencia relacionada con la Iglesia Católica- lo solicita al gobierno provincial. Las gestiones continúan a  través de la  Municipalidad de Olavarría -especialmente por intermedio de los representantes del partido justicialista- institución que, por su carácter de local, detenta ser “conocedora” de las problemáticas olavarrienses y decide cuáles han de ser los barrios beneficiados con el Vida.

[14] Con respecto al presupuesto, el Diario Página 12 del día 30 de agosto de 1996 sostiene: “Desde el Consejo de la Mujer, que controla el Programa, Hilda González maneja un presupuesto cercano a los 200 millones de pesos, que concentran buena parte de la acción social de la provincia, la herramienta privilegiada con la que  el justicialismo atempera  el revivido ‘malhumor-social’ (...)”. Dos aclaraciones al respecto: 1) No pudimos obtener datos más actualizados en relación al presupuesto que maneja esta institución. 2) El nombre “Consejo de la Mujer”, posterior al año ’96 es cambiado por el de “Consejo de la Familia y Desarrollo Económico”.

[15] Ametrano  enuncian: “se extiende a lo largo de 27 municipios del conurbano y en 17 del interior. Hay 691.479 beneficiarios y 21.714 mujeres abocadas a este tipo de tareas.” (Estos datos se corresponden con el mes de agosto de 1997).

[16] Para una profundización del tema, ver el prólogo de Eliseo Verón en El discurso político. Lenguajes y acontecimientos. Hachette, Buenos Aires, 1987. El autor menciona la imposibilidad de construir tipologías para los diferentes discursos sociales, pero especifíca que, para el discurso político, se elabora un destinatario positivo y uno negativo. “El lazo con el primero reposa en lo que podemos llamar la creencia presupuesta. El destinatario positivo es esa posición que corresponde a un receptor que participa de las mismas ideas, que adhiere a los mismos valores y persigue los mismos objetivos que el enunciador: el destinatario positivo es antes que nada el partidario. Hablaremos, en su caso, de prodestinatario”. Pág. 17.

[17]Esta idea ha sido mencionada por los medios de comunicación: “Ubicada en ese lugar, surge, inevitable y premeditadamente, la asociación con Evita. Chiche Duhalde también personaliza los regalos que por distintos motivos reciben a menudo las manzaneras, como compensación por el trabajo gratuito que realizan. Para Navidad, para el 1º de mayo, para cuando tienen un hijo, una canasta con alimentos del programa Vida llega a casa de ellas acompañado por una tarjeta de la señora del gobernador. Como Evita Duarte, Chiche aparece de sorpresa para controlar en persona la  entrega del alimento. Y su poder es tan grande como la devoción que manifiesta a la figura política de su marido”. Diario Página 12, 30 de agosto de 1996.

[18] Citado por Javier Auyero. “Evita como performance. Mediación y resolución de problemas entre los pobres urbanos del Gran Buenos Aires”. En: ¿Favores por votos? Estudios sobre clientelismo político contemporáneo. Javier Auyero (comp.). Losada, Buenos Aires, 1997.

[19][19] Ver Weber, Max El político y el Científico.


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Facultad de Ciencias Sociales.

*Ayudante Diplomada por concurso:

1) Historia Social del Siglo XX.

2) Historia Social Argentina y Latinoamericana.

3) Filosofía y Sociología de la Técnica.

Pasantía en Cátedra por concurso:

1)Economía Política.

Proyectos de Investigación en los que participo en carácter de Auxiliar:

1)“Teoría Económica como discurso de poder: interpelaciones hacia la regulación estatal y sus implicancias en las percepciones sobre las posiciones tanto de diferencias (trabajo, desempleo, pobreza) como culturales (genérica y etárea)”, que dirige el Lic. José Castillo. (PROESCOM)

2)“Crisis Económica y Espacios de Participación de las Mujeres: estudios comparativos del acceso al mundo público, a través de las iglesias, las organizaciones barriales y los partidos políticos”, que dirige la Lic. Mónica Tarducci.

Otros

1) Miembro del Programa Permanente de Estudios de la Mujer. (Facultad de Ciencias Sociales UNC)

2) Tutora de la cátedra  “Introducción al conocimiento de la Sociedad y el Estado”.  UBA XXI (cargo obtenido por concurso)


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